Pérez Saínz sobre la desigualdad en América Latina. Un comentario sobre ‘Una Historia de la Desigualdad en América Latina’ (2016)

El libro que reseñamos es parte de una recuperación del tema de la desigualdad en las ciencias sociales, pero es además una reivindicación de una aproximación estructural al tema. Pérez Sáinz, ya al inicio del texto, marca su diferencia con otras aproximaciones,

El presente texto ofrece varias claves para entender la profundidad de las desigualdades en América Latina y su persistencia a lo largo de la historia. La mirada que predomina en la región se focaliza en la desigualdad de ingreso entre personas, información recabada por las encuestas de hogares; así, ha configurado nuestro imaginario sobre esta problemática. Sin embargo, debido a varias razones, ese es un acercamiento limitado, que no logra captar la profundidad del fenómeno ni entender su persistencia (Introducción, p. 13)

Pérez Sáinz da varias razones a continuación, las centrales son -porque en el marco analítico serán cruciales- que (a) antes de la redistribución del ingreso hay una distribución de bienes primarios, y que ella es la clave y que (b) el análisis del hogar esconde varias dinámicas que son relevantes para comprender la desigualdad.

No profundizaré en evaluar si esas observaciones críticas son correctas. Me limitaré a señalar que si bien parcial una perspectiva basada en ingresos puede entregar indicaciones históricas de largo plazo, y que de hecho no necesariamente está asociada a hogares (el estudio de Rodríguez Weber sobre desigualdad en Chile, Desarrollo y Desigualdad en Chile (1850-2009), 2018, 2a Ed., LOM, así lo muestra por ejemplo). No hay que olvidar que parcial no equivale a incorrecto.

Una perspectiva más integral se justifica en la medida en que ella permite obtener nuevas y mejores descripciones de la realidad. Eso no es evidente. Muchas veces un marco puede complejizarse para ser más integral pero no entregar resultados muy distintos de uno más simple. Bajo ese criterio observemos lo que nos plantea el texto.

I. El Marco de Observación.

Una de sus ventajas es que estamos ante un trabajo muy sistemático. El marco analítico que expone inicialmente construye un esquema de observación que será con el cual el texto analiza y describe la evolución de la desigualdad. En varias ocasiones uno encuentra que la discusión conceptual y el análisis empírico no conversan demasiado, y el aparato teórico resulta casi superfluo. No es el caso aquí: la discusión conceptual fundamenta el esquema de observación y éste, a su vez, estructura la descripción.

Lo primero es determinar que la desigualdad debe medirse en los mercados ‘primarios’, o sea aquellos que estructuran -finalmente- la producción. No es la desigualdad de ingresos, sino la desigualdad en acceso a capital, la desigualdad en relación a cómo se estructura la relación laboral etc. Son los lugares donde ‘se definen las condiciones de producción material de la sociedad’ (Cap 1, p. 31). Esto implica entonces que la desigualdad es, finalmente, producto de dinámicas en que opera el poder. Aquí reusa conceptos de Tilly (en La Desigualdad Persistente) y aplica a estos mercados básicos un par de dinámicas que serían las que generan desigualdad: ‘las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y otro al acaparamiento de oportunidades de acumulación’ (Cap 1, p. 33). En esa dinámicas se juega el tema de las clase sociales.

Ahora bien, con el sujeto de la clase no se agota el tema. Pérez Saínz incluye específicamente las dinámicas de la individuación al tema de la desigualdad e incluye los pares categoriales (otro concepto que adapta de Tilly) para tratar género, raza y territorio: La adaptación es precisamente que Pérez Saínz restringe el concepto de par categorial, dejando fuera la clase.

Antes de entrar en la descripción de los procesos históricos que se hace en el texto, algunos comentarios. Lo primero es que diferenciar los mercados primarios del resto y realzar su importancia para describir dinámicas sociales. Hace unos años atrás Bas van Bavel (The Invisible Hand? Oxford University Press, 2016) planteaba que lo que diferencia a una economía de mercado de la simple existencia de transacciones mercantiles es que sólo en la primera los bienes primarios (la tierra, el trabajo etc.) son transados libremente en el mercado, y que eso ocurre en raras ocasiones. En la mayor parte de las sociedades hay mercados pero no cubren esos bienes básicos. Centrar el análisis de la desigualdad en las dinámicas sobre esos bienes sigue las mismas líneas: es importante separar el análisis de cómo se distribuyen esos bienes porque tienen consecuencias muy diferentes a los ‘bienes de consumo’.

Lo segundo es la aparición de las dinámicas de individuación. El argumento que esgrime inicialmente es más bien débil: ‘Es bastante evidente que no puede obviarse a los individuos, porque las biografías de las personas son únicas e irrepetibles’ (Cap 1, p. 39). Lo cual es cierto, pero no es claro porque ello implica que los individuos deban aparecer como otra dimensión del análisis de desigualdad. Es en la posterior discusión donde la razón queda más clara: las dinámicas de legitimación de la desigualdad, al menos en las sociedades modernas, no pueden pensarse sin relación a ello: Si las dinámicas de individuación son fuertes, ellas ‘pueden relativizar las dinámicas de clase’ (Cap 1, p. 40). Esos procesos (y en particular la diferencia entre una individuación basada en la propiedad privada y una basada en la ciudadanía social) son los que hacen que el análisis de la desigualdad no pueda separarse del análisis de la individuación.

Ahora bien, en base a ese marco de observación, ¿qué encuentra Pérez Saínz?

2. La Historia de la Desigualdad en tres momentos.

La división en períodos que realiza Pérez Saínz es tradicional para analizar la historia de América Latina desde el siglo XIX en adelante: un período oligárquico seguido de una modernidad nacional a la que sucede una modernidad globalizada. Los nombres varían pero es un esquema altamente usados para analizar América Latina. Y el relato general es más bien tradicional: Un período inicial de alta desigualdad, seguido de un período de menor desigualdad, que fue sólo parcial, y finalmente un momento de nuevo crecimiento de la desigualdad.

Antes de proseguir es relevante observar una de las virtudes del texto: efectivamente analiza América Latina como un conjunto y no, como es tan común, como una sumatoria de situaciones nacionales: las dinámicas y esquemas usados permiten ver de manera conjunta a la región (notando también sus diferencias).

Es el esquema de observación el que permite a Pérez Saínz desarrollar un análisis más profundo que el breve relato anterior. Así, por ejemplo observa que la importancia de los pares categoriales varía en cada época. Así en la era oligárquica es el par categorial étnico el más relevante (el eje civilización/barbarie que estructuró la individuación tenía una lectura directa en ese eje), en la era de la modernización nacional es lo que ocurre con los territorios (la diferencia urbano/rural en particular) y en la era de la modernidad globalizada el eje de género adquiere mayor centralidad (con nuevos procesos de subordinación ahora en el mercado de trabajo). Los cambios que examina a este respecto Pérez Saínz no se reducen a esas estimaciones de relevancia, son analizados época por época (así, entonces, con la importancia del multiculturalismo en el momento globalizado).

Asimismo nos muestra diferencias en lo relativo a los procesos de individuación. Como ya mencionamos, en el período oligarquíco el eje central es la diferencia barbarie/civilización: Sólo aquellos que tenían las disposiciones (y recursos finamente) para una conducta civilizada podían ser ciudadanos y luego así se justifica excluir a la mayoría de la población. En el período de la modernidad nacional se construye un ciera ciudadanía social, aunque en todo caso ésta fue parcial, pero aquí se superara ‘la antinomia entre ciudadanía y trabajo, propia del orden oligarquíco’ (Cap 3, p. 139, en tanto partícipes de la sociedad ya eran ciudadanos, y la ciudadanía tenía un fundamento social, no político (así interpreta el populismo). En el orden globalizado esa ciudadanía social se quiebra, al debilitarse los soportes de política social que lo constituían, pero emerge el consumo como el mecanismo de constitución individual para dicha época.

En cualquier caso, el núcleo de la desigualdad lo constituyen, al final, los procesos asociados a los mercados básicos: Las condiciones de explotación del trabajo y cómo se acaparan las oportunidades de acumulación.

En el período oligárquico nos encontramos con procesos que, en lo fundamental, implican la incorporación general de los procesos productivos en estructuras ‘modernas’ y capitalistas (como parte de una relación más intensa con el capitalismo global): Se instauran relaciones salariales y se destruyen formas comunales de propiedad (y la frontera agrícola avanza, todo ello implicando la ampliación de relaciones capitalistas modernas. Estos procesos constituyen desigualdad por la forma en que ellos ocurren. Así, Pérez Saínz hace notar que siendo la mano de obra salarial escasa no ocurre en América Latina que ella no implicó altos salarios, a través de diversas formas (pago en fichas por ejemplo) la relación asalariada no implicó ni siquiera la libertad formal esperable.

Así, la conformación de este campo se caracterizó por una contradicción básica entre la máxima movilización de fuerza laboral que intentaron los patronos y la mínima remuneración de la mano de obra que otorgaron; es decir, buscaron maximizar la proletarización minimizando la salarización. El acto fundacional de este campo de desigualdades de excedente estuvo marcado por una asimetría profunda que determinaría el desarrollo de la relación entre capital y trabajo en América Latina (Cap 2, p. 58)

Cuando se observa la siguiente etapa, de modernización nacional, en estos campos lo que encontramos son intentos de inclusión, que resultaron parciales o menores. Se constituye una categoría de asalariados formales (Pérez Saínz dice que se constituyen como empleo, no sólo como trabajo, siguiendo un poco a Castel) que adquiere ciertas seguridades y derechos. Pero al mismo tiempo esa categoría no incluye a todos y se instaura la diferencia formal / informal. En lo referente a la acaparación de oportunidades están los intentos de reforma agraria, en otras palabras que los productores directos en el agro puedan acumular; pero al final nos encontramos con procesos oligopólicos. La ausencia de un empresariado local importante se asoció entonces a que unos pocos actores (muchas veces, el Estado o el capital extranjero) fueran los actores centrales. En cualquier caso, los mismos mecanismos de ampliación de inclusión y de construcción de ciudadanía, el empleo formal, fueron nudos de desigualdad (al distinguir y cerrarse al acceso a dicho campo).

