Hacia el 1.200 AC, el rey Hitita, Suppiluliuma II, requirió de uno de sus vasallos, el rey de Ugarit (en la actual Siria), Ammurapi, asistencia contra una invasión desde el oeste, la que el vasallo entregó. Algún tiempo posterior Ammurapi envío (o intento enviar, la carta está en los archivos de Ugarit, por lo que no es claro si es una copia de archivo o no se entregó) la siguiente carta al rey de Alashiya (Chipre):
Dile al rey de Alashiya, mi padre, que el rey de Ugarit tu hijo dice: Caigo a los pies de mi padre. Pueda mi padre estar bien. Puedan tus casas, tus esposas, tus tropas y todo lo que pertenece a rey de Alashiya, mi padre, estar muy, muy bien.
Padre, los navíos del enemigo han estado llegando. Ellos han estado quemando mis aldeas y hecho malas cosas al país. ¿No sabe mi padre que todas mis tropas [y carros] están en Hatti [el imperio Hitita] y que todos mis barcos están en Lukka? Ellos no me han alcanzado todavía, por lo que el país no está defendido. Pueda mi padre informarse de esto. Ahora los sietes barcos del enemigo que han llegado han hecho malas cosas. Si otros navíos enemigos aparecen, envieme un mensaje para que pueda saber (Carta del rey de Ugarit al rey de Alashiya, citada en Marc van de Mieroop, A History of the Ancient Near East, Blackwell Publishers, p 194. Traducción al español propia)
Ugarit, hacia alrededor del 1.200 AC, era un típico reino de menor rango en Siria-Palestina, en una zona disputada por los grandes reinos de la época, estando en la zona de influencia de los hititas -tenía sus obligaciones hacia el Imperio Hitita (devolver a quienes se escapan, apoyo militar) a cambio de protección para la dinastía. Como casi todas las monarquías burocráticas de la época (en un área que va desde Egipto hasta Elam, en el sur del actual Irán, que incluye Anatolia y que alcanza a los reinos micénicos en la actual Grecia) el palacio administra directamente una parte importante de la economía (buena parte de los textos de la época son documentos contables), tiene un núcleo de gobernantes, junto a dependientes del palacio (que incluye a buena parte de la élite), un grupo urbano de artesanos y comerciantes, y un número de importante de campesinos empobrecidos en situación cercana a la servidumbre (por lo bajo, su libertad de movimiento se encuentra restringida, una parte no menor de las relaciones entre grandes poderes y reinos menores es sobre devolución de fugitivos).
Es en esta situación que aparece la crisis de la invasión de lo que los egipcios llamaron ‘los pueblos del mar’, y que era a la que estaba respondiendo Suppiluluima II. Mucha investigación se ha desarrollado en torno a si puede caracterizarse como ‘invasión’, como una migración o como movimientos más internos; lo que sí es claro es que representa una crisis para las sociedades civilizadas y estatales. El imperio Hitita se desintegra, al igual que la civilización micénica y muchos de las ciudades (aunque no todas) en el área sirio-palestina, Asiria y Babilonia reducen la escala de su cultura urbana (de hecho, es en el 935 AC cuando volvemos a tener documentos escritos en Asiria y los asentamientos urbanos se reducen a un 25% de su tamaño con respecto a finales del tercer milenio), y Egipto es el reino que mejor sobrevive la crisis; y las fuentes egipcias, propagandísticas y todo, remarcan un hecho real -la sobrevivencia del reino de los faraones en comparación con sus rivales de siglos, los hititas.
Una crisis de esta magnitud implica, en general, dos cosas. Por un lado, un evento que la desencadena -en este caso, independiente de la interpretación general, de un hecho de alta violencia. Por otro lado, una condición que hace posible que ese evento genere dicha crisis: estamos hablando de sociedades que se han debilitado, donde la capacidad de los Estados de efectivamente controlar y dirigir a sus poblaciones (y de contar con lealtad por parte de ellas) es débil, donde la situación de explotación del campesinado no parece muy viable (o al menos, que pueda soportar una crisis). El hecho que Egipto, uno de los más ‘territoriales’ de los estados existentes, con una identidad bastante fuerte, soportara mejor la crisis, algo nos dice de los factores que la causan.
