El gobierno de la Ley. La única confianza subsistente.

Bien sabemos que los chilenos desconfían de sus instituciones, bien sabemos además que los chilenos en general son desconfiados -la confianza interpersonal es baja a nivel absoluto y comparado. ¿Hay algo en lo cual confíen mínimamente en los últimos años?

Es posible explorar ese tema usando los datos que entrega la base de datos del Informe de Desarrollo Humano 2015. Por un lado tenemos preguntas de confianza en instituciones. Por otro lado, tenemos preguntas sobre disposición a cumplir órdenes de autoridades aún cuando se esté en contra. Y en particular, se puede examinar la relación con tribunales (dado que en ambas series se pregunta por el mismo objeto). Los resultados de dicha comparación se presentan en el siguiente gráfico:

Confianza en Tribunales y Evaluación de deber acatar decisiones de Tribunales, incluso si no está de acuerdo (Escala 1 a 7)

justicia

Los datos nos muestran una clara mayor disposición a acatar las decisiones de los tribunales y la confianza en ellos. El gráfico muestra una distribución inversa (los valores más bajos son los más comunes para confianza, los más altos para acatar), que se refleja en sus promedios (3,2 y 5,2 respectivamente). También en el hecho que si bien menos del 10% de la población tiene alta confianza en tribunales (notas 6 y 7), un 44% tiene una alta disposición a acatar las decisiones. Un 70% de la población declara mayor disposición a acatar que confianza, y sólo un 11% tiene mayor confianza que disposición a acatar.

Aunque esta mayor confianza en la ley que en tribunales es algo que ocurre en todos los grupos sociales, tiene sentido preguntarse ¿quienes son los que más importancia le dan a esta preocupación por la ley? El grupo C2 (donde el 81% acata más que confía en tribunales) y las personas de mayor edad (en los mayores de 65 años nuevamente se alcanza esa cifra de 81%) es donde más fuerte es dicha tendencia, aun cuando enfatizamos de nuevo que es transversal. Sin embargo, no deja de ser interesante que sean en las clases medias antiguas (o sea, personas de clase media de mayor edad) donde esa tendencia sea mayor -el núcleo simbólico del Chile pre-dictadura.

¿Qué implican los anteriores datos? Una posible interpretación es que la confianza en la ley, en el hecho institucional de la ley, que se traduce en el deber de cumplirla es el tipo de confianzas que sigue existiendo en el país. Mientras la confianza en los actores institucionales -los tribunales en el ejemplo, que son quienes toman las decisiones judiciales- decae hasta casi la inexistencia, el valor de la ley sigue -si bien no tenemos datos para decir incólume- más bien alto.

En este punto podría ser relevante tomar en cuenta que la idea de democracia está íntimamente asociada con el dominio de la ley: La expresión inglesa rule of law lo dice directamente, y la idea que es la ley quien gobierna y no los hombres algo que aparece con mucha fuerza en las polis griegas clásicas. En algún sentido, lo que la sociedad chilena demanda es precisamente ese desideratum democrático básico: que sea la ley la que mande.

Quienquiera que intente reconstruir confianzas podría partir de ese hecho: Que lo que de ella subsiste es efectivamente en el mandato impersonal y general del gobierno de la ley.

¿Por qué tiene sentido plantear que el 76% de la población está involucrada en el proceso de Politización?

Entre los análisis ya tradicionales que se hacen en el Informe de Desarrollo Humano en Chile se cuenta el hacer una tipología. Y como en esta ocasión el tema era la politización, entonces la tipología fue de formas de involucramiento con lo público. El análisis arrojó seis grupos distribuidos de acuerdo al gráfico que sigue abajo (copiado de la página 23)modos_inv

En la construcción de esta tipología se usaron 3 índices (descritos en detalle en la página 139 del Informe): Uno de interés en lo público (en comportamientos como leer noticias, conversación), un segundo de acción colectiva (adhesión a causas, participación en organizaciones o actos de protesta) y un tercero de participación electoral e interés en la política (participación electoral, tener posición política, votar). Los indicadores que quedaron en cada índice, y el hecho mismo que existan tres, provino de un análisis factorial -en otras palabras no fue algo decidido a priori en el Informe.

A partir de los valores de los grupos en cada índice se los puede interpretar que se despliegan desde el 11% de comprometidos -con mayores niveles en todos los índices- al 24% de los retraídos -con muy bajos niveles en todos los índices-. En la siguiente tabla los promedios respectivos de cada grupo en los tres índices que se usaron para construirlos:

Promedios de Tipos de Involucramiento Público en Indices (indices de 0 a 1)

Indice interés público Indice acción colectiva Interés político
Comprometidos 0,66 0,53 0,71
Involucrados individualmente 0,66 0,16 0,67
Ritualistas 0,37 0,11 0,53
Colectivistas 0,41 0,41 0,33
Observadores 0,61 0,14 0,24
Retraídos 0,27 0,08 0,16

De ello en el Informe se concluye que alrededor del 76% de la población (o sea, todos los grupos menos los retraídos) se puede plantear que está involucrada en lo público, y participa de la politización (página 23)

Ahora bien, dicha conclusión puede ser discutida. Se pueden plantear dos tipos de objeciones:

(1) Que hay una confusión entre el análisis relativo y el absoluto. Los comprometidos y los colectivistas están más involucrados que los otros segmentos en el índice de acción colectiva , pero tampoco ellos tienen valores muy altos (y los colectivistas ni  siquiera alcanzan a pasar el punto medio de la escala). Luego, ni de ellos se podría decir que realmente están completamente involucrados.

