¿Qué ha pasado con la demanda de orden? II

A principios de mes (que lejano suenan esos días ahora) escribí una pequeña entrada sobre la demanda de orden, y la observación que ella -a pesar de varios sucesos- no había emergido todavía (la entrada aquí)

Creo que resulta de interés volver a la misma pregunta ahora, a finales de Noviembre. Por un lado, uno puede observar que esa demanda ha empezado a emerger, a la luz de incendios y saqueos. Incluso aparece la idea de parar la movilización, y esto ya entre personas que la habían mirado favorablemente. La preocupación por la violencia en la élite es claramente mayor, y en redes sociales (que no son la población pero algo más se acercan) claramente se ha convertido en tema. Esta entrada la había comenzado a escribir durante el 26 y la dejé para revisar esta mañana, cuando me encuentro que el Senado aprobó en general la así llamada ‘ley antiencapuchados’ que es una muestra clara de la llegada de la demanda en la élite; el tema es cómo afecta en general a la población.

Lo que podría haber pasado era simplemente un retardo en dicha demanda, producto de algunas dinámicas de esta movilización (de las cuales expusimos algunas hipótesis en dicha entrada). De hecho, creo que en buena parte es ello -un retardo y una lentitud en la expresión de esa demanda.

Sin embargo, creo que hay diferencias. Si se quiere, en manifestaciones y protestas previas, los manifestantes estaban entre los más interesados en diferenciar entre ellos y los encapuchados, y en remarcar la violencia de éstos contra la manifestación pacífica. Mi impresión es que esa dinámica ha cambiado. En el manifestante la violencia se ha concentrado en la policía (como causante y responsable) y los capucha pasan a ser primera línea reivindicada y apoyada (ver un análisis/ejemplo de ese proceso en esta columna). Más aún, si bien dije manifestante, la opinión mencionada con anterioridad es más extendida, al grupo bastante más grande (y que de acuerdo a encuestas sigue siendo mayoría) que aprueba las manifestaciones. La demanda de orden se cruza con un rechazo a lo que supuestamente eran los garantes de dicho orden, la policía, que pasa a ser los que quiebran dicho orden. Cuando queda la imagen que es la policía la responsable de la violencia se desactiva uno de los mecanismos usuales de la demanda de orden.

Además se puede observar un cierto endurecimiento entre los grupos que apoyan la protesta en relación al tema del orden. Esto se manifiesta en varias señales: (a) En, cada vez que aparece un hecho de desorden callejero -saqueo, incendio etc.-, se menciona que lo que es realmente violento es otra cosa, que el ‘orden normal’ es más violento; (b) en la facilidad con que resulta creíble achacar toda esa violencia a infiltrados y, finalmente, a la misma policía; (c) en última instancia a la idea que es la policía la responsable, puesto que por abandono y dejadez simplemente no protege de saqueos e incendios mientras reprime (o realiza esa protección en algunos sectores; y (d) a la idea, que he escuchado en diversos contextos y de personas con ideas muy variadas, que era necesario ‘quemar el país’ para que se pudiera, siquiera, avanzar hacia una solución (y, que de hecho, nada de ello ha sucedido hasta ahora).

Esos elementos no son suficientes, creo, para cambiar la dinámica como tal, lo que hacen más bien es hacerla más lenta; y generar un grupo más amplio que está inmunizado a la demanda de orden (que tradicionalmente era más bien universal).

Si estas transformaciones quedan como algo permanente producto de estas movilizaciones o quedan restringidas a ellas es algo que todavía no sabemos. Lo que los distintos actores aprendan de este tiempo depende también de cómo perciban y reaccionen a acontecimientos futuros. En cualquier caso, es relevante observar que la relación entre la protesta y el orden ha tenido características propias en estas movilizaciones.

¿Qué ha pasado con la demanda de orden?

Una dinámica muy común en olas de protesta anterior es que cuando aumentaba la violencia de éstas (y enfatizo esa parte, no la imagen de la violencia de la represión sobre manifestaciones, sino sobre la violencia que se genera en ellas) se pasaba a un momento de disminución -las personas se restaban de la movilización y le dejaban de prestar apoyo. Es algo que muchos han estimado que el gobierno estuvo apostando, y es parte del discurso tradicional de los medios: diferenciar manifestante de encapuchado y luego insistir en encapuchados hasta que la movilización deja de funcionar.

