Todo lo que nos dijeron sobre la modernidad estaba equivocado (I) Del proyecto moderno

La idea de proyecto moderno en sociología(*) está asociada a la idea que la modernidad tiene que ver con la libertad (Wagner, si mal no me equivoco, las relaciona intímamente), o con la racionalidad (para que acordarse de Weber). Y así en general pensamos que se refiere el proyecto moderno.

Pero, no estará de más recordar que -por ejemplo- el lema más moderno de todos era sobre ‘libertad, igualdad y fraternidad’.

Que por un lado no dice nada sobre la racionalidad. Lo que tiene sentido si pensamos que la razón era un medio más que un fin (un medio para lograr la adultez, para abandonar la infancia, una cosa sumamente importante si se quiere, y la única forma para lograr ese fin), y que el ilustrado siglo XVIII es un siglo altamente sentimental. La idea de la modernidad como fría razón no era parte del proyecto, sino de como los rechazadores del proyecto -la versión conservadora del romanticismo- veía a la modernidad.

Que por otro lado nos recuerda que la imagen de la buena sociedad de los ilustrados no era algo solamente relacionado con la libertad -por más que la libertad fuera esencial. La igualdad era algo central también, al fin y al cabo libertad sin igualdad no resulta posible. Y esto ni siquiera en los sentidos ‘socialistas’ de que nada sirve la libertad si no se tiene que comer, sino en el sentido básico que con desigualdades en los derechos no resulta posible la libertad (si ciertas personas tienen privilegios exclusivos…).

Pero en última instancia, lo de la igualdad es conocido. Y bien podríamos hablar de la modernidad como dialéctica entre libertad e igualdad. Pero además el lema -y el otro sobre la búsqueda de la felicidad- nos envían a otra cosa.

¿Por qué olvidamos la fraternidad? Que era parte del proyecto al fin y al cabo. Veamos primero el olvido intelectualmente y, finalmente, veamos el olvido socialmente (como algo que le paso a la sociedad no sólo a los que hablan sobre ella).

Intelectualmente olvidar la fraternidad implica olvidar que la modernidad tiene una visión específica sobre cómo son las buenas relaciones primarias. No es casual que, entre todas las opciones de relaciones familiares importantes, sea la fraternidad la elegida: La relación de hermanos es en principio no jerárquica y está alejada del mundo de las órdenes. Lo que nos plantea es que pueden existir relaciones cercanas, ‘cálidas’, permanentes y toda la imaginería que tenemos sobre las relaciones primarias que son coherentes con los otros ideales de la modernidad. En otras palabras, que las relaciones primarias básicas no son solo algo de las comunidades tradicionales.<

Ahora, resulta obligatorio olvidar eso si uno se basa en una distinción entre comunidad y sociedad. En que toda lo primario de las relaciones se ubica en la comunidad, y la sociedad (lo moderno) tiene sólo relaciones secundarias -impersonales, racionalizadas, endebles etc. La búsqueda de la comunidad tradicional -y con ella la autoridad que hay en ella- es una forma no tan sólo de rechazar la modernidad, sino olvidar que la modernidad tenía su propio modelo de relaciones primarias.

Lo que nos envía al segundo tema: El olvido social. Porque no es solamente un problema intelectual el olvido de la fraternidad, también es algo que influencia en general a la sociedad.

En principio, las razones para olvidar la fraternidad parecen obvias. ¿Son las sociedades modernas más libres? No parece difícil pensar en ellas de esa forma. ¿Han aumentado la igualdad? Con todas las desigualdades existentes, al menos los privilegios legales han disminuido. Pero, ¿la fraternidad? ¿No es una característica, acaso, de las sociedades modernas el que todas las relaciones se resquebrajan? Puede que la modernidad haya tenido en su proyecto una visión de como funcionan las relaciones primarias, pero el desarrollo real de la modernidad ha implicado que ningún desarrollo de la fraternidad ha existido.

Y sin embargo… Por una parte, aunque en las ‘sociedades tradicionales’ se estuviera pleno de relaciones primarias, difícil sería plantear que ellas eran particularmente fraternas. Por otro lado, buena parte del debilitamiento de relaciones primarias (por ejemplo, padres-hijos) se ha dado en relaciones que precisamente no estaban basadas en el signo de la fraternidad. Y podemos pensar que la fraternidad como ideal se ha extendido a esferas donde bien se puede plantear que no tiene demasiado sentido (la ya mencionada relación padres-hijos). Bien pudiera ser la menos desarrollada de los ideales iniciales, pero bien podría estudiarse cuanto efectivamente se ha modificado.

En cualquier caso, la reducción del proyecto moderno a la racionalidad, no deja de ser una forma de distorsionarlo. Hemos usado, finalmente, el relato sobre la modernidad de sus adversarios. No estaría de más pensar que quizás no sea la forma más adecuada de pensarla.