(2) Que con la misma razón que se pueden reunir a todos quienes tienen algún nivel de involucramiento (o sea todos menos los retraídos) se podría reunir a todos quienes no están completamente involucrados (o sea todos menos los comprometidos, y quizás los colectivistas). Y en vez de decir que un 76% de la población está involucrada bien se podría decir que un 11% (si sólo los comprometidos se consideran involucrados) o un 26% (si además se cuentan los colectivistas) lo está.

Más en general, se podría argüir que lo que es claro es que, por un lado, están los más involucrados (11% o 26% de la población), por otro lado tenemos los no involucrados (24% de la población) y entre medio el grueso de las personas que se encontrarían en un nivel intermedio (65% o 50%) Y que eso sería lo más adecuado a las propias cifras.

 

La argumentación anterior tiene sentido en la medida que se considera el involucramiento como un tema exclusivamente individual. Pero el involucramiento público es un proceso social, y mirado desde la perspectiva de ese proceso es que se muestra porqué tiene sentido pensar más bien que un 75% de la población está involucrada: El involucramiento se muestra en sus efectos, y para entender esos efectos una perspectiva que toma como estar involucrado a personas en muy distintos niveles es útil porque esos mismos distintos niveles tienen efectos.

Pensemos en un ejemplo (por ejemplo HidroAysén). Para parar dicho proyecto, porque la situación ahora -4 de mayo del 2015- es que el proyecto está parado, bastó con esos niveles y esas combinaciones de involucramiento: Con algunos que marcharon, con otros que conversaron, con otros que observaron y generaron una opinión (que se manifestó después en respuestas en encuestas) y así. Para observar ese proceso, que como ya dijimos tuvo un efecto real, más relevante es pensar en el 75% que, mucho o poco, está involucrado que pensar en que sólo un 14% o un 25% lo está.

Es por los efectos de la politización, entonces, que tiene sentido la interpretación que plantea el Informe.

Un recurso inaccesible. El ‘buen sentido’ de los chilenos

Desde la perspectiva de un partidario del orden hay diversos elementos en la cultura política de la población chilena que muestra el Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015 que debieran ser positivos. No sólo es un tema de valoración general del orden y preferencias por formas lo más pacíficas y ordenadas de realizar transformaciones. Tiene múltiples otras señales, entre las que se cuentan:

  1. Una perspectiva que frente a cualquier propuesta asume que ella tiene costos, y que por lo tanto requiere examen detallado. Plantear que un cambio no tendrá inconvenientes no resulta muy creíble -eso no implica que por ello no haya que realizar transformaciones, pero ellos requieren precaución. Al fin y al cabo, no hay soluciones totales.
  2. Una creencia que, en general, las transformaciones que se pueden esperar son de largo plazo (en el Informe se recogen incluso declaraciones que trasladan el largo plazo de los hijos a los nietos). Es por ello que se puede entender al mismo tiempo una demanda por cambios profundos, una demanda por cambios que deben esperar y al mismo tiempo una fuerte proporción que quiere cambios graduales: Lo que se desea es que se inicie el proceso, pero no se espera solución inmediata.
  3. Las anteriores disposiciones sumado al escepticismo frente a quienes intentan ponerse como líderes resulta también un elemento que frenaría los que ese mismo partidario denominaría peligro del populismo.

El sentido común de la población, podría decir el partidario, es un ‘buen sentido’: personas razonables que saben que las cosas son complejas y que no se puede esperar la utopía en la tierra. Este sería, entonces, un recurso a aprovechar.

 

Sin embargo, esas disposiciones resultan inaccesibles para el partidario del orden. Porque entre esa tierra prometida y la situación actual se yergue una barrera: la falta de credibilidad. Una cosa es que, en general, las personas asumen que las cosas no se arreglan en un sólo momento y otra cosa que te crea a tí esa afirmación: La sospecha que te estas aprovechando de mi carácter razonable para venderme como imposible lo que es posible o como necesitando más tiempo del que efectivamente requiere. Bastantes veces se me ha engañado, diría la voz ciudadana y el Informe muestra una alta proporción de la población que estima que no se cumplen las promesas de los gobiernos, y luego no confío en lo que dices.

Sin una base de confianza, sin la expectativa que ese hablante que declara razonabilidad no está más bien defendiendo sus propios intereses y no los de la ciudadanía en general, resulta imposible aprovechar -para este partidario del orden- el ‘buen sentido’ algo conservador del chileno.

Sus propias acciones, si se quiere, han hecho que no pueda aprovechar lo que más le interesaría. Ahora bien, si ello es correcto, tendríamos otro ejemplo más de consecuencias inesperadas de la acción -que es, después de todo, la base de todo buen análisis social.

La Politización desde la Ciudadanía en 7 tesis (IDH Chile 2015)

En esta entrada resumiremos el contenido de Los Tiempos de la Politización en unas pocas tesis de forma de permitir una vista rápida de su contenido. Mientras en la anterior entrada intentamos dar una formulación general que cubriera lo central del Informe, aquí intentaremos cubrir los diversos temas que se tratan en él, en particular aquellos centrados en ciudadanía.

1. Chile vive tiempos de politización.

1.1 Esto se manifiesta centralmente en la creciente discusión pública. Crecen temas y discuten más actores. Lo que parecía establecido se transforma en discutible.

1.2 Dicho proceso se despliega de forma heterogénea. En algunos aspectos y momentos es más fuerte y en otros opera con más dificultad.

