La muerte y la gloria.

Hay un sentimiento que aparece en múltiples textos del pasado que a nosotros se nos vuelve muy difícil de comprender: la exaltación de la muerte en batalla y la opinión que es una muerte gloriosa. Un poema famoso de Wilfred Owen escrito durante la Primera Guerra Mundial muestra bastante bien nuestra reacción a esos sentimientos. Después de narrarnos la horrible experiencia de la muerte tras un ataque con gas concluye


My friend, you would not tell with such high zest
To children ardent for some desperate glory,
The old Lie: Dulce et decorum est
Pro patria mori.

La vieja mentira (la frase en latín es de un poema de Horacio, que fue bastante conocido entre las ‘clases educadas’ hasta tiempo relativamente recientes). Ahora, ¿por qué esa vieja mentira duró tanto tiempo?

Al fin, las frases que elogiaban ello no fueron dichas, como uno pudiera pensar, por personas que no conocían de la carnicería de la batalla. Fueron usadas y reconocidas entre personas que habían tenido dicha experiencia; su uso reiterado en la antigüedad clásica, donde básicamente todos los varones adultos eran combatientes y con experiencia de combate así lo demuestra. Incluso si quienes las escribieron fueran diletantes que hablaban de la gloria de la batalla antes de conocerla, quienes la repitieron y transcribieron (y dadas las condiciones de la época, sólo textos que resonaran lo suficiente en la cultura para ser repetidos y transcritos muchas veces tenían expectativa de llegar a nosotros) sí la tuvieron.

Leyendo las Antigüedades Romanas de Dionisio de Halicarnaso aparecen unas líneas que nos pueden servir a este respecto. El autor escribe en el I siglo AC sobre los inicios de Roma (para él ya un tiempo del cual lo separaban cinco o seis siglos, nuestra diferencia con el renacimiento). Nos cuenta entonces sobre un general romano, el dictador Postumio, en una de sus guerras iniciales (una de las tantas contra sus vecinos latinos):

Death, indeed, is decreed to all men, both the cowardly and the brave; but an honourable and a glorious death comes to the brave one (Libro VI, IX)

Cuando la muerte es algo siempre presente, y en culturas de guerra continua, o donde la peste o la hambruna siempre eran amenazas constantes, y en general la perspectiva de alcanzar una edad avanzada no es tan clara, el sentimiento esbozado en la cita adquiere bastante sentido. Para nosotros, para quienes la muerte puede alejarse de nuestra experiencia por mucho tiempo (en mi caso personal alrededor de tres décadas sin muertes entre mis cercanos) la idea de alejar la muerte, y enfatizar el horror frente a ella, tiene fuerza. Pero cuando la muerte está siempre ahí, cuando resulta imposible olvidar que todos morimos (que uno también morirá) la idea de evitar lo inevitable resulta absurda. Y dado que se morirá -y al final eso será más bien temprano- entonces tener una buena muerte tiene sentido. Y esa buena muerte no será necesariamente la de ‘morir tranquilo’ -dado que el albur de las vidas hace eso bien poco probable- sino también puede ser la de la muerte gloriosa y honorable. Puestos a morir, ¿por qué no ser valiente? (y el cobarde bien puede que no evite la muerte en batalla, todos sabían que la mayor parte de los muertos en combate lo eran en el momento de huida).

‘Granujas, ¿Viviríais para siempre?’ Es una frase supuestamente dicha por Federico el Grane en la batalla de Kolin en 1757 (y que he visto con variaciones repetidas en diversas ocasiones). Por cierto así quisiéramos, lo que da la fuerza a la frase es el hecho que eso no sucede. La idea que todos morimos puede generar la sensación que nada importa (puesto que al fin todos desaparecemos); también genera la perspectiva de destacar ciertas muertes, que en la muerte es donde se muestra los verdaderos valores por los cuales se ha elegido vivir. Uno de ellos es la valentía -que es lo que las citas y las culturas de la vieja mentira eligieron vivir.

El sentido republicano. Un discurso de Escipión en Tito Livio

Entre medio de la narración de la Segunda Guerra Púnica, la guerra de Aníbal, Tito Livio nos informa de las campañas de Escipión (todavía no el Africano) en España. Uno de los eventos que menciona es una rebelión en unas legiones. Al saber de ello, Escipión realiza un largo discurso a los soldados. Entre medio de éste dice (o para ser precisos, Tito Livio nos dice) lo siguiente:

The Roman people have survived those many and distinguished generales who were all cut off in one war; Flaminius, Paulus, Gracchus, Posthumius Albinus, Marcus Marcellus, Titus Quinctius Crispinus, Cneius Fulvius, my kinsmen the Scipios; and will survive a thousand others who may perish, some by the sword, others by disease (Tito Livio, Historias, Libro XXVIII, 28)

La frase es interesante porque marca (ya sea porque según la tradición fuera el sentido de lo que dijo Escipión o ya sea que sea pura invención de nuestro historiador) una concepción bien distinta a la que, de hecho, es más habitual entre nosotros.

Para nosotros, la historia de la Segunda Guerra Púnica se cuenta como una historia de generales, de la brillantez de Aníbal, de la pregunta (que de hecho ya aparece en Polibio, que es más contemporáneo) de si Aníbal o Escipión eran mejores generales, y así sucesivamente. Un asunto de líderes. No es esa la concepción que aparece en el texto. Lo que se marca ahí es la república (o más estrictamente, el populus romano): Ese es el que combate, y el que finalmente triunfará. Los generales pasan, lo que se mantiene es el pueblo; y la historia de esa guerra (y de todas las otras guerras) es la historia del pueblo romano.

Uno puede observar que, de hecho, el climax emocional de la narración en Tito Livio no es ninguna campaña de Escipión, es la batalla del Metauro, y en particular la marcha del cónsul Cayo Claudio Nerón para reforzar a las tropas en el norte frente a la llegada a Italia de Asdrúbal. Es esa la batalla que aparece como la decisiva -la que marca el cambio y el momento en que Roma puede decir que ha vencido. Zama es simplemente la última batalla.

