Empirismo, ciencia y carácter colectivo. El pensamiento empírico en China

Es bastante sabido, y no estoy haciendo nada más que repetir un lugar común, que la ciencia es una empresa colectiva (desde el ‘sobre hombres de gigantes’) en adelante. Lo importante de recalcar aquí, y también es algo ya recalcado por Popper, es que el carácter colectivo implica que la ciencia no depende de las actitudes y prácticas del científico particular, sino de las instituciones de ese proyecto colectivo.

Recordé esas disquisiciones al leer una discusión que hace Mark Elvin en The Retreat of the Elephants (Yale University Press, 2004 -que es un muy buen estudio de la historia ambiental de China) sobre un texto de 1608 de Xie Zhaozhe como representante de un pensamiento proto-científico. Y ahí está la preocupación empírica, una concepción sobre experimentos o sobre covariaciones entre variables, en cierto sentido comparable a Bacon (y con el mismo carácter desordenado y misceláneo de sus preocupaciones). Al mismo tiempo está la observación de dragones, pero Newton creía en la alquimia al fin y al cabo. Y por cierto una cosa es que después de la investigación nos parezca claro que los dragones no existen y que la alquimia no sirve, pero al principio del estudio de la naturaleza de hecho esas cosas no son claras.

Entonces, no hay muchas diferencias en torno a la actitud o pensamiento como tal. La diferencia, lo que permitió el desarrollo de una ciencia de manera sistemática, fueron los temas institucionales.

Y ahora las citas:

The ‘fact’ was a complex European cultural invention that crystallized in the seventeenth century, It was not known in premodern China. By a ‘fact’ in this sense, I mean a publicly recorded and accessible statement about an observable aspect of the world, set in the context of a systematic evaluation of the evidence that yields an approximate probability of its being true, and subject to a contnuing public scrutiny and re-evaluation, with the results and the evidence being publicly recorded and accesible. China came quite close; what was mainly lacking was the continuity of public scrutiny and the circulation of the results. In other words, the feedback process (…)

Something less obvious but equally important was also almost missing. This was the program, a plan of collective systematic work. (…) Although there wewre intermittent collaboration and occasional comunications, the Chinese, in science, seem to have been loners in comparison with the Europeans. Xie, like Wang Chong and Shen Gua in earlier times, seems never to have proposed any systematic and cumulative way, for himself or others, of setting out to learn more of the truch abotu something scientific in the future’ (Elvin, Retreat of the Elephants, 388-389)

En resumen, la diferencia está en el proceso que enfatizó en Europa la comunicación entre científicos -de forma de establecer hechos públicos y de ir construyendo sobre la labor de otros. Y por lo tanto, solamente reforzamos el punto inicial: la ciencia es un proyecto colectivo, social.

(Lo cual de hecho nos debiera permitir superar la antinomia entre estudios ‘externos’ o ‘internos’ en relación a la sociología de la ciencia. El carácter social de la ciencia no es algo externo, es algo interno, casi consustancial, a la empresa).

Sobre la idea de la Nación como comunidad imaginada

La idea de Anderson que la Nación es una comunidad imaginada ha sido una idea muy popular y su aceptación fue bastante rápida. Y como todas las ideas populares y de aceptación rápida, esto quiere decir que hay un núcleo de alto interés en esa idea y que a su vez uno va a encontrar entre sus defensores una serie de problemas en la comprensión del tema.

Porque que la nación no es la primera comunidad imaginada. No es que antes del desarrollo del nacionalismo moderno la gente sólo viviera y tuviera lealtades frente a comunidades ‘reales’ (donde la gente efectivamente conociera a la mayoría de sus miembros). La ‘cristiandad’ o la comunidad de los creyentes musulmanes también era una comunidad imaginada.

La diferencia del nacionalismo tiene que ver con la concentración de las lealtades. En un estado no-nacionalista, las personas tienen múltiples lealtades y pertenencias a comunidades, y algunas de ellas funcionan en una escala: patriotismo vecinal, provincial, del país, de la comunidad religiosa mayor etc. Un burgués de, digamos, Brujas en 1500 podía sentir cierto nivel de comunidad con su propia ciudad, con su provincia (Flandes), con su estado (los Países Bajos de los Borgoñones), con la cristiandad. Y para usar un ejemplo más local, un habitante de Concepción en 1700 era penquista en primer lugar, luego miembro de la comunidad de la Capitanía, además un ‘español americano’, también un súbdito del rey de España. y además un cristiano católico. En ambos casos, varias de esas identificaciones son identificación a una comunidad imaginada (imaginada porque no conoce a todos los miembros y comunidad porque a pesar de las diferencias lo imaginado es la pertenencia fraterna a un grupo)

Lo que hace el nacionalismo es quebrar esa diversidad de patriotismos y reemplazarlos por un sólo patriotismo: hacia el estado nación. Por un lado quiebra y hace perder importancia a los patriotismos locales (hacia la aldea, el barrio, la ciudad etc.) y también hace perder relevancia a las comunidades mayores al estado-nación. Es ese cambio de lo múltiple a lo único permite entender mejor lo que implica el desarrollo de la nación como comunidad imaginada.

Centros y periferias en imperios antiguos y modernos

Leyendo un texto sobre el gobierno de la China imperial en los tiempos de los Han (que para los Chinos es, simplificando mucho, su período clásico) me encuentro con lo siguiente:

It may thus be observed that in the course of a successful career an official might move alternatively between the provinces and the centre (Michael Loewe, The Government of the Qin and Han Empires, Hackett, 2006, página 77)

Ahora, algo similar podría observarse en relación al contemporáneo Imperio Romano. Si uno revisa la carrera de diversos dignatarios (y dado que los romanos les gustaba inscribir en sus lápidas sus carreras oficiales) uno encuentra ese mismo movimiento entre centro y periferia, por ejemplo entre gobierno de provincias y puestos superiores en el centro (o ser parte del círculo interno del Emperador). En particular, esto implica que los dignatarios de mayor rango (los que tenían puestos en el centro de la administración) habían pasado por una serie de puestos en la periferia del imperio.