(*) La segunda parte de este díptico sobre la modernidad se dedica a criticar la idea del proyecto moderno. Pero eso es para la segunda parte

Bauman y el consumo (II)

Cada día entiendo menos la sociología. Recientemente Zygmunt Bauman publicó Vida de Consumo (el título en inglés es mejor en todo caso, Consuming Life), y en realidad -para ser uno de los sociólogos más conocidos de la actualidad- el nivel no es tan alto.

Para decirlo más corto: Buena parte del texto es la discusión del sentido común sobre el consumo (y los males del consumismo) sólo que dicha con un lenguaje mucho más alambicado. Pero apenarse porque en la moderna vida de consumo las personas tienen relaciones de desecho, y se ven unas a otras como bienes de consumo, es decir -en complicado- lo que todas las viejas de la esquina dicen -en simple. Para criticar que estamos obligados a consumir, para mantener las apariencias de pertenecer a esta sociedad, nuevamente no es más que decir en complejo el sentido común más ramplón sobre el consumo.

Veamos un ejemplo -que muestra en concreto todo el texto. Bauman nos plantea que hemos llegado a tales niveles (si no usa la palabra depravación es porque los sociólogos nos cuidamos de usar ciertas palabras, pero en realidad eso es lo que piensa) que materializamos nuestras relaciones sociales, nuestras relaciones familiares. ‘Los políticos que claman por la resucitación de los agonizantes valores familiares, y que lo hacen con seriedad, deberían empezar a pensar concienzudamente en las raíces consumistas causantes del deterioro simultáneo de la solidaridad social en los lugares de trabajo y del impulso de ciudar y compartir en el contexto de la familia’ (página 165). O unas páginas más atrás: ‘Arlie Russell Hochschild resume el daño colateral fundamental causado en el curso de la invasión consumista en una expresión tan incisiva como sucinta: la materialización del amor’ (página 163). Cualquier reportaje en cualquier revista mediocre puede decir frases como esa. No negaré que Bauman es ingenioso al escribir, pero con ingeniosidades no se crea conocimiento.

Ahora, el tema es que ¿tiene sentido lo anterior? La idea que el consumismo moderno materializa el amor, y por ello -por ejemplo- las ideas de un Miller del consumo, la compra, como expresión de relaciones de amor no funciona, o al menos sólo funciona para mostrar el desastre que es el consumismo actual, parece ser interesante. Pero tiene el problema de ser falsa.

Siempre materializamos el amor. Como siempre materializamos todo. Porque los seres humanos -y cualquier curso de Arqueología 101 lo debiera dejar en claro- vivimos entre objetos y cualquier cosa que hacemos las hacemos con objetos. No es que (y para ello volvamos a Miller) por un lado están las cosas y por otro lado las relaciones humanas, y que cuando las mezclamos perdemos la autenticidad / profundidad / pureza de las relaciones. Hemos expresado nuestras identidades culturales, nuestros afectos, nuestros modos de vida a través de objetos, los ‘materializamos’. Eso es lo que hacemos.

Ahora, uno podria decir, bueno ‘lo central no es tanto que materializamos el amor sino que en el consumismo moderno mercantilizamos el amor’. Al fin y al cabo, es cierto que regalos -por ejemplo- se intercambian en todas partes, que suelen ser, en todas partes, parte de las relaciones sociales. Pero que todo eso pase por la compra, he ahí algo que es tipícamente moderno. Sea, pero que estamos en un mundo de mercancías es algo que sabemos desde el siglo XIX, y de hecho es consustancial al capitalismo. Así que es común tanto a la sociedad de productores como a la de consumidores, no sirve para identificar a esta última.

Es en relación al tema de identificar una nueva sociedad de consumidores, de identificar los cambios recientes como un cambio de tipo de sociedad de productores a consumidores, donde las tesis más interesantes de Bauman ocurren. Pero siguen sin convencer mucho, al menos a mí.

Una idea, que de hecho ya repite en otros textos, es que lo que nos transforma en sociedad de consumidores es que el deber social central es el de consumir. Y por ello, entonces somos una sociedad diferente. Suena bien, pero ¿por qué el deber central ya no es el de producir cuando la participación en el mundo monetario, tan central para el consumo, sigue estando mediado por la participación en el mundo del trabajo?

La otra idea, el ‘secreto mejor guardado de la sociedad de consumo’, es la idea que en la sociedad de consumo las personas se transforman en bienes de consumo. Para ser participantes de verdad en la sociedad, tenemos que transformarnos nosotros en bienes de consumo (y por tanto en seres que se pueden comprar, usar, desechar). La distinción entre personas que eligen y bienes elegidos nos dice Bauman se borra (página 25). La idea es poderosa, aunque uno podría discutir si es tan secreta.
Pero creo que la idea nos muestra que, finalmente, la sociedad de consumidores no es tan distinta de la anterior. Al fin y al cabo, en la sociedad de productores ya teníamos -en tanto fuerza de trabajo- que transformarnos en mercancías. Puede que la transformación sea más completa aún, en vez de requerir una cierta cantidad de tiempo (dejando el resto ‘libre’), en la sociedad actual se pediría esa transformación en mercancía, en bien de consumo, siempre.

