De las expectativas. La revolución francesa y el ejemplo de EE.UU

En On Revolution Arendt insiste en varios momentos en cómo hemos olvidado (ahora quizás menos que en décadas recientes, sigue siendo común en todo caso) que para los contemporáneos la independencia de Estados Unidos fue una revolución; y que la revolución moderna nace ahí, que Francia no es la primera revolución. Es fácil para nosotros disminuir el impacto de lo sucedido en Estados Unidos (‘fue sólo una revuelta de independencia’, ‘había otras repúblicas’, ‘fue sólo un asunto político’) y -más allá de las correcciones de dichas reflexiones- vale la pena destacar lo que representó para sus contemporáneos.

Y ello no tan sólo por un asunto de realzar la novedad de los Estados Unidos, sino que la conexión entre ambas revoluciones permite comprender la actitud sobre la revolución en Francia.

Thomas Paine, publicista liberal que defendió tanto la revolución en Estados Unidos (Common Sense) y la revolución francesa (Rights of Man) servirá de ejemplo. Así al final de la primera parte de Rights of Man publicado en 1791 las menciona como parte del mismo proceso revolucionario.

From what we now see, nothing of reform in the political world ought to be held improbable. It is an age of Revolutions, in which every thing may be looked for. The intrigue of Courts, by which the system of war is kept up, may provoke a confederation of Nations to abolish it: and an European Congress, to patronize the progress of free Government, and promote the civilization of Nations with each other, is an event nearer in probability, than once were the revolutions and alliance of France and America

La comparación tiene, eso quiero insistir, sus efectos. La expectativa de Paine sobre una resolución relativamente sencilla de los temas constitucionales en Francia y en general de perspectivas exitosas para la revolución se basan en su experiencia en Estados Unidos. Allí una revolución había cumplido todos sus objetivos y había implantado de manera exitosa lo que para Paine constituía una total novedad (lo que constituía una revolución): un gobierno representativo, único basado en principios racionales y respetuoso de los derechos universales. A eso dedica el capítulo 3 de la segunda parte de Rights of Man, a poner la distinción basal entre los gobiernos hereditarios y representativos y a insistir en la novedad revolucionaria del gobierno representativo -lo que sucedía en Estados Unidos para Paine no tenía parangón alguno. Y, por lo tanto, ¿por qué no debiera funcionar en Francia?

La concepción universalista y ahistórica (ambas cosas no necesariamente van de la mano, pero en ese caso sí) de los revolucionarios facilitaba eso. Los derechos y los principios del gobierno son válidos siempre y en toda situación y el ejemplo de Estados Unidos mostraba que efectivamente eran posibles. Luego, ¿por qué no en todos los lugares?

En ese sentido, la experiencia de Estados Unidos -más allá de nuestra evaluación de su carácter- sí resulta crucial para comprender lo ocurrido en Francia. Al fin, sólo podía ser pensado como ejemplo (no necesariamente como modelo, pero sí como ejemplo que una revolución era posible y relativamente sencilla) sí es que se lo reconocía como una revolución.

Un discurso de Enjolras en Los Miserables: las esperanzas sobre el siglo XX

Uno de los momentos dramáticos de Los Miserables es la lucha en las barricadas (que, recordemos, Hugo decide que no sea ninguna de las revoluciones importantes, no ocurre ni en 1830 o en 1848, es históricamente una revuelta de menor importancia durante el gobierno de Luis Felipe). En una de las pausas de la lucha, antes del combate final, Enjolras, el líder del grupo de Los Amigos del ABC (los amigos de los ‘abajados’, amigos del pueblo) y líder en particular del grupo en la barricada, lanza un discurso. El discurso, claramente, no es el que cabe esperar de un líder revolucionario en ese momento (y se parece más bien al tipo de retórica que Víctor Hugo usa en varios momentos de la novela cuando es él, el narrador, quien relata). Lo que nos interesa aquí, en todo caso, no es el realismo de la enunciación.

