La continuidad de las protestas, ya sea como constatación o como preocupación, ha sido un tema de la discusión de los últimos días. A este respecto avanzaremos dos hipótesis sobre aspectos diferentes de lo que implica esa idea de ‘normalidad’.
La protesta frente a la inevitabilidad de la vuelta de la vida cotidiana.
La primera se basa en una aseveración de base: Si se entiende la protesta como sólo una disrupción de la vida cotidiana, como algo incompatible con que la cotidianeidad opere, entonces la continuidad de una serie de protestas se vuelve imposible: la vida cotidiana siempre vuelve, y ella resulta resulta ineludible (en un sentido aplastante).
No nos queda otra que vivir, que resolver los problemas continuos de la vida, y la forma en que lo hacemos es a través de las rutinas de la vida cotidiana (o sea, como algo que se hace ‘de suyo’, sin pensarlo de otro modo). Es la forma que tenemos los seres humanos de vivir. En términos más concretos: hay que conseguirse cosas (desde pan hasta pañales), hay que mantener relaciones (y eso implica reunirse en plan cotidiano con los amigos y familias) y así con todas las cosas.
La fuerza de la rutinización es tan alta que incluso la continuidad de las protestas puede, en muchos casos (aunque no en todos) incorporarse en la rutinas. La práctica de ‘se trabaja o se hacen los trámites y compras en la mañana y en la tarde se protesta o se huye de ésta’ es algo que apareció con relativa rapidez en estas semanas. Yo ya sé que tengo que ir a buscar la micro para devolverme a mi casa en cierto lugar (porque ahí es donde se dan la vuelta). Ya no estamos ante la disrupción total del sábado 19-domingo 20 (cuando dejó de pasar la locomoción colectiva). Ahora, esa rutinización de la protesta, por un lado, la desactiva (si pasa a ser habitual, no implica mucho, como suele suceder en varias Universidades) y, por otro lado, no está disponible para todos (hay quienes esa protesta rutinizada les quiebra sus vidas), poder convivir con la protesta permanente es también una suerte de privilegio.
Ahora bien, ¿hay una forma de concebir la protesta como algo compatible con la vida cotidiana y que no se anule en una mera rutina sin efectos? Mi impresión es que una posibilidad de ello, ahora todavía en lo que puede ser y está siendo no de lo que ya está establecido, son las discusiones de cabildos. Por un lado, son discusiones, algo que es plenamente compatible con realizar y continuar la vida cotidiana (y por lo tanto, algo que es sostenible en el tiempo); por otro lado, el que en varios lugares se reúna gente a discutir sobre la Constitución, sin convocatoria oficial para nada, es algo profundamente anormal. Reunirse y constituirse en grupo es un gesto, si mal no recuerdo a Arendt, político básico y siempre construye poder.
La protesta y la reproducción del sistema.
La segunda idea es de índole más estructural. En principio quienes protestan (y quienes apoyan dicha protesta) lo que quieren es precisamente no volver a la ‘normalidad’: Es esa normalidad la que criticaron y protestaron. Lo que se busca al protestar es cambiar el sistema.
Y sin embargo…
Consideración 1 La expresión pública de descontento, para ser precisos que la vida y el mundo son negativos, no necesariamente produce cambios en el sistema. Más de una forma de vida social ha aprendido y ha institucionalizado eventos en que se manifiesta ese malestar con el mundo de forma tal que permite que esa forma de vida se reproduzca. Establecer momentos donde la vida cotidiana deja de operar y se puede decir las críticas es algo que ha sido función de diversas prácticas (empezando, es una de las que cosas que suceden en carnavales).
Consideración 2. Supongamos que existe un mecanismo que al operar se vuelve progresivamente inviable. El endeudamiento es uno de ellos: El consumo supera al ingreso, eso genera deudas, pero al largo plazo eso es insostenible. Frente a ello, claro está, puedes cambiar los mecanismos que generan la deuda, pero ¿y si no es eso lo que está en juego?
Una forma de resolver ello es interrumpiendo la operación de la regla, que permite entonces que la regla pueda seguir operando. Un ‘perdonazo’ de deudas lo que permite, en la práctica, es que eso que se estaba convirtiendo en inviable (endeudamiento) pueda seguir operando. Dado que no cambio nada de fondo, entonces las mismas dinámicas que generaron el endeudamiento vuelven a operar, solo que ahora viables. Eso hasta la siguiente ocasión en que se requiere que se desactiven para que puedan operar.
En ambos casos tenemos, entonces, algo que sale de la normalidad, pero que fundamentalmente lo que se obtiene con ello es una continuación de la normalidad. Se sale para que pueda seguir realizándose.
Entonces, las protestas bien podrían ser en alguna medida ello. Una forma en que deja de operar la ‘normalidad’ para que esta se recupere y pueda seguir operando después. Ya sea como válvula de escape o merced a algunas modificaciones que desactivan lo más urgente, lo que se asegura con ello es la operación del sistema.
Lo que sucede es que éste opera a un nivel más alto de fricción. Se convierte en parte de la situación normal que cada un cierto número de años, la sociedad sufra un estallido que dado lo que genera (la expresión del descontento, ciertos arreglos mínimos de adecuación) sirven para que las prácticas sociales sigan operando. Hasta el siguiente estallido.