Mi impresión es que eso no ha pasado hasta ahora, y han existido varios momentos en que uno pudo pensar (de hecho, yo pensé) que se detendría el movimiento. Situaciones de violencia que, dada la preferencia por el orden que han manifestado los chilenos en diversos estudios (y en diversas acciones), quebrarían la continuidad. Desde los saqueos iniciales del 19/20, hasta el incendio en Santa Rosa etc. En estos momentos que escribo esta entrada si lo que sucedió con carabineras atacadas con Molotov tendrá ese efecto está abierto -habría que ver que sucede en la tarde. Pero sea cual sea lo que pase, y el efecto de ese evento, es un hecho que otros eventos no produjeron esa reacción. Y esa falta de reacción, cuando es sabida la preferencia por el orden, es algo a explicar.

Para intentar explicar partiré de una experiencia contraria a la de la imagen con la que inicié esta entrada (la de la violencia generada por la protesta). Los manifestantes, en general, siempre han operado bajo la creencia contraria: Que es el accionar de Carabineros el que produce violencia y desorden. Son sus acciones las que transforman marchas pacíficas en escenas de violencia y las que le dan el espacio a quienes incendian y rompen. Esa opinión común entre manifestantes en olas anteriores quedaba restringida a ellos, y el sentido común se alejaba.

Eso creo que es una dinámica que cambió de manera relevante. Muchas personas salieron a marchar, y además cada persona que marcha está en comunicación con otros (cara-a-cara con familiares o amigos, en redes con diversos otros, y esta es una sociedad altamente conectada vía redes). Luego, esa experiencia se hizo común. Sumemos a ello que la reacción policial ha sido más violenta que lo usual (recordemos: hay denuncias de tortura, violencia sexual, muchos heridos en el ojo, y varios muertos por acción policial) y lo que tenemos entonces es que la plausibilidad del relato que Carabineros actúa para imponer el orden disminuye, y aumenta la plausibilidad de la idea que Carabineros produce violencia y desorden.

Eso desarticula entonces el mecanismo que generaba las dinámicas de otras movilizaciones.

Súmese a lo anterior que los medios de comunicación, que han sido usualmente los principales proveedores de ese discurso, han dejado de tener credibilidad. Al intentar hacer lo que hacen siempre (diferenciar una marcha pacifica de disturbios y luego centrarse en los disturbios y en sus efectos en la gente normal) se encontraron con rechazo. Más aún, la posibilidad que establecen las redes de circular otra información permite entonces sostener la otra versión. Más aún, una característica de la información que circula por redes es que continúa circulando: una imagen, un vídeo, un texto, un meme siguen estando disponibles y siendo usados. Las redes tienen memoria más larga que los medios. Y esto hace que en este caso concreto, a cada situación es posible ver de nuevo las imágenes de la violencia policial inicial.

Hay un tercer punto que creo que es relevante también. La ola partió con un nivel de violencia no menor (los principales saqueos de retail fueron al inicio de las movilizaciones). Mi impresión es que la falta de legitimidad del régimen quedó de manifiesto en actos muy extensos hacia los cuales las masas que no participaron no expresaron mayor rechazo (digamos, hubo desde tolerancia tácita a aceptación pasiva diría). Eso normalizó la violencia. Por otro lado, y esto es también algo que erosiona las bases del orden, la impresión que sólo la violencia es efectiva. En twitter, por ejemplo, por varios días después de dichos eventos aparecieron varias posteos de personas que declaraban que ‘años de marcha para que no pasara nada y ahora que hay violencia parece que reaccionan’. Hobsbawm en uno de sus ensayos en On History dice que una vez que la barbarie (la tortura) se mostró como eficiente, ella volvió a sociedades que la habían eliminado, porque el éxito fue lo importante. Algo similar parece haber existido aquí.

Todo ello atenta, entonces, en contra de la expresión de ese deseo de orden, o quizás más bien, a que ese deseo se vehiculice como un llamado al retorno a lo normal.

El pueblo chileno, usualmente, ha sido paciente y sufrido. En eso se ha basado esos llamados al orden. Sin embargo, como plantea el dicho inglés, que originalmente es de Dryden, ‘beware the fury of a patient man’

Un rústica divagación sobre la nota “Un recurso inaccesible: el ‘buen sentido’ de los chilenos.”

Por Ignacio Nazif

Al leer por primera vez esa nota noté rápidamente que Juan Ignacio estaba tras dos elementos que permitían, quizás de manera inadvertida reflexionar sobre una crisis política que vive actualmente Chile.

