Tres momentos en la teoría social contemporánea.

El título del paper que adjuntamos a esta entrada es algo más complejo que el de esta entrada: Estructura-en-Actor, Estructura-y-Actor y Teorías Relacionales. 3 Momentos de la Teoría Social en las últimas décadas.

El resumen explicará un poco más de que se trata:

En la diáspora teórica tras la caída del funcionalismo se observaron intentos de síntesis teóricas que intentaron resolver la molestia sobre la dicotomía acción y estructura. Es posible entender la evolución teórica como la sucesiva exploración de alternativas para resolver esta antinomia. En un primer momento (Bourdieu y Giddens) se la intenta resolver ubicando la estructura en el actor (y el actor en la estructura). Un segundo momento (Margaret Archer) explora mantener tanto la estructura como la acción como elementos distintos pero relacionados. Un tercer momento es la exploración de una perspectiva relacional en que se enfatizan la noción de red. Aunque no se puede plantear que estos tres momentos se superen entre sí, representan una trayectoria con sentido de la teoría social.

Esto originalmente fue una ponencia enviada y aceptada al I Congreso Latinoamericano de Teoría Social (al cual, por esas cosas de la vida, no pude asistir finalmente). Y entonces para que no se pierda, el link aquí:

Algunas notas sobre la categoría de Juicio y del Enjuiciar

La relación entre lo particular y lo universal (en los términos tradicionales) o al menos entre lo que hay aquí y ahora y lo que va más allá del aquí y ahora toma diversas formas. Y aunque pudiera parecer una preocupación algo lejana de los intereses empíricos de investigación sucede que de las formas en que pensamos esa relación afectan como pensamos de la vida social.

A ese respecto es relevante recuperar la diferencia entre juicio determinante y reflexionante de Kant en la Crítica del Juicio:

Si está dado lo universal  (la regla, el principio, la ley) entonces el discernimiento, que subsume lo particular bajo lo universal […] es determinante. Si sólo está dado lo particular, para lo cual el discernimiento debe buscar lo universal, entonces el discernimiento es tan sólo reflexionante (Crítica del Juicio, Introducción, IV)

Entonces, juicio determinante es la simple subsunción de lo particular en lo universal (‘este es un caso de X’). El juicio reflexionante opera cuando sólo se tiene lo particular y de él hay que emitir un juicio, pero lo relevante aquí es que al hacer eso no puede usar regla alguna (Kant Crítica del Juicio, Parte I, Sección I, Libro 2, § 34-35). El juicio reflexionante no es mera búsqueda del principio que no era evidente (o sea, alcanza a emitir un juicio cuando ha pasado a la situación del determinante), es que debe generar un juicio, que tenga alguna validez más allá de quien lo emite, sin usar reglas.

Esta distinción no deja de ser relevante para comprender la vida social porque de hecho las formas en que pensamos las reglas sociales pueden ser interrogadas a la luz de esa distinción. Cuando, como era tradición en el funcionalismo y suele seguir siendo parte de nuestro sentido común, entendemos una acción como ejecutando una norma general estamos diciendo que, efectivamente, la acción social sigue el parámetro del juicio determinante. De hecho, muchas veces cuando nos damos cuenta que la acción social no puede entenderse bajo la lógica de subsunción a una regla, procedemos a eliminar la idea misma de regla (obviando la posibilidad misma del juicio reflexionante). De hecho, diversas teorías sociológicas finalmente piensan las prácticas sociales bajo una lupa que es equivalente al juicio reflexionante.

Así en el primer Parsons de la La Estructura de la Acción Social ello es la raíz de su visión de tener una visión voluntarista, porque no reduce la acción a aplicar una norma)

Finally, there is an element which does not fall within any of these three structural groups as such but serves rather to bind them together. It is that which has been encountered at various points and called ‘effort’. This is a name for the relating factor between the normative and the conditional elements of action. It is neccessitated bu the fact that norms do not realize themselves aumatically but only through action, so far as they are realized at all (Parte IV, Cap XVIII, pag 719).

Y en casl de Bourdieu, para hablar de las antípodas teóricas, la idea de habitus es precisamente desarrollada para explicar una conducta con resultados ‘reglados’, regulares pero que no se atiene a regla alguna.

Más aún, esta misma capacidad de aplicar a lo particular algo que tenga validez más allá de quién lo emite, y que se lo hace sin poder usar reglas mecánicas (y luego requiere algo tan personal como el ‘buen juicio’) aplica a teorías jurídicas más modernas (como el  juez Hércules ideal de Dworkin en Los Derechos en Serio por ejemplo).