El discurso es largo y pasa por varios momentos. Nos detendremos en el momento en que Enjolras habla proféticamente:

¡Ciudadanos! El siglo XIX es grande; pero el siglo XX será dichoso. Entonces no habrá nada que se parezca a la antigua historia; no habrá que temer, como hoy, una conquista, una invasión, una usurpación, una rivalidad de naciones a mano armada, una interrupción de civilización por un casamiento de reyes; no habrá que temer un nacimiento en las tiranías hereditarias, un reparto de pueblos acordado en congresos, una desmembración por hundimiento de dinastía, un combate de dos religiones al encontrarse frente a frente; no habrá ya que temer al hambre, la explotación, la prostitución por miseria, la miseria por falta de trabajo, el cadalso, la cuchilla, las batallas, y todo esos latrocinios del acaso en la selva de los acontecimientos (Quinta Parte, Libro Primero, Cap 5.)

Leyendo ahora (en el primer cuarto del siglo XXI) ese texto (escrito a mediados del siglo XIX) la primera reacción no puede ser más que pensar en lo equivocado de ello. El siglo XX no fue dichoso, y la conquista y la invasión, por decir lo primero que menciona, sí fueron parte de ese siglo. Uno puede continuar con el tema que las esperanzas revolucionarias no sólo se marchitaron sino que ello es en sí desmiente dichas esperanzas: Lo que justificaba las violencias y horrores de las revoluciones era la utopía que producían (si es que uno seguía los razonamientos consecuencialistas al uso en el siglo XIX y que todavía suelen acompañarnos).

Sin embargo, ello no es todo. Karl Popper (a quien nadie podría acusar de ser algo más que moderado) pensaba que, al fin, las mejores vidas posibles de ser vividas eran las actuales -las de finales del siglo XX. Y no es difícil encontrar, en particular entre los que tienen una visión cuantitativa de la vida (ver por ejemplo el sitio Our World in Data) la defensa de la afirmación que ahora es cuando se vive mejor en toda la historia.

Si uno vuelve a la afirmación de Enjolras y se fija menos en las etiquetas temporales y piensa menos en términos tajantes (‘nunca’, ‘no existirá’), entonces lo evidente de su equivocación no es tal. Es efectivo que las usurpaciones son menos comunes en la actualidad o que hay menos tiranías hereditarias, que el hambre acompaña menos el mundo actual y así sucesivamente. Es cierto que ello no acaece del mismo modo en todo el mundo, pero sucede que en general ello ocurre menos. Además, los niveles de prosperidad y de pacificación de los países desarrollados son efectivamente, son claramente superiores a los de cualquier sociedad en toda la historia; y no es cierto que los niveles de miseria y de violencia de los países que más lo sufren en la actualidad sean, a su vez, claramente inferiores a lo que ha ocurrido en otros momentos, el escándalo es que no ha compartido, o poco lo han hecho, de esa prosperidad general.

Más aún, lo anterior es válido incluso para la sección anterior del discurso, cuando Enjolras da toda una visión retórica y amable de cómo la libertad, la igualdad y la fraternidad son todo lo mismo. Lo que nuevamente suena a pura ensoñación de revolucionarios fracasados. Y sin embargo, de varias sociedades (en general en países desarrollados pero no sólo en ellos) se puede decir que, de hecho, son al mismo tiempo más libres y más iguales que lo que eran a mediados del siglo XIX. Máxime cuando Enjolras defiende la igualdad de oportunidades, y defiende que ello se logra a través de la expansión de la educación. Ambas cosas, al fin, efectivamente si no se han logrado, claramente se han avanzado.

Las esperanzas utópicas de los revolucionarios de mediados del siglo XIX, que son las que Hugo recoge y defiende en la novela, en tanto utopía claramente no se concretaron. Las esperanzas de un mundo mejor, habrá que reconocer que, al menos, es defendible que sí se lograron.

The Great Leveler. O de la violencia y la producción de la igualdad

great_levelerThe Great Leveler, Walter Scheidel. Princeton University Press. 2017.

La tesis esencial del libro puede resumirse fácilmente: Toda disminución de la desigualdad de importancia ha sido producto, a lo largo de la historia, de cuatro causas: La guerra de gran escala, la “gran” revolución social, el colapso profundo de las sociedades y las grandes plagas y enfermedades.  Muerte, violencia y caos, o al menos la amenaza de ellos, es básicamente lo que genera la caída de la desigualdad. Y nada más puede tener ese efecto. Sin violencia nos plantea Scheidel no hay forma de tener una disminución relativamente estable, de mediano plazo, de la desigualdad.