El empleo formal, en especial el generado en el sector público, expresó esa superación [de la diferencia entre ciudadanía y trabajo] y en torno a este fenómeno de la formalidad se tejió un nudo de desigualdades importantes (Cap 3, p. 159).

La modernización global implica una transformación de esos procesos. El empleo formal no permanece pero se precariza, al perder sus protecciones y seguridades. Pierde el carácter de ’empleo’ y pasa a ser de nuevo un trabajo. En los procesos productivos globales la ubicación en la cadena productiva se convierte en decisiva: ‘dentro de una trama globalizada no cualquier empresa tiene las mismas posibilidades de acumular; es decir, la trama es un espacio donde también hay desigualdad entre capitales’ (Cap 4, p. 188). En última instancia, lo que se observan son nuevos fenómenos de exclusión (a través de par global/local) que ocurre en economías ‘neo-extractivistas’, donde su inserción en la economía global es a través de la inserción subordinada a cadenas de producción que usan los recursos primarios (incluso si el trabajo es del sector terciario). Los cambios están asociados: Por ejemplo, no por nada el neo-extractivismo es en parte importante de productos agrícolas y las nuevas relaciones laborales nacen en el agro. Y estas transformaciones se asocian muy fuertemente al nuevo carácter del individuo, en la nueva estructura de relaciones productivas:

la empleabilidad desplaza el énfasis de las dinámicas laborales desde el puesto de trabajo hacia la propia fuerza laboral y sus decisiones. De esta manera, se mistifican los orígenes y las causas de esa regresión social y laboral; también viejos derechos se convierten en nuevos deberes y, de esta manera, se refuerza el individualismo que el orden (neo)liberal impuso (Cap 4, p. 180)

3. Entonces, ¿qué aporta esta mirada?

Planteamos que la potencia de una perspectiva se muestra en que nos permite detectar que de otro modo sería complejo de hacer, y sus problemas en que nos hace difícil de percibir.

Los elementos individuales del análisis no dependen mayormente del esquema. Más allá de si son o no buenas descripciones, ellas aparecen en múltiples fuentes. Lo que hace el esquema es la observación en conjunto, sistemática.

Ello permite, además, observar sus relaciones. Aun cuando mucho del texto describe por enumeración (‘en relación a esta dimensión, ocurrió A, B y C’), los elementos están entrelazados. Y permiten comprender mejor lo que son, creo, algunas de las ideas propias del texto.

La afirmación que la importancia de los pares categoriales varía por período es interesante y diría no es tan común como otras afirmaciones. Y, casualmente, ahí se juega una parte importante de las relaciones entre los diversos elementos de la desigualdad. En la dominación oligárquica lo que está en juego es el par étnico y esto se relaciona con dinámicas de individuación que enfatizan la diferencia barbarie / civilización: sólo el ‘civilizado’ cabe tratarlo como un individuo pleno. Lo cual es afín a las dinámicas que ocurrían en los mercados primarios, cada una de las cuales implicaba la imposición de la incorporación subordinada a los mercados (en otras palabras, el que estaba en posición de ‘bárbaro’ no era necesario considerarlo): tanto cuando se pagaba con fichas o se arrasaba con la propiedad comunal, esas eran cosas que se hacían sobre otros, aplicación de poder sobre quienes no tenían derechos. La importancia de la diferencia territorial (urbano / rural) está asociada, finalmente, a una ciudadanía social fundada sobre el empleo formal que era un tipo de empleo urbano, y donde la informalidad urbana siempre se percibió como el resultado de la irrupción de grupos rurales. La preponderancia de las categorías de género en la modernidad globalizada también conecta todo con el hecho que en una época individualista la incorporación de la mujer al trabajo es buscada y que la precarización laboral puede aparecer como ‘positiva’ para este segmento. En esas conexiones es que se muestra que el carácter sistemático del marco de observación permite observar de manera diferente nuestras sociedades.

En términos de afirmaciones específicas que creo son iluminadoras ellas ocurren en torno a la dinámica de los bienes básicos (como ya dije esa concentración es crucial). Una ya la mencionamos al discutir el régimen oligárquico: el hecho que en nuestros países la incorporación en un régimen salarial se realizó bajo condiciones de dominación, permitiendo salarios bastante bajos. Otro tema que menciona Pérez Saínz (y que también aparece en otros textos, como Ross Schneider, Hierarchical Capitalism in Latin America, Cambridge University Press, 2013) es la relación subordinada de los pequeños productores en la cadena de producción y su correspondiente dificultad para acumular:

Por consiguiente, a lo largo de estos tres períodos del desarrollo de capitalismo en la región, y a pesar de las transformaciones acaecidas, hay un denominador común: la exclusión permanente de la mayoría de los pequeños propietarios latinoamericanos de las oportunidades que en verdad les permitirían acumular (Conclusiones, p. 254)

No deja de ser curioso (en Salazar uno puede encontrar algo similar) esta defensa del pequeño capitalista por parte de personas con perspectivas críticas (el subtítulo del texto es ‘la barbarie de los mercados desde el siglo XIX hasta hoy’). Pero ya decía Braudel que entre el mercado y el capitalismo había una fuerte separación.

Como toda perspectiva, la que ofrece Pérez Saínz tiene sus puntos ciegos. Al criticar los ingresos como algo parcial e insuficiente, no toma en cuenta que serán parciales pero son parte de la realidad. Y esto afecta su discusión, porque el crecimiento de ingresos (que es parte importante de lo que está detrás de consumo como agente de individuación -ello sólo puede ocurrir si hay ingresos que lo permitan) es parte de las dinámicas de la relación salarial. Mirar lo que ocurre como precarización, y como caída de la fuerte separación empleo formal estable / trabajo informal inestable, no es todo el fenómeno. Del mismo modo, la situación del trabajo por cuenta propia se termina perdiendo: No es tan sólo exclusión de la relación salarial (no son sólo informales) ni tampoco correspondería dejarlos solo como pequeños propietarios. Y el trabajo por cuenta propia es una realidad estructural importante en América Latina, pero ni la dinámica de explotación ni de acaparamiento de la posibilidad de acumular cubre su situación.

En cualquier caso, como ya dijimos ningún marco puede abarcar todo lo que resulta interesante de analizar y el marco analítico sí permite describir elementos y relaciones que no serían tan claros sin éste. Dado ello, el libro cumple con su promesa inicial de iluminar aspectos relevantes del análisis de la desigualdad en América Latina.

Historia de las Tecnologías Sociales (VII). La Emergencia de la Estratificación. Elites y Subordinados

Las comunidades humanas, en su origen, eran más bien igualitarias. Ello, al menos, en lo que concierne a los recursos económicos y materiales. Simplemente, las capacidades para acumular recursos por parte de un individuo y por parte de un linaje eran más bien escasas; en particular, las capacidades de defender esa acumulación. Dicha capacidad aumenta con la sedentarización, pero sigue siendo más bien baja en aldeas y campamentos. En cualquier caso, con ello ya empieza la marcha de la desigualdad.

Conste que hemos hablado de la desigualdad de recursos materiales. Es altamente probable que liderazgos y otras formas de influencia y poder personal hayan existido en todos los niveles de complejidad social. Sin embargo, ello en la aldea y el campamento no parece traducirse en diferencias tan amplias de recursos. Al menos, en comparación con lo que provendrá después.

La desigualdad aumenta progresivamente con el aumento de la complejidad social, o si se quiere: con la capacidad de la sociedad para producir y generar más actividades. La mayor complejidad de los monumentos y la mayor desigualdad de las tumbas suele ir de la mano (conste que es un ‘suele’, suficiente divergencia hay en arqueología para dar esto como regla universal, pero es claramente un camino común).

La aparición de las civilizaciones, la tríada ciudad-escritura-organización, ha implicado en general un aumento de la desigualdad. No su aparición, ella ya existía con anterioridad; y las así llamadas jefaturas, que son previas a la aparición del Estado, ya muestran niveles relevantes. En todo caso, con la civilización la desigualdad aumenta. Cuando ella puede observarse no sólo en las tumbas sino en los esqueletos (diferencias de estatura por ejemplo) la inequidad está presente en un alto grado.

Sin embargo, lo que aparece y se desenvuelve con la civilización no es solamente la desigualdad como tal; además, se puede argüir, se desarrolla la estratificación. Con esto me refiero no solamente a que diversas personas (y linajes) tengan acceso a diferentes recursos, es que diversas personas (y linajes) tienen derechos y potestades diferentes. Hay libres y siervos; hay personas privilegiadas (por ejemplo, ante impuestos) y personas que no lo son. Y así sucesivamente. Nuevamente, ello no aparece con la civilización y el Estado, formas de servidumbre hay en sociedades pre-estatales; lo que sucede es que ellas se desarrollan de manera más fuerte en este nuevo medio social: Las leyes y regulaciones reconocen la diferencia de personas, la diferencia de dignidad y de derechos que debe ser reconocida. No se trata igual, no se sancionan igual las faltas, no tienen por derecho acceso igual a recursos y premios etc.