Por cierto en ciencias sociales somos reacios a pensar, como lo hacía Kant, en términos de particular/universal, pero sigue siendo relevante la situación de poder mostrar que nuestro juicio tenía sentido (o sea, la categoría de buen juicio sigue existiendo) y, por lo tanto, de mostrar si no lo universal de nuestro juicio, al menos que va más allá de nuestra particular idea. Y esto por el hecho inherentemente social que somos enjuiciados por otros en nuestros actos y juicios, y enjuiciamos a otros (como entre nosotros Giannini ha enfatizado). Y esto exige que ese juicio sea visto más allá del individuo que lo emite.

En cualquier caso, es una modalidad difícil de pensar -y de hecho resulta más común decir lo que no es que poder elicitar en que consiste. No es fácil pensar en ese juicio que no opera con reglas demostrables (con un algoritmo). Y esto dificulta esa evaluación externa. Es una capacidad que depende finalmente de algo que es personal -la capacidad de tener ‘buen juicio’, de poder sopesar diversas evidencias y emitir una decisión que parece razonable, pero que no puede ser predicha con anterioridad. Una parte no menor del aumento de la presencia de las estadísticas en las sociedades modernas se ha basado en la necesidad de superar el ‘juicio experto’ por una regla (como lo analizaba Porter en el ya viejo Trust in Numbers de 1995). La racionalización del derecho de Weber, la necesidad de superar lo que él pensaba como justicia del cadí, también se basa en la idea de reemplazar la necesidad de alguien con buen juicio por reglas -pero en el derecho, finalmente, siempre se requiere ‘buen juicio’ de quienes son los encargados por excelencia de juzgar, el juez.

La dificultad puede ser entendida en términos epistemológicos:  ¿cómo quienes observar al juez pueden establecer que efectivamente su juicio es válido si no hay algoritmo cierto que así lo asegure? No quedaría más que ellos, a su vez, ejecutaran esa capacidad de juicio, pero entonces aparte del posible consenso de los evaluadores (y esto a su vez tras eliminar los juicios de quienes tienen mal juicio) no hay otras posibilidades. El énfasis de Kant en la universalidad nos puede parecer naïve y bastante criticable, pero si bien podemos criticar ese énfasis si parece razonable no perder de vista la necesidad de salir de la apreciación puramente individual.

Poder establecer algo hic et nunc cómo algo con mayor validez que mi estimación individual requiero entonces las capacidades para establecer un sentido común y comunicable. Kant menciona varias condiciones para ello: ‘1) pensar por uno mismo; 2) pensar poniéndose en el lugar de cualquier otro; 3) pensar siempre en concordancia con uno mismo’ (Crítica del Juicio, Parte I, Sección I, Libro 2, § 40). La búsqueda de ese salir de uno mismo (la condición 2 de Kant) puede no requerir la universalidad (‘cualquier otro’) pero si requiere la comunidad (‘algún otro’).

Nuestras modalidades de pensamiento se representan con mayor facilidad la idea del juicio determinante: la aplicación de una regla al caso. La idea del juicio reflexionante, poder establecer una decisión sobre un caso particular sin subsumirlo en una regla es más compleja, pero al final parece ser una capacidad irrebasable. Incluso las ciencias (donde subsumir como mero caso particular a la ley general sería la forma tradicional) al final requieren del uso de este tipo de discernimiento, que no puede reducirse a reglas pero no por ello deja de ser menos ‘razonable’ o sensato. Pero ello requiere, al final, una razón pública. Eso no produce garantía ni certeza alguna, pero es lo que seres particulares como somos pueden aspirar.

La Construcción Social de la Investigación Cuantitativa

Lo que originalmente fue un conjunto de entradas, luego una ponencia en el Congreso se transformó en un artículo que publicó la revista Fronteras de la UFRO. El link aquí. (Además se suma a la sección de escritos como corresponde).

Y aprovechemos de colocar aquí el resumen:

La investigación social es siempre un proceso social. Conocer sobre la vida social es una actividad en la cual están insertos todos los actores sociales. ¿Cuáles son procesos sociales en los que emerge y tiene sentido realizar una forma de investigación social, la cuantitativa, que no parece tomar en cuenta estas afirmaciones iniciales? Más bien, para poder entender el estudio cuantitativo de lo social es preciso más bien partir del reconocimiento todos los actores sociales están continuamente interesados en conocer la vida social, y parte de esa búsqueda es una búsqueda de información ‘cuantitativa’.

Si se parte de actores capaces de darle sentido a sus acciones y que requieren información, se puede mostrar que en la vida cotidiana, y desde la perspectiva de esos actores, emergen demandas de información que requieren una aproximación objetual. Esa misma aproximación se refuerza, y requiere ya información cuantitativa, cuando se desarrolla el mundo organizacional.

Luego, efectivamente partiendo de la idea que la vida social es una actividad que requiere de todos los actores buscar información, se puede entender la emergencia y rol del conocimiento objetual y cuantitativo en la vida social. El reconocimiento del carácter significativo y construido de la vida social no minimiza la necesidad y utilidad de la investigación cuantitativa, sino más bien ésta se entiende mejor a partir de ese reconocimiento.