La premisa de una caída de la desigualdad es la destrucción masiva. Scheidel usa el ejemplo de Augsburgo tras la guerra de los treinta años para ilustrar la lección general:

Massive violence and human suffering were required to dispossess the rich and reduce the working population to an extent that left the survivors noticeably better off. Different forms of attrition at both the top and the bottom of the social sprectrum converged in compressing the distribution of income and wealth […] what all these cases have in common is that substantial reductions in resource inequaity depended on violent disasters (p 342)

El examen es a gran escala. Si bien los datos son más claros en tiempos más recientes -el siglo XX en particular-, de todas formas (mediante un uso juicioso de fuentes limitadas) pueden darse algunas aproximaciones generales al largo plazo sobre la evolución de la desigualdad.

Primero, la civilización y la desigualdad van de la mano. Desde que abandonamos la vida en pequeños grupos, desde que nos asentamos y la posibilidad de acumular se presentó, la desigualdad ha sido parte de la vida social. Desde que fue posible heredar el capital (cualquiera que este fuera), las dinámicas propias de la vida social generan y permitan la desigualdad, lo que Scheidel llama la ‘gran desigualización’ (pp 33-42). Y esa dinámica, que ya aparece como lo muestra la cita en sociedades que empiezan a complejizarse, se acrecienta con el desarrollo de civilización -en las cuales las técnicas para generar y mantener la desigualdad se acrecientan (de partida, el nacimiento del Estado fue en todas partes la diferencia entre una élite gobernante y una masa gobernada).

A collaborative study of twenty-one small-scale societies at different levels of development -hunter-gatherers, horticulturalists, herders, and farmers- and in different parts of the world identifies two crucial determinants of inequality: ownership rights in land and livestock and the ability to transmit wealth from one generation to the next (p 37)

Segundo, se puede defender que toda situación relativamente estable -desde esta perspectiva, se podría decir, cuando esa herencia de capital es relativamente segura- la desigualdad tiende a aumentar. Scheidel presenta varios gráficos que -de manera muy aproximada- intentan mostrar la evolución a largo plazo de la desigualdad en varias áreas del mundo (Europa en la p 87, América Latina en p 104, Estados Unidos en p 110) y en general estos aumentan progresivamente -hasta que sucede alguna de los disrupciones mencionadas anteriormente.

For thousands of years, civilization did ot lend itself to peaceful equalization. Across a wide range of societies and different levels of development, stability favored economic equality (p 6)

Tercero, el análisis histórico de la desigualdad muestra la importancia de observar con atención los indicadores. Uno de los indicadores más usados para analizar la desigualdad es el Índice de Gini. Ahora bien, sucede que el rango de variación posible de ese Índice cambia de acuerdo a la prosperidad de una sociedad. En este sentido, lo que interesa es la ‘Frontera de Posibilidad de la Desigualdad’ que Scheidel toma de Milanovic y Lindert (p 445), una medida que toma en cuenta el máximo nivel de desigualdad posible bajo un determinado nivel de ingreso. En el límite: Un grupo que vive en la línea de subsistencia no le queda más que ser igual (puesto que cualquier desviación de ello implica que hay personas que quedan bajo esa línea, y luego mueren): No es una sociedad sostenible. Esto implica entonces que sociedades que no sobrepasan demasiado esa línea tienen límites sobre el Gini que es efectivamente accesible más bajos que los que poseen sociedades más ricas (que pueden concentrar más su riqueza sin dejar bajo la línea de subsistencia a grandes segmentos de la población). Así, con relación al Imperio Romano, Scheidel nos dice:

Although the distribution of income below elite levels is even more difficult to assess, a conservative range of assumptions point out to an overall Gini coefficient of income in the low 0,4 for the empire as a whole. This value is much higher that it might seem. Because average GDP amounted to only about twice minimum subsistence levels net of tax and investment, the projected level of Roman income inequality was not far below the maximum that was actually feasible at that level of economic development (p 78)

Cuarto, si bien el hecho que la disrupción masiva y la violencia parecen ser precondiciones para una disminución de la desigualdad, los mecanismos específicos parecen variar de manera importante.