Comparemos lo anterior con lo que sucede en el Imperio Español y sus colonias en América. Uno puede observar la carrera de Ambrosio O’Higgins y encontrar que esta se desarrolla íntegramente en las colonias, pasando de puesto en puesto -hasta alcanzar el de Virrey del Perú. O uno puede observar muchas carreras de militares de baja graduación que pasan del escenario europeo al colonial y se quedan allí. En el caso de los Virreinatos, en particular entre los Habsburgos, por el motivo que representan al rey, un alto aristócrata de Castilla ocupaba el puesto -proveniendo del centro sin experiencia en la periferia. O sea, si bien hay movimientos entre centro y periferia, lo que no sucede es el movimiento continuo entre centro y periferia. Y en particular, falta una de los movimientos centrales: el funcionario menor que parte en la periferia y termina en el centro.

En otras palabras, mientras una situación típica en los imperios antiguos nos habla del movimiento entre centro y periferia, en un imperio moderno (y tengo la impresión que también ocurriría en otros) nos habla más bien de la separación. En última instancia, mientras todos esos imperios expandieron sus culturas, los romanos y los chinos ‘romanizaron’ y ‘sinizaron’ sus provincias, los españoles no las ‘españolizaron’, siempre fueron ‘las Indias’, algo distinto.

Una nota sobre el concepto de modernidad

(Se previene al lector que esto es más bien largo)
La modernidad es siempre uno de los conceptos cruciales de la sociología. Se puede plantear que el nacimiento de la disciplina dice relación con tratar de explicarse los cambios sociales que hemos venido en denominar modernidad, y que la sociología como disciplina es la ciencia social que intenta entender la modernidad (Giddens, 1977 [1973]). Pero una preocupación por la modernidad y por su desarrollo también se puede observar en varias de las síntesis teóricas más recientes: En el análisis de Habermas sobre una colonización del mundo de la vida desde los sistemas (Habermas, 1987 [1981]), o en la discusión luhmanniana sobre la sociedad de sistemas diferenciados (Luhmann, 2007 [1997]); claramente estamos ante perspectivas que intentan dar cuenta de la modernidad. De hecho, en general podemos plantear que una característica importante de la teoría social en los últimos años ha sido un movimiento desde las síntesis teóricas generales a una preocupación por el cambio social contemporáneo (Joas & Knöbl, 2009 [2004], pág. 463). En todo caso, es claro que en las ideas de Beck sobre sociedad del riesgo (Beck, 2006) o de Bauman sobre la transformación a una sociedad líquida (Bauman, 1999), estamos ante una preocupación por elaborar un diagnóstico sociológico de las sociedades contemporáneas.

La modernidad ha sido también parte relevante de la discusión en la sociología latinoamericana, y en particular en la chilena. Los conceptos de Morandé (1984) sobre una identidad no moderna, o al menos no en torno a una modernidad ilustrada; y la respuesta de Larraín sobre la relevancia de la modernidad para la identidad en nuestras sociedades (Larraín, 2001) son una muestra de la presencia de la modernidad en el debate sociológico. De hecho, perspectivas que en primera instancia podrían no estar asociadas a una discusión de la modernidad –como la perspectiva de la matriz sociopolítica (Garretón, Cavarozzi, Cleaves, Gereffy, & Hartlyn, 2004)- también están imbricadas en esta discusión. Una idea central en esta perspectiva es la idea de proyecto, y actores con proyectos se puede plantear es parte constitutiva de lo que es la sociedad moderna. Finalmente, está discusión también está asociada a las transformaciones del estado-nación (Garretón, 2008), que es una de las instituciones claves de la modernidad.

Es interesante a este respecto una característica que se repite varias veces en las discusiones de la modernidad, una además que en el debate local ha tenido una importancia incluso mayor: La modernidad entendida en términos culturales y subjetivos. En una discusión de la modernidad bajo la capacidad de auto-creación de los actores, claramente estos aspectos son los centrales para entender la modernidad. La discusión de Habermas sobre el proyecto de la modernidad (Habermas, 1989) no es un estudio solamente filosófico, los análisis de Taylor sobre los imaginarios de la modernidad (Taylor, 2006) también pueden entenderse como parte de esta visión de la modernidad. Los estudios de Inglehart sobre valores se entienden, finalmente, en torno a una concepción de la modernidad en que esta dimensión es crucial (Inglehart, 1997). Wagner (1997 [1993]) ha sido uno de los representantes actuales más claros de esta postura: La modernidad para él se centra en términos del proyecto de la modernidad –y en particular, la creación de sujetos libres y autónomos-, y la dialéctica entre libertad y disciplina organiza las etapas de la modernidad que diferencia: liberal restringida, estructurada y liberal ampliada. Como ya mencionamos, la discusión de Morandé (1984) y de Larraín (2001)es explícitamente una discusión de la modernidad en términos culturales. En última instancia, muchos sociológicos suscribirían a la siguiente declaración de Wagner: ‘hace más de dos siglos se registró en el nivel histórico y sociológico un cambio radical en los discursos sobre los hombres y las sociedades. Esta ruptura discursiva estableció las ideas modernas como significados imaginarios para los individuos y las sociedades e instituyó así nuevos tipos de temas y de conflictos sociales y políticos’ (Wagner, 1997 [1993], pág. 30).

Ahora, claramente esa no es la única forma de referirse a la modernidad. Hay otras dimensiones y otros procesos sobre los cuales también se puede discutir sobre modernidad. Uno de los argumentos más claros de por qué los aspectos discursivos debieran tener prioridad en un análisis de la modernidad lo entrega el mismo Wagner. En primer lugar, el cambio es más radical –más revolucionario y más rápido- en lo que concierne a las ideas que en lo que concierne a las estructuras. En segundo lugar, los cambios más estructurales no fueron experimentados por las personas hasta mucho tiempo más tarde: por ejemplo, los medios de comunicación de masas no entraron en la experiencia cotidiana de las personas hasta muy desarrollado el siglo XIX o incluso principios del XX (dado que dependen de procesos de larga duración como la escolaridad).