Es importante marcar la diferencia de la estratificación con la desigualdad. En última instancia, la desigualdad es una situación de hecho (hay quienes manejan más recursos que otros), lo cual tiene consecuencias sobre temas legales (por ejemplo, la propiedad implica todo un conjunto de sentencias sobre traspasos, sobre robos etc). Pero la estratificación, diferenciar la calidad de las personas, es un asunto de derecho desde el inicio, que se sostiene y se implanta a través de decisiones y regulaciones. Es por ello que adquiere más fuerza al aparecer organizaciones que implantan y desarrollan decisiones vinculantes y establecen regulaciones estables.

El fortalecimiento de la desigualdad y la estratificación tiene que ver con la concentración de poder y de actividad que implican estas nuevas formaciones (o al menos eso se puede argumentar). Por un lado, una mayor concentración de actividad implica una mayor oportunidad para la desigualdad -hay más recursos y se acrecienta la posibilidad de acumularlos; por otro lado, una mayor concentración de poder implica una mayor capacidad para proteger esa distribución desigual. Es uno de los usos más antiguos del aparato coercitivo creado con la civilización.

Más aún, si se toma en cuenta que en este período la desigualdad está altamente asociada al poder político. El uso del aparato coercitivo para generar y proteger la desigualdad no es sólo, o tanto, en la forma de ‘la ley se inventa para proteger la propiedad’ sino en la forma directa que quienes se apropian de los recursos lo hacen a través de  medios políticos. La existencia de mercaderes desde los inicios de la civilización (y hay documentación relevante de los comerciantes asirios en Anatolia, como de los comerciantes del sur de Mesopotamia comerciando a lo largo del golfo pérsico) nos indica que no toda acumulación de recursos fue por medios políticos, pero claramente fue una manera dominante. Los señores, los dueños de la tierra y de los recursos, no estaban separados del poder político. La élite política es, al mismo tiempo, la élite económica. Si bien antes del Estado es posible que quienes actuaran de líderes no tuvieran una acumulación de recursos mayor, eso deja de ocurrir. Los gobernantes acumulan recursos a escalas inimaginables previamente, y incluso con posterioridad.

Para construir las pirámides se requiere el control de una cantidad de recursos (en materiales, en cantidad de trabajo) bastante alta, y que no dejan de ser importantes inversiones del conjunto de la economía. Y todo ello para producir tumbas para los gobernantes. Son, en ese sentido, una muestra concreta de procesos de desigualdad y de estratificación.

piramides
Pirámides de Guiza. La Gran Pirámide de Keops, circa 2.570 AC. Una demostración de desigualdad

La civilización, entonces, implicó la generación de élites y subordinados. Ahora bien, ¿Qué tipo de grupos sociales son los que normalmente se generan? Están los segmentos asociados al control administrativo -los escribas-, los funcionarios y sacerdotes de los templos, los dependientes de los palacios (que incluyen desde soldados a trabajadores manuales), comerciantes, artesanos, campesinos, siervos, esclavos etc. La emergencia de la ciudad, ya lo indicamos anteriormente en la entrada correspondiente, implica una mayor división del trabajo, y la diferenciación funcional de esos roles está asociada a un mayor dinamismo de la economía. El hecho que todas esas divisiones puedan constituirse en una diferencia de calidades de personas (con mayores o menores derechos) se debe a la incrustación en ella de esta capacidad de producir desigualdad que generan la civilización, y en particular el Estado.

La aparición de la desigualdad, y de la estratificación, generan a su vez asuntos de ‘política pública’. ¿Cómo lograr que los desposeídos, aquellos que tienen menos derechos, acepten esa situación? ¿O al menos se comporten de acuerdo a esas pautas? Se exploraron, si se quiere, diversas alternativas. Desde la fundación teológica -el soberano es un Dios, así que se le hace caso y recibe los recursos del resto de la población como cualquier Dios; a la presentación del soberano como protector del débil -logrando que el fuerte no abuse del débil (como vimos es como se presenta Hammurabi); al simple recuerdo del poder y de la fuerza. De hecho, las mismas sociedades usaron diversas alternativas con el paso del tiempo. De hecho, parte del relato de la crisis con la que hemos elegido terminar esta primera fase de la historia (el cierre de la etapa del inicio) puede entenderse a partir de estas dinámicas. Puede que la lucha de clases no sea el motor de la historia, pero dado que el nacimiento de la civilización está unido al aumento de la desigualdad y la estratificación, los conflictos entre diversos grupos acompañan estos desarrollos desde la aparición de las sociedades estatales.

 

Durante alrededor de dos milenios (hasta el 1.200 AC) estas nuevas formaciones sociales que podemos llamar civilización (esta tríada ciudad-escritura-Estado) cambia la vida social. La manera de vivir, las posibilidades de existencia (digamos, la posibilidad de ser un escriba, de ser un artesano especializado en un palacio, de ser un mercader ‘internacional’ entre Estados, de ser un capataz de una cuadrilla de trabajadores etc.) se diversifican y aparecen muchas nuevas formas. Incluso para la forma de vida que existía previamente -el campesino en una aldea- el mero hecho que existan ciudades o Estados cambia, al menos indirectamente, las cosas: puedo ser afectado por un recolector de impuestos, la propiedad de la tierra queda registrada de manera escrita (y puede ser intercambiada) y diversos contratos escrito en que puedo estar involucrado y aunque yo quizás no participe de ellas, si soy afectada por ellos. El hecho que esté documentado, por ejemplo, la pérdida de terrenos por deuda o la práctica de adopciones falsas (el campesino vende su tierra al adoptar de manera ficticia a un hijo, que es el comprador, que fue una práctica relativamente usual en Mesopotamia para obviar la prohibición de venta de tierra), es una muestra que la vida del campesino también es ya distinta en esta nueva forma social (sin contar que la mera existencia de la ciudad permite la posibilidad de la venta de productos a ella, y ya sea que el campesino aproveche de ello, o sea explotado en esa producción, el caso es que le afecta).

Esta nueva forma de vida, en todo caso, todavía no alcanza plena estabilidad. La primera expansión urbana, que es incluso algo previa al nacimiento de esta forma, entró en crisis con cierta rapidez; y el ciclo de caída de dinastías en más de una ocasión implica una crisis de esta forma de vida: Que donde existían ciudades y Estados, estos desaparezcan posteriormente. Durante todo este período la forma de vida civilizada nunca perece como tal, y en los núcleos básicos (Egipto y Mesopotamia) es más o menos permanente. Sin embargo, sigue siendo más bien frágil y limitada en términos espaciales. La crisis del 1.200 AC, materia de la siguiente entrada, es una muestra de ello. Tras dicha crisis, en todo caso, se entrará en un proceso de consolidación y de expansión, pero ello abrirá otra etapa distinta, ya alejada de las dinámicas iniciales de la civilización. En cualquier caso, estas etapas iniciales cubren alrededor de 1.800 años (entre el 3.000 y el 1.200 AC, en los cortes algo arbitrarios que estamos usando), que no dejan de ser una parte importante de todo el conjunto de la historia de la ‘civilización’ (que cubre alrededor de cinco milenios en última instancia). El inicio fue una etapa muy larga, generar la vida ‘civilizada’ y aprender a vivir en ella es un proceso que tomó un tiempo no menor.

The Great Leveler. O de la violencia y la producción de la igualdad

great_levelerThe Great Leveler, Walter Scheidel. Princeton University Press. 2017.

La tesis esencial del libro puede resumirse fácilmente: Toda disminución de la desigualdad de importancia ha sido producto, a lo largo de la historia, de cuatro causas: La guerra de gran escala, la “gran” revolución social, el colapso profundo de las sociedades y las grandes plagas y enfermedades.  Muerte, violencia y caos, o al menos la amenaza de ellos, es básicamente lo que genera la caída de la desigualdad. Y nada más puede tener ese efecto. Sin violencia nos plantea Scheidel no hay forma de tener una disminución relativamente estable, de mediano plazo, de la desigualdad.

La premisa de una caída de la desigualdad es la destrucción masiva. Scheidel usa el ejemplo de Augsburgo tras la guerra de los treinta años para ilustrar la lección general:

Massive violence and human suffering were required to dispossess the rich and reduce the working population to an extent that left the survivors noticeably better off. Different forms of attrition at both the top and the bottom of the social sprectrum converged in compressing the distribution of income and wealth […] what all these cases have in common is that substantial reductions in resource inequaity depended on violent disasters (p 342)

El examen es a gran escala. Si bien los datos son más claros en tiempos más recientes -el siglo XX en particular-, de todas formas (mediante un uso juicioso de fuentes limitadas) pueden darse algunas aproximaciones generales al largo plazo sobre la evolución de la desigualdad.

Primero, la civilización y la desigualdad van de la mano. Desde que abandonamos la vida en pequeños grupos, desde que nos asentamos y la posibilidad de acumular se presentó, la desigualdad ha sido parte de la vida social. Desde que fue posible heredar el capital (cualquiera que este fuera), las dinámicas propias de la vida social generan y permitan la desigualdad, lo que Scheidel llama la ‘gran desigualización’ (pp 33-42). Y esa dinámica, que ya aparece como lo muestra la cita en sociedades que empiezan a complejizarse, se acrecienta con el desarrollo de civilización -en las cuales las técnicas para generar y mantener la desigualdad se acrecientan (de partida, el nacimiento del Estado fue en todas partes la diferencia entre una élite gobernante y una masa gobernada).

