Dostoievski. El continuo aporte de un reaccionario

En la entrada anterior (link aquí) ponía en discusión que buena parte de mis escritores preferidos eran conservadores e intentaba explorar que nos podían decir, que nos podían decir a quienes como uno están hacia la ‘izquierda’, esos autores. Hacía notar que entre esos autores se encontraba Dostoievski, y que -al mismo tiempo- el aporte que discutía en esa entrada era referido a los otros autores que me gustaban (Tolkien y Borges), pero que dejaba fuera Dostoievski. Habiendo dado vuelta, creo que puedo dar una respuesta ahora.

Es relevante mencionar que Dostoievski no era meramente un conservador, era un completo reaccionario. Profundamente eslavista, y además ruso (las referencias a polacos suelen ser, por decir algo, satíricas), contrario a todas las discusiones sobre liberación femenina (en eso comparte con buena parte de la literatura rusa del siglo, que siempre se refiere al tema, pero más extremo), llamando a que una sana sociedad rusa recupere la ortodoxia y sea la salvación del mundo, con un rechazo sistemático a la modernidad en cuanto tal (las Memorias del Subsuelo son la mejor muestra). Algo bastante distinto del mero conservadurismo (y con c-minúscula) de un Tolkien o Borges que planteamos tenía bastante que decir a quienes tienen una posición contraria.

Uno bien pudiera decir que lo que aporte Dostoievski a quien se piensa de izquierdas es enfrentarse, y permitir comprender, esa posición, puesto que está tan bien dicha y expuesta como se puede. La idea que sin Dios todo está permitido es una idea que circula en la sociedad, que uno se encuentra, y la base de esa idea -la angustia que está en ella por ejemplo- está mejor dicha en Dostoievski que en cualquier otro. Incluso uno podría decir que los peligros de ciertas ideas, llevadas a su raíz, también están desarrolladas ahí -pensemos en Crimen y Castigo por decir algo.

Creo que ello, sin ser falso, es insuficiente. Lo que nos tiene que decir Dostoievski, lo que es valorable en su obra, para quienes somos ‘modernos’ y del lado de la izquierda supera con mucho lo anterior.

Muchos personajes de Dostoievski son una encarnación de su mirada negativa sobre los modernizantes y revolucionarios. En Demonios, una de sus mejores novelas, ello aparece modulado de diversas formas. En Stepán Trofímovich de una forma más burlona y ligera; en quienes pertenecen al círculo revolucionario, en particular Piotr Stepánovich, de una manera más brutal: La novela en general es, en parte, una diatriba contra los grupos revolucionarios de la Rusia del siglo XIX. Piotr Petrovich Lujin, en Crimen y Castigo, al menos se presenta como ‘amigo de las ideas modernas’, siendo uno de los personajes más deleznables en la novela. En El idiota, el grupo de izquierdistas que entabla una disputa de reconocimiento que involucra el príncipe Mishkin, y cuya disputa se muestra no tiene base, aparece algo ridículo.

Lo interesante es que Dostoievski no se queda nunca ahí. Aunque claramente el mundo ‘moderno y progresista’ no era de su agrado, muchos personajes con esas ideas son tratados, como mínimo, con respeto; y para mostrar que aquellos -a quienes tanto crítica por sus ideas- no dejan de ser admirables. Un ejemplo menor como personaje, pero crucial en la trama, es el socialista Lebeziatnikov en Crimen y Castigo, quien aparece para denunciar en tono indignado un engaño. Ippolit Teréntiev, quien integra el grupo mencionado en El Idiota y que además se encuentra muy enfermo y a punto de morir, se le da el espacio de varios capítulos para su ‘confesión’, y esta es tratada con comprensión. En Demonios, el nihilista Kiríllov no es representado negativamente. las ideas de Iván Karamázov son el centro de dos capítulos cruciales del libro (Rebeldía y el Gran Inquisidor), y en el primero de ellos aparece, presentada sin crítica, una exposición de un rechazo radical a Dios. De hecho, Aliosha, su hermano, con quién está discutiendo, no lo refuta con un argumento, sino con una acción -la misma acción con la cual Cristo se enfrenta al Gran Inquisidor en la parábola de Iván.

Por cierto, uno puede decir que los personajes ateos y nihilistas que Dostoievski es capaz de presentar en tono positivo son aquellos que viven su ateísmo de manera trágica (‘si Dios no existe y todo está permitido, entonces ¿qué?’), que no es cualquier ateísmo el que puede describir positivamente, y que eso es una limitación. Sea. Pero del mismo modo que Dostoievski es capaz de presentar personajes que tienen cosas importantes que decir, aún siendo el mismo tan conservador, lo mismo podemos hacer nosotros ‘desde el otro lado’.

No por nada mencioné los ejemplos que usé en los párrafos anteriores. Entre todas las cosas que Dostoievski tiene que decir que es relevante para alguien ‘progresista’, varias de ellas están en las respuestas que dan sus personajes a las situaciones relatadas. De hecho, no creo que estén mucho en los momentos en que Dostoievski nos presenta largos discursos de personajes que exponen las ideas en las que él cree: La exposición de la doctrina del Starets Zósimo en Crimen y Castigo o lo que nos dice Stepán Trofímovich en su peregrinación final en Demonios. Son ideas muy queridas para Dostoievski, pero más bien convencen a quien ya está convencido.