Ninguno de esos argumentos parece muy crucial. Aunque los cambios estructurales pueden ser muy lentos no dejan de ser ‘revolucionarios’ en sus efectos. Y no hay que olvidar que los cambios discursivos también lo fueron: la aparición de nuevos discursos modernos puede haber sido una ruptura radical, pero los discursos tradicionales no desaparecieron abruptamente. Y en relación al segundo es crucial reconocer que una estructura puede afectar la vida cotidiana de las personas sin necesariamente estar presentes en su experiencia: el desarrollo de los mercados mundiales puede afectar comunidades relativamente aisladas; y la industrialización produce efectos en sociedades que no la experimentan. La guerra industrial, y no hay que olvidar la importancia del conflicto militar como una de las dimensiones de la modernidad (Giddens, 1985), es uno de los casos más claros: las armas modernas y sus municiones requieren de procesos industriales, aun cuando sean usadas en contextos ‘no modernos’. En última instancia, en sociedades que experimentaron la conscripción y la escolarización masiva –ambos cambios asociados a la modernidad- no se puede decir que la experiencia no haya afectado a las personas comunes y corrientes. Como bien lo plantea Hobsbawm, si uno exige que para que un cambio estructural sea revolucionario sea un cambio que afecte de manera simultánea a todos los sectores de la sociedad, entonces prácticamente uno ha planteado que esos cambios son imposibles (Hobsbawm, 1997, pág. 117): El crecimiento en la Revolución Industrial fue modesto, y las industrias con cambios radicales ocultadas por aquellas que seguían siendo más tradicionales, pero esto no obsta para observar que esos sectores que estaban sufriendo cambios fundamentales estaban produciendo efectos de gran importancia. Fernand Braudel iniciaba su obra sobre Vida Material, Economía y Capitalismo (Braudel, 1979), con una visita imaginaria a Voltaire. Su principal intención es mostrarnos que si bien al discutir con Voltaire nos encontraríamos un mundo muy familiar; al pasar a la vida cotidiana y a los bienes materiales, nos encontraríamos con un mundo muy extraño. O para usar otro ejemplo, cuando De Vries y Van der Woude defienden la idea que la economía de la República de las Provincias Unidas era ya una economía moderna son estos los aspectos que enfatizan por ejemplo en relación a la población: ‘In a Europe where population change still revolved around some combination of land, food prices, mortality crisis, and peasant norms,. The relevant factors in the Republic had become: jobs, urbanization, migration, marriage age, a modern experience’ (De Vries & Van der Woude, 1997, pág. 689). Algunos de los factores son culturales, pero no todos lo son.

Estas son transformaciones cruciales que diferencian nuestro mundo del mundo pre-moderno, y no son transformaciones capturadas en esta centralidad de la discusión sobre la cultura. Y parece que una discusión que no diera cuenta de ellas está abandonando algunos aspectos centrales de la experiencia de la modernidad. Por cierto que la discusión discursiva y subjetiva en torno a la modernidad se refiere a procesos muy reales en relación a ella: Existe tal cosa como el proyecto moderno, y hay tal cosa como la aparición de sociedades donde aparecen sujetos, y sujetos históricos en particular. Estos representan cambios cruciales para entender las sociedades contemporáneas y no pueden ser olvidadas. Pero no son los únicos.

Hay otras dos dimensiones que también sufren transformaciones que parecen ser relevantes en torno a la discusión de la modernidad. Al menos son coetáneas con la ruptura discursiva y subjetiva mencionada anteriormente: una dimensión institucional y una dimensión ‘material’.

En relación a la primera, se puede decir que las sociedades modernas son sociedades en las que ocurren cambios como los siguientes: con alta urbanización, que son afectadas en su vida cotidiana (aun cuando ellas no participen activamente) por la industrialización, son sociedades con medios de comunicación (que permiten desacoplar la participación en actividades sociales de la información sobre ellas), son sociedades donde amplios espacios de la vida social operan a través de organizaciones, y en particular sociedades donde el trabajo asalariado se transforma en una de las bases de la organización del trabajo y donde la vida económica se organiza en torno a ‘firmas’ y ‘compañías’, sociedades donde existe y la vida social se ve afectada por el desarrollo de la ciencia (y en particular, de esa mezcla de matemática y empiria que caracteriza a las ciencias naturales desde el siglo XVII en adelante).

Y estos corresponden a cambios que también son rupturas radicales. En lo que se refiere a la urbanización, no existen sociedades con niveles de urbanización cercanos al 80% en sociedades pre-modernas. El hecho que recientemente el nivel de urbanización global haya superado al 50% representa un nivel de urbanización más alto que el de cualquier sociedad pre-moderna. Los medios de comunicación como tales son prácticamente una invención de la modernidad: el periódico, y todos sus descendientes, son una invención de estas sociedades (Thompson, 1998 [1997]). Es interesante el hecho que no se puede simplemente decir que los medios impresos son una consecuencia de la impresa: China y Japón –que conocieron la imprenta, y que conocieron una industria editorial relativamente masiva (Matsunosuke, 1997)- no conocieron los medios de comunicación. La organización como forma social no es un invento de la modernidad, las primeras organizaciones aparecen con el desarrollo de las primeras sociedades complejas, pero el hecho que gran parte de la vida social se experimente a través de organizaciones, que gran parte de los ‘problemas sociales’ se resuelvan institucionalmente a través de organizaciones sí se puede plantear es una característica de las sociedades modernas (Coleman, 1990). Y de hecho, la corporación como estructura organizativa –con la creación de una estructura divisional, con la creación de directorios etc.- sí se puede plantear fue una creación de la modernidad (Ekelund & Tollison, 1997; Pomeranz, 2000), creadas por los requerimientos del comercio colonial, la compañía holandesa (la VOC) con sus propietarios accionistas, sus directores (los Heeren XVII) y su dirección general (su CEO si se quiere) en Batavia tiene varias similitudes con sus descendientes contemporáneos (Adams, 1996) Y estas transformaciones a su vez han tenido profundas influencias y han estado muy imbricadas entre sí. La formación de los mercados modernos –donde el mercado ya no se refiere a un espacio concreto donde se realizan transacciones económicas, sino a un espacio abstracto- requiere de las comunicaciones ‘modernas’: sin ellas no sería posible disociar lugares del mercado. De hecho, en la ‘modernidad temprana’ esa ligazón era crucial: la función de un Amsterdam como entrêpot del comercio mundial se basaba en la cercanía física entre todos los lugares centrales que organizaban el mercado, desde la Bolsa hasta los lugares de almacenamiento, que era lo que permitía la existencia de un mercado coordinado (De Vries & Van der Woude, 1997). Del mismo modo, uno podría pensar que la relación de la ciencia con los medios ha sido crucial en el desarrollo de la ciencia como institución: los resultados científicos se diseminan a través de esa institución que es la revista científica –que es un tipo de medio finalmente. Es la publicidad de la ciencia, si se recuerdan las concepciones de Merton al respecto, una parte esencial de lo que constituye la organización social de ella; y el paso del secreto a la comunicación por carta a la revista científica uno de los pasos cruciales.