Al mismo tiempo, uno de los momentos más dramáticos ocurre después de Cannas. Frente a la derrota aplastante, el Senado resuelve que todos los ex-magistrados (todos los que tuvieron alguna vez mando) recuperen el imperium al mismo tiempo (saliendo de toda lógica normal). Frente a la amenaza Roma moviliza no sólo a su fuerza militar medida en soldados, moviliza toda su capacidad de mando.

De esta forma Tito Livio a través de su narración (y del discurso) nos hace ver la guerra como un esfuerzo colectivo de todo el pueblo. En este sentido, es una guerra profundamente republicana. Líderes siempre hay (y el efecto del discurso de Escipión al nombrar varios de ellos, y nombra a los que habían tenido éxitos durante la guerra, es dar esa impresión), lo que importa es que cada uno de ellos muestra no tanto una capacidad individual, sino es una muestra de algo que pertenece a todos: Es como representantes del pueblo romano que finalmente vencen.

En varios de sus textos, Arendt hace mención que los romanos eran un pueblo profundamente político. El discurso y narración que comentamos es una muestra de ello -lo que trasuntan es una concepción profundamente colectiva y republicana de la guerra.

No por nada (la reflexión se la debo a Claudia Moatti, Res Publica, 2018) todavía buena parte de nuestro vocabulario político se lo debemos a los romanos.

La visión del Imperio en Tácito. Los discursos de Calgaco y Cerial

El imperialismo es un fenómeno antiguo. Antiguas son, por ende, la discusión sobre lo que implica un imperio, y siendo buena parte de la tradición escrita una basada en, mantenida y copiada por, imperios; tenemos disponible una larga historia de justificaciones sobre ellos.

En el caso del Imperio Romano esa discusión se cruza además con la discusión de la forma del Estado, y esto genera una serie de tensiones (Imperio/bárbaros Imperio/libertad) que afectan la forma en que opera dicha discusión. Los escritos de Tácito son un buen lugar para examinar dicha tensión, al integrar una fuerte nostalgia por el pasado de una res publica libre con un fuerte sentido ‘patriótico’ de lo que implica Roma.

Una forma de observar esta tensión es a través de dos discursos que nos presenta Tácito en sus textos, uno pronunciado por un general romano que es una apología del dominio de Roma, el otro pronunciado por un ‘rebelde’ bárbaro en las Islas Británicas que se encuentre entre las denuncias más memorables de ese mismo dominio.

El año 69 es conocido como el año de los cuatro emperadores. La guerra civil que se desarrolla como consecuencia de la caída de Nerón implica el asesinato de Galba por Otón, la rebelión de Vitelio que termina con la derrota (y suicidio) de Otón, y la victoria final de Vespasiano que cierra ese ciclo. Durante esas guerras, ocurre la rebelión de los bátavos, tribu que era auxiliar de Roma, bajo la dirección de Civilis (inicialmente declarando que era parte del bando de Vespasiano), en la cual aparece un intento general de rebelión de las provincias gálicas. Finalmente, Vespasiano encarga a Quinto Petilio Cerial aplastar la revuelta. En medio de sus acciones, Cerial hace uno siguiente intervención a los galos. El que el texto del discurso sea el que nos dice Tácito no es lo que sucedió, el que Cerial haya dado un discurso con esas líneas es una posibilidad que es difícil de determinar, lo que sí sabemos es que Tácito pensó que ese discurso era el que correspondía a un general romano en ese contexto.

Tras hacer una justificación de por qué los Romanos se hicieron del poder en las Galias (usando el viejo argumento de protección contra otro enemigo, los germanos), Cerial pasa a justificar su dominio en ese presente del año 69 -que es lo que nos interesa aquí como justificación del imperio:

There were always kings and wars throughout Gaul until you submitted to our laws. Although often provoked by you, the only use we have made of out rights as victors has been to impose on you the necessary costs of maintaining peace; for you cannot secure tranquility without armies, nor maintain armies without pay, nor provide pay without taxes: everything else we have in common. You often command our legions; you rule these and other provinces; we claim no privileges, you suffer no exclusion. You enjoy the advantages of the good emperors equally with us, although you dwell far from the capital: the cruel emperors assail those nearest them. You endure barren years, excessive rains, and all other natural evils; in like manner endure the extravagance or greed of your rulers. There will be vices as long as there are men, but these vices are not perpetual and they are compensated for by the coming of better times: unless perchance you hope that you will enjoy a milder if Tutor and Classicus reign over your, or the taxes required to provide armies to keep out the Germans and Britons will be less than now. For, if the Romans are driven out -which Heaven forbid- what will follow except universal war among all peoples? The good fortune and order of eight hundred years have built up this mighty fabric which cannot be destroyed without overwhelming its destroyers: moreover, you are in the greatest danger, for you possess gold and wealth, which are the chief causes of war. Therefore love and cherish peace and the city wherein we, conquerors and conquered alike, enjoy an equal right: be warned by the lessons of fortune both good and bad not to prefer defiance and ruin to obedience and security (Historias, Libro IV, LXXIV

A este discurso, Tácito nos dice ‘with such words Cerialis quieted and encouraged his hearers, who feared severer measures’ (Libro IV, LXXIV)

He ahí la apología del imperialismo romano. Pasemos ahora al discurso en el que Tácito nos muestra la crítica a dicho imperialismo. Seguimos en todo caso en el occidente europeo de dicho imperio. En su biografía de Agrícola, su suegro, Tácito nos narra sus campañas en el norte de las Islas Británicas, en Escocia, para aplastar a los caledonios. La batalla decisiva de la campaña se conoce como la batalla del Monte Graupius, en el año 83. Como es usual en la historiografía antigua, Tácito nos presenta las arengas de los generales contendientes. Esto es lo que dice Calgaco, el líder contra los romanos:

As often I survey the causes of this war and our presents straits, my heart beats high that this very day and this unity of ours will be the beginning of liberty for all Britain. For you are all here, united, as yet untouched by slavery: there is no other land behind us, and the very sea even is no longer free from alarms, now that the fleet of Rome threaten us. Battle therefore and arms, the strong man’s pride, are also the coward’s best safety. Former battles, which were fought with varying success against Rome, left behind them hopes of help in us, because we, the noblest souls in all Britain, the dwellers in its inner shrine, had never seen any shores of slavery and had preserved our very eyes from the desecration and the contamination of tyranny: here at the world’s end, on its last inch of liberty, we have lived unmolested to this day, defended by our remoteness and obscurity. Now the uttermost parts of Britain lie exposed, and the unknown is ever magnified. But there are no other tribes to come: nothing but sea and cliffs and these more deadly Romans, whose arrogance you cannot escape by obedience and self-restraint. Robbers of the world, now that earth fails their all-devastating hands, they prove even the sea: if their enemy have wealth, they have greed; if he be poor, they are ambitious; East nor West have glutted them; alone of mankind they covet with as much passion want as much as wealth. To plunder, butcher, steal, these things they misname empire: they make a desolation and they call it peace (Agricola, 30)

El discurso continua dando razones para confiar en la victoria y para denostar el presunto valor de los romanos a los cuales enfrente. Hacia el final, Calgaco vuelve a su denuncia del Imperio: ‘Here you have a general and an army; on the other side lies tribute, labour in the mines, and all the other pangs of slavery’ (Agrícola, 32)

He ahí las palabras con las cuales Tácito elige ilustrar la apología y la crítica. ¿Qué nos dice sobre Tácito, senador con una exitosa carrera (cónsul el 97 y elegido como gobernador de la provincia de Asia en 112-113, el ápice de una carrera senatorial en el período) en el período de Trajano, aristócrata nostálgico de la vieja res publica? Toda persona habla por sí misma, pero las visiones e ideas de Trajano algo nos dicen de lo que pensaba la élite senatorial durante el apogeo del Imperio.

Volvamos al discurso de Cerial. Hay varios tópicos esperables: Roma como garante de la paz, el carácter inclusivo de la dominación (‘ustedes también comandan’), que lo que se impone no es más de lo que es ineludible (ejércitos e impuestos). Entre medio aparece un tema bastante distinto: la figura del emperador. Bajo una idea general (buenos / malos emperadores) aparecen dos tópicos concretos: El primero es una ventaja de los provinciales: Que todos gozan de la bondad de los buenos emperadores, pero los crímenes de los malos lo experimentan los habitantes de Roma. El segundo es que, al fin, hay un llamado a aceptar el hecho del mal que producen los malos gobernantes. Ahora bien, los primeros puntos tienen sentido para una audiencia gala, provincial, pero ¿quién es la audiencia real del hay que aceptar el mal gobierno?

Tácito le habla a su audiencia de sus pares, también aristócratas senadores que viven en un Imperio en el cual en cualquier momento puede aparecer un tirano donde el asesinato de ellos sea parte habitual del gobierno (y en los Anales, Tácito en dos ocasiones -una con Tiberio y otra con Nerón- se pregunta acerca de la recepción de la letanía de asesinatos judiciales de senadores). Como convivir en esa amenaza es un tema permanente en Tácito (desde el Agrícola, que es un texto temprano, hasta los tardíos Anales) también lo es el lamento de tener que vivir ahí. La recomendación de Cerial es una válida para senadores, pero no es una admonición agradable.

Esto nos permite entonces volver a Calgaco. Las frases finales del párrafo inicial son célebres en su denuncia (Auferre trucidare rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem apellant) y uno puede observar que operan como reverso de Cerial: ¿Paz? Así llaman a la devastación, y el dominio imperial no es buen gobierno sino robo y asesinato. Hay además otro elemento, con el cual en la narración de Tácito Calgaco inicia y finaliza el discurso: frente a la esclavitud nos rebelamos para defender la libertad.

Aquí uno puede recordar que Calgaco es un líder caledonio, en otras palabras su pueblo ha estado fuera de la dominación romana -la campaña de Agrícola es básicamente la primera en el extremo norte de las islas. No habla aquí un líder de una rebelión de una zona que ha experimentado el dominio de Roma por mucho tiempo. En otras palabras, no es el discurso de alguien que haya experimentado la esclavitud romana y que se rebela frente a ella; pero el habla que pone Tácito está en esos términos.

Aquí la contraposición con Cerial adquiere otra resonancia. Lo que recomienda Cerial (aceptar la sumisión a un mal gobierno sin por ello hablar de esclavitud) es lo que denuncia Calgaco (esa sumisión es esclavitud). Aquí uno puede recordar que en Tácito es constante la comparación entre la libertad de los germanos contra la sumisión; y observar que, en cada caso de rebelión de bárbaros contra Roma, Tácito será explícito en declarar un episodio de abuso de poder por parte de un funcionario romano. En una frase famosa en el Germania nos dice comparando enemigos de Roma que:

The German fighting for liberty has been a keener enemy than the absolutism of Arsaces [en referencia a la dinastía Parta en la frontera del medio oriente] (Germania, 37)

Hay un episodio en los Anales que puede para ilustrar esta imagen de los germanos y la comparación con la actitud de la aristocracia romana. Porque el punto esencial no es simplemente comparar una Germania libre contra una Roma sometida a un emperador, es lo que implica en relación a la actitud del orden senatorial.

En el año 58 los Frisios primero y los Ampsivaros intentan ocupar una zona desocupada, que en principio estaba destinada para la futura ocupación de una colonia de legionarios veteranos. Los Frisios ocupan el territorio, el gobernador Dibio Avito dice que sus líderes se dirijan a Roma a hacer su petición. Estando en Roma, al ver que embajadores extranjeros reciben un sitial de honor en el teatro por que sus pueblos se distinguen por su valentía y amistad con Roma, dichos líderes -Verrito y Malorix- proceden a exclamar:

no people in the world ranked before Germans in arms or loyalty, went down, and took their seats among the Fathers [los senadores] (Anales, XIII, LIV)

La solicitud es denegada y los Frisios expulsados. Posteriormente los Ampsivaros, que habían sido expulsados de sus territorios previamente, intentan ocupar la zona, y Boiocalo -que por décadas había apoyado a Roma- plantea que para Roma es mejor un territorio habitado por aliados que uno solitario. Avito responde que ‘all men had to bow to the commands of their betters: it had been decreed by those gods whom they implored that with the Roman people should rest the decision what to give and what to take away, and that they should brook no other judges than themselves’ (Annales, XIII, LVI). Boiocalo responde, y Tácito declara explícitamente la indignación del germano:

We may lack, he added, a land to live in, but not one to die in (Anales, XIII, LVI)

Estas son actitudes y declaraciones de personas (y pueblos) libres; tienen el mismo tenor del discurso de Calgaco. Frente a ello la sumisión de la aristocracia romana, su falta de resistencia al poder, su actitud sumisa frente a las condenas de muerte (tanto individuales del que recibe la condena como colectivas del Senado) aparece en fuerte contraste y aparece como una crítica al orden senatorial. Después de narrar diversas ejecuciones bajo Nerón, Tácito escribe:

As it is, this slave-like patience and the profusion of blood wasted at thome weary the mind and oppress it with melancholy (Anales, XVI, XVI)

Esa paciencia de esclavos (incluso cuando hay, como en varios casos, nobleza y dignidad al aceptar la suerte) contrasta con la actitud insumisa de un Boiocalo o de un Calgaco.