1.3* Esto hace que como sociedad estemos obligados a enfrentar preguntas que no estamos en condiciones de responder.

2. Estos tiempos de politización operan sobre y transforman una fuerte demanda de cambios

2.1 Existe un fuerte consenso negativo (acuerdo en que no es este el Chile que queremos), lo cual no implica un consenso positivo (cual es el país que queremos)

2.2 Para comprender la demanda de cambios es central entender que querer cambios es mucho más extendido que el malestar con la población. No es necesario estar molesto para desear cambios profundos.

2.3 La demanda de cambios no es algo nuevo, aunque de su profundidad no sea clara.

2.3.1 Ha cambiado la fuerza de dicha demanda. Mientras antes se enfatizaba la necesidad de tomarse tiempo para cambios, en el contexto actual es más relevante la falta de disposición a la espera

2.3.2 Pero el cambio más importante es más bien el hecho que esa demanda ahora encuentra expresión en acciones. Es el hecho que esa demanda se expresa es lo que produce un cambio en la situación política -porque esa expresión obliga a los actores políticos a reaccionar y a tomar en cuenta esas demandas (no necesariamente a seguirlas)

3. La visión de la política de los chilenos se sintetiza en una doble demanda: orden y participación

3.1* La relación entre el orden y la politización no es de simple coexistencia, sino están relacionados: Es porque quieren orden que quieren participación, porque en su visión el orden se asegura cuando es el pueblo que participa

3.2 El núcleo desde el cual se entiende lo anterior es una imagen extremadamente negativa de los actores políticos y las consecuencias que de ello obtienen

3.3 Para los ciudadanos normales los políticos se definen por su alejamiento de la ciudadanía (no representan los intereses) y por el hecho que sus acciones no tienen mayor sentido (es una esfera falsa donde sólo hay pretensión pero no realidad).

3.3.1 Los políticos son categorialmente negativos y todo lo que hagan será mal visto. Si hacen A (realizar acuerdos) se observará negativamente -están todos coludidos; si hacen anti-A (no producen acuerdos) se observará negativamente -sólo se preocupan de sus propios intereses y no del país. Es un supuesto irrefutable -no hay circunstancia concebible que permita observarlos positivamente

3.3.2 Esto se asocia a la dificultad para que las personas se sientan representadas. Dado que todo político traiciona, la desconfianza aparece cómo la única respuesta sensata. Quién quiere representarme, bajo esta idea, quiere hacerme daño.

3.3.3* Es importante destacar que desde el punto de vista de la ciudadanía, los expertos no son equivalentes a los políticos, y la visión del experto es -de hecho- más positiva. Pero esto en particular en la medida que el experto apoya pero no reemplaza a la ciudadanía.

3.4 Esta desconfianza por los políticos se une a una fuerte valoración y demanda por democracia. Las personas quieren más democracia de la que perciben en Chile. O para decirlo de otra forma, la crítica a la democracia real se hace desde la democracia ideal.

3.4.1 Lo anterior tiene como consecuencia que esta crítica tan fuerte a los políticos -que no es la primera vez que ocurre en Chile (y por cierto es anterior a la dictadura) no se transforma en una petición de líder fuerte. No es esa la forma que se explora para resolver los problemas actuales.

3.5 Los chilenos y chilenas prefieren, en vez que sea el gobierno o los políticos que resuelvan los problemas, que sean los propios ciudadanos. Existe una fuerte valoración y legitimidad de toda decisión de democracia directa.

3.5.1* Es probable que más que una valoración directa positiva de las decisiones directas, esto sea más bien resultado del rechazo a los políticos. Esto debido a que la concepción de la ciudadanía de la población enfatiza más bien los deberes que actividades de participación más intensas. La participación no se valora tanto en sí misma, pero representa algo necesario debido a que no hay otra opción.

3.5.2 Es relevante mencionar que la valoración de las decisiones directas -que la buena decisión es la que hace el pueblo- es un asunto de legitimidad, no de acción. El mismo que declara que lo que se decida a través de un plebiscito es válido y legítimo no implica que vaya a votar en dicho plebiscito.

3.5.3* Por otro lado, puede que -desde el punto de vista de la legitimidad- ello no constituya problema. Efectivamente aunque no vote sí de por válido y establecido aquello que se decide de las formas preferidas. La legitimidad procedimental es relevante, y el hecho es que al parecer el procedimiento legítimo es el que opera a través de la democracia directa.

3.6 La participación, desde el punto de vista de la población, produce orden: Los políticos producen desorden, pero el pueblo produce orden.

3.6.1 Y esto porque el pueblo está naturalmente ordenado: El pueblo está en el consenso. Para los chilenos la buena política es administración -resolución de problemas consensualmente definidos y para los cuales hay criterios consensuales de solución.

3.6.2* Esto no quiere decir que no exista una valoración del pluralismo. Pero no es un pluralismo ideológico -de las distintas visiones (porque en ellas se supone que hay consenso). Es más bien la idea que nadie tiene el monopolio de las buenas ideas, y que ellas pueden provenir de cualquier parte -y por eso hay que estar disponible a ellas (un idea que, de hecho, es bien clásica, casi ciceroniana a decir verdad)

3.7 El orden es una de las principales demandas políticas de la población: lo bueno es ordenado y el cambio es bueno sólo, entonces, en la medida que sea ordenado. Esto se manifiesta en su evaluación de las manifestaciones, las que sólo se aprueban en la medida que pueden ser observadas como ordenadas.