A collaborative study of twenty-one small-scale societies at different levels of development -hunter-gatherers, horticulturalists, herders, and farmers- and in different parts of the world identifies two crucial determinants of inequality: ownership rights in land and livestock and the ability to transmit wealth from one generation to the next (p 37)

Segundo, se puede defender que toda situación relativamente estable -desde esta perspectiva, se podría decir, cuando esa herencia de capital es relativamente segura- la desigualdad tiende a aumentar. Scheidel presenta varios gráficos que -de manera muy aproximada- intentan mostrar la evolución a largo plazo de la desigualdad en varias áreas del mundo (Europa en la p 87, América Latina en p 104, Estados Unidos en p 110) y en general estos aumentan progresivamente -hasta que sucede alguna de los disrupciones mencionadas anteriormente.

For thousands of years, civilization did ot lend itself to peaceful equalization. Across a wide range of societies and different levels of development, stability favored economic equality (p 6)

Tercero, el análisis histórico de la desigualdad muestra la importancia de observar con atención los indicadores. Uno de los indicadores más usados para analizar la desigualdad es el Índice de Gini. Ahora bien, sucede que el rango de variación posible de ese Índice cambia de acuerdo a la prosperidad de una sociedad. En este sentido, lo que interesa es la ‘Frontera de Posibilidad de la Desigualdad’ que Scheidel toma de Milanovic y Lindert (p 445), una medida que toma en cuenta el máximo nivel de desigualdad posible bajo un determinado nivel de ingreso. En el límite: Un grupo que vive en la línea de subsistencia no le queda más que ser igual (puesto que cualquier desviación de ello implica que hay personas que quedan bajo esa línea, y luego mueren): No es una sociedad sostenible. Esto implica entonces que sociedades que no sobrepasan demasiado esa línea tienen límites sobre el Gini que es efectivamente accesible más bajos que los que poseen sociedades más ricas (que pueden concentrar más su riqueza sin dejar bajo la línea de subsistencia a grandes segmentos de la población). Así, con relación al Imperio Romano, Scheidel nos dice:

Although the distribution of income below elite levels is even more difficult to assess, a conservative range of assumptions point out to an overall Gini coefficient of income in the low 0,4 for the empire as a whole. This value is much higher that it might seem. Because average GDP amounted to only about twice minimum subsistence levels net of tax and investment, the projected level of Roman income inequality was not far below the maximum that was actually feasible at that level of economic development (p 78)

Cuarto, si bien el hecho que la disrupción masiva y la violencia parecen ser precondiciones para una disminución de la desigualdad, los mecanismos específicos parecen variar de manera importante.

En el caso de plagas y enfermedades es relativamente sencillo: Tras una plaga, los sueldos (o el equivalente, la retribución por el trabajo) aumenta puesto que el recurso humano se ha vuelto mucho más escaso (pp 300-303 para el occidente europeo tras la peste negra, pp 317-320 para México tras la catástrofe demográfica de la conquista). Aunque ello no siempre ocurre, Scheidel muestra que la reacción de las élites en ciertas zonas, como la Europa oriental, evitó el resultado del aumento de salarios por parte de los trabajadores: el uso de la coerción evitó el ajuste de precios por escasez. Pero cuando las enfermedades tienen ese resultado es a través de ese mecanismo

En el caso de derrumbes societales es tanto la destrucción del capital como la desaparición del aparato estatal represivo que permitía la mantención de la desigualdad lo que permite que la desigualdad disminuya:

Whatever disparities and forms of exploitation survived into postcollapse periods were bound to be a far cry from what had been feasible and often typical in highly stratified imperial polities. Moreover, general impoverishment well beyond former elite circles by itself reduced the potential for surplus extraction and lowered the upper ceiling for resource inequality (p 279)

En las guerras masivas el principal efecto no es de hecho la destrucción masiva de capital (aunque sí es relevante) sino la movilización de recursos: Los estados requieren movilizar tal cantidad de recursos de la sociedad que no les queda otra que usar de manera importante los recursos de los estratos más altos y ello disminuye la desigualdad. Esto explica porque no es tan sólo la participación directa en la guerra total la que produce esos efectos, sino también su amenaza y la preparación para ella (el caso de Suecia en la 2GM, como muestra Scheidel pp 159-164, y también la situación de las polis griegas, ver pp 188-199).

En el caso de las revoluciones es más sencillo: ellas se basan directamente en el ataque a las élites, y ellas entonces son las que más pierden en esos casos; y la intensidad de la revolución afecta la intensidad de la disminución de la desigualdad: la revolución francesa, menos violenta que la rusa o la china, generó una disminución de la desigualdad menor: ‘however much it may have scandalized conservative contemporary observers, a revolution that by later standards turned out to be quite restrained in its means and ambitions yielded correspondingly less leveling’ (p 238)

Lo cual nos lleva al siguiente punto: Si son diversos los mecanismos que llevan a que los episodios de violencia generen menor desigualdad, entonces ¿a qué se debe el hecho que sólo esos episodios tengan ese efecto? Como hemos visto, no parecen tener un mecanismo en común. ¿Por qué entonces no hay mayor evidencia de disminuciones pacíficas? Scheidel menciona que América Latina en los últimos decenios podría ser un caso, pero concluye que es muy limitado and muestra ‘none [evidencia] at all for persistent and substantial leveling in the absence of violent shocks’ (p 387). Siguen siendo las disminuciones de desigualdad vía violencia pueden generar caídas abruptas y con cierta duración.

Por otra parte, los datos muestran a su vez que estas caídas de todas formas no son permanentes. Recordando algo que dijimos anteriormente, una sociedad estable tiende a producir desigualdad (dado que tiende a hacer que los efectos de la desigualdad se acumulen, al ser las reglas estables). Lo cual nos muestra porque, a pesar que los mecanismos concretos varíen, la violencia parece ser necesaria: Porque lo que causa la disminución es una disrupción profunda en los mecanismos de funcionamiento de la sociedad (donde las ventajas de la desigualdad no se acumulan ni son tan ventajosas). Y ello es posible sólo, a final de cuentas, en situaciones de violencia.

Con lo anterior pasamos al último punto. Nuestro examen de los mecanismos finalizó con el análisis de revoluciones. Ello no fue casual. Al fin y al cabo, buena parte de los revolucionarios estuvo de acuerdo con que la violencia es necesaria para la disminución de la desigualdad, es por ello que abocaban por la revolución. Scheidel cita a Mao hablando a los líderes del partido en Junio de 1950:

Land reform in a population of over 300 million people is a vicious war… This is the most hideous war between peasants and landlords. It is a battle to the death (p 225)

A nosotros la conclusión nos parece un problema: si sólo a través de la violencia se puede lograr disminuir la desigualdad, lo deseable de ese objetivo queda en entredicho. Pero con otras ideas, como hemos visto, el precio puede parecer digno de ser pagado.

Podríamos dejar la cosa ahí, como una diferencia en valores (por si acaso: hay formas de dirimir diferencias en discusiones valóricas, sólo que no es el tema de esta entrada). Sin embargo, hay algo más profundo en juego. Si es cierto que una sociedad compleja tiende a aumentar su desigualdad cuando hay estabilidad, entonces lo razonable de una disrupción para disminuir dicha desigualdad aparece a su vez disminuida. Grandes costos para ganancias momentáneas no parece ser sustentable ni siquiera para alguien que tuviera una fuerte preferencia por la desigualdad. Es la combinación de la tesis de la necesidad de la violencia con la idea que una sociedad compleja estable tiende a producir desigualdad lo que forma un cerrojo entonces. Esa combinación es la que genera un problema fundamental a todos quienes tienen una alta preferencia por la igualdad.

 

PS. Hemos hecho toda la reseña y comentario sin opinar sobre el valor del libro. Es precisamente porque tengo una opinión muy alta de su valor que he dedicado la reseña a presentar y discutir las ideas del libro en vez de dedicarme a su evaluación.

Evolución de la propiedad en la Francia medieval.

La petite et moyenne propriété, qui formait le support économique de la société carolingienne, disparaît ente Xe et XIe siècle sous la pression des puissants.

Francois Menant et al. (1999) Les Capétiens, Parte I, Cap 3, p 86. Paris: Perrin.

A propósito de un posible argumento a obtener de The Great Leveler (Scheidel, 2017, Princeton University Press): Que una vez que se ‘estabiliza’ un determinado orden, tiende a aumentar la desigualdad (y no te olvides de escribir la reseña)

Ahora bien, crucial aquí es cómo se entiende la palabra ‘estabilizar’. El período analizado es uno de pérdida de poder estatal, y de traspaso a la aristocracia (a quienquiera que pudiera poner un castillo, a decir verdad, el mismo punto lo hace Baschet, La civilisation féodale, Flammarion 2006, Parte 1, Cap 2, p 143-147). Eso, y los niveles de violencia concomitante, puede observarse como desestabilización -los años previos a la instalación de los Capetos con incursiones vikingas de forma regular son una muestra de ello. Pero al mismo punto, es un tipo claro de orden (de una práctica reconocida y estable en el tiempo). Luego, si se lo entiende de esta última forma podría pensarse como apoyando la hipótesis. Pero, por otro lado, los tiempos carolingios son también un tipo de orden, y claramente más estables en el mismo sentido (mayor fuerza poder central). Y no están, a su vez, esos tiempos ya alejados de la ruptura de la caída del Imperio Romano de Occidente -uno de los ejemplos de Scheidel sobre cómo el colapso social produce igualdad, o para decirlo de otra forma que una de las varias precondiciones del aumento de la igualdad es el colapso-, como para decir que ese efecto debiera diluirse.