Bauman hace notar que, en el paradigma ya tradicional del sentido común sobre el futuro que es Silicon Valley, se habla de lastre cero: El trabajador perfecto es aquel cuya vida fuera del trabajo no le pone ninguna demanda adicional (o sea, no tiene familia, no tiene otros intereses) y puede siempre tomar una tarea extra, ser re-asignado etc. Pero este cambio, ¿no tiene que ver con el mundo de la producción finalmente?

En otras palabras, son las modificaciones del mundo de la producción, que progresivamente se vuelven más exigentes, las que producen los cambios en el consumo del cual habla Bauman. Al fin y al cabo, desde el consumo, las personas con lastre tienen grandes ventajas: Las relaciones permanentes son mejores productoras de compras, y el hito central del mundo del consumo es Navidad, donde los regalos son tipícamente familiares. La vida de relaciones líquidas no es demandada por el consumo, sino por la producción (*).

Pero alguién puede decir, pero al final es por el consumo: porque la demanda de producción flexible viene dada por los cambios en el consumo, de la velocidad de los cambios de la demanda y de la continua exigencia de comprar. Pero esa exigencia uno bien pudiera decir proviene de otra parte.

Wallerstein cuando define el sistema-mundial contemporáneo hace ver que una de sus premisas es el crecimiento. La exigencia básica de toda empresa, de todo proceso de producción, es la de crecer. Y esa exigencia se podía satisfacer en la modernidad clásica de los ’50 sin la idea de cambiar perpetuamente de bienes -con la exigencia de desechar lo antiguo que Bauman enfatiza es característica de la nueva sociedad-: Digamos, cuando todavía quedan familias sin automóviles se puede crecer vendiendo a más familias, y cambiando los bienes en lógica de reemplazo. Pero cuando todos tienen automóviles, sólo se puede crecer si se instaura la idea que hay que cambiar regularmente de automóvil: que lo antiguo tiene que desecharse por el sólo hecho de ser viejo. Pero esa dinámica sólo se explica por esa demanda inicial, permanente del sistema, no algo que haya aparecido en las últimas décadas, de crecimiento en la producción.

En otras palabras, las dinámicas de consumo que describe Bauman no son tanto una nueva sociedad, sino la forma específica con la que se cumplen ciertas demandas tradicionales en una sociedad (que ya sea que queramos llamar moderna o capitalista) tiene al menos 200 años, si no ya casi 500. Pero claro, para decir eso, habría que quitar algo de ultra nuevo a lo que vivimos en la actualidad, habría que darse cuenta que la ‘nueva’ sociedad de consumidores es heredera directa, y no una contradicción de, la ‘vieja’ sociedad de productores.

Pero a los sociólogos nos encanta decir que el cambio que se vive ahora es el mayor cambio que se ha experimentado en ocasión alguna; que esta transformación es profundamente revolucionaria y diferente. De algún modo, la sociología no pasa de ser, en muchas ocasiones, más que el ropaje que toma el sentido común cuando el sentido común quiere ser grandilocuente.

Con lo que volvemos al punto de partida: Cada día entiendo menos. ¿De eso se trataba a final de cuentas la sociología?

(*) Algo que muestra perfectamente que Bauman se mueve en el sentido común es su idea que en la sociedad moderna la familia se rompe y todo se reemplaza por amor líquido. Bauman está siempre pensando en las relaciones de pareja. Pero centrar la vida de familia en las relaciones de pareja, en vez de por ejemplo las relaciones padres, madres – hijos, que no han perdido permanencia, es una muestra del sentido común de las sociedades en las que escribe Bauman.

Hubris

Días atrás estaba viendo un cuestionario, en el que se usaban preguntas similares a algunas que el PNUD ha usado en otros estudios y cuyas variantes aparecen en diversos estudios. Básicamente, se preguntaba si la persona creía que lo que sucede en su vida depende de sus propias acciones o de circunstancias externas. Y el supuesto es que la respuesta ‘correcta’ (la que muestra la actitud moderna que ayuda a un buen desarrollo de la sociedad*) es la que dice que lo que sucede en la vida de uno depende centralmente de uno.

Es un supuesto que no es solamente parte de las ciencias sociales, sino también corresponde a la modernidad en general: somos dueños de nuestro destino. En eso consiste la autonomía.

Ahora, he de reconocer que -al revés que la suposición dicha anteriormente, y como se puede colegir del título del post- creo que esa suposición es equivocada. Precisamente porque somos actores en un mundo de actores es que no podemos ser dueños de nuestro destino. Y, si efectivamente la modernidad está ligada a la autonomía (digamos, Wagner algo razón de tiene), entonces nos hemos convertido además progresivamente en actores en un mundo de actores.

Nuestro destino está formado también por situaciones y circunstancias que son producto de las acciones, independientes y autónomas, de otras personas. Y que precisamente porque son independientes y autónomos, van más allá de nuestro control. Para poder controlar nuestras circunstancias, para que lo único relevante en lo que nos sucede fueran nuestras acciones, entonces habría que negarles control y autonomía a los otros. Reconocerse autonómo dentro de un mundo lleno de otros seres autonómos es, al mismo tiempo, reconocer las limitaciones de la propia acción (**).