3.7.1 Esto tiene como consecuencia una importante valoración del hecho que se cumpla la ley. Es interesante que mientras la confianza en todas las instituciones es muy baja, la norma de cumplir con sus órdenes es más alta. No se confía en quienes detentan sus posiciones pero sí se plantea la abstracta necesidad de cumplir con la ley. Un gobierno de leyes y no de hombres -que es también una idea muy antigua.

3.7.2* La centralidad del orden puede observarse como des-politizadora. Pero ello es equivocado. Quién se moviliza y demanda cambios cree en el hecho del orden, y por eso lo que quiere e intenta lograr es cambiar ese orden por otro orden nuevo. Quien reclama por una ley convocando a hacer una nueva ley es un creyente claro en la ley. Mucho más despolitizador, y en cierto sentido mucho más corrosivo, es quien cree que no tiene mayor sentido preocuparse o cumplir con las leyes. En realidad, desde el punto de vista del así llamado ‘partido del orden’ las movilizaciones en realidad son un recurso, no un problema.

3.8 Luego, al combinar las hebras del razonamiento que hay en la cultura política chilena volvemos a nuestro punto de inicio: las personas quieren orden y participación.

4. Los chilenos se relacionan con la politización de múltiples maneras. Es una realidad heterógenea.

4.1* Por decirlo de alguna forma, hay distintas formas y maneras de dar cuenta de los elementos comunes que hemos mencionado hasta ahora. Se puede plantear que los chilenos y chilenas están buscando alguna alternativa que de cuenta de todo lo que quieran, porque todavía no la han encontrado.

4.2 Se pueden establecer diversas dimensiones de esa heterogeneidad, una de las centrales dice relación con las distintas conformaciones de involucramiento público de la población. Se distinguen seis grupos.

4.2.1 Uno de ellos son los comprometidos -que tienden a tener valores relativamente altos en todas las modalidades de participar en la politización (por ejemplo, informándose, organizándose, votando etc.)

4.2.2. También están los comprometidos individuales que se involucran en este proceso sin usar modalidades que demanden acción organizada. Cada uno se informa y discute pero no participa colectivamente.

4.2.3 Los colectivistas tienen -en comparación con otros grupos- una mayor presencia de participación organizada, que es la menos común – y algo menos de modalidades más formales (Pero en general la participación colectiva es baja, así que a pesar de tener más que los otros, no participan organizadamente más que lo que hacen otras modalidades)

4.2.4 Los observadores participan de este proceso sólo a través de su interés en informarse. Están atentos a lo que sucede, pero no hacen más que eso. Es importante no menospreciar esta forma -es a partir de esa observación que generan opiniones y respuestas, que -si recogidas mediante estudios- bien pueden terminar afectando el proceso político en general.

4.2.5 Los ritualistas se centran más bien en las modalidades más formales. Simplificando, sólo votan -ni se informan, ni observan, ni conversan ni se organizan. Creen que hay que cumplir con el deber cívico de votar, pero una vez cumplido con sus deberes no es necesario hacer nada más.

4.2.6 Finalmente están los retraídos (alrededor de un cuarto de la población) quienes prácticamente no realizan involucramiento alguno: ni preocuparse, ni conversar, ni participar, ni estar organizado, ni votar. Nada.

4.3 Cuando se observan estas variaciones queda clara la diferencia entre malestar y politización. El grupo más molesto, los retraídos, son los más alejados del proceso. Y el grupo menos molesto son los colectivistas, quienes de hecho están involucrados de manera importante. Como ya se dijo con anterioridad estar involucrado activamente requiere ciertas creencias y esperanzas -y quién está radicalmente molesto no las tiene.

4.4 Desde el punto de vista del proceso de politización, es la combinación lo importante. No es necesario para mantener el proceso que, por ejemplo, todos sean comprometidos. Pero en la medida en que todas estas modalidades se combinan pueden mantener el proceso en marcha: mientras algunos observen, otros conversen, otros marchen, otros se organicen y otros voten se pueden poner ciertos procesos en marcha. La politización no requiere movilización total.

5, Con relación a las posibilidades que abre el proceso, los ciudadanos se mueven entre el escepticismo y la esperanza.

5.1 En general, creen que realizar cambios es posible. Pero esto no implica que estimen que   los cambios que se realicen sean los que se cumplan.

5.2 Los ciudadanos piensan con facilidad múltiples problemas para que se realicen cambios. El escepticismo es una respuesta aceptada y creíble.

5.3 Sin embargo, a pesar de todos los problemas -que en principio harían razonable concluir que nada se puede hacer- en las conversaciones grupales aparece una resistencia a llegar a esa conclusión, y aparece una voluntad de dejar abierta dicha posibilidad.

5.4 La conversación se mantiene en la pregunta de si se podrá más que en una respuesta.

6. La politización es un proceso: No tiene ni trayectoria ni punto final determinado. La ciudadanía está explorando posibilidades, se contradice y no alcanza conclusiones definitivas. Todavía no es claro cuáles son las modalidades a través de las cuales se resuelven los temas que pone la politización.

7. En la actualidad, la politización nos obliga a plantearnos preguntas que no estamos en condiciones de responder. La posibilidad de responderlas es algo que se genera al interior de ese proceso.

 

NOTA 1. Los datos que subyacen a las tesis están en el propio informe.

NOTA 2. Las tesis con asterisco son tesis que se derivan de los datos, que permiten explicarlos, pero no corresponden directamente a los datos -son una interpretación (que creo sensatas).