En el caso de plagas y enfermedades es relativamente sencillo: Tras una plaga, los sueldos (o el equivalente, la retribución por el trabajo) aumenta puesto que el recurso humano se ha vuelto mucho más escaso (pp 300-303 para el occidente europeo tras la peste negra, pp 317-320 para México tras la catástrofe demográfica de la conquista). Aunque ello no siempre ocurre, Scheidel muestra que la reacción de las élites en ciertas zonas, como la Europa oriental, evitó el resultado del aumento de salarios por parte de los trabajadores: el uso de la coerción evitó el ajuste de precios por escasez. Pero cuando las enfermedades tienen ese resultado es a través de ese mecanismo

En el caso de derrumbes societales es tanto la destrucción del capital como la desaparición del aparato estatal represivo que permitía la mantención de la desigualdad lo que permite que la desigualdad disminuya:

Whatever disparities and forms of exploitation survived into postcollapse periods were bound to be a far cry from what had been feasible and often typical in highly stratified imperial polities. Moreover, general impoverishment well beyond former elite circles by itself reduced the potential for surplus extraction and lowered the upper ceiling for resource inequality (p 279)

En las guerras masivas el principal efecto no es de hecho la destrucción masiva de capital (aunque sí es relevante) sino la movilización de recursos: Los estados requieren movilizar tal cantidad de recursos de la sociedad que no les queda otra que usar de manera importante los recursos de los estratos más altos y ello disminuye la desigualdad. Esto explica porque no es tan sólo la participación directa en la guerra total la que produce esos efectos, sino también su amenaza y la preparación para ella (el caso de Suecia en la 2GM, como muestra Scheidel pp 159-164, y también la situación de las polis griegas, ver pp 188-199).

En el caso de las revoluciones es más sencillo: ellas se basan directamente en el ataque a las élites, y ellas entonces son las que más pierden en esos casos; y la intensidad de la revolución afecta la intensidad de la disminución de la desigualdad: la revolución francesa, menos violenta que la rusa o la china, generó una disminución de la desigualdad menor: ‘however much it may have scandalized conservative contemporary observers, a revolution that by later standards turned out to be quite restrained in its means and ambitions yielded correspondingly less leveling’ (p 238)

Lo cual nos lleva al siguiente punto: Si son diversos los mecanismos que llevan a que los episodios de violencia generen menor desigualdad, entonces ¿a qué se debe el hecho que sólo esos episodios tengan ese efecto? Como hemos visto, no parecen tener un mecanismo en común. ¿Por qué entonces no hay mayor evidencia de disminuciones pacíficas? Scheidel menciona que América Latina en los últimos decenios podría ser un caso, pero concluye que es muy limitado and muestra ‘none [evidencia] at all for persistent and substantial leveling in the absence of violent shocks’ (p 387). Siguen siendo las disminuciones de desigualdad vía violencia pueden generar caídas abruptas y con cierta duración.

Por otra parte, los datos muestran a su vez que estas caídas de todas formas no son permanentes. Recordando algo que dijimos anteriormente, una sociedad estable tiende a producir desigualdad (dado que tiende a hacer que los efectos de la desigualdad se acumulen, al ser las reglas estables). Lo cual nos muestra porque, a pesar que los mecanismos concretos varíen, la violencia parece ser necesaria: Porque lo que causa la disminución es una disrupción profunda en los mecanismos de funcionamiento de la sociedad (donde las ventajas de la desigualdad no se acumulan ni son tan ventajosas). Y ello es posible sólo, a final de cuentas, en situaciones de violencia.

Con lo anterior pasamos al último punto. Nuestro examen de los mecanismos finalizó con el análisis de revoluciones. Ello no fue casual. Al fin y al cabo, buena parte de los revolucionarios estuvo de acuerdo con que la violencia es necesaria para la disminución de la desigualdad, es por ello que abocaban por la revolución. Scheidel cita a Mao hablando a los líderes del partido en Junio de 1950:

Land reform in a population of over 300 million people is a vicious war… This is the most hideous war between peasants and landlords. It is a battle to the death (p 225)

A nosotros la conclusión nos parece un problema: si sólo a través de la violencia se puede lograr disminuir la desigualdad, lo deseable de ese objetivo queda en entredicho. Pero con otras ideas, como hemos visto, el precio puede parecer digno de ser pagado.