El sueño de la autonomía total es el sueño de negarles la autonomía a los otros. Es por ello que la pretensión que la vida depende centralmente de las propias acciones es hubris: No tanto porque representa un orgullo desmedido, sino más bien por lo que implica con respecto a los otros, una negación de su valer.

* Una de las mentiras más grandes de la investigación social es cuando uno le plantea a los pobres entrevistados que no hay respuestas correctas o incorrectas, y que todas son igualmente válidas. Por supuesto que no lo son. Los pobres entrevistados, en realidad, están siendo sometidos a una prueba, a un test que deben superar de lo posible, respondiendo de acuerdo a los valores, actitudes y comportamientos que se suponen son los adecuados para una buena sociedad (¿O alguien hace, por ejemplo, un estudio sobre tolerancia sin pensar en que determinadas respuestas son correctas y otras muestran una nauseabunda moral represiva?) En todo caso, una de las buenas cosas sobre la investigación, es que la gente -por mucho que se le mienta- se da cuenta de lo anterior, y responde a la encuesta como lo que finalmente es, una prueba con respuestas correctas.
** Debe haber pocas disciplinas que menos les guste la palabra limitación que la sociología. Siempre nos suena a engaño, porque -claro- sabemos que hay más de una forma en que la sociedad se puede organizar con respecto a cualquier tema. Por lo que, más que limitaciones, tenemos presentes las oportunidades. Pero, una cosa es que se puede hacer más de una cosa, y otra que se pueda hacer cualquier cosa.

Fordismo y Posfordismo

Entre las innumerables transformaciones que a los sociólogos nos encanta plantear se han desarrollado en la actualidad, está la vieja (a estas alturas) idea del cambio al fordismo al posfordismo (se puede usar el siguiente link para una descripción somera del asunto)

Ahora, cuando la fábrica del mundo se trasladó a China, ¿podemos decir que la forma contemporánea de producción es el post-fordismo? Porque, no tengo claro que las fábricas chinas sigan ese modelo (tampoco que sean fordistas para el caso). Bien puede ser que en el mundo desarrollado no se esté en fordismo, pero también es el caso que el centro de la producción material está abandonando ese mundo.

Al parecer, el eurocentrismo sigue siendo fuerte en la disciplina.

Revolución industrial, crecimiento económico y modernidad

En un paper reciente que resume lo que ha quedado más o menos en limpio sobre la revolución industrial (de parte de historiadores) Hans-Joachim Voth dice que:

‘A radical discontinuity separates thousands of years of by and large stagnant living standards from the industrial era. Increasingly in the last few years, models have attempted to capture these long-run dynamics to try to explain how the world changed from a state where growth was fleeting and limited to one where it has become permanent and decisive’ (Voth, 2003, Living Standards during the Industrial Revolution: An Economist’s Guide, AEA Papers and Proceedings, vol 93, no 2: 221-226: 221)

Ahora, ¿puede decirse que eso fue lo que ocurrió con la revolución industrial? ¿Qué en eso consiste la economía moderna? (algo parecido le he leído a De Vries, la modernidad económica como la superación del estado ‘malthusiano’, donde la economía está profundamente limitada por la demografía por ejemplo).

Porque, por otra parte, uno podría pensar que más bien que un cambio de un estado de crecimiento limitado a uno de crecimiento permanente, el paso a la modernidad es un cambio a un plateau distinto (y superior). Al fin y al cabo, digamos, en la anterior revolución económica (Neolítico), también se vivió un período de crecimiento económico (de mayor producción) y de expansión demográfica y todas esas cosas. Pero eso no continuo indefinidamente.

¿Por qué el actual crecimiento debiera ser indefinido, entonces? Del mismo modo que el Neolítico fue una revolución de largo aliento, los cambios de la revolución industrial (o de la modernidad si se quiere) también lo son. Pensar en revoluciones en términos de décadas en vez de en términos de siglos es sólo porque no pensamos en el largo plazo. Pero dado que el otro cambio equivalente también se desarrollo en el largo plazo (en centenares y en miles de años, no en décadas), bien pudiera ser también una perspectiva a tomar ahora.

En ese sentido, no que el cambio a la modernidad ya ocurrió -y que ahora vivimos en el estado tras ese cambio- sino que vivimos (todavía) en la mitad de esa transformación.

El lector atento -si tal especie existiera- notará que usualmente prefiero usar el argumento contrario. Que ya estamos plenamente en la modernidad, que es lo que dije para Chile. Pero bueno, eso es lo agradable de escribir blogs, todavía uno no está obligado a la consistencia plena y puede explorar caminos mutuamente contradictorios.

De la modernidad de Chile

He de reconocer que nunca he entendido mayormente las discusiones sobre la modernidad y sobre si Chile es una sociedad moderna o no.