Es importante destacar la magnitud de la crisis. Caída de imperios y de ‘civilizaciones’ ya había ocurrido con anterioridad. Las sociedades civilizadas se habían extendido y contraído, reinos habían aparecido y desaparecido (Mittani por alrededor de dos siglos constituyó uno de los grandes poderes antes de desaparecer, y el lapso de su importancia es similar en extensión a la historia de Prusia). Lo que tenemos ahora es una crisis más o menos general; y donde en muchas de esas zonas simplemente la formación ‘civilización’ desaparece. Todas las zonas que para el 1.200 llevaban cerca de dos milenios de civilización se enfrentan a un debilitamiento de ella (una debilidad de esa forma de vida que es vivir en ciudades, con escritura, con Estados etc.). Las zonas donde ello no ocurre son lugares donde la civilización se está más bien formando (la dinastía Shang en China) o donde se está lentamente reformando (como en el período védico en India, que después de la caída de la civilización de Harappa está todavía re-creando formaciones estatales, las que en realidad se desplegarán un par de siglos más tarde).
La magnitud de la crisis nos hace ver a su vez otra característica de ella. Mittani, Ugarit, el Imperio Hitita -todos ellos son cosas olvidadas. Los griegos del período clásico -los autores que todavía leemos, Tucídides, Platón- desconocían el pasado de la civilización micénica; sabían sobre ella menos que nosotros. Se puede recordar que todas las escrituras de la época han tenido que ser re-descubiertas, porque fueron olvidadas con posterioridad. Todo este pasado se perdió. Ese pasado no se pierde en el 1.200 AC necesariamente -las civilizaciones egipcia y mesopotámica entraron en crisis y no desaparecieron, se siguió escribiendo con jeroglíficos o con escritura cuneiforme,
Y esa es la principal diferencia con el período que se va a abrir a continuación. La edad del hierro, el metal que será central para las civilizaciones posteriores, podrá experimentar crisis y caídas de civilizaciones, lo que simplemente no volverá a ocurrir es un olvido total. Hubo que redescubrir el Poema de Gilgamesh y descifrar el Lineal-B, la escritura de la civilización micénica; ello no ocurrirá con los Vedas, la Odisea, y -aunque ha experimentado continuas variaciones- hay una descendencia lineal entre la escritura china en las inscripciones Shang y la escritura moderna (y varios caracteres son, de hecho, legibles todavía). La caída del imperio romano representa, todavía, una imagen de decadencia y caída de civilización; y sin embargo Roma nunca fue olvidada, este texto se escribe con las letras de Roma y el propio latín jamás desapareció. La continuidad y la memoria son cosas que ahora casi damos por descontadas, pero sólo lo son -a decir verdad- a partir de la siguiente etapa, tras el fin de la edad del bronce y el inicio del hierro. Al mismo tiempo que adquirirá continuidad, el hecho de la civilización va a expandirse -y ambas dinámicas, se puede argumentar y es lo que haremos en las siguientes entregas, están en asociación.
La historia de los siguientes 2.700 años (del 1.200 A.C hasta el 1.500) es una de expansión y de consolidación; en la que -además- se generan nuevas instituciones (por ejemplo, todas aquellas que dicen relación con formaciones imperiales o con religiones universales de salvación). Dicha expansión y consolidación produce que actores, eventos y procesos sean todavía conocidos y recordados -César, Gengis Kan, Mahoma etc. No comparten la suerte de Ugarit, que después de los sucesos con los que iniciamos esta entrada, no sólo es arrasada por los ‘enemigos’ sino que es abandonada por alrededor de 1.000 años y toda su historia (y este drama de fiel vasallo que envía sus tropas y que por eso mismo queda sin defensa) pasa al olvido y se desvanece.