Supongo que eso requiere más lecturas de los tiempos previos a los Capetos (entre los 400 y los 900), en particular con los Carolingios. En fin, así sucede con la historia en cualquier cosa.

Desiguales. Más allá de la desigualdad de ingresos

Hace algdesigualesunos días el área de Pobreza y Desigualdad del PNUD publicó Desiguales. El paso de los días nos permite hacer este comentario a la luz de la discusión pública. Una nota antes de proseguir: Si bien trabajo en el PNUD, el Informe fue desarrollado por otra área. El lector determinará como usar esa información.

Resulta notorio que un texto que presenta múltiples resultados, de diversas dimensiones sobre la desigualdad, queda reducido -en la discusión pública- a sólo uno de ellos: La tabla de evolución de la desigualdad (que está en la página 21). Y entonces aparecería como si el Informe sólo dijera que  la desigualdad ha disminuido en los últimos 25 años.

Además, con esa algo desesperada necesidad de ser reconocidos y de vanagloriarse que tiene nuestra élite, poco más pareciera que con esa disminución ya no hubiera más que decir o preocuparse. De hecho, Engel retó al texto porque incluye dicha disminución en una sección llamada ‘La evidencia mixta’. A su juicio lo mixto sólo vendría por el tema de las diferencias absolutas, y eso es tan irrelevante que no se usa nunca, y por lo tanto no vendría a cuento lo de mixto. Ahora bien, inmediatamente después del comentario y todavía dentro de la sección, el texto se dedica a analizar la concentración de ingresos, la que se clasifica como alta, lo que a cualquier lector le diría que lo mixto provendría de ello. ¿Por qué es importante mencionar las dos cosas de manera simultánea? Porque así se puede explicar por qué esa disminución de la desigualdad no es reconocida por la población (la que, por cierto, no es ciega a los cambios, la disminución de la pobreza y mejoría de la condición económica son temas que aparecen reconocidos en encuesta tras encuestas). Es mezclando varios datos, lo que pareciera lo mínimo razonable para analizar situaciones de mínima complejidad, que se alcanza la conclusión. Pero como nuestra élite política e intelectual le parece difícil manejar cualquier distinción puede que ello le resulte ininteligible.

Por cierto, tampoco se puede decir que la evolución de la desigualdad no da para tanto alborozo. Es cosa de comparar con otros indicadores que han experimentado cambios de gran magnitud en el mismo tiempo. La reducción de la pobreza de ingresos (usando la forma de medición de ingresos que se usa desde 2013) pasa del 68% en 1990 a 11,7% el 2015. De hecho, la reducción de pobreza es tan alta que simplemente no tenía sentido seguir usando la metodología de medición de pobreza de ingreso previa (fue necesario, como mínimo, ajustar la canasta); y usando pobreza multidimensional (que es más exigente) se alcanza a un 20,9% de la población -o sea, una cifra más de tres veces inferior a la pobreza de ingresos, menos exigente en 1990. Usando datos del FMI de PIB per capita (moneda nacional, precios constantes) entre 1990 y 2015 Chile multiplicó por 2.5 su ingreso. En los dos casos estamos ante cambios muy fuertes, que se salen completamente de la línea histórica de Chile. Comparado con eso, una disminución de 52,1 a 47,5 en el Gini (que además se mantiene perfectamente al interior de la variación histórica de largo plazo, ver el gráfico de la página 32 del informe) no es comparable (otros indicadores muestran una variación más alta, digamos pasar de 14,8 a 10,8 en la razón de quintiles Q5/Q1) . En otras palabras: Sí, hay disminución, pero los indicadores siguen siendo bastante altos.

 

Y todo esto es sin entrar a los restantes resultados del informe. Como el informe es extenso, y además tiene un bastante buen resumen interno, nos ahorraremos la tarea de resumir, y nos lanzaremos a la tarea de decir lo que nos parece más relevante.

Partamos por los temas asociados a ingresos y el trabajo. En última instancia, si lo que preocupa es la diferencia de ingresos entonces los ingresos laborales resulta cruciales. Ahora bien, el primer tema que Desiguales enfatiza es la existencia de una muy alta proporción de bajos salarios:

En 2014, la línea de pobreza para un hogar de tamaño promedio correspondía a $343.000, de manera que definimos aquí un salario bajo como aquel inferior a esa cifra. El resultado es que la mitad de los asalariados con jornada de treinta y más horas semanales obtenía un salario bajo en 2015 (p 263)

Los datos de pobreza, el mismo texto lo señala, son mucho más bajos, lo que indica que hay muchos hogares que evitan estar en la pobreza por contar con más de un perceptor de ingreso. La disminución de la pobreza, en última instancia, parece deberse centralmente a los comportamientos de las unidades domésticas, que buscan aumentar sus fuentes de ingreso. No es que la evolución de los salarios resulte suficiente para ello.

Siguiendo con el tema de salarios, la diferencia entre el sector de alta productividad y de baja productividad en las empresas (y no deja de ser relevante encontrar de nuevo un resultado tan tradicional en nuestras ciencias sociales) resulta crucial: ‘El componente entre empresas representa el 54% de la desigualdad de los salarios individuales’ (p 278). Pasar de una empresa de baja a alta productividad resulta fundamental: un trabajador no calificado en una empresa del Q1 de productividad gana 219 mil pesos, el mismo trabajador en una empresa del Q5 de productividad gana 493 mil (el salto es incluso más alto entre los trabajadores de ventas, que pasan de 243 mil a 913 mil al pasar del Q1 al Q5 de empresas por productividad). El amplio sector de empresas de baja productividad aparece como uno de los núcleos del problema.

 

Ahora bien, la desigualdad es, en el Informe, sólo problemática cuando aparecen como ilegítimas. La definición del Informe pone ello como una de las tres condiciones de la definición:

Así, pues, en este volumen las desigualdades sociales se definen como diferencias en dimensiones de la vida social que implican ventajas para unos y desventajas para otros, que se representan como condiciones estructurantes de la propia vida, y que se perciben como injustas en sus orígenes o moralmente ofensivas en sus consecuencias, o ambas (p 62)

Y entonces, ¿cuan ilegítima es la diferencia de ingresos? En resumen: Se puede decir que en Chile esa diferencia es legítima, pero la población pone condiciones y límites a esa desigualdad, las que estima no se cumplen. Lo primero es hacer notar que la desigualdad económica es la que menos molesta de varias desigualdades: 53% elige notas 9 y 10 a su grado de molestia, en escala de 1 a 10, lo cual resulta alto, pero inferior al 68% que le molesta que ciertas personas accedan a mejor salud. Pero hay tolerancia a la desigualdad per se: Los chilenos estiman que es justo que un gerente de una gran empresa reciba un sueldo 13,3 mayor (COES 2014) o 10,7 mayor (ISSP-CEP 2009) que un obrero semicalificado, lo que resulta claramente superior a lo que sucede en otros países (en Suecia la cifra correspondiente es 2,2; en Gran Bretaña 5,3). Y sin embargo, la diferencia percibida de ingresos es superior a la que se considera justa: La encuesta del Informe muestra que se estima que un salario justo de un gerente es de 2 millones, pero el percibido es 3 millones; el sueldo justo para un obrero es de 450 mil, el percibido de 280 mil (p 244). Incluso personas con tanta disposición a aceptar la desigualdad de ingresos como los chilenos perciben que la diferencia supera lo que encuentran justo.

Un tema importante es ¿qué es lo que molesta de la desigualdad económica? Si se quiere, más que la existencia per se de ingresos altos, es la coexistencia de ello con salarios que se perciben subjetivamente como bajos (y que también lo son ‘objetivamente’ recordemos los datos anteriores): Entre las clases medias hacia abajo más del 50% de la población estima que recibe menos de lo que merece (66% en las clases bajas, 70% en las medias bajas, 58% en las medias, p 236). El sueldo que se estima debiera ser mínimo es de cerca de 450 mil pesos (que no está tan lejos de los 343 mil que definían el sueldo que permite que una familia no sea pobre por parte del Informe, y que de hecho es similar a los sueldos estimados justos para obreros y cajeros p 244), un sueldo que sabemos la mayoría de la población no alcanza. En otras palabras, buena parte de la población obtiene sueldos que son inferiores a lo que ellos estiman debiera ser el salario mínimo justo.  Cuando las personas reclaman por desigualdad de ingresos están reclamando por sueldos que estiman no permite hacer lo que un sueldo debiera hacer en la opinión de las personas: cubrir las necesidades.

Lo cual nos lleva a un segundo tema: Recordemos que las desigualdades que más molestan son la diferencia en acceso a salud o educación. En otras palabras, no molesta tanto que haya quienes ganen mucho más que otros (para eso hay múltiples justificaciones posibles); y en este sentido no es la envidia, como en tantos análisis fáciles se dice, la raíz del reclamo. Pero sí aparece como injusto que esa diferencia se traduzca en una desigualdad en bienes que se perciben como básicos: Salud y educación (alguien podría decir, ¿no es la alimentación o la vivienda también básicos? Pero al parecer en ellos el tema del acceso parece estar ‘solucionado’, pero en educación y salud las diferencias son claras). Y además en ellos se ha vuelto crecientemente menos aceptada la desigualdad: El desacuerdo con la afirmación que es justo que quienes puedan pagar más tengan acceso a mejor salud o educación para sus hijos pasó del 52% al 64% en educación y del 52% al 68% en salud (sin estar en ningún momento aceptado, la ilegitimidad de ello ha aumentado con el tiempo). La igualdad en educación resulta importante tanto porque (a) se ha transformado en el sueño de movilidad y (b) porque legitima la desigualdad de ingresos: Esta última es legítima si está asociada al mérito (p 245-251), pero para que exista mérito todos deben tener acceso a la educación. La igualdad en salud, en última instancia, hace referencia al derecho a la vida -y entonces a un campo en que no aparece legítimo que el dinero medie. En otras palabras, el dinero puede mediar el acceso a muchas cosas, pero hay cosas que se perciben debieran estar separadas de éste. La desigualdad de ingresos no molesta, si se quiere, en las primeras; pero sí en las segundas.