Hasta donde puedo ver, este es un país claramente moderno: Viajo todos los días usando un sistema de transporte público bajo un plan que -malo o bueno- sólo pudo ser creado en una sociedad moderna (¿Alguien conoce algo como el Transantiago en los 1700’s de cualquier sociedad?). Nuestros sistemas de seguridad social podrán ser muchas cosas -malos, muy individuales y poco sociales, con poca cobertura- el hecho es que sólo en una sociedad moderna pasan cosas como tener cuentas de AFP para la jubilación (en realidad, ¿qué sociedad tradicional tiene el concepto de un jubilado que recibe rentas?). Me eduqué en un liceo municipal, y toda la idea de educación universal bajo organizaciones (que además siguen una estructura de 12 años entre educación primera y secundaria) es plenamente moderna. Y así podría seguir con prácticamente cualquier elemento de mi vida cotidiana.

Para el caso, la antiguedad es moderna: Las regulaciones burocráticas que, por ejemplo, nuestro querido estado quiere abandonar para modernizar eran lo que consistía la modernidad hace 50 años. Ahora, alguien pudiera retrucar que lo de la antiguedad moderna es bien restringido, así que no exagere: la antiguedad del mundo rural no es moderna.

Lo cual es cierto, y nos permite además fechar la plena modernidad de la sociedad chilena: Cuando se acabó el inquilinaje, para decirlo de otras formas, el viejo campesinado. El mundo rural puede ser moderno (digamos, uno puede ser un granjero moderno, un asalariado agrícola modernizado). Lo único que, de verdad, no puede ser moderno es el campesino. Para ser precisos, los inquilinos no pueden ser modernos.

Lo que termina mostrando, una vez más, lo central de la Reforma Agraria: Entre otras cosas, marca el punto en que Chile se volvió una sociedad moderna.

(*) El lector, tanto el atento como el desatento, podrá notar que toda esta discusión se basa en que la modernidad es una forma institucional, no un proyecto cultural. Por decirlo de alguna forma, la modernidad no tiene nada que ver con -por decir cualquier cosa- el proyecto para que los seres humanos puedan crear autonomámente la sociedad. Pero eso siempre ha sido, al final, no más que un proyecto político que quiere hacer pasar su propio proyecto como la modernidad. Y todo lo que hace es producir que no observemos lo que efectivamente sucede.

Surveillance en la antiguedad.

Entre las innumerables ideas que en los últimos años se ha agregado al pensamiento sociológico sobre la modernidad es que las sociedades modernas se caracterizan por su grado de vigilancia (surveillance). Por ejemplo, las organizaciones monitorean continuamente lo que hacen sus empleados; los estados manejan gran cantidad de información sobre la situación de sus poblaciones etc. Es cosa de leer a Giddens. En particular, uno puede recordar a Thompson y su insistencia en el uso del tiempo (y del tiempo de reloj) para controlar, vigilar y administrar a la naciente fuerza industrial -y de la resistencia de los trabajadores contra ello.

Ahora, veamos que nos dice un artículo sobre la situación en el Antiguo Egipto (Work Organization in the Middle Kingdom, Ancient Egypt; Mahmoud Ezzamel, Organization 11,4: 497-534, 2004)
‘The compilation of rosters, name lists and work groups can be organized in a manner that renders them amenable to accounting calculation and clear delineation of accountability. .. It should be noted at the outset that, given the premodern nature of the material examined here, we should not expect a system of accountability that conjoins both precise time worked out and output achieved, as one would expect to be the case in contemporary organizations, because such a combination of time and physical output has its genesis in the 19th century AD’ (p 499)

‘Rosters and name lists for workers were used extensively. Papyrus Reisner I, from the reign of Sesostris [Senusret] I in the early Twelfth Dynasty, 1971–1926 BC, contains entries for a building project involving nearly 300 workers and foremen organized by division… The various documents used included: (i) number of enlisted workmen, per day per year; (ii) lists of named individual workmen grouped under a named foreman; (iii) daily attendance and absence for individual workers grouped under named foremen; (iv) lists of workmen on the move to jobs in other locations; (v) speci?ed measures and quantities of various products/tasks converted into equivalent man-days; and (vi) rations allocated to each workman’ (p 507)

‘Without wishing to rule out alternative interpretations totally, I suggest that the practice of keeping name lists and attendance rosters was not a purely ceremonial activity. Absence from work on state projects was clearly noted and acted upon; it was classi?ed as a criminal offence against the state and punished severely. (p 515)

‘No matter which account we consider, the pattern of reporting on work in progress looks very similar. In each case, there is a clearly speci?ed work target, e.g. number of bricks of a given size to be made or number of days to be worked. Then an inventory of actual work is performed; this is compared with the target, allowing a remainder to be implicitly calculated or explicitly stated. This system of accountability embodied the three elements of target-setting, measurement of actual achievement and comparison of achievements against targets to signal the remainder. (p 518)

Las citas son largas pero ilustra el punto a ver: La mayoría de las características de sistemas de vigilancia, control y administración (y no puse citas sobre como asignar sueldos, algunas indicaciones de un posible sistema de bonos y de los 27 posibles escalas de pagos que están en el artículo) están ya desde el inicio de las sociedades complejas. Se controlaba el trabajo, se monitoreaba su avance, se registraba la información, se castigaba la falta etc. Y el autor es insistente que estas cosas no son meramente ceremoniales, sino que tienen

¿Que falta? Algunos elementos técnicos (reunir precisamente tiempo y producto) y probablemente algo de extensión (lo dicho es para grupos de trabajo del estado egipcio, digamos los trabajadores de las pirámides). Pero el esquema básico está presente desde ‘siempre’.