Podríamos dejar la cosa ahí, como una diferencia en valores (por si acaso: hay formas de dirimir diferencias en discusiones valóricas, sólo que no es el tema de esta entrada). Sin embargo, hay algo más profundo en juego. Si es cierto que una sociedad compleja tiende a aumentar su desigualdad cuando hay estabilidad, entonces lo razonable de una disrupción para disminuir dicha desigualdad aparece a su vez disminuida. Grandes costos para ganancias momentáneas no parece ser sustentable ni siquiera para alguien que tuviera una fuerte preferencia por la desigualdad. Es la combinación de la tesis de la necesidad de la violencia con la idea que una sociedad compleja estable tiende a producir desigualdad lo que forma un cerrojo entonces. Esa combinación es la que genera un problema fundamental a todos quienes tienen una alta preferencia por la igualdad.

 

PS. Hemos hecho toda la reseña y comentario sin opinar sobre el valor del libro. Es precisamente porque tengo una opinión muy alta de su valor que he dedicado la reseña a presentar y discutir las ideas del libro en vez de dedicarme a su evaluación.

Marx y las revoluciones

Como Marx ha tenido su bicentenario recientemente, y como los seres humanos somos animales de efemérides, y como todo el mundo ha dado su opinión, no estará de más hacer la propia. Dentro de todas las posibles vertientes que se puede explorar, me centraré en el tema del pensamiento marxista y la revolución -creo que hay cosas interesantes que decir al respecto.

Es además una vertiente que sigue de cerca las preocupaciones del mismo Marx, el que en buena parte es un pensador sobre la revolución (y que las desea). Una parte no menor de los comentarios sobre Marx no dejan de ser algo curiosos, porque lo critican por aspectos que no son privativos de él. Así, pensemos en todas las críticas a la teoría del valor-trabajo. La mitad de ellas olvidan que, de hecho, Marx no creó la teoría, la tomo de la economía clásica de su época: Como buen hegeliano, su postura era que esa teoría reflejaba, quizás de manera distorsionada pero era un reflejo real, las condiciones de la época. Más aún, la elaboración que hace de ella es, en realidad, obtener las conclusiones que se derivan de sus premisas. En otras palabras: Que dadas las premisas de la teoría del valor-trabajo se sigue que hay apropiación de la plusvalía como lo plantea Marx. El argumento que da Marx es, de hecho, bastante bien estructurado y de hecho funciona. Lo hace tan bien que para poder criticar la conclusión de Marx (extracción de la plusvalía) se hace necesario abandonar la premisa (teoría del valor-trabajo), que repito no es invento propio de Marx -que fue, de hecho, lo que hizo la economía neoclásica después. Si tratáramos los argumentos de las ciencias sociales como si fueran argumentos matemáticos, la argumentación de Marx sería observada como parte del proceso que llevó al abandono de la teoría del valor trabajo. Más en general, parte de lo que se le critica actualmente a Marx son cosas que comparte con la teoría económica clásica -tampoco en Smith hay un examen o expectativa de progreso tecnológico permanente.

Donde sí Marx entregó aportes bastante propios es con relación a la idea de revolución. Es relevante recordar aquí que todos los que hicieron revoluciones en el siglo XVIII no tenían ni concepto ni teoría al respecto: Les ocurrió que generaron una revolución política de gran alcance, pero a decir verdad no es ni lo que querían ni lo que esperaban. Eso es relativamente claro en la Revolución Francesa, donde en 1791 lo que se pensaba era en términos de una Constituyente y transformar a la monarquía francesa en algo más similar a la inglesa. Marx sí desarrolló una teoría de la revolución y más importante, estuvo entre las primeras generaciones que buscaron y desearon que ellas ocurrieran.

Y con respecto a las revoluciones nos encontramos con un hecho que creo es central: Ninguna revolución marxista ocurrió de acuerdo a los criterios que el mismo Marx expuso para las revoluciones. Marx declaró que la revolución comunista sólo era posible en el estado y lugar del más avanzado capitalismo: Si la revolución proviene de las contradicciones del capitalismo, se sigue que sólo puede producirse en el momento y lugar donde ellas se agudizan, que debe ser el lugar donde éste es más avanzado. Si la revolución tiene como premisa la abundancia, sólo puede producirse en sociedades que tienen el sistema más poderoso de producción generado en la historia, y ese es -para Marx- el capitalismo. Luego, la revolución sólo es posible (y deseable) en el capitalismo más avanzado.