En última instancia, hay un tema de trato y de dignidad en juego. Y es ahí donde se concentra molestia, pero además y quizás de manera más importante, una experiencia. Como lo dice el propio informe:

En uno de los grupos de discusión realizados para este libro, una secretaria comentaba su experiencia al salir a la calle:

No me siento que me traten con igualdad, porque, por ejemplo… si voy a comprar al [centro comercial del sector oriente], si no voy vestida regia, no me tratan igual que a las otras secretarias… Claro, tengo que disfrazarme de… de cuica. Y claro, si voy pa’ otro lado me tratan de otra manera

De modo similar, en una entrevista realizada en la región de Valparaíso, un obrero resumía así su experiencia de vestir su ropa de trabajo en un espacio comercial: ”Te miran con desprecio, o te miran como un delincuente”” (p 197)

El Informe hace notar la amplia cantidad de formas que tenemos de referirnos a ese maltrato (desprecio, te ponen la mano encima, te apuntan con el dedo, te pasan a llevar, pisotean, humillan, p 198). Eso refleja una experiencia amplia. En la encuesta un 41% experimentó malo trato en el curso de un año (p 201). Y eso indica una experiencia amplia directa pero también indirecta (i.e los que conocen alguien que le ha pasado ello, que le han dicho de esa experiencia, supera ese 41%). Sabemos que somos una sociedad donde se desprecia a los de segmentos más bajos.

Y esto resulta crucial, porque este tipo de experiencia no tiene justificación, y es anotada inmediatamente como injusticia cuando se la recibe: ‘Este ideal de la igualdad en dignidad se pone a prueba, se concreta, mucho más en la igualdad de trato que en igualdad de ingresos’ (p 199).

Es una experiencia amplia en lo referente a cuantos se ven ofendidos de esa forma. pero también amplia en términos de donde y quienes la realizan: Aparece en el trabajo, en la calle, en los servicios públicos; lo hacen desconocidos, funcionarios públicos, los jefes o supervisores. Dos temas creo que son relevantes a este respecto: (a) El estado es un promotor, en la vida cotidiana, de la desigualdad de trato, son las oficinas y funcionarios públicos también quienes, al maltratar a quienes van a esos servicios, reproducen esas desigualdades, y (b) Dada la granular de las diferencias sociales, buena parte de la población recibe maltratos y hace maltrato. Esos desconocidos en la calle, o vecinos que maltratan no son de las clases altas. El mismo informe cita a un entrevistado cuando está hablando de meritocracia, y la experiencia allí relatada permite ver cómo se justifica el menosprecio desde el punto de vista del maltratador:

Yo vengo de una famuilia del campo (…) gracias a Dios hace tiempo no tomo micro (…) estos días, un, un micrero me chocó, ¿pero sabe cómo me trató él, el micrero? A mí, siendo que él me chocó… Yo le dije: ”¿Sabes qué? Aprende a ser gente, por eso estás ahí, por eso estás chantado ahí, aprende a ser gente, porque no sabes lo que me costó a mí tener quizá el vehículo que tengo ” (…) El chileno prácticamente está en eso y quiere que todo [se lo] regalen, es por eso que el país está estancado (grupo de discusión mixto, clases medias, Santiago, p 246)

Para replicar a una molestia producida por otro el vocabulario usado es el menosprecio de clase (para evitar malas lecturas, el tema no es en la reacción frente a ser chocado, sino en la elección de la forma de expresión). Dado que todos tenemos, finalmente, personas sobre y bajo nuestra posición social en la escala, es fácil terminar siendo los maltratados de otro (que reclamamos) y ser el maltratador de otro (que justificamos). La dinámica del menosprecio no es algo producido desde fuera, es producida por los mismos que reclaman y exigen la igualdad en dignidad.

Podríamos seguir, pero baste aquí volver al punto de inicio: Que un informe que tiene tantas dimensiones a explorar, que muestra tantas de las insuficiencias del debate sobre estos temas (y conste que no abordamos nada, por ejemplo, de lo relativo a la concentración y la conformación de la élite que daría para una entrada por sí sola), queda reducido a un dato que se discute en los términos de un debate simplista. Quizás esperar más de los debates públicos en Chile sea mucho pedir.

En vez de los deciles. La pirámide de la desigualdad

Dado que la desigualdad se ha convertido en tema importante en el debate en nuestro país, se multiplican los números al respecto. Para sintetizarla usualmente tenemos el Gini, y para observar la distribución del ingreso, usualmente hablamos en deciles (el nivel de ingreso por decil o qué porcentaje del ingreso tiene qué decil). Lo cual tiene diversas ventajas, pero de hecho no corresponde a lo que es una vieja y fácil de entender forma de observar la distribución -que es una pirámide. No por nada cuando se pregunta por percepciones de desigualdades de ingreso y cuál es la preferida, la CEP -usando algo que se usa en otros estudios- pregunta por pirámide (como lo vimos en una entrada anterior), y también lo usa la OECD en un ejercicio online (Compare your income).

Entonces, y además dado que es fácil de hacer, usando los datos de la CASEN 2013 se procedió a hacer una pirámide de ingresos. En el gráfico se muestra el número de personas que hay en cada grupo de ingresos per cápita, usando ingresos autónomos (están en grupos de 50.000 pesos, partiendo de 0 a 49.999, siendo la categoría mayor 1,4 millón o más).

piramide_2

Si las imágenes dicen mil palabras, entonces no será necesario mayor comentario. Eso sí, la pirámide que aparece corresponde a lo que de acuerdo al CEP 2013 el 38% de la población pensaba. Siendo la opinión más común, habrá que decir que tan descaminados no están los chilenos -o al menos, buena parte de ella. Y, por cierto, es una distribución que sólo el 5% declara que debiera ser (mientras el 45% prefiere una distribución normal, simétrica en relación con el promedio).

Se puede hacer notar que un 54% se maneja con menos de 150.000 de ingreso per capita, y un 81% con menos de 300.000 (estamos usando ingresos autónomos). Por otro lado, un 9% de la población tiene ingresos superiores a 500.000 per cápita. Dado que buena parte de la población se considera de clase media, las cifras son claras en indicar cual es el nivel de ingreso que -para la población- consiste ser ‘clase media’.

Alguien puede reclamar que estamos usando ingresos autónomos, no incluyendo los datos de ingreso total (i.e las transferencias y subsidios del Estado). La pirámide es menos fuerte en los niveles bajos, pero tampoco cambia demasiado: 40% sigue viviendo con menos de 150.000, 76% con menos de 300.000 y 11% con más de 500.000.

La pirámide no muestra nada que no se sepa, en cierto sentido: Que la desigualdad es alta lo dice cualquier forma de mirar los datos. Lo que hace la pirámide es mostrarla de una forma distinta, y quizás, algo más evidente en su magnitud.

 

Notas en torno a cómo piensa de la desigualdad la población chilena

Entre las innumerables características del debate público en Chile está la creciente relevancia que ha adquirido el tema de desigualdad. Reducido a lo básico, se habla mucho más de ella que en décadas anteriores. Ahora bien, la desigualdad puede tratarse sólo objetivamente (i.e midiendo cuanta hay, y para eso hay múltiples formas de hacerlo); pero también podemos preocuparnos de ella de forma subjetiva. En otras palabras, qué es lo que se percibe y cuál es la legitimidad de dicha desigualdad entre los ciudadanos de nuestro país.

En relación con ello, usando diferentes datos, creo que se puede sintetizar lo que la población piensa al respecto en las siguientes tres tesis. Que obviamente no recogen toda la heterogeneidad y complejidad de las percepciones de la población, pero bueno tampoco estimo que estén tan descaminadas como descripción general.

1. La desigualdad económica no es vista como ilegítima per se, y comparativamente, los chilenos tienen mayor legitimidad de ella.

La tesis de doctorado de Juan Carlos Castillo, The legitimacy of economic inequality (defendida el 2010 en la Universidad de Humboldt en Berlín) usando los datos del International Social Justice Project del 2006 muestra que los chilenos, por ejemplo, perciben como justa que un gerente gane 11,3 veces lo que gana un trabajador no manual, lo que es bastante mayor a lo que ocurre en otros países de ese proyecto. En otras palabras, la desigualdad económica en sí misma no es injusta, y los niveles que se consideran adecuados son bastante altos comparados con otros países.

Los datos de la Encuesta de Desarrollo Humano realizada para el Informe del 2015 muestran además que para los chilenos, la desigualdad es algo natural y que será siempre parte de la sociedad, y esto en particular entre los grupos de menores ingresos: Un 55% de la población estima que “las desigualdades sociales siempre han existido y seguirán existiendo” y esto sube a un 67% en el grupo E (y baja a un 46% en el ABC1).