Tácito sabe (volvamos al discurso de Cerial) que ya no hay alternativa al orden imperial, la pregunta por cuál es la actitud correcta frente al mal príncipe es el tema. Como se (y les) plantea como pregunta: ¿hay algo que permita mantener la dignidad en esos casos, sin caer en una resistencia inútil?

La relación con el Imperio es compleja porque la defensa de la dominación romana bajo el Principado es también una defensa del Príncipe. La frase de Avito por ejemplo que defiende el dominio es el mismo tipo de frase que aplicado desde el Príncipe con respecto a los senadores es la marca de la tiranía. La defensa del imperialismo sería más clara bajo un régimen republicano libre: Ahí las frases de Cerial sobre incorporación (ustedes y nosotros dirigimos legiones, gobernamos provincias) tendrían más fuerzas. No estará de más recordar que en los Anales una de las señales típicas que la libertad no ha quedado totalmente eliminada, que algo queda de ella, es cuando se deja al Senado que juzgue a los gobernadores y que reciba las delegaciones de las provincias (en otras palabras, que muestre en la práctica esa idea de reconocimiento de derechos a los provinciales). Pero no es ese el mundo en que vive.

Es un mundo donde hay Príncipe, y donde siempre está la posibilidad del Príncipe-Tirano, o que el hecho mismo de ser Príncipe envíe a la tiranía (algo de eso deja entrever en su relato sobre Tiberio, que es un relato de caída progresiva en la tiranía). Y ello evita que el relato de la dominación imperial pueda ser sólo positivo, y obliga a Tácito a dar voz a la crítica a la dominación imperial.

NOTA.

Estoy usando las ediciones de la Loeb Classical Library (Harvard University Press)

Agricola / Germania / Dialogues. LCL 35. 1970 (la traducción del Agrícola y la Germania es de M. Hutton)

Histories, Book 4-5. Annals Books 1-3. LCL 249. 1931 (la traducción de las Historias de Clifford Moore)

Annals. Books 13-16. LCL 322. 1937 (la traducción de los Anales de John Jackson)

El carácter de la civilización del Indo y la pregunta por la relación del Estado con la civilización

Indus metal tools were insuitable for serious militaristic purposes since they lacked the strengthening midribs of metal weaponry produced by their contemporaries (Rita Wright, The Ancient Indus: Urbanism, Economy and Society, Cambridge University Press 2010: Cap. 7, p 196)

La civilización del Indo es una de las tres áreas donde primero se originaron sociedades complejas, ‘civilizaciones’. Tiene la particularidad de ser la menos duradera. Tanto en Egipto como en Mesopotamia, con crisis más o menos, el estado de civilización se mantuvo a lo largo del tiempo, aquí lo fue menos (alrededor de 2600-1900 AC). Por cierto, alrededor de siete siglos no es un lapso menor y bien cabe tomar en consideración que toda la modernidad, en las versiones que más tiempo le dan a ese período, solo ha superado 500 años. Siendo la menos duradera, es la más extensa -el territorio cubierto por ella sobrepasa con creces el estrecho valle del Nilo y el algo más extenso territorio de Mesopotamia.

La primera vez que leí con alguna profundidad sobre esta civilización fue en un texto de Keith Maisels (Ancient Civilizations of the Old World, Routledge 2001), y lo que postulaba es que esta civilización -al revés que todas las otras- no tenía Estado. No había nada que indicara la existencia de palacios o de gobernantes (Jason Gilbert, South Asia in World History, Oxford University Press, 2017, 8-9 nota lo mismo), y era claro que una civilización de esa extensión no podía estar bajo el dominio de un solo cuerpo político (la capacidad de poder dominar una extensión de ese tamaño bajo una sola polity fue algo que se logró tras milenios de civilización). Además uno podía observar que la escritura del Indo, que nunca creó (al parecer) textos largos, estaba adaptada a las necesidades del intercambio (multitud de sellos) pero no tanto para la administración (todas esas tabletas que cuentan bienes en Sumeria por ejemplo).

El libro que citamos es un texto más reciente sobre la misma civilización. La perspectiva es que esta civilización también constituyó Estados. En particular, que constituyó ciudades-Estado. Diversos elementos mostrarían ello. Las ciudades de dicha civilización (Harappa, Mohenjo-Daro, Ganweriwala, Dholavira, Rakhigargi) son ciudades planificadas, la estructura de calles y de casas no es de las que emerge en ciudades espontáneas; la estructura de asentamientos (ciudad central y una red de asentamientos de mayor y menor tamaño) habla de cierta centralización; existe un nivel no menor de desigualdad, implicando la existencia de élites; las redes de distribución y formas de producción de las artesanías mostraría una diversidad de formas pero algunos de ellas parecerían ser efecto de producción centralizada. Todo esto implicaría entonces que en esta civilización, como en todas, habría Estado (en cualquier caso, Wright no discute ni cita el texto de Maisels, y no escribe como si la idea de falta de Estado fuera parte de la discusión, yo lo estoy leyendo así puesto que ese fue mi interés inicial).