Los cambios que hemos mencionado son todos ellos cambios institucionales, referidos a las formas que sigue y que tiene la vida social. Y estos cambios operan a través de distintos contextos de cultura y de sentido: el hecho de vivir en contextos urbanos y con una presencia constante de medios es algo que caracteriza a casi todas las sociedades actuales, independiente de si en sus aspectos discursivos o culturales se pueda discutir si son modernos. En relación a sus pautas culturales se puede discutir si Chile o Latinoamérica sean modernas, pero en relación a los aspectos recién discutidos sencillamente no se puede. En todos esos aspectos, se asemejan más a los Estados Unidos o Francia de lo que se podrían asemejar a una sociedad del siglo XV.

En este sentido, esta dimensión institucional puede entenderse como una forma de ‘tecnología social’ de la modernidad, Pensada de esa forma, la modernidad es equivalente, en cierto sentido, a la formación de las primeras sociedades complejas, en las que el nacimiento del Estado, la escritura y las ciudades también implicaron un cambio en la formas básicas de organización social (Maisels, 1999). En cierto sentido, si uno recuerda el análisis de Marvin Harris, son sociedades que el lenguaje del parentesco como organizador básico de la vida social (Harris, 1979). Y en ese caso también estábamos ante un cambio que cruzaba a través de diversos contextos culturales, y que se resiste a ser explicado solamente a través de los discursos y de los sujetos.

En relación a la segunda dimensión, que hemos denominado ‘material’ podemos establecer algo similar a lo dicho anteriormente. Bajo estas perspectiva, las sociedades modernas son sociedades donde se experimentan aumentos gigantescos en el uso energético por parte de la sociedad, con aumentos de la productividad que son de una escala mucho mayor que antes de ella (Voth, 2001), en que el aumento de la población es también notable, y donde el aumento de la calidad de vida, medida en indicadores físicos tales como la esperanza de vida y la estatura media de las personas, ha sido también de una gran envergadura. En última instancia estamos hablando de sociedades en las que, por vez primera, la mayoría de la población no trabaja directamente en la consecución de alimentos (de hecho, esto no es sólo una novedad en las sociedades humanas, sino en la vida biológica general). Este es un cambio que, por decirlo de alguna forma, futuros arqueólogos y futuros paleontólogos podrían descubrir, es un cambio que está en nuestros ‘huesos’ (tanto en lo que se refiere al número de ellos como a sus características como la estatura). Cuando pensamos en los efectos ecológicos de la sociedad moderna estamos pensando en estas dimensiones. Aquí la diferencia no es que las sociedades pre-modernas no sufrieran catástrofes ecológicas producidas por ellas mismas, dado que sí lo experimentaban y producían (Diamond, 2005); sino nuevamente en su escala; ninguna otra sociedad había tenido la capacidad para afectar la concentración de elementos en la atmósfera. El ejemplo de sociedades pre-modernas que produjeron catástrofes ecológicas también servirá para criticar a quienes sostengan que son atributos de los discursos y conceptos modernos los que producirían problemas ecológicos, y que eso no ocurría en sociedades pre-modernas más adaptadas y más cercanas a la naturaleza. Eso sólo ocurre, si se quiere en el discurso del ‘buen salvaje’, pero ese es un discurso típicamente moderno.

Nuevamente nos encontramos aquí con un cambio fundamental. En relación a este cambio aquí la modernidad es equivalente al neolítico: también un cambio básico en la materialidad de la vida social: el paso a un régimen productor de alimentos (a la agricultura y la ganadería) desde un régimen recolector también produjo cambios centrales en la demografía de las sociedades y en el uso de recursos. Es interesante hacer notar que no necesariamente este cambio implicó un cambio en la tecnología social –sociedades basadas en pequeños grupos podían vivir en ambos regímenes-, por lo que la relación entre cambios de esta dimensión y cambios en la dimensión institucional no necesariamente están asociados. En todo caso, lo que es claro es que tampoco son estos cambios que tengan una relación necesaria con la dimensión discursiva y subjetiva. Nuevamente, el aumento de la población cruza diversas culturas, y el aumento de la esperanza de vida ha ocurrido en contextos culturales muy distintos.

Las dimensiones anteriores también son aspectos de la modernidad, y una discusión de la modernidad que no las aborde es necesariamente una discusión incompleta. Por cierto, ninguna discusión requiere abordar todas las dimensiones de un tema, y probablemente abordar todas las dimensiones sea una expectativa irrazonable; pero es relevante de todas formas tener conciencia de que dimensiones no se abordan.
Quizás más que de la modernidad, lo que se puede decir es que son transformaciones que ocurren al mismo tiempo que los cambios del proyecto de la modernidad. Son cambios que claramente se desarrollan en los siglos XIX y XX, y que tienen sus raíces en la ‘modernidad temprana’ (los siglos XV al XVIII). Es interesante plantearse la pregunta de si esta ocurrencia contemporánea implica una asociación necesaria de estas dimensiones o si fue una situación contingente que llevo a tres cambios no conectados a ocurrir en el mismo momento. No es imposible que estas transformaciones se dieran conjuntamente debido a una serie de circunstancias históricas específicas y no a una necesidad de los procesos como tales (que tendrían como requisitos la ocurrencia mutua de ellos).