Pero entonces uno recuerda toda la resistencia de los trabajadores europeos a la incorporación de controles (y la evidencia sobre el ‘San Lunes’ por ejemplo como costumbre hasta el siglo XIX). O pensar en que ese tipo de documentación de organización laboral también es común entre los mesopotámicos. Y entonces uno pudiera adelantar otra idea: No es que estos niveles de vigilancia hayan estado siempre presentes.

Sino que el nivel de complejidad social (asumiendo que esas prácticas organizacionales implican complejidad) se alcanzaron inicialmente de forma rápida pero después se perdieron. La modernidad implicaría la recuperación de un nivel de complejidad inicial (posiblemente permitido por los profundos cambios tecnológicos: La complejidad de las primeras sociedades ‘civilizadas’ llegó más allá de lo que podían sostener a su nivel técnico, y luego se perdió. Uno puede recordar que en la Grecia clásica no hay, por ejemplo, muchas indicaciones de organizaciones económicas y de trabajo de esa complejidad. Al fin y al cabo, en un asunto paralelo, en Mesopotamia la extensión de la primera urbanización es mayor que la de las civilizaciones y sociedades que la sucedieron. Aunque altamente especulativo no deja de ser un asunto interesante.

Si esto fuera así, entonces uno bien pudiera recordar que nuestro actual nivel de complejidad con toda probabilidad tampoco es sostenible a nuestro presente nivel técnico. Y por tanto que algo parecido -aunque a un nivel de complejidad mayor- bien pudiera ocurrir hoy (digamos, para terminar un post histórico con alguna consecuencia para las sociedades contemporáneas)

De Sacerdotes a Sicologos

En realidad, es relativamente obvio, pero nunca está de más hacer el comentario: Los sicólogos, en particular los clínicos, son un reemplazo funcional de los sacerdotes:

1) En lo que concierne al cuidado ‘mental’ hacen prácticamente lo mismo: Están obligados profesionalmente a quedar callados ante lo que uno les dice, están obligados profesionalmente a escuchar: En otras palabras, una escucha empática, y ofrecen una solución. Hay que reconocer que la versión sacerdotal era mejor (era gratis, reconocía sin problema el tema de la culpa y daba soluciones -bueno, absolvían los pecados, que es mucho más que lo que cualquier sicólogo puede hacer). Y ambas versiones son inferiores a la relación a la que reemplazan -la de amistad.

2) Determinan el bien y el mal. De los sacerdotes eso es obvio, veamos en lo de los sicólogos: En una sociedad secularizada como la nuestra, lo único que nos queda es la ‘normalidad’ (y los sicólogos nos indican cuando nos salimos de lo normal y nos dicen como volver a ella). Bueno, en realidad los sicólogos ofrecen otro ideal: el de la persona sin traumas, sin angustias ni culpas (y los sicólogos nos indican todo lo que hacemos mal y que nos produce angustias y culpas). Al igual que los sacerdotes, viven de descubrir problemas: pecados antes, cualquier problema mental en la actualidad, de los cuales continuamente se descubren nuevos, son más comunes. Digamos, que no hay mayores productores de angustia que los sicólogos: Que continuamente plantean lo terrible que son las angustias para sólo reproducirlas, nada más angustioso y traumático que la búsqueda incesante, con peligros a derecha e izquierda de la vida sin angustias ni traumas. En eso, hay que decirlo también, los sacerdotes tenían ventaja -su bien y su mal eran más satisfactorios que el mal y que el bien de los sicólogos.

Pero, si los sacerdotes ya no pueden cumplir con sus viejas funciones (porque, incluso entre los creyentes, cada vez es menos creíble que se puede tener una vida buena siguiendo los consejos de la religión), entonces tienen que ser reemplazados. Lo importante sería descubrir a quienes reemplazaron los sociólogos. No creo que a los profetas, aunque eso indicaría que los sicólogos son, en cuanto versiones remozadas de funciones antiguas, mucho mejores. Pensándolo bien, parece relativamente razonable.

Bauman sobre consumismo y trabajo y las transformaciones sociales

La sociología no tiene futuro.