Como es conocido, ninguna de las revoluciones comunistas ocurrió donde Marx esperaba que ocurrieran. Ellas ocurrieron más bien en países que no eran parte del capitalismo más avanzado, y donde el campesinado tenía tanto o más relevancia que la clase obrera. En los años en que los regímenes nacidos de esas revoluciones seguían en el poder, o intentaban poner en marcha el comunismo, eso se veía como una superación de Marx. Los grandes líderes revolucionarios habían detectado un error y lo habían solucionado en la práctica -la revolución comunista era posible fuera del capitalismo avanzado, y corriendo el tiempo el argumento fue que sólo ahí era posible. Con el correr del tiempo, resulta posible ahora decir que Marx sí tenía un punto: La revolución comunista no era posible fuera del capitalismo avanzado, que el capitalismo avanzado sí era la precondición, que una revolución nacida fuera de esos países podía ser revolución, pero no podía producir el resultado de una sociedad comunista.

Para evitar malentendidos: Esto no es un argumento del tipo ‘no true Scotman’, y en particular tampoco es esa esperanza de ‘si la revolución se hubiera realizado bien…’. Las revoluciones que intentaron lograr el comunismo son las que existieron, hay varios argumentos que revoluciones en los países que Marx esperaba habrían producido resultados similares. En particular, lo último es más válido para el tipo de estrategia (centralizada, de movimiento profesional de revolucionarios etc.) que Marx apuntó en su vida, y que de hecho no sólo fue discutida en su tiempo (que Bakunin haya perdido las discusiones no evita que esas hayan existido) ni tampoco daban cuenta de lo más cercano a una revolución proletaria en país avanzado que él pudo observar (la Comuna de París, que fue bastante más descentralizada y más espontánea que lo que Marx esperaba).

Sólo estoy puntualizando que el argumento negativo de  Marx (sobre donde no debieran producirse revoluciones) si resultó correcto -y que las razones de porqué la revolución requiere el capitalismo avanzado siempre fueron relevantes. Esto al final tiene que ver con un aspecto que es claro en Marx, pero que se desdibuja en sus seguidores: La superioridad histórica del capitalismo sobre todos los otros sistemas históricamente existentes, y que cualquier ‘superación’ del capitalismo ha de basarse en lo que éste ha producido. De alguna forma, por todas sus críticas, Marx es bastante menos negativo sobre el capitalismo que sus seguidores.

Aquí creo que el concepto y esperanza de revolución juega un rol importante. Marx nació en sociedades que habían experimentado lo que una revolución puede hacer, las fuerzas que ella despliegan. No es raro que alguien que quería cambiar la sociedad (que asumía que el capitalismo debía ser superado) buscara entonces ‘aquí y ahora’ desatar esas fuerzas. Y sin embargo, el propio examen de la historia del capitalismo debiera haber generado otra expectativa: las revoluciones que Marx vivió, y tal como él las pensó, fueron producto de largas duraciones. El capitalismo como sistema había emergido de la vida feudal mucho tiempo atrás, y progresivamente se había fortalecido -el proceso que lleva, siglos después de su nacimiento, a que en un contexto determinado se produzca una revolución política pro-burguesía, no fue algo que se pudiera producir en sus inicios. Fue también, como ya indicamos anteriormente, un suceso que sorprendió a quienes participaron en ella. Luego, ¿por qué debiera pensarse que el proceso que llevara del capitalismo a otro sistema debiera ser tan rápido?

Las sociedades modernas son sociedades que en términos estructurales viven en procesos de cambio relativamente rápidos -es esa su característica estable. En cada generación, quienes viven en ella piensan que están viviendo cambios muy fundamentales y que horizontes completamente nuevos se abren en ese momento. Esa experiencia (la que, como Berman recordó y usó en el título de su libro sobre la experiencia moderna, fue tan brillantemente dicha por Marx al decir que ‘todo lo sólido se desvanece en el aire’) hace olvidar que es una experiencia que ya varias generaciones han experimentado (y por cierto, cada generación descubre las continuidades que se habían vivido hasta la generación pasada, que ya pensaba que su experiencia era radicalmente nuevo) Lo cual quiere decir que la experiencia de cambio no es un índice que nos dice que será superado el modo de vida actual, sino que es parte de ese modo de vida y de esa sociedad. Luego, esa experiencia nada dice de la capacidad del capitalismo, como cualquier sistema social en ese nivel de abstracción, de permanecer en el tiempo. Que, como todas las cosas hechas por los seres humanos (e independiente de cómo pensemos ese hacer, deliberado o no, sistemático o no etc.), pueda ser modificado, no implica que esa modificación esté a la vuelta de la esquina.