En la legitimidad de la desigualdad también tiene relevancia el fuerte discurso meritocrático que se ha instalado en la sociedad. A los chilenos les parece legítimo que quienes tengan más mérito reciban más beneficios de la sociedad. En lo que concierne al hecho mismo que unos tenga más (e incluso mucho más) que otros, la población no parece tener problemas con ello.

2. Que incluso dado lo anterior, estiman que la desigualdad económica existente es superior cuantitativa y cualitativamente a lo que encuentran legítimo.

Ahora bien, a pesar del hecho que la desigualdad económica en sí misma no es evaluada negativamente, se encuentra una crítica al nivel de desigualdad existente. El mismo estudio de Castillo antes citado nos plantea (p 167) que  la desigualdad que ellos perciben, que es mucho más alta que la que ellos perciben como justa.

Pero además hay otros datos. La Encuesta CEP de Julio-Agosto 2013 mostraba que los chilenos prefieren estructuras de ingreso simétricas (45%) o top-heavy (34%). Pero lo que ellos perciben como realmente existente son muy distintas, top-bottom (38%) o una bimodal, donde hay muchos pobres, una escasa clase media y un grupo algo mayor de personas de altos ingresos (28%). En otras palabras, los tipos de desigualdad en que un 66% de la población cree vivir son preferidos por un 5%; mientras que el tipo de desigualdad que un 89% de la población preferiría sólo un 19% cree que corresponde a la situación real.

cep_desigualdad

La crítica a la desigualdad también dice relación con aspectos cualitativos: Porque sí la desigualdad aceptada es la que correspondería a una meritocracia, se sigue que cuando esa desigualdad no es producida de esa forma pasa a ser criticada.

Ahora bien, por una parte los chilenos valoran y creen en la existencia de la meritocracia. Combinando las respuestas a dos preguntas de la Encuesta de Desarrollo Humano (“si alguien se esfuerza lo suficiente, puede ascender en la escala social” y “si la gente trabajo duro, consigue casi siempre lo que quiere”) se creó, durante la elaboración del Informe, una escala de creencia en la meritocracia . Con puntajes de 0 a 1, se obtiene un promedio de 0,7 que es bastante importante y un 44% teniendo puntajes superiores a 0,8.

Pero, al mismo tiempo, las creencias meritocráticas están detrás de las críticas a la desigualdad. Por ejemplo, la escala de creencia en la meritocracia está asociada (levemente) a la valoración de la igualdad (r= 0,14), cómo se gráfica en la siguiente cita de los grupos de discusión del Informe

A mí me encantaría que esto fuera con la meritocracia, que uno bueno se saque la mugre cinco años estudiando y que no pague ni uno, que si sale de la Universidad no pague ni uno,  que si abandona la Universidad lo pague todo, me encantaría que fuera así, porque cada uno se estaría sacando la mugre y  saldría adelante como quisiera cachai (Joven NSE Medio)

A pesar que la meritocracia existe, y que el esfuerzo personal importa, de todas formas está la percepción que la desigualdad existente, al parecer, no está basada en una meritocracia, sino más bien se sustenta en el abuso. Y luego, entonces, la creencia en la idea del mérito no disminuye el malestar que produce la desigualdad en Chile.

3. Que, en realidad, la principal desigualdad dice relación con temas de trato, respeto y dignidad.

Uno de los datos que se menciona en el Informe de Desarrollo Humano 2015 dice relación sobre cuáles son las desigualdades que más molestan. Los datos muestran que la principal es “Que a algunas
personas se les trate con mucho más respeto y dignidad que a otras” (8,1 en una escala de molestia de 1 a 10). De hecho, la desigualdad económica aparece con menos importancia (6,9 -que si bien no es menor- opera a un nivel distinto).

Esto ha sido mencionado en otros tipos de estudios publicados recientemente. El informe menciona un estudio de Mac-Clure y Barozet  (Judgments about Inequality and Economic Elite among the Middle
Classes”, presentado en el XVIII World Congress of Sociology en Yokohama,  2014) la percepción de que la justicia siempre favorece a los poderosos que aparece en la Auditoría a la Democracia realizada por el PNUD (2014) o los datos del Barómetro CERC sobre percepciones de desigualdad ante la ley

Es en relación a esas diferencias que aparece el tema de la desigualdad económica, como se muestra en la siguiente cita (que aparece en el Informe de Desarrollo Humano por lo ilustrativa que es)

Los ricos no van a la cárcel. (NSE bajo)

Por así decirlo, son las consecuencias de la desigualdad económica más que la pura desigualdad económica lo que produce crítica en la población. Lo que, de hecho, es similar a un argumento que Walzer planteaba sobre la injusticia: que los beneficios ganados en un área de la vida fueran aplicados a otra muy diferente. El caso de la justicia es paradigmático porque en ella es donde se supone que debiera primar la idea de igualdad (igualdad de derechos) pero así no sucede.

 

Las anteriores afirmaciones permiten comprender, en parte, lo que la población piensa sobre estos temas. Y nos muestran que, con toda la simplificación que ellas presentan, que no se puede reducir las percepciones de los ciudadanos a un simple asunto de aceptación o crítica.

Las dinámicas de generación de la desigualdad

De acuerdo a Piketty la dinámica esencial a partir de la cual se genera desigualdad que produce el capital es la desigualdad  r>g (el retorno al capital es mayor al crecimiento). Si esta desigualdad se mantiene, entonces quienes tienen capital tienen mayores oportunidades de hacer crecer su patrimonio y sus ingresos de quienes no lo tienen:

Por ejemplo, si g=1% y r=5%, basta con ahorrar una quinta parte de los ingresos del capital  -y consumir las otras cuatro quinta partes- para que un capital heredado de la generación anterior crezca al mismo ritmo que el conjunto de la economía. Si se ahorra más, por ejemplo, porque el capital es lo bastante considerable para generar un tren de vida aceptable consumiendo un fracción menor de las rentas anuales, el patrimonio se incrementará más rápido que el promedio de la economía, y las desigualdades patrimoniales tenderán a ampliarse, todo ello sin que sea necesario añadir el más mínimo ingreso del trabajo (El Capital en el Siglo XXI, p 386 )

La diferencia entre r y g para Piketty es un hecho histórico, no una necesidad. Pero representa una regularidad histórica bastante importante, y nos muestra la anomalía de la situación de mediados del siglo XX -que sería la única ocasión en que la tasa de crecimiento habría superado el retorno al capital (p 388-393). Es un hecho que permite, entonces, una concentración incesante de la riqueza.

Aquí aparece un tema no menor: ¿cómo puede ser posible una mecánica que implica una concentración incesante? ¿No debiera detenerse en algún momento? De hecho, históricamente uno puede observar sociedades con una alta concentración de la riqueza pero no con una mecánica de concentración permanente e incesante, y ello no es lo que cabría observar si r>g fuera toda la historia.

¿No debiera ocurrir un equilibrio antes de ello? Piketty de hecho señala que eso puede esperarse en general. Más aún, puede recordarse que las sociedades agrarias, donde la tierra es el patrimonio central, usualmente usaban una forma de primogenitura para mantener la propiedad -la división entre todos los hijos atentaba contra esa concentración. Y en la actualidad efectivamente ello no existe, lo que en principio también debiera evitar un proceso infinito de concentración. Piketty muestra que, de hecho, la eliminación de la primogenitura y mecanismos similares no produjo la igualdad que buscaban los reformistas (p 400-403). Sin embargo, el hecho que no se produzca igualdad no quiere decir que no se produzca una distribución de equilibrio -y por lo tanto que aunque exista una alta concentración ella no necesariamente debe aumentar infinitamente (p 403). También se puede recordar que la idea que las clases patrimoniales tienen altas posibilidades de ahorro no siempre corresponde -es fácil pensar en situaciones de alta competencia al interior de los estratos altos que los lleva a gastos insostenibles: las clases altas de fines de la República Romana estaban altamente endeudadas, incluso con los altísimos ingresos de que disponía una familia senatorial, pero los gastos que implicaba la competencia política del período también lo eran (y es posible mencionar que aunque la sociedad romana siempre tuvo una alta concentración de riqueza, es raro encontrar a las mismas familias). En general, y como también lo señala Piketty en algún momento no todo el capital puede invertirse y luego, no puede obtener la tasa de retorno. Luego, la existencia de r>g no produce una situación de concentración incesante, pero sí produce altas tasas de concentración, que es lo que de hecho corresponde a la situación histórica.

Un tema que Piketty tiende a no destacar, pero que es relevante en torno a los efectos de estas dinámicas, es la diferencia entre concentración de riqueza y estabilidad de quienes la detentan. Buena parte de los efectos y prácticas discutidas en el párrafo anterior no sólo ponen un límite a la concentración (uno que, por cierto, puede ser extremadamente alto) pero son prácticas específicamente diseñadas para evitar la circulación de élites: La primogenitura lo que evita es la dispersión de la propiedad existente de la familia, sin primogenitura la estructura general puede no cambiar pero esa familia es probable que pierda prominencia (reemplazada por otros). Lo mismo en relación a los altos gastos de senadores en la República Romana -son los linajes específicos de familias senatoriales los que no se reproducen, no el hecho de una minoría pequeña que concentra la mayor parte de la riqueza. Esa diferencia puede que no le interese particularmente a Piketty, pero bien podemos suponer que es una dinámica de alto interés para los sujetos.