Y sin embargo, hay algunos temas que ameritan una mayor discusión. Si pensamos en que estamos ante ciudades-estado de todas formas aparece que el territorio pensado sería demasiado extenso: 100 mil a 170 mil kilómetros cuadrados (Cap 11, p. 333), mucho mayor al de ciudades-Estado equivalentes y nuevamente se puede dudar de si Estados recién nacientes podrían controlar territorios que corresponden (en la actualidad) a varios Estados-Nación. La coordinación de actividades artesanas podría haber sido obra de gremios (Cap 7, p 182-8, por ejemplo sellos, sólo en brazaletes parecería existir un nivel de coordinación que requiriera una administración). La desigualdad que se observa en las ciudades es menor que en otros casos (Cap 9, p. 244-5 nota que aunque la viviendas son muy homogéneas sigue existiendo cierta variabilidad en tamaños o en ubicación, nadie necesitaría ello en un examen de la civilización egipcia por ejemplo; y una parte no menor de la discusión es mostrar la presencia de bienes de lujo pero en sí esos bienes no implican desigualdad -un mismo hogar puede diferenciar bienes de uso común de bienes de lujo, y los ‘tesoros’ encontrados no aparecen restringidos en el espacio, p. 259).

Por otro lado, la planificación de ciudades implica altos niveles de coordinación, y si la desigualdad parece ser menor de todas formas parecen existir residencias (y sectores) de mayor estatus que otros. Y algunos de los problemas que mencionamos con anterioridad quizás no lo sean tantos: Posteriormente se requirió un desarrollo administrativo muy alto para controlar territorios entre 100 y 200 mil kilómetros cuadrados, pero al inicio de la civilización puede ser más factible una expansión rápida o quizás una influencia territorial importante no requiere un control territorial estricto (ambas cosas se han mencionado en relación a la primera urbanización en Mesopotamia, justo antes del nacimiento de la ‘civilización’).

La discusión anterior nos lleva entonces a la pregunta por la organización estatal. Claramente la civilización del Indo implica altos niveles de coordinación (para estructurar sus ciudades, para crear sus espacios públicos o para sus sistemas de desagüe) y hay varios elementos que muestran organización y sus consecuencias (sellos, las evidencias de alguna producción centralizada, y si bien menor de todas formas con cierta desigualdad). Ahora, ¿basta con ello para pensar que hay Estado?

Hay ciertas ausencias (que Maisels enfatizaba): las construcciones monumentales no son de palacios o incluso templos, sino de estructuras como baños; los espacios monumentales parecen ser relativamente públicos. Pero lo mismo podría decirse de los inicios de Roma y Atenas, y organización estatal existía ahí.

Es en este sentido que la cita inicial adquiere interés: El que las herramientas de metal no fueran adecuadas para fines militares implica una militarización baja (lo mismo hace notar el ya citado Jason Gilbert, p 3). En mi impresión pocas actividades castigan tanto el uso de herramientas y prácticas subóptimas que la militar; y si entonces esas herramientas no tenían el nivel necesario para la actividad militar (y recordemos en la misma época sabemos de niveles importantes de competencia militar entre ciudades-Estado en Mesopotamia) entonces ella es baja. Las ciudades del Indo tienen murallas pero dado que ellas también se usaban al interior de ellas para marcar barrios, su uso parece más bien de control administrativo que militar.

Y esto nos vuelve al tema del carácter de la organización social de esta civilización. No se puede rechazar la existencia de Estado y claramente algunas de sus características implican formas de coordinación relativamente centralizadas (y en eso ya hay un cierto carácter proto-estatal como mínimo), pero son débiles o están ausentes otros de los elementos que suelen caracterizar los Estados.

La civilización del Indo desapareció con mayor prontitud que otras civilizaciones;y al mismo tiempo una de las más extensas. Es probablemente la más desconocida entre ellas porque su escritura no ha sido descifrada (ya mencionamos la ausencia de textos largos). La impresión que los hechos mencionado anteriormente tengan relación con la forma que adquirió su organización social, que no sería idéntica al camino seguido por otras civilizaciones (incluso si consideramos que los elementos pro-estatales ya son suficientes para ameritar que se los considere Estados, al menos ciudades-Estado), no deja de ser una impresión relevante. Por otro lado, pareciera que está condenada a no ser más que una impresión, dado lo que podemos saber de esa civilización.

La civilización del Indo nos muestra una sensación que la civilización podría ser diferente, el camino de las civilizaciones pudiera haber sido distinto; pero sigue sin mostrarnos que podría haber sido ese camino.

Cicerón y la defensa de la res publica. O de la inversión de los argumentos.

La guerre à outrance contre les séditieux recevait aussi dans le De re publica plus qu’une justification, un statut philosophique et politique: la conservation des cités, voulue par les dieux, autorisait la suspension de la justice humaine, au nom de la justice naturelle (le recte et la recte ratio). On voit tout ce qui sépare le recours traditionnel à la dictature pour régler un conflit précis et l’invocation de la droite raison La fin de la République connaît un changement remarquable qui est le terme d’un long processus au cours duquel los moyens traditionnels pour mettre fin aux conflits échouent tandis que l’idée de res publica comme puissance publique se renforce (Claudia Moatti, Res publica, Histoire romaine de la chose publique, Fayard, 2018, Cap 5, p. 224).

La cita anterior está al finalizar el capítulo 5 de esta investigación sobre el concepto de res publica entre los romanos, capítulo que está dedicado a la obra de Cicerón.

Lo que muestra Moatti es cómo Cicerón desarrolla un discurso de defensa de la res publica frente a enemigos internos, y como ahí pone la idea que frente a esa amenaza el derecho natural impone un deber de defensa que implica pasar por encima de las leyes establecidas. Ese es el sentido de la famosa idea que Salus populi suprema lex esto.

Es de hecho una doctrina que Cicerón realizó en su carrera política. En el caso de la conspiración de Catilina (63 A.C) se había tomado prisionero a un grupo de catilinistas; en el Senado se plantea una discusión sobre qué hacer con ellos. Esa discusión es uno de los momentos más memorables de la Conspiración de Catilina de Salustio, donde nos presenta la confrontación entre César, que aboga porque se aplica la ley que ningún ciudadano puede ser castigado sin juicio y Catón que plantea que en estas situaciones de suprema necesidad es necesario y justo pasar por encima de la ley (que es un argumento oligárquico aplicado con anterioridad, y tiene su base en la idea del Senatus consultum ultimum, que los magistrados han de hacer lo que sea para proteger a la res publica, usado para asesinar a Cayo Graco y sus seguidores). Cicerón, cónsul en ese momento, decide ejecutar a los prisioneros.