Mayor seriedad. A propósito de las encuestas CADEM-Plaza Pública.

Desde hace un buen tiempo las encuestas de CADEM Plaza Pública se han transformado en parte de la agenda de medios (son publicadas y usadas). Un tracking semanal de opinión pública tiene su utilidad bien se puede pensar.

Ahora bien, en la sección de metodología -que hay que reconocer CADEM pone al inicio de sus informes, así que nadie puede reclamar que no le dijeron al menos- se dice lo siguiente sobre la muestra (luego de decirnos que usan dos técnicas para producir la información)

Para las entrevistas a través de teléfono fijo el muestreo fue probabilístico, a partir de BBDD con cobertura nacional, propias de CADEM, y dentro del hogar, la selección de los sujetos se hizo por cuotas de sexo, edad y NSE (Alto C1-C2; Medio C3; Bajo D/E).

Para las entrevistas cara a cara en punto fijo con tablet se pre-definieron cuotas para comunas específicas en la Región Metropolitana, Valparaíso y Biobío, además de sexo, edad y GSE (ABC1 y D/E) como complemento al muestreo del teléfono fijo.

Y sobre el tamaño de la muestra:

711 casos. 508 entrevistas fueron aplicadas telefónicamente y 203 entrevistas cara a cara en puntos de afluencia. Margen de error de +/- 3,7 puntos porcentuales al 95% de confianza.

A decir verdad, no funciona. Tiene sentido complementar teléfono fijo (dado el hecho que su cobertura no sólo es baja sino que disminuye, y además no sólo está sesgada por GSE sino además por edad, los hogares más jóvenes tienden a tener menos teléfono fijo). Pero las entrevistas en punto fijo no son un método que permita controlar sesgo alguno, por la simple y sencilla razón que es una técnica que no tiene ningún tipo de control. Siquiera atreverse a poner un margen de error en esas circunstancias es algo inválido.

Se puede plantear que hay excusas: No es posible suponer que un tracking semanal tenga los estándares de otros estudios, que la información que entrega no es tan descabellada. Y si uno está con ánimo magnánimo, incluso podría llegar a escucharlas. Pero sigue siendo cierto que son estudios que no cumplen estándar alguno. Sigue siendo cierto, además, que los estudios de encuestas se usan por las cifras exactas que entregan: No necesitamos un estudio para saber, por ejemplo, que la popularidad del gobierno ha caído; lo que no sabemos, y sería interesante saber, es cuanto -precisamente la razón por la cual se hacen encuestas. Pero el número es lo que no podemos usar de las encuestas CADEM Plaza Pública.

En otras palabras, necesitamos exigir y hacer las cosas con una mínima seriedad.

El pensamiento latinoamericano y el mundo como producción

Una tendencia, no la única y probablemente no la más común, pero sí permanente, del pensamiento social en América Latina (y en Chile en particular) es el énfasis en procesos dinámicos de producción y creación. Entender el mundo no como algo dado, sino como algo construido. No es tampoco, por cierto, una tendencia exclusiva del pensamiento en América Latina, y es fácil encontrar casos en diversas tradiciones. Pero parece ser una tendencia algo distintiva. En todo caso, ahora procederemos a intentar defender la idea mostrando algunos ejemplos.

La tendencia que mencionamos aplica no sólo al pensamiento social, sino también a la epistemología. Jorge Millas en un libro que bien podríamos aplicar el calificativo de clásico, Idea de la Filosofía, concluye su discusión sobre la verdad bajo la idea que la función del conocimiento es integrar la experiencia, entendido esto como una integración en el tiempo, con la tarea esencial entonces la de integrar el nuevo conocimiento. Roberto Torreti, en su Manuel Kant, también enfatiza el carácter integrativo de la experiencia que tiene el conocimiento. En ambos casos, y por ello lo mencionamos acá, en esa integración los autores enfatizan la actividad, el carácter del proceso de esa integración. En otras palabras, que es algo a hacer, no algo que está ya dado.

Pensando más directamente en sociología, esto se traduce en la idea que la sociedad es algo creado por los seres humanos, que es un proceso histórico y que, ante todo, no está constituida por leyes naturales, que no pueden ser modificadas por los seres humanos y por su voluntad. Toda la obra de Norbert Lechner se puede sintetizar en el esfuerzo de defender y fundamentar las afirmaciones anteriores. La obra de Enrique Dussel en la Ética de la Liberación puede analizarse como una fundamentación para la práctica de dicha visión -de lo que implica éticamente el hecho que el mundo no está dado y cerrado. Lo mismo ocurre con otros autores como Osorio en Fundamentos del Análisis Social.