Podemos observar entonces lo siguiente. Estos cambios inicialmente ocurrieron en Europa (Hobsbawm, 1997). La asociación entre la modernidad y una cultura, y toda la discusión en torno a ello, se debe a esa circunstancia. Si la modernidad, como hemos visto, supera las características específicas de una cultura, entonces esa asociación no es necesaria: culturas distintas pueden tener instituciones modernas. Pero quizás se podría argumentar que para que las instituciones y la materialidad moderna emergieran, independiente de su expansión posterior, fue necesario la existencia de una cultura y subjetividad particular. En ese sentido, uno puede entender una tesis ‘weberiana’ sobre la modernidad (i.e su relación con un proceso de racionalización, que sería culturalmente específico al Occidente) como una tesis específicamente histórica, pero no estructural. Por cierto que es discutible si fueron características culturales las que diferencian a Occidente, otras hipótesis se han desarrollado al respecto; y recientemente la idea que lo crucial para el desarrollo de las formaciones sociales actuales fue el hecho que no surgiera en Occidente una formación imperial ha adquirido cierta relevancia (Giddens, 1985; Wallerstein, 2004). Sin embargo, esta discusión nos muestra la importancia que puede tener el distinguir y tomar en cuenta todas las dimensiones del cambio moderno que hemos analizado.

En cualquier caso, no hay que olvidar algunas de las razones del énfasis en los aspectos subjetivos y de proyecto. No es tan sólo que esos hayan sido también cambios que ocurrieron en la modernidad, sino que son cambios que tienen implicancias de suma relevancia. En particular, nos referimos a su impacto para entender el tema de la política: Porque las dimensiones discursivas de la modernidad, en tanto auto-creación de los actores, son dimensiones que afectan el funcionamiento de la política y que dicen relación directa con ella. Pero las otras dimensiones que hemos mencionado, la institucional y la material, si bien pueden ser (y regularmente lo son) afectados por la política, no son creados en ella y por ella. Los cambios que permiten que en una sociedad sólo pocos se dediquen a la producción de alimentos, o que permiten el desarrollo de medios de comunicación, pueden ser promovidos o detenidos por la política, pero no son creados a través de procesos políticos. En última instancia, regímenes políticos de diverso tipo y con diversos objetivos y propuestas han existido en el siglo XX y XXI y el proceso de urbanización se dio a través de estos distintos proyectos: incluso aunque existieron proyectos anti-urbanos (pensemos en Pol Pot) el hecho que estas sociedades están asociadas a la urbanización emergió incluso a pesar de ellos. En otras palabras, si uno quiere enfatizar y entender los aspectos políticos de la modernidad es la dimensión cultural la central. Las otras dimensiones representan elementos sobre los cuales la política juega y opera, pero no son dimensiones que se entiendan primariamente a través de la política.

La discusión sobre la modernidad, como hemos visto, es finalmente una discusión histórica. Y en este sentido, la comparación histórica es siempre crucial. Para entender lo que es específico de las sociedades modernas, es necesario comparar con otras sociedades. De hecho, pensemos en la antigüedad clásica. Se puede argumentar, Castoriadis en cierto sentido lo hace (Castoriadis, 1975), que la idea de sujetos autónomos –que se crean a sí mismos- es parte de la civilización griega clásica, y por lo tanto un atributo que no diferenciaría a las sociedades de los últimos siglos. Al fin y al cabo, sabemos que la discusión sobre la buena constitución –o sea, sobre la forma en que debemos organizarnos- era parte de la discusión política y filosófica de esas sociedades. Si asociamos la modernidad a sociedades con mercados desarrollados –donde la gente adquiere los bienes que consume comprándolos- uno puede mencionar que mercados desarrollados, llegando al nivel de algunos bienes básicos, eran conocidos en el imperio romano y que sabemos que existían ‘marcas’, o al menos, una versión muy básica de ellas) en torno a la alfarería (Dyson, 1992; Ward-Perkins, 2005). La asociación entre secularización y modernidad no sólo muestra sus límites con la discusión de casos contemporáneos como la experiencia de Estados Unidos: Uno puede encontrar sociedades pre-modernas relativamente seculares. La sociedad tradicional china basada alrededor de un pensamiento ‘confuciano’ que no es sobrenatural, o la situación de las élites de antigüedad clásica, donde la religión tenía una presencia relativamente menor también nos muestra que la secularización y la modernidad no necesariamente van de la mano. Incluso más allá de lo anterior, podemos plantear que algunos de los cambios de las sociedades contemporáneas, que incluyen crisis de las instituciones de la modernidad clásica (Beck & Lau, 2005), en varias circunstancias implican un renacimiento de formas institucionales que habían ocurrido en otros contextos previos. Por ejemplo, no deja de ser interesante que para ilustrar la estructura de los ejércitos medievales un autor haga la siguiente comparación con organizaciones contemporáneas: ‘The situation of medieval states varied between that of the United Nations and NATO in the late twentieth century. The UN has no operational forces of its own but has to rely on voluntary efforts from its member to enforce decisions, while NATO as an organization controls part of the armed forces of its members but has to rely on a broad political agreement if they are to be used operationally under NATO control’ (Glete, 2002, pág. 12). La creación de una familia donde la mayoría de sus miembros trabaja, y donde una parte relevante de las ‘tareas domésticas’ se consigue en el mercado en vez de ser producidas en el hogar no es un desarrollo de las sociedades contemporáneas, es un desarrollo de la modernidad temprana y precede al invento moderno del hogar del ‘ganador de pan y de la ama de casa’ (De Vries, 2009 [2008]).