Hay dos características de interés a este respecto. La primera es que el uso de la diferencia entre derecho natural y derecho ‘positivo’, entre lo justo y lo legal, tiene en Cicerón un sesgo distinto al que nosotros tendemos a realizar. Entre nosotros la idea de un derecho o de una justicia que es más basal que lo legal tiende a usarse para basar la idea de derechos individuales: La ley podrá decir algo pero el individuo tiene derechos anteriores a dicha ley. El uso de Cicerón es el contrario: En los casos que se discute es la ley la que otorga derechos y protecciones que se busca se suspendan o sean pasados por alto en nombre de la justicia natural. Entre nosotros la idea de una justicia que es anterior a la ley se usa para proteger derechos individuales; en Cicerón la justicia que es anterior a la ley se usa para justificar que esos derechos no sean tomados en cuenta.

Lo segundo es sobre los usos del argumento. El argumento de Cicerón sólo se entiende bajo una situación de peligro de la res publica, y el sentido que ella está amenaza de muerte, que puede desaparecer es constante en Cicerón. Es frente a esa amenaza de un poder tiránico y autocrático, de desaparición de lo público, que propone esta justificación de la violencia. El caso es que con la instauración del principado, y Moatti muestra cómo esa transformación se va produciendo usando elementos que están en Cicerón (por ejemplo, el papel de los magistrados); ese argumento termina bajo el Principado por ser una de las bases de la persecución política: Si quién ataca la res publica debe ser tratado como un enemigo, entonces lo mismo aplica cuando el atacado es el máximo representante, la personalización, de la res publica: El emperador.

Tendemos a pensar que las consecuencias prácticas de un argumento están en el propio argumento: Que está en la naturaleza de la idea que ella sea conservadora o revolucionaria, liberal o autocrática. Sin embargo, he aquí un ejemplo (y sería sencillo multiplicarlos) de cómo eso no es así. Un mismo argumento puede justificar posiciones muy distintas, es cosa de cambiar algunos elementos concretos y un argumento usado, desde la perspectiva de Cicerón, para defender la resistencia violencia frente a la tiranía puede ser la principal justificación de ella.

El lugar de las mujeres en la Atenas clásica

la Parthénos [Atenea] réalise á sa façon le rêve masculin des Grecs -avoir un enfant en dehors de l’activité procréatrice (Nicole Loraux, Les enfants d’Athéna, Seuil, 1990, Cap 1, p. 65)

El hecho que la cultura griega clásica, en particular lo de Atenas, era profundamente patriarcal es algo que había leído en más de una ocasión, y si uno revisa la literatura griega, uno puede encontrar verificado dicho aserto en texto tras texto.

La profundidad de ese patriarcalismo no me había saltado tan a la vista hasta leer el texto que citamos. La cita está en el contexto de una discusión sobre el mito de la autoctonía en Atenas: Que los atenienses son nacidos (herederos de quienes nacieron) de la tierra de Ática, hijos de Erictonio. En la discusión nos muestra que, entre las diversas cosas que hacen estos mitos (que son varios) es separar a las mujeres de ese proceso. Los atenienses son hijos de Atenea (que recibe al autóctono original y que está involucrada en el proceso de su creación), pero esto se hace para eliminar en el mito que los atenienses nazcan de la gestación, del embarazo de una mujer; y Atenea, que no tiene madre recordemos (nace de la cabeza de Zeus), resulta la diosa idea para esa operación. Obvio es que sabían que así ocurría en la realidad, como destaca Loraux, es en el mito que intentan hacer esa separación, pero hay una razón por la cual la ley de Pericles -que cierra la ciudadanía ateniense- exige tener como padres por ambos lados a atenienses.

La separación de las mujeres del círculo de los atenienses (que es, finalmente, un conjunto de ciudadanos hombres) aparece en múltiples ocasiones. Así, Loraux menciona, en más de una oportunidad, discursos de Demóstenes en que se enfatiza que los atenienses son, como individuos, hijos de un padre; y en términos colectivos hijos de Ática. Precisamente lo que se nombra es que tienen madres. O el hecho, al cual dedica un capítulo entero, que las mujeres aparecen en Atenas en su forma genérica (como mujeres) pero que no se incorporan a la polis: No hay ateniensas, mujeres de Atenas, como si hay atenienses (hombres de Atenas), lo que hay es mujeres que están asociadas a Atenas; pero lo que son es ser mujeres en general. La historia del autóctono es la historia del primer ateniense, no de la primera ateniense.

La realidad no puede evitarse (por eso, como ya mencionamos, a la hora de querer cerrar la ciudadanía hay que mencionar a las mujeres), pero todo el entramado simbólico de la polis de los atenienses trata de constituir una comunidad puramente masculina, siendo su utopía la de una reproducción sin mujeres.

Democracia y Oligarquía en Tucídides

La Guerra del Peloponeso no es, para nada, una celebración de la democracia, y en particular de su versión clásica de democracia directa. Los críticos ya sea del asambleísmo o de la democracia, pueden encontrar en Tucídides muchas citas para avalar las críticas.

Quizás una de las más famosas está en el encomio del liderazgo de Pericles

He controlled the mass of the people with a free hand, leading them rather then letting them lead him. He had no need to seek improper means of influence by telling them what they wanted to hear, he already had the influence of his standing, and was even prepared to anger them by speaking against their mood. For example, whenever he saw them dangerously over-confident, he would make a speech which shocked them into a state of apprehension, and likewise he could return them from irrational fear to confidence. What was happening was democracy in name, but in fact the domination of the leading man (Libro II, 65)

Inmediatamente después procede a compararlo con quienes lideraron Atenas después de su muerte

Pericles’s, successors were more on a level with one another, and because each was striving for first position they were inclined to indulge popular whim even in matters of state policy. The result -inevitable in a great city with an empire to rule- was a series of mistakes, most notable the Sicilian expedition (Libro II, 65)

Atenas prosperó bajo Pericles porque no era realmente una democracia, pero una vez que empieza a funcionar como ellas lo hacen todo se derrumba. El argumento y sus implicancias son conocidos (y han sido mencionados más de una vez, la primera vez que leí esta anotación fue en un artículo de Moses Finley, Demagogos Atenienses, publicado originalmente en 1962 en Past & Present, y que aparece en la colección Estudios sobre historia antigua (publicado en 1974 en inglés, edición en castellano de Akal)