  1. Por una parte, destacaba y describía como un elemento valorado por los partidarios del orden, un elemento social, un ethos, que lo llama “buen sentido”. En dicho ethos se observa tres conceptos superpuestos: prudencia, gradualidad y escepticismo sano. Esto en general permite que los ciudadanos puedan comprometerse en proyectos de largo plazo. (Juan Ignacio describe esto como si aquello fuera una característica que los partidarios del orden perciben de manera positiva en la ciudadanía—pero creo que quizás esto es más profundo porque lo anterior denota también compromisos con ciertas utopías, las cuales necesitan también del largo plazo. Pero lo anterior es una digresión.) Lo importante es el “buen sentido” de compromiso de largo plazo ya que en ello descansa su propia encrucijada, hasta cuando creer, lo que nos lleva a nuestro segundo punto.
  2. Por otra parte, Juan Ignacio observa la falta de credibilidad, aquel momento donde los ciudadanos se dan cuenta de que el largo plazo contiene inevitablemente un elemento que no es falseable y como tal espacio para ser colonizado con promesas y utopías. Esta falta de credibilidad, que yo finalmente interpreto como falta de legitimidad en el sentido weberiano, nos lleva curiosamente a observar parte de la crisis institucional que vive Chile en la actualidad.

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Veamos como esto puede ser descrito en un plano cartesiano a la sociológica. En la figura de arriba se observa que Chile estaría ubicado en la parte baja a la derecha del cuadro. Entendiendo que el ethos es algo característico de la ciudadanía y no necesariamente de la elite que la dirige, se observa el quiebre que estaría desarrollándose en nuestro país. La elite habría estado enviando señales de compromisos de largo plazo, digamos para simplificar, en los últimos años, pero estas promesas pasado el plazo no estarían siendo cumplidas. En este caso habría que ver la distribución del desencanto con respecto a la edad, y ver si los primeros cohortes que están recibiendo pensiones via AFP por ejemplo están más insatisfechos que aquellas cohortes que todavía no son sujetos de esta política. Ejemplos más transversales, es decir, sin considerar la edad, podrían explorarse respecto al uso del transporte público, y como en un plazo de 8 años se puede ver que las soluciones no necesariamente están siendo cumplidas, y comparar este grupo con aquellos que hace uso del automóvil. Finalmente está el grupo etario que corresponde a los que están saliendo de la educación superior y ver su tasa de inserción laboral y como esta puede estar presentando tensiones dado que las expectativas no necesariamente están cumplidas. Lo de la salud puede ser similar pero en este caso más que comparar sistema privado con público, sería mejor comparar sistema privado en el tiempo y ver como también el sentido de largo plazo estaría siendo vulnerado. Efectivamente como señala Juan Ignacio con esta situación el buen sentido ha perdido su valor en referencia a quien lo podía ir administrando, es decir, la elite nacional.

Finalmente Chile en esta encrucijada tiene dos salidas las cuales se podrían observar en el largo plazo, primero que Chile se vaya al cuadrante Mal sentido / Baja Credibilidad, es decir, donde el ethos del bueno sentido se pierda ya que  la doctrina del corto plazo que en la práctica puso en ejecución la elite, termina siendo emulada por la ciudadanía, o bien Buen sentido /Alta Credibilidad, donde la elite en un plazo de un año es capaz de mostrar un compromiso efectivo con demandas que solo puedan tener un efecto inmediato en la ciudadanía, que a mi juicio seria tener un estado de bienestar donde educación, pensión, transporte y salud tenga un apoyo más consistente.

 

Orden y Participación. Acerca del ideario político de la población

Los datos del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015, fundamentalmente la encuesta de Desarrollo Humano pero también los datos cualitativos, permiten aventurar algunas ideas sobre las formas en que los ciudadanos chilenos conceptualizan y evalúan el mundo de la política. A esto se lo puede llamar su ideario político, enfatizando que estamos hablando de concepciones que hablan sobre lo político, sobre las formas en que se deben tomar decisiones y las orientaciones básicas: No son concepciones acerca de qué es lo que debiera hacer el poder político, sino de cómo se conforma.