Estos ejemplos también nos hacen ver otro de los problemas clásicos de la sociología para entender la modernidad: Al reducir todas las sociedades no modernas al molde limitado de la ‘sociedad tradicional’ no se puede observar la diversidad y especificidad de esas otras formaciones sociales, que es lo que a su vez permitiría una comprensión más adecuada de la modernidad. El par tradicional-moderno, heredero del Gemeinschaft – Gesselschaft de Tönnies, siempre ha resultado insuficiente para entender ya sea la sociedad ‘tradicional’ como la sociedad ‘moderna’.

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Competencia militar y burocratización del Estado

Un argumento que he leído varias veces en los últimos años es la relación entre el esfuerzo militar de un estado y su burocratización. En particular, que el caso de la antigua China es una muestra de ello: Es un estado que tempranamente desarrolla una fuerte burocracia porque las exigencias de la competencia militar -en el período de Primavera y Otoño y en el período de los Reinos Combatientes- así lo demandaban. Y como el nivel de competencia militar (por ejemplo, en el tamaño de los ejércitos) era mucho más alto en China, entonces el nivel de burocratización también lo fue.

Ahora, leyendo hace poco un artículo comparativo entre Roma y China (War, State Formation, and the Evolution of Military Institutions in Ancient China and Rome, Nathan Ronstein en Rome and China: Comparative Perspectives on Ancient World Empires, Oxford UP, 2009) que hacía un par de observaciones interesantes a este respecto. Primero que efectivamente el imperio romano había sido menos burocrático que el  Chino, basado como estaba en el uso de las elites urbanas locales para buena parte de la administración y con menor profesionalismo militar durante buena parte de su historia (al menos hasta el Dominado). El artículo da varias posibles explicaciones al respecto -el uso de la política de alianzas por ejemplo- pero hay una que menciona pero que creo no le da suficiente importancia: el sistema militar romano. Porque el sistema militar romano, las tácticas estándar de las legiones, eran lo suficientemente buenos que obtenían buenos resultados sin necesidad de un alto comando profesional. Casi cualquier aristócrata amateur podía ganar batallas con las legiones (y de hecho, aun cuando los aristócratas del Senado eran amateur, no deja de ser relevante que una cierta experiencia de comando militar fuera común a través de la elite: no eran profesionales del tema pero tampoco les era un mundo ajeno).

En ese sentido, podemos ver que la profesionalización (burocratización en ese sentido) del ejército es una de las posibles soluciones a las demandas de una alta competencia militar entre estados. La creación de un sistema  militar superior (y esta es una de las explicaciones más viejas del éxito romano, ya Polibio decía que la legión era infinitamente superior a la falange) también lo permite, y a su vez entonces tiene consecuencias distintas.

En cualquier caso, una de las lecciones de esta discusión -una que es muchas veces olvidada en las ciencias sociales, y de hecho no sólo en sociología- es la importancia de las estructuras sociales militares. La guerra fue el asunto del Estado, el tema que constituía la política, por mucho tiempo. Preocupados en minimizar la importancia del acontecimiento militar (la historia no depende de quién gano la batalla de Waterloo) pasamos a olvidar la importancia de la estructura militar (aun cuando al menos en historia se ha recuperado en los últimos decenios, como la discusión sobre revoluciones militares atestigua). Pero entre las bases materiales de los Estados, la tecnología y estructura militar no es una de las menores.

Formaciones Sociales, estructura militar e ideología. Una comparación en el Medio Oriente Antiguo

Aunque mirados desde la distancia pudiera parecer siempre igual, mera sucesión de dinastía tras dinastía; si se observa con más detención es posible observar cambios importantes en la historia del Medio Oriente Antiguo. Uno puede comparar dos períodos -no tan lejanos entre sí, al menos en los parámetros de esa historia, que cubre alrededor de 3 milenios, de esa historia y encuentra diferencias interesantes. Uno puede comparar lo que actualmente se denomina Bronce Medio (alrededor del 1750 AC), y en particular el período paleobabilonio, la época del Hammurabi con el período del Bronce Tardío (1500-1200 AC), de los ‘estados territoriales’ en la terminología de van der Mieroop para encontrar diferencias de interés. Aunque hay un hiato entre ambos períodos, un período de poca documentación, corresponden a dos etapas relativamente secuenciales.

Ahora, en el primer período, ¿qué es lo que encontramos? Uno puede observar una ideología y una práctica estatal orientada al tema de la justicia, y una justicia entendida de una forma específica: los gobernantes de cuando en cuando emiten edictos de condonación de deudas, No de todas las deudas, dado que las puramente comerciales quedan fuera de ellos; sino de aquellas que dicen relación con la situación de los pequeños propietarios de tierras, que se endeudaban y perdían sus tierras. Evitar la desaparición de ese estamento libre es parte de las preocupaciones del Estado. El hecho que estos edictos se repitieran es una marca que no eran completamente efectivos, pero si nos da una indicación de las prioridades. De hecho uno puede hacer notar que el destinatario de los mensajes estatales es muchas veces la ‘población general’, o al menos no están destinados a la élite dirigente. La introducción del famoso Código de Hammurabi indica que está pensado para que el babilonio lea la estela y ella le muestra (explique) su caso y así pueda defenderse. La ideología (que se muestra de algún modo en la práctica) es la de un rey como protector.

Cuando uno pasa al segundo período la situación es distinta. La práctica de la condonación de deudas es abandonada, y de hecho podemos observar que el Estado mismo se hace partícipe de las prácticas de entregar  préstamos a los pequeños propietarios que termina con la pérdida de tierra por parte de ellos (y que pasan al Estado). Uno puede observar que en los diversos tratados que las potencias de la época firmaban con reyezuelos de menor importancia se enfatiza el hecho de devolver a los fugitivos. O sea, quienes  intentan huir de malas condiciones han de ser devueltos. La preocupación por la población libre desaparece, y el Estado aparece directamente interesado en el control y dominio sobre una población servil. De hecho, en general uno puede observar que las comunicaciones entre los Estados se orientan centralmente a la élite dirigente (y a otros Estados).