Zygmunt Bauman es uno de los sociólogos más conocidos e influyentes de los últimos años. Y dado que tiene un texto sobre consumo, y dado que tengo que hacer un curso de consumo el próximo semestre, entonces la conclusión era obvia: Lo que resultaba necesario era leerlo y ver que se podía aprovechar. Y por lo tanto, procedimos a leer ‘Trabajo, consumismo y nuevos pobres’ (Gedisa, 1999; original de 1998)

Y nos encontramos con que, en realidad, no es demasiado lo que se puede hacer. La tesis de Bauman resulta algo interesante y puede resultar correcta, pero aparte de algunas declaraciones de que ‘esto era así y esto es ahora así’ no hay mucho. Supongamos que, y parece una observación inteligente sobre la vida cotidiana, que hemos pasado de la ética del trabajo a un mundo en que la obligación central es el consumo, y el consumo se basa en la estética.

Ahora, el problema es que la tesis es del nivel de conversación de café. No tanto la tesis como tal -al fin y al cabo, la mayoría de las ideas lo son- sino en la construcción y en el argumento.

‘Por eso, cuando decimos que la nuestra es una sociedad de consumo debemos considerar algo más que el hecho trivial, común y poco diferenciador de que todos consumismos. La nuestra es una comunidad de consumidores en el mismo sentido que la sociedad de nuestros abuelos […] merecía el nombre de sociedad de productores. Aunque la humanidad venga produciendo desde la lejana prehistoria y vaha a hacerlo siempre, la razón para llamar comunidad de productores a la primera forma de la sociedad moderna se basa en el hecho de que sus miembros se dedicaron principalmente a la producción; el modo como la sociedad formaba a sus integrantes estaba determinado por la necesidad de desempeñar el papel de productores, y la norma impuesta a sus miembros era la de adquirir la capacidad y la voluntad de producir. En su etapa presente de modernidad tardía -esta segunda modernidad, o posmodernidad-, la sociedad humana impone a sus miembros (otra vez, principalmente) la obligación de ser consumidores. La forma en que esta sociedad moldea a sus integrantes está regida, ante todo, y en primer lugar, por la necesidad de desempeñar ese papel; la norma que les impone, la de tener capacidad y voluntad de consumir’ (p 44)

Nuevamente, la tesis puede parecer interesante pero para defenderla -o sea, para defender cada una de sus afirmaciones, por ejemplo mostrar que efectivamente la sociedad moldea a sus integrantes a través del deber del consumo- se requiere un estudio detallado y bien hecho. Pero, claro, para estudios detallados y bien hechos no están los sociólogos que interpretan el cambio social y la vida moderna. Para ellos solo basta con dar afirmaciones plausibles e ingeniosas. En otras palabras, basta con parecer inteligente en el equivalente a una conversación de café.

Ahora, la idea es efectivamente interesante. Es una buena definición de sociedad de consumo, que evita los problemas de la trivialidad que menciona Bauman que ‘todos consumismos siempre’ o evita simplificar las sociedades previas a la modernidad. Pero eso no quiere decir que sea una respuesta adecuada. Es una propuesta. Pero las propuestas son eso, propuestas. Hay que pasar a su ejecución para ver si funcionan.

Y podríamos seguir -y de hecho lo haremos- con afirmaciones parecidas -con frases dichas al pasar cuya única necesidad es la de parecer correctas. Aunque, de hecho, no siempre lo logran:

‘La esencia de toda moral es el impulso a sentirse responsable por el bienestar de los débiles, infortunados y sufrientes’ (p. 120). No estará de más recordar que existen innumerables morales y éticas basados en otros puntos (i.e excelencia, virtud etc.). Pero bueno, si uno quiere reducir todas las éticas a las que fundamentan el estado de bienestar, siempre uno puede hacer esos trucos.

Se pregunta Bauman cómo es posible que la mayoría de los votantes apoye el aumento de la desigualdad. Al fin y al cabo, la expansión del voto no debiera tener la conecuencia contraria. Más aún, nos dice que ‘los que votaban en favor de la red de contención (sostenida por el Estado) deben haber sido quienes no tenían intención de usarla en lo inmediato; gente que, incluso, esperaba sinceramente no tener que usarla jamás’ (p. 88). La explicación es la falta de seguridad: ‘Hasta entonces se las habían arreglado solos; pero, ¿cómo saber si la suerte (puesto que era una cuestión de suerte) les duraría siempre?’ (p. 89). Pero ahora las clases medias ‘parecen sentirse más seguros si ellos mismos administran sus asuntos’ (p. 89). No sentirían que necesitan el estado de bienestar, y entonces podrían desmantelarlo.

Pasemos por encima solamente el tema que las clases medias se sentirían seguras en un mundo en que, se supone, está lleno de inseguridad y riesgos. Y pasemos por encima también el hecho que explicaciones alternativas existen: Los estados de bienestar han tenido ‘crisis’ de crecimiento -en el sentido que no parecen garantizar altos niveles de éste- y en sociedades donde la gente está imbuida del espíritu del capitalismo, y entiende que las cosas están bien cuando crecen, eso produce un movimiento de conflicto. Y pasemos también por alto el que el estado de bienestar, con todos los cambios que ha sufrido, no ha sido desmantelado al fin y al cabo. O pasemos también por alto el hecho que, cuando el Estado de bienestar incluye la administración pública de la salud, una de las premisas del argumento de Bauman no funciona (i.e todo el mundo sabe que por el hospital se pasa alguna vez). Al fin y al cabo, estas críticas están al nivel de Bauman -cosas que uno descubre al minuto de leer un texto y con el cual uno puede desarrollar una conversación con amigos si es que a éstos les interesan esos temas.