Por cierto, todos los autores anteriores están en la órbita -más o menos lejana, más o menos heterodoxa- del pensamiento marxista, en la cual las anteriores afirmaciones son comunes. Sin embargo, incluso en relación a esa tradición se puede observar que estos autores enfatizan el carácter de actividad de la producción del orden. Dentro de las amplias modalidades que el pensamiento marxista ha tomado en el curso de una historia de cerca de 150 años, el énfasis en la producción de la vida social no deja de ser un elemento algo distintivo. Quizás esa distinción se pueda comprender mejor si cambiamos un poco la formulación: es el énfasis en el carácter auto-productivo de la vida social -y en ese sentido, por ejemplo, Dussel analiza las ideas de Paulo Freire. Debido a ello, entonces no se puede reducir ni entender dicho proceso de creación a uno determinado por leyes históricas (Mangabeira Unger también ha planteado lo mismo). No es un proceso que tenga un final. Dussel enfatiza que todo sistema produce víctimas, y que por la tanto la crítica ética que intenta superar un sistema establecido que las produce no se realiza bajo la idea de una conciliación general que producirá una totalidad que no tendrá víctimas. El proceso es abierto, y la producción del mundo no tiene una teleología pre-establecida.

Es el propio proceso de producción, sí se quiere, el que establece sus reglas de producción -ellas no están dadas de forma previa; ni está pre-determinada su dirección. En ese sentido, la tendencia que estamos analizando es una que radicaliza las ideas de construcción del mundo.

Las dinámicas de generación de la desigualdad

De acuerdo a Piketty la dinámica esencial a partir de la cual se genera desigualdad que produce el capital es la desigualdad  r>g (el retorno al capital es mayor al crecimiento). Si esta desigualdad se mantiene, entonces quienes tienen capital tienen mayores oportunidades de hacer crecer su patrimonio y sus ingresos de quienes no lo tienen:

Por ejemplo, si g=1% y r=5%, basta con ahorrar una quinta parte de los ingresos del capital  -y consumir las otras cuatro quinta partes- para que un capital heredado de la generación anterior crezca al mismo ritmo que el conjunto de la economía. Si se ahorra más, por ejemplo, porque el capital es lo bastante considerable para generar un tren de vida aceptable consumiendo un fracción menor de las rentas anuales, el patrimonio se incrementará más rápido que el promedio de la economía, y las desigualdades patrimoniales tenderán a ampliarse, todo ello sin que sea necesario añadir el más mínimo ingreso del trabajo (El Capital en el Siglo XXI, p 386 )

La diferencia entre r y g para Piketty es un hecho histórico, no una necesidad. Pero representa una regularidad histórica bastante importante, y nos muestra la anomalía de la situación de mediados del siglo XX -que sería la única ocasión en que la tasa de crecimiento habría superado el retorno al capital (p 388-393). Es un hecho que permite, entonces, una concentración incesante de la riqueza.

Aquí aparece un tema no menor: ¿cómo puede ser posible una mecánica que implica una concentración incesante? ¿No debiera detenerse en algún momento? De hecho, históricamente uno puede observar sociedades con una alta concentración de la riqueza pero no con una mecánica de concentración permanente e incesante, y ello no es lo que cabría observar si r>g fuera toda la historia.

¿No debiera ocurrir un equilibrio antes de ello? Piketty de hecho señala que eso puede esperarse en general. Más aún, puede recordarse que las sociedades agrarias, donde la tierra es el patrimonio central, usualmente usaban una forma de primogenitura para mantener la propiedad -la división entre todos los hijos atentaba contra esa concentración. Y en la actualidad efectivamente ello no existe, lo que en principio también debiera evitar un proceso infinito de concentración. Piketty muestra que, de hecho, la eliminación de la primogenitura y mecanismos similares no produjo la igualdad que buscaban los reformistas (p 400-403). Sin embargo, el hecho que no se produzca igualdad no quiere decir que no se produzca una distribución de equilibrio -y por lo tanto que aunque exista una alta concentración ella no necesariamente debe aumentar infinitamente (p 403). También se puede recordar que la idea que las clases patrimoniales tienen altas posibilidades de ahorro no siempre corresponde -es fácil pensar en situaciones de alta competencia al interior de los estratos altos que los lleva a gastos insostenibles: las clases altas de fines de la República Romana estaban altamente endeudadas, incluso con los altísimos ingresos de que disponía una familia senatorial, pero los gastos que implicaba la competencia política del período también lo eran (y es posible mencionar que aunque la sociedad romana siempre tuvo una alta concentración de riqueza, es raro encontrar a las mismas familias). En general, y como también lo señala Piketty en algún momento no todo el capital puede invertirse y luego, no puede obtener la tasa de retorno. Luego, la existencia de r>g no produce una situación de concentración incesante, pero sí produce altas tasas de concentración, que es lo que de hecho corresponde a la situación histórica.