NOTA 3. En esta entrada con ciudadanía nos referimos a quienes no son parte de las elites (o sea, quienes tienen posiciones de poder importantes) o son parte de las dirigencias de movimientos sociales (algunos de los cuales de hecho son también parte de la elite). En otras palabras, los ciudadanos de a pie.

 

Un Informe Lechneriano. El Informe de Desarrollo Humano 2015

portada-final-2015Finalmente salió el Informe de Desarrollo Humano 2015, Los Tiempos de la Politización, en el cual trabajé -siempre tiene algo de alivio que salgan las cosas que uno hace. El Informe está disponible en este link. Ahora bien, aquí aprovecho de presentar lo que de acuerdo a mi opinión son las cosas más interesantes del Informe.

Cuando me integré al equipo -el trabajo del Informe ya estaba iniciado en ese momento- una de las primeras cosas que conversamos fue que el texto de Norbert Lechner sobre la Conflictiva y nunca acabada construcción del Orden deseado (de 1984) era clave para entender la situación actual. Algo en broma, que la mejor recomendación que uno podía hacer era la de leer ese texto. La intención de esta entrada es fundamentar un poco esa impresión.

Al tratar de interpretar los resultados que se obtenían de la encuesta, de los estudios cualitativos y de el estudio de prensa, una formulación que se ensayó, y que a mí personalmente me gustaba bastante, fue la que Chile experimentaba una politización profunda pero frágil. Al final se optó por no usarla porque cuando la comunicábamos nunca se entendía bien, pero como este es mi blog y sólo tiene mis opiniones personales puedo darme ese permiso.

El punto de partida era que en la discusión sobre los procesos en curso uno podía observar al menos dos posiciones polares. Una que minimizaba los procesos de politización -insistiendo en que la ciudadanía estaba más bien lejana y estos son temas de unos pocos y otros que la maximizaba -insistiendo en una ciudadanía empoderada. Indicios y señales para cada una de ellas no faltaban, y de hecho no faltan en el propio Informe. La idea era que ambas posiciones observaban algo, y no se equivocaban en ello, pero no observaban el conjunto del fenómeno: cada una tenía un punto ciego. Por otro lado, tampoco era una simple asunto de ‘la verdad está en el medio’, porque cada uno efectivamente observaba bien una parte. La idea era que estas posiciones se pueden combinar en el aserto de profunda y frágil.

La politización es profunda porque está en todas partes, y es ello lo que observan quienes maximizan el proceso. Durante la elaboración del Informe a veces nos decíamos que cualquier día podíamos tomar el día y observar sus señales. Y como muestra en estos días de abril: Se promulga ley de Acuerdo Civil, se discute Reforma Laboral, están las próximas recomendaciones de la Comisión Engel, la bancada AC propone reforma constitucional etc. Uno puede observar discusiones en todo nivel, y cada día de más temas y con más actores; uno puede observar la incorporación de nuevos actores; movilizaciones -que con sus flujos y reflujos de todas formas están en un piso más alto que durante el cambio de siglo por decir algo; e incluso al nivel de las conversaciones de los ciudadanos sobre los temas públicos. El hecho que la politización fuera ineludible era lo que nos referíamos con profundidad.

La politización era frágil porque, a su vez, cada uno de los actores involucrados lo hacía con problemas y trabas internas. En la ciudadanía, donde mucha crítica hay, no es claro que sus acciones estén a la altura de lo que esa crítica demanda. Una cosa es involucrarse en el sentido de estar atento a lo que sucede, de tener opinión sobre los temas públicos y otra participar activamente (desde el voto hasta la movilización). En los movimientos sociales, donde la idea que ellos representan el sentir de la ciudadanía muchas veces simplemente se asume, y la distancia y la diferencia con los ciudadanos -que de hecho existe y es relevante- no se tematiza ni trabaja. En el caso de la élite donde la reacción de temor y reticencia frente al proceso es bastante común, y precisamente por esa actitud se dificulta su rol en él (o sea, es más difícil ser élite en estos tiempos). El que todos los actores actuaban casi a tropezones era a los que nos referíamos con frágil.

En última instancia, más allá de si la formula de profunda pero frágil comunica bien la impresión que se tenía, lo relevante era la consecuencia. Porque implica que la sociedad chilena se está planteando preguntas que no está en condiciones de responder.

La tarea de construir esas condiciones es una tarea intrínsecamente política -es construir un espacio social para la labor política. En la tarea de construir esas condiciones, para volver al inicio de esta entrada, la lectura de Lechner no parece estar de más. Más allá de lo que uno opine de su obra, el caso es que una de las preguntas centrales del Chile de hoy es, precisamente, una de las preguntas centrales de Lechner: ¿Cómo hacer política?

Mayor seriedad. A propósito de las encuestas CADEM-Plaza Pública.

Desde hace un buen tiempo las encuestas de CADEM Plaza Pública se han transformado en parte de la agenda de medios (son publicadas y usadas). Un tracking semanal de opinión pública tiene su utilidad bien se puede pensar.

Ahora bien, en la sección de metodología -que hay que reconocer CADEM pone al inicio de sus informes, así que nadie puede reclamar que no le dijeron al menos- se dice lo siguiente sobre la muestra (luego de decirnos que usan dos técnicas para producir la información)

Para las entrevistas a través de teléfono fijo el muestreo fue probabilístico, a partir de BBDD con cobertura nacional, propias de CADEM, y dentro del hogar, la selección de los sujetos se hizo por cuotas de sexo, edad y NSE (Alto C1-C2; Medio C3; Bajo D/E).