Creo que parte importante de esta diferencia se debe a un cambio en la tecnología militar. Entre ambos períodos, y probablemente en la epóca intermedia ‘oscura’ se introduce el carro tirado por caballos como el arma decisiva. Los ejércitos anteriores son ejércitos de infantería -masas de infantes peleando-. En otras palabras, el arma central son las masas, y por lo tanto -finalmente- eso incluye los pequeños propietarios. En esa situación, preocuparse (y aparecer preocupado) de esos grupos es relevante: su lealtad y apoyo es necesario, finalmente, en la competencia militar entre los estados. Pero en el Bronce Tardío no necesito ese apoyo: es la aristocracia de quienes combaten en los carros la que es el grupo decisivo en esa competencia, y por lo tanto es el apoyo de ese grupo el que se convierte en relevante. Dado lo anterior, no es extraño que entre ambos períodos ocurra un cambio en las preocupaciones del Estado.

En última instancia, la estructura del poder militar es relevante para un Estado. De él ha dependido, en buena parte de la historia, la sobrevivencia de éste

Fuentes consultadas. En la elaboración de esta entrada use los siguientes textos:

2007. Marc van der Mieroop. A History of the Ancient Near East. Blasckwell
1992. Jean Bottéro. Mesopotamia. Writing, reasoning and the Gods. Chicago University Press
1992. J. N. Postgate. Ancient Mesopotamia. Routledge
1991. Mario Liverani, El Oriente Antiguo. Crítica.

Una cita de un rey Asirio. Sargón II y sus métodos de control administrativo

En uno de estos días haré una entrada algo más relevante sobre el medio oriente antiguo pero por ahora simplemente algo que encontré leyendo A History of the Ancient Near East de van de Mieroop:

El rey asirio Sargón II (721-705 AC) decidió construir una nueva capital, y como buen rey de un imperio decidió que esta ciudad debía ser construida con recursos extraídos de todo el imperio, y por lo tanto envió cartas a los gobernadores:

The king´s word to the governor (of Kahlu): 700 bales of straw and 700 bundles of reed, each bundle more than a donkey can carry, must arrive in Dur-Sharrukin by the first of the month Kislev. Should one day pass by, you will die (página 235)

La reputación de los Asirios es la de un imperio tiránico y militarista, que arrasaba con las poblaciones que conquistaba. Si los reyes trataban como lo muestra la carta a la elite gobernante, hay que decir que esa reputación está bien ganada.

(Conste que el final podría ser una broma y no ser una declaración en serio. Ahora, para que la broma funcione, necesita que ese tipo de cosas fuera pensable como posible. Lo que nos lleva al mismo punto finalmente).

Lo Hobbesiano que somos.

Usualmente pensamos que Hobbes era un extremista del autoritarismo estatal, y que nosotros en la actualidad hemos superado esas visiones. Pero en realidad creo que no.

Pensemos en las cosas que Hobbes plantea en el Leviatán cuales son los derechos del soberano:

  • Que los súbditos no pueden cambiar de forma de gobierno. Esto porque transfirieron esos poderes al soberano (a su monarca o a su asamblea), y requieren que ese soberano este de acuerdo. Los súbditos no pueden porque implicaría romper un pacto
  • El poder soberano no puede ser enajenado. Ningún súbdito puede decir que como el soberano quebró el pacto puede liberarse de su sumisión, porque el soberano no ha efectuado pacto con los súbditos (son los súbditos los que hicieron el pacto de obedecer al soberano)
  • Nadie puede protestar justamente contra la institución del soberano declarado por la mayoría. Si la mayoría eligió un soberano, quien disiente o ha de consentir o exponerse a ser eliminado (dado que quebrantó el pacto de someterse a lo que la asamblea definiese)
  • Los actos del soberano no pueden ser justamente acusados por el súbdito. El Estado actúa por autorización de sus súbditos (que lo crearon) y quien actúa por autorización no puede cometer injuria e injusticia contra quien lo autorizo (dado que esa persona traspaso su derecho a otro para que actúe)
  • Nada que haga un soberano puede ser castigado por el súbdito. Dado que cada súbdito es autor de los actos del soberano (constituir un Estado es aceptar que la voluntad del Estado es la mía) entonces estaría castigando al soberano por las acciones que la propia persona ha realizado
  • El soberano es juez de lo que es necesario para la paz y la defensa de sus súbditos, y de que doctrinas son adecuadas para que se le enseñen.
  • El soberano tiene el derecho a establecer normas (por las cuales los súbditos pueden saber lo que es suyo) y que ningún súbdito puede arrebatarle. Es inherente a la soberanía establecer las normas en virtud de las cuales las personas saben de que bienes (y de que forma) puede disfrutar.
  • El soberano tiene el derecho de judicatura (es el soberano quien determina todas las sentencias y realiza todos los juicios)
  • Y tiene el derecho a hacer la guerra y la paz como considere más conveniente. El poder de defensa frente a otros consiste en los ejércitos, y por lo tanto el Estado tiene el poder sobre estos (y no personas particulares dentro del país.

Estos derechos del soberano, y toda esta ausencia de derechos del súbdito, que parecen tan excesivos, de hecho es como seguimos pensando en la actualidad. El hecho que el soberano en la actualidad sea el pueblo, todos los ciudadanos –una posibilidad que Hobbes siempre menciona-, el hecho que dividamos los poderes (entre ejecutivo, legislativo, judicial) nos tiende a hacer olvidar que usamos esos derechos del soberano: Efectivamente negamos que alguien pueda justamente protestar contra la elección de la mayoría (i.e nadie puede justamente rebelarse porque su candidato perdió la elección). También pensamos que para castigar al soberano se requiere una decisión del soberano(si establecemos que el Estado debe recompensar a alguien por daño causado eso se establece mediante una decisión del Estado, de un tribunal, no mediante una decisión particular de las personas). Al fin y al cabo, también planteamos que para cambiar la forma de gobierno se requiere que el soberano esté de acuerdo (y por ello planteamos que esos cambios se hacen mediante las formas que la Constitución establece). Como el mismo Hobbes lo dice: ‘Ningún hombre es tan necio que afirme, por ejemplo, que el pueblo de Roma hizo un pacto con los romanos para substentar la soberanía a base de tales o cuales condiciones que al inclumpirse permitieran a los romanos deponer legalmente al pueblo romano’.