Un tema que Piketty tiende a no destacar, pero que es relevante en torno a los efectos de estas dinámicas, es la diferencia entre concentración de riqueza y estabilidad de quienes la detentan. Buena parte de los efectos y prácticas discutidas en el párrafo anterior no sólo ponen un límite a la concentración (uno que, por cierto, puede ser extremadamente alto) pero son prácticas específicamente diseñadas para evitar la circulación de élites: La primogenitura lo que evita es la dispersión de la propiedad existente de la familia, sin primogenitura la estructura general puede no cambiar pero esa familia es probable que pierda prominencia (reemplazada por otros). Lo mismo en relación a los altos gastos de senadores en la República Romana -son los linajes específicos de familias senatoriales los que no se reproducen, no el hecho de una minoría pequeña que concentra la mayor parte de la riqueza. Esa diferencia puede que no le interese particularmente a Piketty, pero bien podemos suponer que es una dinámica de alto interés para los sujetos.

Las dinámicas de la concentración de la riqueza son mucho más amplias que situaciones puramente estructurales, y por cierto van más allá de algunas pocas relaciones entre variables. Por otra, lo que muestra Piketty es que con unas pocas relaciones simples sí se puede comprender y explicar características centrales de dichas dinámicas. Lo que no es poco para nuestras disciplinas.

El proceso de creación de la historia

Desde hace un buen tiempo tengo la convicción que en Marx se reúnen una serie de intuiciones fundamentales muy correctas -y dichas además con un estilo envidiable- junto a una superestructura teórica que resultó incorrecta. Pero reflexionar sobre las intuiciones siempre tiene su rédito.

Una de las principales está en los primeros párrafos del 18 Brumario (que a decir verdad tiene un inicio inmejorable en general, se podrán decir muchas cosas de Marx menos que no sabía escribir):

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado

El hecho de no elegir las circunstancias, sino crear a partir de las existentes, representa un límite fundamental de la acción y creación social (siguiendo con el tema de los límites que discutíamos en la entrada anterior sobre Kant). Lo cual implica que la creación de la historia nunca puede ser un proceso plenamente consciente ni corresponder a las decisiones explícitas de los seres humanos.

Ello por dos motivos fundamentales. Uno porque no hay forma de eliminar el inherente carácter plural de cualquier agregado social y otro porque tampoco hay forma de eliminar las consecuencias imprevistas de la acción. En tanto siempre hay varios actores, entonces ninguna decisión de actor alguno, o incluso de un actor colectivo, es la única relevante en cualquier sistema social. Por otro lado, en la medida en que hay consecuencias inesperadas, entonces incluso si hay decisiones, no pueden las subsiguientes elegir sus circunstancias -porque ellas son las consecuencias de las pasadas. En cierto sentido, si la sociología tiene algo de sentido es por el énfasis en las consecuencias inesperadas. No es algo que, por cierto, haya sido descubierto por la sociología pero no deja de ser un tema común -enfatizado tanto, por ejemplo, por Weber o Merton.

Luego, que los seres humanos creen su historia no implica ni requiere que lo hagan conscientemente. Hay varios textos -muchos de ellos de tradición marxista, lo que no deja de ser algo curioso al final- que plantean que sin decisiones conscientes en realidad no se cambia la historia; pero el caso es que efectivamente ello se hace de manera continua y sin necesidad de quererlo.

Por decirlo de alguna forma, cualquier elemento social -digamos el capitalismo para usar el ejemplo más relevante para la tradición que discutimos- es una formación y creación histórica: Sus formas básicas no han estado siempre, y no lo estarán siempre. Pero del mismo modo que nadie decidió crear el capitalismo, esas formaciones fueron creadas a lo largo del proceso histórico; lo mismo ocurrirá en relación a cualquier formación que lo reemplace: El conjunto de las acciones e interacciones, con el entramada de relaciones y de consecuencias que provocan, irán produciendo algo nuevo, aun cuando nadie lo quiera.

Lo cual nos dice que, en última instancia, la frase también es cierta en el sentido inverso (hacia el futuro): Los hombres crean la historia, pero la historia que producen no es algo que hayan elegido ni por su libre arbitrio.