Para las entrevistas cara a cara en punto fijo con tablet se pre-definieron cuotas para comunas específicas en la Región Metropolitana, Valparaíso y Biobío, además de sexo, edad y GSE (ABC1 y D/E) como complemento al muestreo del teléfono fijo.

Y sobre el tamaño de la muestra:

711 casos. 508 entrevistas fueron aplicadas telefónicamente y 203 entrevistas cara a cara en puntos de afluencia. Margen de error de +/- 3,7 puntos porcentuales al 95% de confianza.

A decir verdad, no funciona. Tiene sentido complementar teléfono fijo (dado el hecho que su cobertura no sólo es baja sino que disminuye, y además no sólo está sesgada por GSE sino además por edad, los hogares más jóvenes tienden a tener menos teléfono fijo). Pero las entrevistas en punto fijo no son un método que permita controlar sesgo alguno, por la simple y sencilla razón que es una técnica que no tiene ningún tipo de control. Siquiera atreverse a poner un margen de error en esas circunstancias es algo inválido.

Se puede plantear que hay excusas: No es posible suponer que un tracking semanal tenga los estándares de otros estudios, que la información que entrega no es tan descabellada. Y si uno está con ánimo magnánimo, incluso podría llegar a escucharlas. Pero sigue siendo cierto que son estudios que no cumplen estándar alguno. Sigue siendo cierto, además, que los estudios de encuestas se usan por las cifras exactas que entregan: No necesitamos un estudio para saber, por ejemplo, que la popularidad del gobierno ha caído; lo que no sabemos, y sería interesante saber, es cuanto -precisamente la razón por la cual se hacen encuestas. Pero el número es lo que no podemos usar de las encuestas CADEM Plaza Pública.

En otras palabras, necesitamos exigir y hacer las cosas con una mínima seriedad.

Cómo la elite se defiende a sí en sus comentaristas

Las columnas de La Tercera del día de hoy (Domingo 12 de Abril del 2015) son ilustrativas para entender las estrategias discursivas de la elite en la situación actual. Ante el hecho que la propia elite está siendo enjuiciada, siendo que normalmente es la elite la que enjuicia a la población, ¿qué se puede hacer?

Una alternativa es seguir la tradición: Puede que la elite tenga sus bemoles, pero no nos olvidemos de los profundos problemas de la propia ciudadanía. Así, en la columna de Héctor Soto nos insiste que las culpas están bastante más repartidas, y en relación a los gastos de las campañas se mostraría la débil densidad cívica:

Es porque el que gana la calle con sus carteles normalmente gana en las urnas el día de la elección. Esto no habla muy bien de los políticos, de acuerdo. Pero tampoco muy bien de una ciudadanía que se deja engatusar por las palomas.

La columna de Villegas abunda en lo mismo: ‘una ciudadanía no mucho más honesta, pero POR ESO MISMO deseosa de representar el papel de los justicieros’.

No deja de ser interesante este enfásis en ‘la ciudadanía es tan mala como la elite’ porque, que me acuerde, cuando el tema del día es criticar a la ciudadanía (digamos, que no tiene el atributo que la elite le gustaría que tuviera) pocas veces se critica al mismo tiempo a la elite. No deja de ser curioso, al mismo tiempo, que la producción de esa situació, y el papel de las elites en ellos no se discute (siendo elites, en otras palabras, concentrando el poder real, debieran tener un mayor impacto en lo que sucede). Por ejemplo, si las campañas son caras porque hay que gastar en publicidad -porque ello es efectivo, ¿cuanto detrás de ello no hay elecciones de la elite en torno a desmovilizar a sus adherentes? (i.e no tienen voluntarios), ¿y cuanto detrás de ello no hay elecciones de la elite en torno a quitarle contenido a la decisión política? (y luego a quitarle razones para distinguir entre candidatos al elegir votar, y evitar recaer sólo en el reconocimiento publicitario).

Otra alternativa es insistir en las cosas importantes -en otras palabras, en las tareas del gobierno. E insistir, entonces, en la necesidad de no hacer reformas. En el caso de Soto es parte de su discusión de la débil civilidad de la población: Las personas eligen un programa y cuando éste se implementa proceden a criticarlo. Asumamos por un momento los supuestos de ese análisis (que la caída durante 2014 de la popularidad de Bachelet se debe a su intento por implementar reformas impopulares), y observemos lo que éste no observa: Que apoyar una promesa de cambios y de reformas es un apoyo a algo impreciso, y que no tiene nada de extraño que la implementación (concreta y particular) de dicha promesa resulte más compleja. Pero ese reconocimiento implicaría entonces otro reconocimiento: Que la relativa impopularidad de las reformas concretas que propone el gobierno no implica una falta de deseo de cambios.

Aunque, para las perspectivas que aparecen en La Tercera quizás la idea misma de reformas sea el problema. Porque, citemos a Villegas,

Una cosa y sólo una cosa se puede demandar de las instituciones política: que sean lo suficientemente estables como para garantizar la paz y un decente desarrollo económico. Cuando se exige más cuando se las asume como “agentes de cambio”, depósitos de la honradez y la pureza, garantes de la transparencia y trampolines hacia el Cielo pueden estar ustedes seguros que se les pide cuadrar el círculo.