Pero el caso es que ese tipo de disquisiciones -el ver si efectivamente eso es lo que está detrás del abandono del estado de bienestar- requieren un estudio. Pero ya lo hemos dicho, hacer estudios parece que está por debajo de los intereses de la sociología contemporánea.

En fin, que más puedo decir, aparte que cada día me gusta más Bourdieu.

Libertad, igualdad y fraternidad

La pobre Ilustración ha recibido muy mala prensa en estos últimos años (y en realidad, desde hace casi 2 siglos). En particular, hay un aspecto que parece interesante: la equiparación Ilustración – Racionalidad.

Lo que vamos a defender aquí, brevemente, es que esa equiparación se ha sobre ‘vendido’. Al fin y al cabo, el siglo XVIII es un siglo eternamente preocupado de la ‘sensibilidad’ también. Y el lugar de la racionalidad también se ha sobre-enfatizado. Es el racional e ilustrado Hume quien nos dice, al fin y al cabo, que la razón es sólo sirvienta de las pasiones.

Porque la racionalidad no era tanto el fin de la ilustración sino el medio (EL medio en todo caso, no es que fueran irracionales). La idea era, recordemos a Kant, liberarse de las cadenas auto impuestas, sapere aude en la célebre frase. Por supuesto, el conocimiento (el sapere) era racional. Pero lo que se buscaba no era la racionalidad per se.

Para decirlo de otro modo, ni en la tríada de la revolución francesa (el titulo de este post) ni en la tríada de la declaración de independencia de Estados Unidos -y estamos hablando de documentos y frases programáticas entre las más ‘ilustradas’ posibles- la razón aparece en el listado de valores. La razón es la forma a través de la cual lograremos la libertad, la igualdad y la fraternidad. Es lo que posibilita que esas tres cosas se logren y que no entren en conflicto. Pero lo que buscábamos era la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Y en particular, no estaría de más que también era la fraternidad lo que se buscaba (porque al parecer entre la libertad y la igualdad se tomaron toda la discusión pública). Y para mostrar cuan importante, que quizás era el más importante, era el tema de la fraternidad sería bueno recordar de que tratan algunas de las obras más importantes del período.

La música del período clásico (Haydn – Mozart – Beethoven) bien se puede asociar a la Ilustración (al fin y al cabo, Mozart era masón, Beethoven apoyaba -como buen progresista de 1800- los ideales de la revolución). Y el clasicismo es la estética de la ilustración. Los románticos se rebelaron en contra de la Ilustración y al mismo tiempo del clasicismo. Y vamos a ocupar la música de ejemplo porque, al fin y al cabo, es el arte donde el clasicismo se dio mejor.

Y en los tres vamos a encontrar que el tema de la fraternidad es central en algunas de sus obras mayores. En particular, en sus obras finales (y que además no estaban pensadas para ‘el olvido’ inmediato, como todos los conciertos para piano de Mozart).

Que la fraternidad es un tema importante de la 9a sinfonía no merece mayor defensa. Que la Flauta Mágica es, en buena parte, celebración de la fraternidad puede merecer algo mayor (aunque también es claro). Esto es importante porque la Flauta Mágica es más inclusiva y más generosa que la ideología oficial racional representada por Sarastro. En el mundo racional de los sacerdotes no hay lugar para Papageno, pero si la hay en la Flauta. De hecho, en el mundo sarastriano no hay lugar para las mujeres, pero si lo hay en la Flauta (Tamina y Pamino juntos superan los ritos de iniciación). En otras palabras, la obra es una celebración de la fraternidad universal. ¿Y Haydn? Su obra máxima -la obra que escribió para la posteridad al fin y al cabo- es La Creación. Y la Creación, dentro de todas las cosas que podría haber dicho sobre el tema, es una celebración de la magnificencia y grandiosisdad del mundo que vivimos. Ahora, esto no es directamente un canto a la fraternidad, pero la Creación tiene una orientación expansiva, de amplitud, inclusión (el mundo cantado y celebrado incluye al águila y al gusano) y de generosidad que son compatibles y están asociados con el tema de la fraternidad.

En otras palabras, las obras artísticas mayores no estaban celebrando tanto la racionalidad, como la fraternidad universal. No estaría de más recordar que, en tiempos donde criticar a los viejos ilustrados sigue siendo de rigor, seguimos teniendo los mismos ideales, y la libertad, la igualdad y la fraternidad nos siguen pareciendo cosas que describen a la buena sociedad. Y eso es algo que le debemos a las pelucas del siglo XVIII.