 

Del Poder al Intercambio. De las variaciones de la Razón Instrumental

En 1651 Hobbes publicaba lo siguiente:

So that in the first place, I put for a generall inclination of all mankind, a perpetuall and restlesse desire of Power after power, that ceaseth onely in Death. And the cause of this, is not alwayes that a man hopes for a more intensive delight, than he has already attained to; or that he cannot be content with a moderate power; but because he cannot assure the power or mean to live well, which he hath present, without the acquisition of more’ (Leviathan, Capítulo XI)

En 1776 Smith publicaba lo siguiente:

But the principle that prompts to save, is the desire of bettering our condition, a desire which though generally calm and dispassionate, comes with us from the womb, and never leaves us till we go into the grave. In the whole interval which separates those two moments, there is scare perhaps a single instant in which any man is so perfectly and completely satisfied with his situation, as to be without any wish of alteration or improvement of any kind. An augmentation of fortune is the means by which the greater part of men propose and wish to better their condition (The Wealth of Nations, Libro II, Capítulo III)

En ambos casos tenemos una visión racionalista instrumental de la acción humana que difiere en el motivo básico que impulsa a las personas: La búsqueda de poder o la búsqueda de riqueza. Pero el modo de razonamiento -e incluso su retórica, en ambos la imagen de una actividad incesante hasta la muerte- es similar. De hecho, esto también ocurre en otros puntos -como el caso de la comparación entre los seres humanos y los animales: Smith plantea que la propensión al comercio es específica a los seres humanos; Hobbes plantea que sociedades coercitivas con Estado no existen en animales altamente sociales como los insectos y busca la diferencia en características particulares de los seres humanos etc.

Ahora bien, la consecuencia de usar uno u otro motivo básico no dejan de ser cruciales. En el caso de Hobbes terminamos entonces con la demostración que el único equilibrio social es uno donde se asigna el poder omnímodo al cuerpo político; en Smith con la demostración que entonces los seres humanos naturalmente entran en intercambios mutuamente beneficiosos producidos por el egoísmo muto (‘no es por beneficiencia que esperamos nuestro pan sino de la utilidad del panadero’). Albert Hirschman publicó en 1977 Las Pasiones y los Intereses, en qué mostraba como esa distinción (entre las violentas pasiones y el pacífico interés comercial) había sido usada en la literatura de los siglos XVII-XVIII para defender políticamente el desarrollo del capitalismo: Si logramos que las personas se muevan desde la búsqueda de sus pasiones a los intereses entonces obtendremos una sociedad más estable. La distinción entre el orden político y el económico, que no deja de ser sustantiva para el ordenamiento social contemporáneo (para usar una referencia cualquiera, Osorio, El Estado en el centro de la mundialización, FCE 2014), puede retrotraerse a ese cambio de la pasión por el poder al interés por el beneficio.

Es interesante en esa transición lo que hace invisible: El hecho que desde el punto de vista de un actor instrumental no tiene mayor sentido. El actor puede moverse desde medios políticos a económicos y vicecersa de acuerdo a su propia conveniencia; si es radicalmente instrumental como la teoría nos plantea, ¿por qué reducirse a una sola modalidad de acción? Como lo dice Hobbes (y Smith también de hecho dice, aun cuando con un resguardo) el dinero es una forma de poder -y quienes buscan lo uno u lo otro pueden, entonces, cambiar. El resguardo de Smith no afecta el argumento en todo caso: es que el dinero puede ser poder pero no lo es necesariamente; pero eso no cambia el hecho que un actor instrumental puede moverse de un medio a otro de acuerdo a su propia conveniencia: En la lógica de ese actor, pasar de negociar a usar la fuerza es simplemente cambiar de medios para el mismo fin.

En otras palabras, la separación de las esferas del poder coactivo y el intercambio -que puede ser válida institucionalmente- olvida su inseparabilidad en términos de la lógica del actor instrumental.

Durkheim como el verdadero profeta del siglo XX

A Durkheim le cabe la doble suerte de ser extremadamente influyente, pero, a decir verdad, no ser muy popular. Sus afirmaciones y razones tienden a ser razonables, pero, a decir verdad, no son muy inspiradoras. Comparado con Marx y Weber no parece iluminar el destino de las sociedades. No es trivial a este respecto el que los primeros sean recordados también por la forma en que expresaron sus ideas, las frases de ‘un fantasma recorre Europa’, ‘todo lo sólido se desvanece en el aire’, ‘la jaula de hierro’ son conocidas: Ello implica, uno puede decir, una capacidad para hablar sobre el destino de las sociedades y de los seres humanos que, pareciera, estaría completamente ausente del, en ese sentido, relativamente plano Durkheim. Un clásico sin visiones que comparar a la idea de la revolución en Marx ni al, finalmente, escéptico y pesimista Weber. Quién, frente a los graves problemas de las sociedades modernas de la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX, sólo tenía como solución una idea tan superficial como lo de las asociaciones profesionales o insistir en llamados al consenso moral.