Sólo notaremos la sofistería de hacer equivalente el pensar que se pueden hacer transformaciones a través de la política con la idea que la política sea trampolín hacia el Cielo, y nos centraremos en el hecho que, casi todos los países democráticos durante los últimos 100 años, han elegido que la política va más allá de ser sólo estabilidad. Y que, de hecho, el país en que vivimos es producto de un grupo que, por cierto, no limitó la política a ello sino que impuso instituciones y prácticas a través del ejercicio del poder político (saltándose las minucias de hacerlo a través de instituciones democráticas). Se puede encontrar que dicha creencia es equivocada, pero es claro que la práctica política democrática hace tiempo que no opera bajo la lógica de dicha cita; y no tiene mucho sentido pensar que la población se guiaría por esa idea.

 

NOTA. Que lo de Villegas es mera sofistería se nota cuando se ponen sus afirmaciones en comparación. Primero dice que hay que defender la aurea mediocritas, que el promedio y la mediocridad  no son mala cosa. Un par de párrafos después nos dice que los organismos administrativos se componen de un 90% de funcionarios buenos para nada y de un 10%  que las mantiene a flote -que es otra forma de mirar negativamente la mediocridad y el promedio (y otra forma de decir ‘vieron que los ciudadanos son, en promedio y en general, un desastre’). Pero supongo que la consistencia, siquiera en una columna, es mucho pedir a veces.

Nosotros somos las instituciones

Durante mucho tiempo pensamos, bajo la influencia del ensayo de Edwards, se pensó el régimen portaliano como impersonal. En El Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile, Góngora planteaba que, por el contrario, dicho régimen era altamente personal: No era la ley ni ningún mandato impersonal o abstracto lo que mantenía el orden, ningún mandato general de cumplir con la ley, sino solamente la obediencia a personas y grupos concretos, que se asumían con el derecho a mandar, sin estar circunscrito por ley alguna (es sabida la opinión de Portales sobre la ley). Más allá de entrar en dicha diferencia -aun cuando en realidad habrá que reconocer que Góngora estaba plenamente en lo cierto), lo que nos interesa es remarcar que ambas interpretaciones sean posibles: ¿Qué es lo que permite que un observador piense que este ante un régimen impersonal y otro observe la misma realidad y tenga la impresión contraria?

Por cierto es siempre posible la interpretación que todo esto depende de los observadores y nada nos dice de la realidad. Aquí seguiremos más bien la línea que esto algo nos dice de la realidad: Que esa doble y contradictoria impresión es posible por la identificación entre un grupo y las instituciones: Que el mandato institucional, el orden, consiste en que manden los que deben mandar. Ese es el orden, ese será el orden, y cualquier otra cosa es locura y caos; y para evitar dicha locura todo es posible y justo.

Por supuesto todo lo anterior es solamente para hablar del momento actual. Diversos políticos en las últimas semanas, de signos distintos pero teniendo común pertenencia a la élite que ha dirigido la política del país en las últimas décadas, han realizado declaraciones que vienen a decir lo mismo: Hay una crisis institucional porque nosotros como grupo estamos en crisis. Y que para detener el caos que produce toda crisis institucional se requiere algo que evite nuestra caída. Más en extremo que entonces es necesaria nuestra intervención para salvar a la República, que es equivalente a salvarnos a nosotros.

Para representar el absolutismo nada más sencillo que rememorar la frase atribuida a Luis XIV: l’état, c’est moi. Para ilustrar el dominio pleno de una oligarquía nada más claro que una frase paralela: las instituciones somos nosotros.

Antes de finalizar la entrada algo que no debe olvidarse: los fenómenos del poder son procesos reales y no se acaban por fiat o por simple descreimiento: la frase de Luis XIV era cierta, en grado importante en su tiempo; y la frase paralela también lo ha sido. Una élite que está preocupada por una crisis es una élite cuyo poder está en juego, ¿está lo suficientemente debilitado para que la frase en cuestión haya pasado a ser falsa en la realidad? O para decirlo de otra forma, ¿que sea distinto el referente del nosotros?

Un momento de rigorismo moral

En la entrada anterior planteamos que la percepción de corrupción implicaba la re-emergencia de un lenguaje moral para observar la vida social. En esta entrada abundaremos en esa interpretación para aducir que lo que experimentamos en el Chile de este último período es una fuerte re-instauración de criterios éticos y morales para la evaluación de la vida social.

Esto requiere, por un lado, darse cuenta que la interpretación conservadora de los así llamados temas valóricos, bajo la cual una creciente liberalización en el ámbito moral implicaría una pérdida de los valores, no permite entender lo que ocurre en la sociedad chilena y resulta más bien ciega a lo que ocurre. Una sociedad en la que se observan reacciones como lo ocurrido con el recientemente asumido obispo de Osorno o con la creciente discusión del acoso callejero -para dar ejemplos de muy distinto tenor- no es una sociedad donde simplemente dejen de existir las normas morales, es una sociedad cuyas normas morales han cambiado. Para dar otro ejemplo y exagerando tendencias: Estamos pasando de una sociedad lo moral y de rigor era discriminar y violentar hacia quienes se salían de la norma a una sociedad donde la discriminación y la no aceptación son lo inmoral. Y entonces en el mismo movimiento en que ciertas acciones dejan de ser relevantes moralmente, otras aumentan su relevancia moral y dejan de ser situaciones moralmente neutras. La sociedad no ha dejado de imponer normas y de hecho ha adquirido nuevas formas de llamados a la normalidad moral (las redes sociaels, Twitter es un buen ejemplo, pueden ser fácilmente mecanismos de ese llamado, ‘viralizando’ el rechazo moral a ciertas conductas y operando como formas de socializar y fortalecer las nuevas normas morales).

