El día de ayer, se otorgó el premio Nobel de Economía (en realidad, el premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas) a Richard Thaler. Buena parte de los comentarios se ha centrado en la importancia de la economía del comportamiento, tema al cual Thaler ha dedicado su investigación; y en que este campo, y Thaler en particular, ha mostrado que las personas son racionales, rompiendo con todo un importante dogma en la economía.
Me permitiré disentir de esa celebración. No en lo que se refiere a que se premie a la economía del comportamiento: Que la economía se dedique, como cualquier ciencia empírica, a analizar lo que las personas efectivamente hacen no puede ser más que celebrado. Pero es lo segundo, lo relativo a la racionalidad, lo que es incorrecto.
El dogma más crucial de la economía no es tanto insistir en que las personas se comporten racionalmente, sino en la definición de lo que es comportamiento racional. Pensemos en todos las paradojas que son tan comunes en el rational choice -por ejemplo, el que las personas voten aun cuando racionalmente no debieran hacerlo (porque su voto no afecta el resultado). Todas esas paradojas lo son sólo desde la perspectiva de una forma bien concreta de pensar la racionalidad, no es que falten razones esgrimibles sobre el hecho de votar que vayan más allá del impacto en el resultado -pero es la economía la que decide que esas razones son irracionales. Lo mismo pasa con múltiples de las paradojas que describe la economía del comportamiento, como la famosa de Allais, en la cual las personas no se comportan de acuerdo a la utilidad esperada. Usemos la descripción de Wikipedia al respecto:
Primer experimento
- Opción 1A: recibir 1 millón de dólares con probabilidad 100%.
- Opción 1B: recibir 1 millón de dólares con probabilidad 89%, o 5 millones con probabilidad 10%, o nada con probabilidad 1%.
Segundo experimento
- Opción 2A: recibir 1 millón de dólares con probabilidad 11%, o nada con probabilidad 89%.
- Opción 2B: recibir 5 millones de dólares con probabilidad 10%, o nada con probabilidad 90%.
En varios estudios se halló que la mayoría de la gente elige las opciones 1A y 2B. Esto es inconsistente con la teoría de utilidad esperada, que indica que una persona debería elegir 1A y 2A, o bien 1B y 2B. Ello porque la teoría de la racionalidad dice que hay que descontar aquellas cosas que son iguales entre opciones -y tanto en la opción 1A y 1B hay un 89% de probabilidad de recibir 1 millón, por lo cual eso no cuenta; y tanto en la opción 2A como 2B hay un 89% de probabilidad de recibir nada, y ello no cuenta. Al descontar lo que la teoría dice que hay que descontar, entonces la opción 1A es igual a 2A (11% de probabilidad de recibir 1 millón) y la opción 1B es igual a 2B (recibir 5 millones con probabilidad 10% y nada con probabilidad 1%). Luego, si se elije A en una, se debiera elegir en ambas; si se elije B en una, se debiera elegir en ambas.
Pero, ¿por qué definir la racionalidad de acuerdo a esos principios? Siguiendo con el ejemplo de Allais, él mismo al diseñar esa paradoja lo hizo para mostrar que lo que era problemático era la concepción de racionalidad que estaba detrás de la racionalidad esperada. Allais estimaba que las elecciones de las personas eran perfectamente razonable (elegir 1A y 2B no es, en realidad, irracional). El lector puede pensar que elecciones le parecían razonable antes que se expusiera la descomposición y se planteara ese axioma de la racionalidad que pone la teoría de la utilidad esperada. Aceptar que la racionalidad puede ser algo diferente de lo que ellos pensaban que era, ha resultado difícil de aceptar para la economía. Al final, es la economía la que decide que es lo racional y que es lo irracional.
En otras palabras, la economía del comportamiento (con Thaler) comparte con la economía tradicional la misma concepción de lo qué es racional. Difieren en su visión de la empiria. Ahora bien, esto implica que ambos prefieren mantener la teoría de la racionalidad incólume, y unos niegan que la gente no se comporte así y otros dicen que las personas no se comportan racionalmente y que ello es, más bien, un problema con las personas (a las cuales se les podría llevar a que se comporten racionalmente, como dice la teoría que deben comportarse), pero ello jamás como un problema de la teoría que debiera cambiar la concepción sobre qué es la racionalidad. La razón es lo que los economistas dicen que es, no algo sobre lo cual se investiga.
No es tan ‘revolucionario’ entonces lo de la economía del comportamiento. Peor aún, se basa en la idea -que en realidad es bien peregrina- que son los economistas (u otros que también manejan esa racionalidad) quienes saben lo que es racional, y quienes juzgan al resto. Que la racionalidad sea algo claro sobre la cual no existen debates es erróneo; que existan sus sacerdotes que deciden que es y que no es racional es algo impresentable.