Creo que es relativamente claro que la intención de esta entrada es, precisamente, criticar esa idea. Marx y Weber, además de incontables otras, hablan en varias ocasiones -precisamente en aquellas donde se recogen sus frases más conocidas- con cierto tono de profeta. En el caso de Marx esto es claro: frente a los males del presente, se nos habla de una tierra prometida y de cómo nuestra tarea es llegar a ella. También lo es en el Weber de, por ejemplo, las páginas finales de la Ética Protestante o de la Política como vocación, sólo que en su caso el profeta nos habla más bien del mal presente y de su continuación: Como la moderna sociedad destruye nuestra humanidad (los especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón), y no permite el espacio para individuos que puedan superar los límites que pone la sociedad -para los líderes carismáticos y los grandes hombres creadores. Y frente a ello no ve mayor esperanza.

La perspectiva de Durkheim frente a ello es radicalmente diferente. Uno de sus argumentos centrales, la División del Trabajo Social es un ejemplo claro, es que los problemas de las sociedades modernas no están en su estructura básica: la división del trabajo de su presente era anormal, pero porque no se habían construido las estructuras adecuadas para ella. En otras palabras, los problemas de la modernidad se solucionaban, por decirlo de alguna forma, con más modernidad. Un programa reformista. Y uno que implicaba la intervención de la sociedad sobre ella misma para permitir el mayor despliegue de los individuos.

Lo cual quiere decir, al final, algo relativamente sencillo: El reformismo terminó siendo en el siglo XX el más exitoso de los programas políticos -y no estará de más recordar que buena parte de los que se llaman en la actualidad progresistas no hacen más que mirar nostálgicamente lo que el reformismo logró en el siglo pasado. La afirmación anterior es histórica y es empírica: No estamos diciendo que en general los programas reformistas sean más exitosos que otros programas, lo que manifiestamente no tiene sentido: No sería difícil buscar situaciones en las cuales un programa revolucionario o incluso uno conservador resultaran más adecuados.

Pero para el caso específico del siglo XX no parece ser una afirmación demasiado difícil de defender. Hubo muchos  intentos de hacer revoluciones marxistas, pero difícilmente se podría plantear que fueron exitosos en sus propios términos (i.e instaurar la utopía comunista); en el caso de Weber si pasamos del escepticismo nos encontramos con que una de sus principales recomendaciones políticas exitosas fue la de incorporar un artículo en la Constitución de Weimar que fue usado posteriormente por los nazis para llegar al poder -y eso definitivamente no cuenta como un éxito de su perspicacia política. Pero los programas reformistas que, sin cambiar las lógicas básicas de las sociedades, procedieron a aumentar las intervenciones (en otras palabras, a corregir las modalidades anormales como las veía Durkheim) efectivamente fueron comunes y, en general, lograron parte de sus objetivos.

Luego, y como de todos los clásicos el único que tiene esa orientación es Durkheim, se puede plantear que teniendo la voz menos profética de todos los clásicos, fue el que mejor se relacionó con las dinámicas básicas del siglo pasado.

 

Las funciones del criterio de racionalidad en la investigación social

El criterio de racionalidad, la diferencia entre la acción racional y la irracional, es parte importante de varias tradiciones teóricas. Habermas, que abre La Teoría de la Acción Comunicativa como una teoría de la racionalidad. Más recientemente, y en otra tradición muy distinta, discutiendo sobre la recepción de diversas ideas que flexibilizan los requerimientos de las teorías del actor racional Gianluca Manzo menciona que:

As remarked by Abell, the understanding of preferences and actions in terms of reasons implies that the distinction between rationality and irrationality is blurred. As a consequence, a priori, without any restriction on the kind of reasons that actors can mobilize, prediction is difficult (Manzo, Data, generative models and mechanisms, Cap 1 en Analytical Sociology, Wiley, 2014, p 25)

¿Por qué ciencias empíricas debieran darle importancia a esa diferencia? En el caso de Habermas, y similares, que se ubica en la frontera entra filosofía y ciencias sociales, se puede plantear que la racionalidad ocupa otros papeles y que la importancia de la racionalidad es menos discutible. Pero para un análisis empírico de la realidad, ¿cuál es la relevancia de la categoría como tal?

El texto de Manzo nos presenta un argumento: Que sólo el criterio de racionalidad nos permite predicción. Sin embargo, el argumento parece más bien débil: Hay múltiples teorías individuales del actor que han hecho predicciones sin usar ideas de racionalidad; y bien sabemos que la teoría del actor racional no presenta necesariamente predicciones claras (como la amplia familia de soluciones en teoría de los juegos atestigua, cada una de ellas una forma distinta y presuntamente racional de limitar el número de soluciones aceptables). Con lo cual volvemos a la pregunta inicial: ¿Por qué debiera ser relevante la racionalidad?)

