El primer modelo es el del cambio de percepción tardía: Algo sucede que realmente produce una transformación relevante, pero en el momento nadie se percata de ello, lo que facilita que éste efectivamente se introduzca (no hay grandes resistencias). Sólo posteriormente, una vez ya instalado, aparece el reconocimiento que ello era un cambio relevante. Pero ese cambio ya se había producido.
Mi impresión es que los inicios de la mecánica cuántica tienen algo de eso. Planck está intentando resolver un tema, introduce una hipótesis de cuantos, pero casi como un asunto secundario a lo que le interesaba (que era más bien la termodinámica) -no es algo que destaque en su artículo inicial (‘Sobre la ley de distribución de energía en el espectro normal’ de 1901). Es cuando ese artículo ya esta establecido como un éxito que la importancia y consecuencia de esa hipótesis aparece como revolucionaria. Pero la revolución sólo se reconoció a sí después del diluvio.
El segundo modelo es el del cambio cuya radicalidad es más bien inicial. Hay una transformación que es inmediatamente percibida como relevante, es nombrada como un cambio. Y al ser nombrada aparece como un cambio muy importante y crucial, que transformará todas las cosas. Lo cual, por cierto, genera resistencias. Pero pasado el tiempo sucede que no tenía todas esas consecuencias, y que su impacto era menor del pensado (que conste, todavía puede ser muy relevante).
Creo que el desarrollo del ateísmo moderno, digamos a partir del siglo XIX, es un caso. Si se lee la impresión de lo que significaba el ateísmo en esa época (desde Dostoyevski a Nietzche) es que era un tema crucial -que siendo la creencia en Dios algo tan crucial, obviamente el abandonar esa creencia debiera tener profundas consecuencias sobre nuestra forma de vida. Pasa el tiempo y en las siguientes generaciones ello se pierde, y entre ateos gana fuerza la idea que el ateísmo es sólo eso, una ausencia de creencia en la existencia de dioses, pero que de ahí no se sigue nada. Si se quiere el cambio fundamental es, precisamente, el quitarle un rol fundante a la creencia en Dios sobre cualquier cosa. Y entonces un cambio que parecía fundamental, casi trágico, pasa a ser visto más bien como algo anodino.
En otras palabras, y más en general, nunca sabemos lo que es relevante: Muchos cambios fundamentales ocurren sin que nos demos cuenta, y muchas de las transformaciones que damos por relevantes terminan siendo más bien pequeñas.