Si la condición, y ese era una idea fundamental en Marx, de superar el capitalismo es que éste haya alcanzado su cúspide, nada dice que esa cúspide haya sido alcanzada. Si ello sucede, probablemente sólo lo sepamos a posteriori. El pensamiento de Marx es un intento de pensar históricamente, en el largo plazo, el énfasis en la revolución es un énfasis de corto plazo. En esa transición hay miles de fantasmas que despejar.

Dos Revoluciones en 1917 (o de por qué los bolcheviques, incluso desde una perspectiva ‘revolucionaria’ estaban equivocados)

No deja de ser llamativo que en un año en que se conmemoran 100 años de la revolución rusa, la revolución de febrero -que es el inicio de la revolución, el momento que marca la caída del zarismo- no haya sido muy comentada. La discusión será claramente con relación a la revolución de octubre -a la toma del poder por los bolcheviques. Y sin embargo, en el hecho de separar y llamar a esto dos revoluciones ya hay algo de interés.

Comparemos con la revolución francesa, y pensemos en los jacobinos como equivalente a los bolcheviques. La adquisición del poder por los jacobinos es un momento crucial en la evolución de la revolución francesa, pero a nadie se le ha ocurrido ponerlo como una segunda revolución. Y es claro, su poder emerge de los pasos anteriores, y no se basa en un quiebre -hay intervenciones pero, finalmente, es la Asamblea la que convoca la Convención, es al interior de la Convención como van adquiriendo poder, y es la Convención la que determina, por ejemplo, crear el Comité de Salud Pública. Pero la toma de poder de los bolcheviques es una ruptura contra el gobierno existente.

Lo cual nos lleva al primero de los puntos. En realidad, no hay revolución de octubre, hay golpe de octubre. Los bolcheviques se toman el poder no luchando contra el zarismo y la reacción, sino contra el gobierno revolucionario existente. Existe cierta tendencia a ver en los bolcheviques no la culminación de la revolución sino su traición: Que el poder de los soviets es capturado, y en cierto sentido destruido, por el partido. La tradición marxista, defendiendo al partido que era su representante en 1917, por cierto plantea más bien que la verdadera revolución es la de octubre. Que mientras lo de febrero no era más que una ‘revolución burguesa’, una clase que en la Rusia de 1917 no estaba a la altura de su tarea histórica,  por lo tanto era necesaria la revolución proletaria de octubre. Por cierto eso requiere la mistificación de reemplazar la sede del poder proletario desde los Soviets, que era donde ellos se habían organizado, a la vanguardia del partido.

Sin embargo, aquí podemos pasar al segundo punto, que dice relación con el tema básico de hacer la revolución para instaurar el comunismo en octubre. La tradición marxista del siglo XX ha tenido uno de sus puntos comunes en declarar la genialidad de Lenin en superar el dogma marxista clásico, que primero es necesario una revolución burguesa que establezca el capitalismo, y sólo luego puede producirse una revolución proletaria posteriormente -una vez que la burguesía ha producido una sociedad capitalista desarrollada. Pero Lenin habría pensado y ejecutado algo distinto: la posibilidad de saltarse las fases y pasar directamente a construir el comunismo. El hecho que los bolcheviques se tomaran el poder mostraría, entonces, la corrección basal de esa estrategia.

Y sin embargo… El carácter de una revolución, bien se puede decir, no se lo da las opiniones de quienes la llevan, sino sus resultados. Los holandeses estaban luchando por su independencia contra España, pero lo que hicieron fue instaurar la primera república burguesa y capitalista de la historia. Y algo similar se puede decir de la Guerra Civil Inglesa (la revolución francesa, y en general el período revolucionario atlántico de finales del siglo XVIII, es la última, en cierto sentido, de las revoluciones burguesas). Si aplicamos entonces ese baremo al caso de los bolcheviques hay que decir que, al fin y al cabo, lo que instauraron no fue el comunismo. Medido bajo el baremo de avanzar a lo que se quería habrá que decir que el putsch de octubre fue un fracaso total. Fue un éxito total en lo que concierne a tomarse el poder, pero eso es otra cosa.