Por cierto, Tucídides no es tampoco un apologista de las oligarquías. En su comentario sobre las contiendas civiles en la Hélade a partir de la guerra civil en Córcira nos dice que si bien cada partido usaba bonitas palabras, al final todos ellos caían en la misma decadencia moral (Libro III, 82). Y es del gobierno oligárquico de los 400 en Atenas, nacido de una reacción anti democrática tras la derrota en Sicilia, que nos dice que son los que engañan al pueblo y de los cuales nos dice que ‘If anyone did speak up [contra ellos], he quickly met his death in some convenient way’ (Libro VIII, 66)

Sin embargo, no se encuentra en Tucídides muchas críticas al gobierno oligárquico como tal (como si las hay, como hemos visto, sobre las democracias).

Mitilene y Platea. Un contraste en decisiones

El propósito de esta entrada es mostrar que hay varios elementos, en el propio texto de Tucídides, que complejizan la anterior aseveración y nos hacen ver que la visión de Tucídides sobre el tema no es tan sencilla.

En el libro 3, durante el quinto año de la guerra (en el verano del 527 AC), hay dos eventos en que podemos contrastar las decisiones de un gobierno democrático y uno oligárquico. En ambos se toman decisiones sobre qué hacer con la población masculina adulta de una ciudad que se ha rendido, y lo que está en juego es si se los mata o no.

Atenas se enfrenta con la revuelta de Mitilene, uno de sus aliados. Durane el sitio, los dirigentes deciden entregarles armas a la población general, a los muchos, los hoi polloi. Una vez que ello sucede, el pueblo decide acabar con la revuelta. Los atenienses, a quienes la rebelión de una ciudad con una relevante fuerza naval había alarmado en demasía, discute en asamblea que hacer. Lo que deciden, instigados por Cleón, es matar a toda la población masculina adulta y vender como esclavos a todo el resto, enviando un navío a Mitilene para informar a los comandantes de dicha decisión. Luego de tomada la decisión, una sentimiento de revulsión se desarrolla, y se llama a una asamblea para el día siguiente.

Tucídides nos presenta los discursos de Cleón, a favor de mantener la decisión, y de Diodoto, a favor de revertir la decisión (Libro III, 37-48). El argumento que la democracia sería inferior por la inconstancia lo hace Cleón (que es un ejemplo de los demagogos que llevan mal al pueblo), y por lo tanto para defender la revocación Diodoto se ve obligado a defender el fundamento de revisar las decisiones:

I have no criticism of those who have proposed a review of our decision about the Mytilenaeans, and no sympathy with those who object to multiple debates on issues of major importance. In my opinion the two greatest impediments to good decision-making are haste and anger. Anger is the fellow of folly, and haste the sign of ignorance and shallow judgment. Anyone who contends that words should not be the school of action is either a fool or an interested party, a fool if he thinks there can be any other way of elucidating a future which is not self-evident; an interested party, if with a descritable case to promote he recognizes the impossibility of a good speech in a bad cause and relies on some good slander to bully both opposition and audience (Libro III, 42)

Los argumentos de fondo, en ambos casos, no se hacen desde la moral o los sentimientos de compasión, que son rechazados (uno nunca sabe si es porque a Tucídides no le parecían creíbles o no, pero algo dice del equipamiento mental del clasicismo griego que no sean esos los argumentos centrales). Ambos hablan desde la razón de Estado: Cleón que a cualquiera que quiera rebelarse debe quedarle claro que la pena de la rebelión es la muerte (Libro III, 40); Diodoto plantea que, por un lado, quitarle toda esperanza a quienes se rebelan los obliga a luchar hasta las últimas consecuencias y, lo más importante, que en estas luchas el demos está con Atenas, como lo muestra el hecho que una vez que el demos de Mitilene tuvo acceso a las armas bajó la rebelión, pero si se los castiga con la muerte a todos, entonces se perderá ese apoyo, que es crucial. Diodoto ganó el debate y la decisión se revirtió (y se envío con toda rapidez una trirreme para que llegara antes que la anterior, lo cual de hecho sucedió).

Después de contarnos estos sucesos, Tucídides procede a narrar el fin del sitio de Platea. Al inicio de la guerra, hay un intento de cambiar el gobierno de Platea, apoyado por los tebanos (aliados de los espartanos); dicho intento es rechazado, y Platea se mantiene en alianza con Atenas. El ejército de los espartanos y sus aliados aparece frente a la ciudad y les ofrece la alternativa de o declararse neutrales o ser tomados como enemigos y ser sitiados. Los plateos responden que, dado que están aliados con Atenas no pueden declararse neutrales sin discutirlo con esa ciudad, y los atenienses ofrecen que el conflicto entre Platea y Tebas sea negociado. Después de todas esas discusiones Platea es sitiada.

Tras cinco años de sitio Platea (lo que queda de la guarnición, los no combatientes habían salido de la ciudad al inicio de la guerra, y parte de la guarnición había escapado antes) se rinde a los espartanos, quedando a disposición de los jueces espartanos, que solo castigarían a los culpables, pero que ningún inocente recibirá castigo.

Los jueces al llegar sólo hacen una pregunta, si habían hecho algo de beneficio para los espartanos y sus aliados en esta guerra (Libro III, 52). Frente a ello, los plateos piden (y obtienen) permiso para hablar, y luego los tebanos responden.

El argumento de los plateos (Libro III, 53-59) es primero la injusticia de la pregunta como tal, que ella no corresponde. Recuerdan los beneficios que toda Grecia había alcanzado con ellos en las guerras médicas, mientras que los tebanos (sus actuales aliados) habían estado con los persas; y que la fuerza de los espartanos se basa en que todo el mundo los piensa decentes y que un veredicto . Los tebanos (Libro III, 60-67) responden que por muchos beneficios que hayan realizado antes para evitar la subyugación de los griegos, ahora son cómplices -y como tanto culpables- de ‘aticizar’, de estar con los atenienses en el intento de esclavizar a la Hélade. Después de la discusión, Tucídides nos dice:

The Spartan judges thought it would still be in order to put the question, wheter they had received any benefit from the Plataeans during the war. They reasoned that they had long urged neutrality on the Plataeans (or so they claimed) in accordance with the original treaty made by Pausanias after the Persian War; and subsequently, before beginning the siege, had offered them the opportunity, on the same basis of refusing commitment to either side. As that offer was rejected, the Spartans considered that their own good itnentions had now exempted them from obligation to the treaty, and that the Plataeans had donde then wrong (Libro III, 68).