El punto de partida es una observación conocida: El rechazo fundamental de los ciudadanos a lo que ellos observan suceden en el ámbito de la política formal. Lo relevante es observar desde donde se realiza ese rechazo, y hacia donde lleva. Una de las frases de los estudios cualitativos, que está citada en el Informe, es ilustrativa de una tendencia muy arraigada en los grupos:

Yo soy del partido del sentido común, si algo está malo hay que arreglarlo. (NSE medio bajo)

El núcleo de la crítica a los políticos está en la primera parte de la frase: A los políticos les falta sentido común. Les falta sentido -es un ámbito de falsedad y superficialidad- y les falta comunidad -están separados de los ciudadanos. El núcleo de lo que debiera ser la política está en la segunda parte de la frase: Una concepción de la política como buena administración. Sabiendo cuáles son los problemas (lo que está malo) sólo queda solucionarlos, siendo los criterios de una buena solución compartidos (simplemente hay que arreglarlo). El pluralismo, que de hecho la población parece valorar, es uno de apertura ‘a las buenas ideas’: Como nadie tiene el monopolio de las ideas, bueno es entonces estar disponible a que aparezcan en cualquier parte. Pero todos podemos reconocerlo como buenas ideas (como un’arreglo’ a lo que está mal). Lo que más bien se esconde son los desacuerdos más básicos (que en realidad, no estamos tan de acuerdo en qué es un problema y en qué consiste una solución de él).

A partir de esa idea se puede, entonces, entender algo que aparece con mucha claridad en los datos del Informe de Desarrollo Humano: la combinación de una fuerte preferencia por el orden y por la participación. Se desea la participación del pueblo porque no se puede dejar el país en manos de los políticos (conste que esto implica, al menos por ahora, un rechazo implícito a la solución histórica de un ‘hombre fuerte’ que solucione los problemas); y ello sería ordenado porque lo que el pueblo desearía y  tiene en común es simplemente una buena administración. Por decirlo de otra forma, es a través del pueblo que se puede construir en orden, dado que la política formal hasta ahora sólo habría creado desorden y problemas.

Para mostrar la fuerza de esta combinación de preferencias se mostrará los resultados de un análisis realizado sobre la encuesta. Se construyó una escala de preferencia por el orden y un índice de preferencias por decisiones horizontales.

En relación al primero, este fue resultado del promedio de tres sub-escalas:

  1. La relación con el autoritarismo y la tradición (p54a, P54c, P54d en la encuesta; agregar los otros ítemes de la P54 no producían escalas confiables). Los valores bajos de la escala indican desacuerdo con afirmaciones pro-autoridad y pro-tradición, mientras que los valores altos indican acuerdo con tales afirmaciones.
  2. La relación con las manifestaciones (Preguntas 52a, 52b, 52c, 52d, 52e, 52f, 52g, 52h, 52i, 52j, 52k, 52l). Las preguntas originales van de 1 a 10 y se las modificó de forma que “0” indique máxima justificación de manifestación y “1” indica mínima justificación de la manifestación
  3. La relación con las autoridades legítimamente establecidas (P110,P114,P115). Los valores bajos de la escala plantean una escasa disposición a obedecer decisiones emanadas de autoridades, en los casos de discrepancia con tales decisiones. Por el contrario, los valores altos evidencian una alta disposición a cumplir con ellas.

Como todas las sub-escalas van de 0 a 1, la escala de orden también oscila entre 0 y 1, donde “0” indica una baja disposición al orden y “1” una alta disposición al orden.

En cuanto a los procesos de toma de decisión, se construyó un índice que promedia la justificación de decisiones por asamblea y plebiscito (P68a y P68c), al que se le restó la preferencia por las decisiones de gobierno (p68d). Así, el índice mide la diferencia de la preferencia por decisiones horizontales de la preferencia con decisiones jerárquicas. En otras palabras, alguien que tuviera una alta preferencia por decisión horizontal y por decisión jerárquica (y esos casos existen) aparecería con un valor más bien bajo en este índice. Esto se debe a que la preferencia simple por decisiones horizontales es muy alta, y para tener un criterio más fuerte es razonable decir que quienes realmente les gustan esas decisiones lo hacen claramente por sobre otras formas. Estos resultados fueron transformados para situar los valores de la escala entre -1 y 1, donde -1 indica la mínima disposición a las decisiones horizontales y 1 la máxima disposición a las decisiones horizontales.