Más aún, y si se quiere abundar en el asunto, podemos decir que el triunfo del putsch de octubre fue la causa de la derrota de la revolución obrera en países desarrollados. Sabido es que la situación en Alemania al final de la Primera Guerra Mundial era revolucionaria, y que había posibilidades relevantes de una revolución de izquierda (los espartaquistas de Luxemburgo y Liebknecht). Pero dado lo ocurrido en Rusia, entonces la reacción resultó mucho más fuerte, y condenó a la revolución al aislamiento y a la derrota. Y ello no es menor porque, volvamos a la idea inicial, Alemania era un lugar bastante más adecuado para la tarea de hacer una revolución comunista que Rusia.

La idea de Marx no era un simple tema de fases. Era basal: El comunismo sólo podía desarrollarse en situaciones de abundancia. Y luego, entonces requiere el capitalismo de forma previa, porque (y esto es claro en todos los escritos de Marx) el capitalismo es una máquina que produce abundancia. La cornucopia de las mercancías debe ser transformada en algo que libere a la humanidad de la explotación, pero primero hay que tener cornucopia. O sí se quiere, en Marx la idea es que esa cornucopia deje de ser de mercancías, pero no que deje de ser cornucopia. Si se parte de la ausencia, entonces el comunismo resulta imposible.

Y Alemania a principios del siglo XX quizás no era una sociedad de la abundancia (de hecho, seguía siendo más pobre que Inglaterra durante los ’30), pero claramente ya no era una sociedad de la miseria como lo era Rusia. Los soldados soviéticos a finales de la Segunda Guerra Mundial, invadiendo Prusia, o sea un territorio que bajo los estándares alemanes no era de los más ricos, se sorprendían de lo que para ellos era abundancia y lujos de los campesinos alemanes (lo cual, por cierto, aumentaba su ira, al ver que un país rico los invadía a ellos, que claramente sufrían bastante más pobreza). Era además parte del centro de la economía capitalista, o sea de tecnología ‘de punta’, de gran capital humano y cultural etc. En otras palabras, como lugar para el posible experimento resultaba bastante más ventajoso que Rusia, del cual en teoría no se podía esperar ningún resultado positivo, y al final efectivamente eso fue lo que sucedió.

En otras palabras, el asalto al Palacio de Invierno no es más que un golpe que derroca a la revolución existente (y recordemos que sabemos cuál es la organización que se dan a sí las revoluciones obreras, tanto la Comuna de 1871 como len 1917 replican lo de construir consejos locales, o sea cualquier cosa menos ser dirigido por el partido); y la idea en sí de instaurar el comunismo en un país atrasado, pobre y campesino mostró que era tan ilusa como siempre se lo había pensado. En cierto sentido, octubre es la derrota de la revolución.

 

NOTA. Alguien podría retrucar que los bolcheviques sí representaban la voluntad del pueblo y de la clase proletaria y campesina, porque -más allá de cualquier otra cosa- en la Guerra Civil fue claro por quien finalmente tomaron partido. Y sí, pero eso olvida cuales eran las alternativas para ese momento. Dado que todos los ejércitos blancos tenían como objetivo la contra-revolución total, o sea volver al zarismo tanto como se pudiera, y olvidarse de todo lo formado desde febrero en adelante; entonces era claro que para defender la revolución como tal (y defender, por ejemplo, que los campesinos se quedaran con sus tierras, que era la principal demanda del campesinado ruso, que pudieran quedarse con sus tierras y los dejaran en paz) sólo quedaban los bolcheviques. En otras palabras, el apoyo a los bolcheviques en ese momento era porque el bando contrario luchaba contra toda la revolución. No estará de más recordar que, finalmente, los bolcheviques terminaron destruyendo lo que para los campesinos había sido uno de los principales logros de la revolución, quedar en propiedad de sus tierras, pero eso es materia de otra nota.