En ese sentido, somos más Hobbesianos de lo que pensamos.

Un argumento arqueológico contra la idea que la modernidad está relacionada con la cultura

Una visión relativamente común sobre la modernidad, y que hemos criticado ya varias veces aquí, es la idea que la modernidad es -preferentemente- un proyecto cultural. Wagner ha sido uno de los más importantes defensores de esa idea, y aquí en Chile es básicamente la visión que Morandé tiene de la modernidad (y por lo tanto de porque no seríamos modernos).

Y en fin, puede ser, uno puede definir los conceptos como uno quiera; pero plantear que el cambio de la modernidad es centralmente sobre un proyecto cultural olvida algunos cambios que son de gran relevancia. Pensemos en otro cambio de gran magnitud, aquél que estuvo asociado al nacimiento de la ‘civilización’, o al menos al nacimiento de las ciudades, el Estado y al escritura -que aunque no siempre estuvieron juntos, tendieron a hacerlo. Ahora, este es un cambio observable sin relación alguna a temas culturales o de proyecto: Los restos de las ciudades se pueden observar, del mismo modo que las inscripciones y otros registros de escritura, y el tipo de construcciones realizadas (que van desde grandes monumentos a acueductos pasando por obras de regadío).

El caso es que lo mismo se puede plantear de los cambios asociados a los siglos XIX y XX. Un arqueólogo del futuro bien podría observar restos de ciudades de gran magnitud y extensión, líneas férreas y carreteras, incluso los cuantiosos restos de basuras, de los restos de naufragios, de aumento de población, y del territorio usado por los seres humanos; incluso del aumento de la longevidad y la altura (comparando esqueletos). Toda una gran cantidad de cambios que distinguiría claramente a estos siglos del resto de la historia.

Uno bien puede nombrar las cosas como quiera, pero claramente un cambio de esa magnitud -equivalente al ya nombrado o al de la así llamada revolución neolítica- necesita un nombre para que sea identificado. El de sociedades modernas pareciera ser el nombre que más claramente podría recibir ese uso. Comparado con esos cambios materiales, en realidad el tema del proyecto, identidad o cultura moderna no tiene tanta importancia.

(*) Este argumento puede ser usado, mutatis mutandis, contra Wallerstein. Su argumento es más bien que la Revolución Industrial no es tan relevante porque, bueno, la moderna sociedad mundial ya estaba establecida. Lo cual bien puede ser así, pero el caso es que la magnitud de las transformaciones experimentadas en los últimos 2 siglos no puede ser pasado por alto o mirado en menos.

Consumo y crecimiento pre-industrial

Todo partio con la siguiente cita (sobre comunidades rurales en la Italia de inicios del Imperio en Roma)

This conspicuous consumption stimulated market production. The installation of mosaic floors and painted walls cost money. Arretine ceramics, lamps, glass, and even utilitarian pots were purchased goods. These were added to the cost of rent, animals, farm labor and equipment. Considerable amounts of cash or cahs equivalents had to be raised by the sale of farm products (Stephen Dyson, 1992, Community and Society in Roman Italy, Cambridge University Press: 141)

Que me acordó del argumento de De Vries sobre la revolución industriosa en la Europa de la Modernidad Temprana: que el desarrollo de diversos productos adquiribles en el mercado, hace que las familias aumenten su producción, y en particular pasen de la producción de sustentancia a la producción para el mercado. Esto hace que las familias, por eso lo de industriosa, aumenten su input, y De Vries enfatiza como eso implicaba la incorporación de la mujer y de los hijos a la producción.

Hay una cierta hipótesis sobre la importancia del consumo para la revolución industrial, que la revolución industrial fue acompañada (o hecha posible) por una revolución del consumo. Y que, bueno, era parte de las deficiencias y las limitaciones de los estudiosos no darse cuenta de la importancia del consumo. Otra muestra más de sesgo productivista.

Pero sí los ejemplos anteriores son correctos, entonces efectivamente el consumo no habría sido importante para la revolución industrial. Porque lo que nos dirían es que el consumo puede ser de hecho un aliciente para el crecimiento pero de ahí no se obtiene la conclusión buscada. En ambos casos, el consumo produciría crecimiento y mayor producción, el deseo por obtener bienes de consumo sería motivación suficiente, pero en ninguno de esos casos se obtuvo como resultado la revolución industrial.

En ese sentido, podemos observar que en ambos casos -y en las explicaciones de la importancia del consumo para la revolución industrial- se suele dar gran importancia a consumos suntuarios. Pero la revolución industrial fue sobre consumos básicos. La distinción entre suntuario y básico es socialmente construida, pero el caso es que los consumos de la revolución industrial fueron en categorías que esa misma sociedad pensaba como básico. Y la característica central de un consumo básico es que el aumento de su consumo no resulta extraño ni requiere explicación. En otras palabras, el deseo por tener mejores camisas no parece ser tan central como la capacidad de producir muchas camisas. Cuando se habla de ‘las sirenas del consumo’ (la frase la tomo de Hans-Joaquim Voth) para hablar de la importancia del consumo en la revolución industrial, se toma que los procesos relevantes ocurrieron en el nivel del consumo -en el nivel de generación de deseos por productos. Pero el tipo de productos de la revolución industrial no tiene su parte ‘interesante’ en esos deseos (que la propia sociedad da por sentados).

En otras palabras, la revolución industrial sigue estando al parecer en el mundo de la producción. Cuando requeriríamos consumo sería para explicar otros crecimientos. En particular, el crecimiento pre-industrial. Una cosa que tienen en común los dos casos citados al inicio de esta nota es que el consumo es el aliciente para que granjeros y agricultores salgan de la producción de subsistencia hacia el mercado. Es para romper con la autarquía, y generar una economía monetaria, que el consumo aparece como útil. De hecho otras teorías (por ejemplo, sobre el papel de impuestos en dinero) también se centran en el hecho de cómo quebrar con la autarquía de las unidades agrarias para formar una economía monetarizada. En otras palabras, el consumo sería relevante para explicar el crecimiento antes de la industrialización.