La respuesta del príncipe Mishkin a la ‘confesión’ de Ippolit es característica del modo que quiero destacar:

Pero a mí me da pena que se retracte usted de lo que ha escrito, Ippolit, porque su confesión es sincera y, ¿sabe?, hasta sus partes más ridículas, que son muchas (Ippolit frunció el ceño) quedan redimidas por el sufrimiento, pues reconocerlas también era un sufrimiento y… quizá, una gran valentía. La idea que lo animó a usted tenía sin duda alguna un fundamento noble, independiente de lo que allí hubiera podido parecer. Cuanto más tiempo pasa más claro lo veo, se lo juro. Yo a usted no lo juzgo, hablo para decir lo que pienso y me sabe mal haber callado entonces…

Parecida actitud tiene el príncipe en una conversación anterior sobre el mismo tema, cuando le comenta a Aglaia que Ippolit ‘sentía deseos de encontrarse con gente por última vez y hacerse merecedor de su respeto y afecto; esto, como ve usted, son sentimientos muy buenos’. Y es del mismo tenor que la manifestada en una de las escenas iniciales, la fiesta de Nastasia Filíppovna, donde también muestra comprensión, afecto y algo de admiración a alguien que es mirada en menos por todo el resto.

La respuesta a Kiríllov en Demonios, quién a lo largo de toda la narrativa plantea que es incomprensible que quién en nada cree, el ateo, no se suicida y que, al final de ella, lleva esa idea a la práctica -lo que es aprovechado por otros personajes-; aparece antes en la narración, pero es de todas formas la contraposición. Shátov, un integrante del círculo revolucionario, tiene un re-encuentro con Maria Shátova, su esposa, quién da a luz un hijo al llegar a la casa de Shátov. Frente a todo ello, la respuesta de Shátov (quién sabe, por cierto, que no es el padre) es la de aceptación total y plena de la vida.

– ¡Alégrese, Arina Prójorovna…! ¡Éste es un júbilo inmenso!… -murmuró Shátov con semblante idióticamente feliz, radiante al oír las dos palabras de Marie acerca del niño.

-¿A qué júbilo inmenso se refiere? -preguntó Arina Prójorovna jovialmente, trajinando, poniendo todo en orden y trabajando como una esclava.

-El misterio de la llegada de un nuevo ser humano es grande e incomprensible. ¡Qué lástima, Arina Prójorovna, que no lo entienda usted así!

Shátov, aturdido y arrobado, murmuraba palabras inconexas. Era como si algo le bullera en la cabeza y, a pesar suyo se desbordara de su alma.

Demonios es una diatriba contra los revolucionarios. Que el círculo revolucionario asesine a Shátov, unos capítulos después, quién está justamente en un momento de renacimiento (y cuyo asesinato además tendrá horribles consecuencias sobre Marie y el niño) es la forma en que la narrativa nos expone esa crítica.

Habíamos dicho que a la exposición de las ideas de Iván, Aliosha no tiene mucho que decir, que responde con sus acciones: simplemente dándole un beso a su hermano, como lo hace Cristo en la parábola que acaba de narrar Iván. Pero su reacción es también decidora:

¿Y los tiernos retoños, las tumbas queridas, el cielo azul y la mujer amada? ¿Cómo vivirás? ¿Cuál será tu amor hacia ellos? -exclamó Aliosha dolorosamente-. ¿Puede vivirse con tanto infierno en el corazón y en la cabeza? Si, por eso te vas; para juntarte con ellos… de lo contrario, te suicidarás en el colmo de tus fuerzas

Conversan un poco y como respuesta final, como dijimos, Aliosha besa a su hermano. Iván comenta entonces que ‘me bastará saber que estás aquí en cualquier sitio, para tomarle otra vez gusto a la vida’

Lo que está en juego en esas respuestas, y en el fondo todas las mencionadas, es una actitud de aceptación plena del otro, de evitar juzgar, de buscar comprender. ¿Qué es lo que trae ello? Como el caso de Shátov lo muestra, y es la preocupación de Aliosha, lo que está en juego es la aceptación de la vida y el sentimiento de plenitud que trae. El rechazo de Dostoievski a la modernidad se basa un poco en ese rechazo a lo que se mantiene en el mundo del puro argumento y la abstracción y en la demanda en que, al final, es en la vida, en el sentimiento asociado a la experiencia individual de la vida, donde está todo. Pero eso no se manifiesta en palabras. La partera Alina se ríe un poco de Shátov y sus bonitas palabras, y en esa risa se manifiesta que lo que importa es ese sentimiento, no las palabras. La manera en que se responde a Iván no es con palabras, es con acciones.

Hacia el final de Los Hermanos Karamázov, Aliosha se despide de un grupo de niños:

Pero por malos que nos volvamos, y Dios nos libre de ello, cuando recordemos como hemos enterrado a Iliuscha, como le hemos amado en sus últimos días y lo que hemos hablado amistosamente alrededor de esta piedra, el más duro y el más burlón de todos, si es que nos volvemos así, no se atreverá a burlarse en su fuero interno de los buenos sentimientos que experimenta ahora, Es más, quizá precisamente ese recuerdo le impida obrar mal; pensará en sí mismo y dirá: ‘Entonces era yo bueno, valiente y honrado’. Que se ría para sí poco importa, pues muchas veces nos burlamos por aturdimiento de lo que es bueno y hermoso

El lema de la Ilustración, así nos dice Kant, es ‘atrévete a saber’. El lema que nos plantea Dostoievski es ‘atrévete a ser bueno’. En tiempos donde el cinismo resulta algo común, parece ser un buen lema a recordar.