No llamará a nadie la atención, creo, plantear que dentro de la población de Chile se ha fortalecido una impresión de un fuerte nivel de corrupción entre la élite. Si el Ministro del Interior tiene que salir diciendo que no debemos pensar que todo el mundo es corrupto, claramente es que muchos piensan que eso es efectivamente así. A propósito de esa impresión es posible hacer algunas consideraciones sobre lo que ella implica.
Partamos de la base que, al menos los fenómenos donde se ha concentrado esa imagen, tienen todos que ver con el hecho que el dinero compra lo que no debiera venderse (la política en particular). Ahora bien, la dinámica que todo se vende dice algo sobre la forma en que la instauración del modelo se relaciona con la cultura nacional. Para una cultura tradicional, en particular para la cultura tradicional chilena, todos sus elementos éticos y morales son contra-mercantiles, y el mercado es visto -entonces- como el lugar sin Dios ni ley: donde todo es posible y donde todos se pueden aprovechar de tí. Conste que esa no es la versión del mercado de la propia ideología que lo defiende (donde hay una moralidad inherente a sus operaciones).
Ahora bien, leído como lugar sin ley y límites, entonces no es posible pensar la existencia misma de la corrupción: Es un espacio sin moral, ¿cómo se podría siquiera pensar que hay cosas que no se pueden hacer? ¿Que hay cosas que están más allá de lo que se puede legítimamente comprar? (Hay varios casos que se puede aducir para mostrar la completa incomprensión que pueden existir criterios morales en estos temas; y en los e-mail que se han podido conocer algo que salta a la vista es la completa falta de una impresión que se esté haciendo algo negativo).
Luego, quizás uno de los elementos relevantes de toda esta discusión es que precisamente se recupere el lenguaje de la corrupción. Porque ese lenguaje en sí mismo implica un rechazo de la idea de una sociedad totalmente comercializada: para que se pueda acusar de corrupción se requiere que sea visto negativamente que lo adquirido en una dimensión (el dinero) se ocupe para lograr cosas en otra dimensión distinta (en este caso, la política). El mero hecho que eso se vea como corrupción implica un cierto reflujo de una mirada mercantilizada de la sociedad.
La relación de la percepción de corrupción con una sociedad mercantilizada (que ahora empieza a preguntarse sobre ello) también se puede hacer notar en el carácter de las acciones que están en tela de juicio. Buena parte de ellas dicen relación con financiamiento de campañas (con la consecuencia que, de hecho, en varios casos no estamos ante personas que se hayan enriquecido en ello). Ahora bien, ¿por qué las campañas son tan caras en Chile?
Bien se puede plantear que ello es un efecto de la comercialización de la sociedad: Cuando la política dejo de convocar a las personas, la única forma de realizar campañas fue a través del dinero. En una sociedad (para ser exactos, en una élite) que se había mercantilizado eso ni siquiera fue demasiado discutido, sino que se aceptó con relativa facilidad. Que la forma de hacer campañas políticas dependía del dinero y no de la movilización se transformó en parte del sentido común en esas prácticas. En el momento, entonces, en que la mercantilización de la sociedad pasa a ser algo discutido, y re-emerge entonces el lenguaje de la corrupción, las prácticas obvias y evidentes quedan en entredicho.
Lo cual, finalmente, no es otra cosa que decir que, como en muchas otras ocasiones, a veces lo realmente interesante es que algo se transforme en tema, más incluso que es lo que se discute en particular.