El fenómeno de una creciente observación moral sobre la sociedad nos lleva también, si se quiere, a mostrar las limitaciones de la observación sistémica de la vida social. Bajo este esquema, en las sociedades contemporáneas, plenas de complejidad sistémica, pierde importancia la observación moral: ¿Cómo podría siquiera ser pensado que las coordinaciones del sistema económico operaran bajo la moral? Los sistemas son, precisamente, lo que se esconde de una observación moral. Lo cual podrá ser en general una buena observación, no discutiremos eso aquí y ahora, pero no obsta para que en determinados momentos precisamente ocurra que la vida social en sus diferentes sistemas es observada y juzgada moralmente, y esos juicios tienen consecuencias operativas.

El hecho que estemos ante la emergencia de nuevas normales morales y que, al mismo tiempo, estemos ante la re-emergencia de una mirada moral sobre los sistemas sociales ha implicado una dinámica en que ellas se desarrollan con fuerza y rigor. Una nueva norma no se implanta si parte con laxitud en su aplicación, debe implantarse con fuerza e insistiendo en la necesidad de comportarse de acuerdo con ella y en la completa falta de justificación de no hacerlo. La laxitud es un lujo de lo establecido, de aquello sobre lo cual no hay fuertes dudas sobre su validez. Lo mismo puede plantearse ocurre cuando se vuelve a observar moralmente lo que se había dejado de observar de ese modo: la reintroducción requiere ser planteada con fuerza, con indignación hacia las faltas que ahora se descubren, para que esa reincorporación pueda efectivamente aplicarse.

Los períodos de rigor moral son, usualmente, relativamente transientes. Pero no dejan de tener su relevancia. No estará de más recordar que, por ejemplo, un fuerte rigorismo moral suele caracterizar a los períodos revolucionarios. Chile no parece estar cercad e esos períodos, falta buena parte de las condiciones estructurales, pero en lo que dice relación con algunas de la actitud de la población hay ciertos paralelos. No estará de más recordar que una ausencia de legitimidad de las élites, una pérdida de la autoridad como tal, es algo que quizás no esté tan lejano.

Unas notas sobre la percepción de Corrupción

No llamará a nadie la atención, creo, plantear que dentro de la población de Chile se ha fortalecido una impresión de un fuerte nivel de corrupción entre la élite. Si el Ministro del Interior tiene que salir diciendo que no debemos pensar que todo el mundo es corrupto, claramente es que muchos piensan que eso es efectivamente así. A propósito de esa impresión es posible hacer algunas consideraciones sobre lo que ella implica.

Partamos de la base que, al menos los fenómenos donde se ha concentrado esa imagen, tienen todos que ver con el hecho que el dinero compra lo que no debiera venderse (la política en particular). Ahora bien, la dinámica que todo se vende dice algo sobre la forma en que la instauración del modelo se relaciona con la cultura nacional. Para una cultura tradicional, en particular para la cultura tradicional chilena, todos sus elementos éticos y morales son contra-mercantiles, y el mercado es visto -entonces- como el lugar sin Dios ni ley: donde todo es posible y donde todos se pueden aprovechar de tí. Conste que esa no es la versión del mercado de la propia ideología que lo defiende (donde hay una moralidad inherente a sus operaciones).

Ahora bien, leído como lugar sin ley y límites, entonces no es posible pensar la existencia misma de la corrupción: Es un espacio sin moral, ¿cómo se podría siquiera pensar que hay cosas que no se pueden hacer? ¿Que hay cosas que están más allá de lo que se puede legítimamente comprar? (Hay varios casos que se puede aducir para mostrar la completa incomprensión que pueden existir criterios morales en estos temas; y en los e-mail que se han podido conocer algo que salta a la vista es la completa falta de una impresión que se esté haciendo algo negativo).

Luego, quizás uno de los elementos relevantes de toda esta discusión es que precisamente se recupere el lenguaje de la corrupción. Porque ese lenguaje en sí mismo implica un rechazo de la idea de una sociedad totalmente comercializada: para que se pueda acusar de corrupción se requiere que sea visto negativamente que lo adquirido en una dimensión (el dinero) se ocupe para lograr cosas en otra dimensión distinta (en este caso, la política). El mero hecho que eso se vea como corrupción implica un cierto reflujo de una mirada mercantilizada de la sociedad.

 

La relación de la percepción de corrupción con una sociedad mercantilizada (que ahora empieza a preguntarse sobre ello) también se puede hacer notar en el carácter de las acciones que están en tela de juicio. Buena parte de ellas dicen relación con financiamiento de campañas (con la consecuencia que, de hecho, en varios casos no estamos ante personas que se hayan enriquecido en ello). Ahora bien, ¿por qué las campañas son tan caras en Chile?

Bien se puede plantear que ello es un efecto de la comercialización de la sociedad: Cuando la política dejo de convocar a las personas, la única forma de realizar campañas fue a través del dinero. En una sociedad (para ser exactos, en una élite) que se había mercantilizado eso ni siquiera fue demasiado discutido, sino que se aceptó con relativa facilidad. Que la forma de hacer campañas políticas dependía del dinero y no de la movilización se transformó en parte del sentido común en esas prácticas. En el momento, entonces, en que la mercantilización de la sociedad pasa a ser algo discutido, y re-emerge entonces el lenguaje de la corrupción, las prácticas obvias y evidentes quedan en entredicho.

 

Lo cual, finalmente, no es otra cosa que decir que, como en muchas otras ocasiones, a veces lo realmente interesante es que algo se transforme en tema, más incluso que es lo que se discute en particular.