Una perspectiva en torno al tema es la de insistir que todas las acciones son racionales. Gary Becker, para dar un ejemplo, dedicó toda su carrera a ello: a mostrar que cualquier conducta que a primera vista parecía irracional podía mostrarse como racional. En cierto sentido, es un procedimiento algo vacío: No hay conducta para la cual no pueda inventar un modelo bajo el cual sea racional. Sin embargo, tiene utilidad, si se quiere, en un sentido heurístico: como un principio bajo el cual buscar explicaciones (así es como trata la idea de la acción racional Granovetter en su célebre Economic Action and Social Structure de 1985). En todo caso, no funciona como un principio empírico, no es una hipótesis contrastable ni refutable, sino a lo más una máquina para generar hipótesis que sí podrían ser contrastables.

Frente a ello, lo otro es insistir en que la diferencia entre acción racional y acción irracional es una diferencia empírica: Que corresponden a diferentes tipos de acciones. Es un procedimiento de raigambre clásica si se quiere: Weber y Pareto lo usaron ambos en sus clasificaciones de acción. Pero este camino produce problemas incluso más fundamentales.

Es común en la tradición que enfatiza la idea de la acción racional plantear que una de las ventajas de la explicación racional es que ‘se explica a sí misma’: una vez que alcanzamos una explicación racional no necesitamos nada más para comprenderla (Coleman y Elster han dado argumentos de esa índole). No estará de más recordar a Weber quien en los Conceptos Fundamentales al inicio de Economía y Sociedad nos plantea, en repetidas ocasiones, que la acción racional con arreglo a fines tiene la máxima comprensión. Ahora, si ello es cierto y además la acción racional es sólo un tipo de acción, entonces nos encontramos con que muchas acciones quedan fuera de lo comprensible: Weber dice eso de forma casi explícita al referirse a la acción tradicional o afectiva; un autor como Elster tiene que reconocer que existen normas y valores pero no tiene forma de explicarlos o comprenderlos (en The Cement of Society de 1990 por ejemplo ello es muy claro). Si recordamos que la alternativa de pensar que todas las acciones son racionales tiene la virtud de escapar lo anterior al precio de la imposibilidad de la prueba empírica.

En cualquier caso el principal problema de quienes piensan que es una diferencia empírica es más bien otro: ¿Cómo podemos diferenciar una acción racional de una irracional? Ello requiere, indefectiblemente, un criterio externo a los actores: El investigador conoce lo que es racional y a partir de ello puede medir la diferencia de la acción real (lo que Popper llamaba el método cero). En algunas ocasiones lo anterior puede tener sentido. Por ejemplo, en las investigaciones de sicología cognitiva, donde el investigador conoce la respuesta correcta (porque conoce efectivamente todos los datos de la situación que le presenta al investigado) puede, en principio usarse.

Ahora bien, el criterio externo no es algo universalizable. En buena parte de las situaciones -específicamente, en todas aquellas situaciones que no son de laboratorio- no conocemos la respuesta racional, por la simple y sencilla razón que no conocemos las reglas del juego. O para decirlo de otra forma, cuáles son las reglas del juego es algo que hay que investigar, es desconocido tanto para investigadores como para investigados. Al fin y al cabo, nunca hay que olvidar que los investigadores no son más que simplemente un tipo de actores, que no tienen ningún acceso especial al mundo. La dificultad para en contextos empíricos reales de establecer cuál es la acción racional lo debiera dejar en claro las discusiones entre los mismos investigadores sobre, por ejemplo, criterios de racionalidad. Conocer el mundo no es una actividad trivial. Cualquier revisión de la literatura sobre la racionalidad en torno al conocimiento nos recordará, por cierto, que se puede ser perfectamente racional y tener creencias objetivamente falsas (y lo contrario también es cierto). Lo cual hace que no sólo conocer el mundo no sea trivial, y por tanto determinar que es lo racional no lo sea; sino que incluso sabiendo cómo es el mundo en determinado ámbito con ello tampoco es suficiente para determinar qué es lo racional.

En última instancia, no se puede generalizar ni universalizar una idea que requiere un criterio externo sencillamente porque no tenemos criterio externo genérico. Los investigadores no son una población distinta de los investigados y ello vuelve imposible que ellos tengan un criterio externo establecido para diferenciar entre los investigados que es lo racional y que es lo irracional.

Con lo cual volvemos al punto de partida: Al parecer no hay uso para el criterio de racionalidad, en particular no hay uso para la distinción entre acción racional y acción irracional, en las ciencias sociales empíricas. Podemos usar heurísticamente un criterio universal de acción racional para crear hipótesis de modelos de comportamiento. Y más en general, podemos usar el criterio que las acciones tienen sentido -son ‘razonables’ y comprensibles por otros, aun cuando para entenderlas tengamos que salir de la idea de racionalidad y abandonar el criterio.

Pero la diferencia entre acción racional y acción irracional resulta inusable. Quizás a los investigadores les gusta usarla porque ella permite mantener una diferencia clara entre ellos (que acceden y determinan qué es la racionalidad) y los investigadores (que para que sus acciones sean racionales deben superar las pruebas que los investigadores ponen).