Las dinámicas de la concentración de la riqueza son mucho más amplias que situaciones puramente estructurales, y por cierto van más allá de algunas pocas relaciones entre variables. Por otra, lo que muestra Piketty es que con unas pocas relaciones simples sí se puede comprender y explicar características centrales de dichas dinámicas. Lo que no es poco para nuestras disciplinas.

Piketty y la Herencia

El muy reciente El Capital en el siglo XXI de Piketty empieza a discutir en profundidad sobre desigualdad en la página 261, la a estas alturas célebre relación r>g se discute en profundidad a partir de la página 385 (ambos números de la edición del FCE 2014). Y no estará de más recordar que el libro se llama Capital. Estas observaciones tienen algo de relevancia porque en la discusión sobre el libro se habla sólo de desigualdad (y ese es el tema sobre el cual el mismo Piketty pontifica habitualmente), pero de hecho varias de las afirmaciones centrales del libro no dependen de las estadísticas y tendencias de desigualdad presentadas.

El texto se inicia dando cifras de evolución del capital y son esas tendencias y las reflexiones a las que dan origen las centrales del libro -a mi bien humilde parecer.  En particular, nos interesa la evolución de la relación capital / PGB. Los gráficos de Piketty son claros en mostrar una curva en U tanto para Francia y el Reino Unido en el largo plazo: relaciones cercanas al 700% (el acervo de capital equivalente a 7 años de producción nacional) hasta el fin de la Belle Époque, una brusca caída posterior, y una recuperación a partir de los 70 (p 131-135). Los datos alemanes son similares en lo que dice relación a la evolución hasta los ’70, porque la recuperación del capital es menos pronunciada pero ello se debe principalmente a la ‘menor capitalización bursátil de las empresas¿ (p 162). Estados Unidos no tiene una evolución similar, porque su punto de partida es menos ‘capitalizado’ (cerca de los 1800 la relación es de 300%), y alcanza cifras de 500% sólo hacia principios del siglo XX. La caída posterior es menos acusada que en Europa, y lo mismo puede decirse de su recuperación posterior.

La otra reflexión relevante que nos interesa destacar es lo que Piketty menciona cómo la ‘segunda ley fundamental del capitalismo’ (la primera es una identidad contable así que no la destacaremos). La fórmula en cuestión es ? = s/g, siendo ? la relación capital/PGB, s la tasa de ahorro y g la tasa de crecimiento. Lo que Piketty enfatiza es que, si damos la tasa de ahorro como dada, entonces si el crecimiento baja la relación aumenta. En otras palabras, el acervo de capital acumulado es más importante cuando la tasa de crecimiento es más baja. Lo cual tiene sentido si pensamos que la acumulación de capital, como Piketty recuerda constantemente, es riqueza basada en el pasado.

¿A que vienen estas consideraciones? Ambas nos muestran la magnitud de las dimensiones que afectan la relevancia del capital (el número ?). En el primer caso, Piketty pierde pocas ocasiones en recordarnos que ello es efecto de las dos guerras mundiales y todo lo que ellas traen consigo (no sólo destrucción física de capital, sino los procesos de inflación y, por cierto, los cambios sociales que permitieron una mayor relevancia del Estado, y del capital público). Por ejemplo:

La guerra redujo a cero -o casi- la acumulación patrimonial llevando mecánicamente a un gran rejuvenecimiento de las fortunas. En este sentido, son las guerras las que hicieron tabla rasa del pasado hasta el siglo XX, creando la ilusión de una transformación estructural del capitalismo (p 436)

En relación a lo segundo, la tasa de crecimiento que Piketty está mencionando es la tasa de crecimiento global, o sea incluyendo el aumento del per cápita y el crecimiento demográfico. Ahora bien, resulta claro que en general la tasa de crecimiento demográfico está disminuyendo, y en particular para los países desarrollados es cercana a 0 (en algunos países incluso en disminución), y este es para Piketty -al final- el mecanismo dominante. No se puede esperar que el crecimiento del per cápita pueda eliminar esa diferencia, Piketty nos muestra que para los países desarrollados en los últimos 40 años sus tasas de crecimiento son de alrededor del 1,7%-1,9% (y muy similares), y que ‘no existe ningún ejemplo de un país que se encuentre en la frontera tecnológica mundial y cuyo incremento de la producción por habitante sea constantemente superior a 1,5%’ (p 111). En otras palabras, la disminución del crecimiento global en los países desarrollados no se puede revertir y es producto de la disminución del crecimiento demográfico. Y esto produce, ‘mecánicamente’ como nos recuerda Piketty, el retorno del capital.

En otras palabras, el mundo de mediados del siglo XX -que a los franceses les gusta denominar ‘los 30 gloriosos’-, un mundo donde el peso del capital era menor, es producto de una serie de factores irrepetibles.

 

Dado ese hecho, el retorno de relaciones altas entre capital e PGB, es que se puede examinar lo que sucede con la desigualdad. Un tema importante a este respecto es la relación entre desigualdad de ingresos y desigualdad de capital. Resulta interesante en torno a este tema que muchas de las críticas a Piketty se refieren a cosas que él trata, y reconoce, en el texto: Por ejemplo, y es uno de los más comunes, que el aumento de la desigualdad en Estados Unidos tiene mucho que ver con el aumento de la desigualdad salarial, y en particular con el aumento de los ingresos de los ejecutivos es algo que Piketty menciona y discute. De hecho, Piketty destaca que una de las innovaciones del siglo XX es la generación de una clase media en torno al capital (debido a la distribución de la propiedad inmobiliaria) que es una innovación clara: Porque en torno al capital una clase media previamente era inexistente y en ese sentido la desigualdad del capital es en la actualidad claramente menor que a principios del siglo XX (p 373-383). Y de hecho, la desigualdad de ingresos ha aumentado.

Pero a pesar de ello, es un hecho estructural que la desigualdad del capital ha sido siempre más alta que la desigualdad de ingresos, y luego el aumento de la importancia del capital que mencionamos anteriormente tiene como consecuencia de largo plazo un aumento de la desigualdad en la sociedad -porque el peso del capital en la sociedad es mayor. Y ese predominio del capital proviene, como vimos anteriormente, de tendencias estructurales bastante fuertes.

 

Llegados a este punto podemos recordar que el título de esta entrada dice Piketty y la herencia, y no hemos mencionado nada sobre herencia hasta ahora. Ahora, ¿por qué estas dinámicas de las desigualdades son relevantes?

Piketty menciona, varias veces, que sociedades tan desiguales no serían estables, y que necesitarían altos niveles de coerción para mantenerse -o lograr convencer que esas desigualdades son naturales. Sin embargo, al parecer es posible lograr ese convencimiento. Los altos niveles de desigualdad han sido estables por largo tiempo en muchas sociedades; y en particular las sociedades de la Belle Époque parecen haber logrado un alto grado de compromiso por parte de sus integrantes, como los ingentes sacrificios que realizaron en 1914 lo muestran. Que esos sacrificios luego fueran parte de los procesos que requirieron la invención del Estado de Bienestar es otra cosa, pero lo que muestra esa situación es que Francia o el Reino Unido (o Alemania para el caso) no tenían problemas de cohesión social -como algunos hablan hoy en día- siendo sociedades altamente desiguales.

Sin embargo, Piketty, de hecho, no se centra en lo anterior. Para él, el punto central es, al final, la importancia de la herencia (en contraposición con el talento). Dicho en corto, una sociedad con una alta pre-eminencia del capital, o sea del acervo acumulado del pasado, es una sociedad en la cual las herencias adquieren mayor importancia: La riqueza del pasado es más importante que la riqueza del presente. Las estadísticas francesas por ejemplo sobre sucesiones, que al respecto son más completas y de más largo alcance que en otros países, así lo muestran; y Piketty muestra como dentro de las grandes fortunas hay una fuerte presencia de las heredades -y no sólo de las empresariales.

En cierto sentido, la desigualdad como tal no es ni siquiera el problema en Piketty. Un autor que tiene una sección donde se pregunta, para las sociedades del pasado, si la alta desigualdad era un requisito para la civilización (p 456-458) ciertamente no es un simple abogado de la igualdad. De hecho, el tema de la desigualdad lo inicia Piketty discutiendo a Balzac (el discurso de Vautrin en el Pobre Goriot), al cual vuelve varias veces durante su texto, y la discusión es sobre los caminos para el ascenso social: ¿Tiene más sentido el camino del mérito y el esfuerzo o el camino de la herencia? (en la novela esto es la elección entre estudiar y casarse con una heredera). El mundo del predominio del capital es el mundo del predominio de la herencia, y del peso del pasado en el presente. Es para evitar esa fuerza de la herencia y del pasado, y luego para darle realce a la elección del esfuerzo y el mérito individual en el presente, que la desigualdad que produce el capital se transforma en un problema.

Esto también es parte del peso que le da Piketty a la discusión de los niveles más altos de la distribución (no sólo de los percentiles, sino de los milésimos e incluso más pequeño). El mundo del predominio del capital no es sólo el mundo en el cual unos pocos concentran una gran parte de la riqueza, es un mundo en el cual esos pocos son además herederos (y Piketty muestra como a medida que se sube en los ingresos aumenta la importancia de la renta, del capital, como fuente de ingresos). Y, dado como son los patrimonios, la riqueza empresarial presente es riqueza heredada futura (eso requiere sólo el paso a la siguiente generación).

Disminuir el peso del capital, y de la desigualdad que ella produce, es también -y eso es en lo que Piketty finalmente más se concentra- disminuir la importancia de la herencia. Es la lucha contra la riqueza heredada lo que concentra las iras de Piketty, más que solamente la desigualdad como tal.