Los resultados del ejercicio se pueden mostrar en el siguiente gráfico:

Escala Preferencia Orden e Índice de Preferencia Decisiones Horizontales

orden_horizontalidad

Los resultados son claros: La mayoría de la población se ubica en el cuadrante de alta preferencia por el orden y alta preferencia por decisiones horizontales (un 63% de la población) y quienes se encuentra fuera de dicho cuadrante tienden a estar más bien cerca de él. Un 24% de la población tiene una preferencia menor por decisiones horizontales y alta preferencia por el orden; un 8% tiene una alta preferencia por las decisiones horizontales y baja por el orden. Finalmente sólo un 5% se ubica en la antípoda de la posición mayoritaria: personas con baja preferencia por el orden y por las decisiones horizontales. Además se puede recordar que por la forma de construcción del índice, hay personas con alta preferencia por decisiones horizontales que pueden haber quedado fuera del 63% (porque su diferencia con su preferencia por decisión jerárquica era baja), por lo cual este es más bien una estimación mínima de esa preferencia.

Así, pues, los resultados cualitativos y cuantitativos son coherentes entre sí y nos permiten dar cuenta de un ideario básico sobre el orden político en la población. Si se quiere, en cierta forma una utopía: La utopía que la ciudadanía toda decide en orden los temas públicos. En cierto sentido, es casi una herencia histórica de la influencia del positivismo en América Latina (orden y progreso como todavía plantea la bandera brasileña).

Estas preferencias para los chilenos y chilenas no son solamente compatibles sino hasta que se necesitan entre sí. Ahora bien, ¿es posible realizar esas preferencias al mismo tiempo? En particular, en el mundo político formal muchas veces se las piensan como opuestas -y es fácil pensar en políticos del orden y en políticos de la participación, y difícil pensar en políticos de ambas cosas. Sin embargo, la búsqueda de opciones que den cuenta de ambos deseos puede ser clave para comprender las decisiones y elecciones de los ciudadanos en el tiempo presente.

Un recurso inaccesible. El ‘buen sentido’ de los chilenos

Desde la perspectiva de un partidario del orden hay diversos elementos en la cultura política de la población chilena que muestra el Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015 que debieran ser positivos. No sólo es un tema de valoración general del orden y preferencias por formas lo más pacíficas y ordenadas de realizar transformaciones. Tiene múltiples otras señales, entre las que se cuentan:

  1. Una perspectiva que frente a cualquier propuesta asume que ella tiene costos, y que por lo tanto requiere examen detallado. Plantear que un cambio no tendrá inconvenientes no resulta muy creíble -eso no implica que por ello no haya que realizar transformaciones, pero ellos requieren precaución. Al fin y al cabo, no hay soluciones totales.
  2. Una creencia que, en general, las transformaciones que se pueden esperar son de largo plazo (en el Informe se recogen incluso declaraciones que trasladan el largo plazo de los hijos a los nietos). Es por ello que se puede entender al mismo tiempo una demanda por cambios profundos, una demanda por cambios que deben esperar y al mismo tiempo una fuerte proporción que quiere cambios graduales: Lo que se desea es que se inicie el proceso, pero no se espera solución inmediata.
  3. Las anteriores disposiciones sumado al escepticismo frente a quienes intentan ponerse como líderes resulta también un elemento que frenaría los que ese mismo partidario denominaría peligro del populismo.

El sentido común de la población, podría decir el partidario, es un ‘buen sentido’: personas razonables que saben que las cosas son complejas y que no se puede esperar la utopía en la tierra. Este sería, entonces, un recurso a aprovechar.

 

Sin embargo, esas disposiciones resultan inaccesibles para el partidario del orden. Porque entre esa tierra prometida y la situación actual se yergue una barrera: la falta de credibilidad. Una cosa es que, en general, las personas asumen que las cosas no se arreglan en un sólo momento y otra cosa que te crea a tí esa afirmación: La sospecha que te estas aprovechando de mi carácter razonable para venderme como imposible lo que es posible o como necesitando más tiempo del que efectivamente requiere. Bastantes veces se me ha engañado, diría la voz ciudadana y el Informe muestra una alta proporción de la población que estima que no se cumplen las promesas de los gobiernos, y luego no confío en lo que dices.

Sin una base de confianza, sin la expectativa que ese hablante que declara razonabilidad no está más bien defendiendo sus propios intereses y no los de la ciudadanía en general, resulta imposible aprovechar -para este partidario del orden- el ‘buen sentido’ algo conservador del chileno.

Sus propias acciones, si se quiere, han hecho que no pueda aprovechar lo que más le interesaría. Ahora bien, si ello es correcto, tendríamos otro ejemplo más de consecuencias inesperadas de la acción -que es, después de todo, la base de todo buen análisis social.