Después de eso nos narra el ajusticiamiento de todos los plateos, y Tucídides concluye que todo ello se debió finalmente al deseo de agradar a los tebanos, que serían aliados útiles.

La intención de comparar los dos casos no es la de comparar la clemencia con la brutalidad. Como el famoso diálogo de los melios (Libro V, 85-113) muestra, los atenienses de hecho no eran extraños a realizar acciones de ese tipo. Y la elección que los espartanos dieron originalmente a los plateos (neutralidad) es la que los atenienses niegan a los melios (no aliarse con ellos implica la muerte).

Lo que nos interesa observar es el tema de la constancia, como las democracias caen en ‘popular whim‘. Porque lo que observamos es, precisamente, como los atenienses cambian de decisión -literalmente- de un día para otro. Los espartanos, en cambio, no lo hacen; después de los respectivos llamados, hacen lo que habían decidido. Frente al mismo hecho, destruir una ciudad, los atenienses asumen la posibilidad de cometer error y reaccionar, mientras que los espartanos no lo hacen.

No deja de ser interesante la estrategia de presentación de Tucídides. En el caso del debate sobre Mitilene nos muestra ambos discursos -el juego de mantener la decisión o de revertirla se hace a través del habla y discusión de los que toman la decisión. En el caso de Platea nos presenta la petición de los ciudadanos de esa ciudad y la réplica de los tebanos (que quieren que la ciudad se destruya), no la de los espartanos. El habla que se presenta no es la de las que toman la decisión. De alguna forma ahí también está la diferencia entre el gobierno democrático y el oligárquico.

La constancia de los espartanos, el hecho que realizan lo que se había pensado inicialmente, que no cambian de decisión, es algo que ya ha sido mencionado con anterioridad. Los corintios, en los discursos con los cuales se decide iniciar la guerra, así lo recuerdan. Más claro queda, quizás, en las propias acciones. Todos los años, en el verano, el ejército unido del Peloponeso invade el Ática, y procede a causar destrucción en ella (hay una larga literatura sobre cuántos son los daños reales que ellas causan en todo caso). Los atenienses, en cambio, básicamente cambian de planes con cierta regularidad. Rodean el Peloponeso, se involucran en Sicilia, aparecen aquí y por allá, dejan guarniciones en diversos lugares. Incluso una de sus mejores decisiones (en términos de consecuencias) la de poner una guarnición en Pilos, es tomada de manera bastante irregular y sin demasiada planificación (Libro IV, 4-5).

Como la guerra del Peloponeso es una derrota ateniense, bien podría concluirse que los hechos mostrarían la ventaja de la lentitud y constancia espartana (y oligárquica) en contra de la rapidez y cambio ateniense (y democrático).

La expedición a Sicilia, o del carácter de los siracusanos.

Sin embargo, dicha conclusión olvidaría hechos importantes. Uno puede observar que esa continua invasión del Ática, realizada año tras año, no produce ningún resultado. No hay mucha evidencia que esa acción contribuyera mucho al resultado de la guerra. La principal acción espartana fue, en ese sentido, irrelevante. El hecho decisivo es el que el mismo Tucídides enfatiza, el fracaso de la expedición a Sicilia. La expedición, el hecho que se enviara una expedición tan importante cuando la Asamblea poco sabía realmente de la situación, puede observarse como una muestra del desvarío democrático.

Lo cual podría aceptarse si no fuera por otra circunstancia. La expedición una vez iniciada conoce varios éxitos: el sitio avanza, los atenienses dominan el mar etc.

Son las continuas y variadas reacciones y planes que los siracusanos van inventando lo que produce la derrota ateniense. Tras las primeras derrotas deciden cambiar de sistema de mando, disminuyendo el número de generales (Libro VI, 72), realizan una intensa actividad diplomática, analizan que cambios pueden hacer en sus navíos para darles ventajas contra los atenienses (Libro VII, 36).

Los siracusanos pueden derrotar a los atenienses, finalmente, porque son como ellos. Son también una polis democrática, igualmente caracterizada por un pueblo que busca permanentemente nuevas tretas y nuevas formas de acción. Algo que el mismo Tucídides nos dice (Libro VII, 55 con los primeros reveses importantes) y luego al mencionar como los espartanos desaprovechan una oportunidad

The Syracusans [que ya se nos ha dicho son democráticos como los atenienses] proved the point: they were the most closely comparable in character to the Athenians, and so the most successful in fighting them (Libro VIII, 96)

Para derrotar a un pueblo de cultura democrática, lo que se requiere es otro pueblo de cultura democrática.

La democracia, y esto aparece en el propio texto de Tucídides, genera una personalidad, un tipo de vida, que es la que permite enfrentarse a los desafíos del presente. Podrá tomar malas decisiones, pero es capaz de rectificarlas. La democracia clásica es el gobierno a través de la discusión crítica, rectificar es algo que está inscrito en esas forma. Lo que es criticado como inconstancia es más bien adaptación, y la práctica de adaptarse a las circunstancias y generar nuevas ideas la fortaleza de las polis democráticas.

Ahora, claro está, para que todo ello opere, requiere de la participación constante. Y esa condición no es algo que, de hecho, esté tan disponible y tan claro en nuestras propias sociedades.

Historia de las Tecnologías Sociales (X). Ampliación y consolidación de la civilización (1200 AC-500)

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El Panteón en Roma, uno de los monumentos de la capital de unos de los principales imperios universales de la época. La caída del Imperio Romano fue la disrupción de mayor magnitud en las formaciones imperiales, y con todo, siempre han existido personas que pueden leer la inscripción -la civilización, incluso en sus mayores crisis, ya no perdía totalmente continuidad

Como habíamos dicho al inicio de toda esta serie de entradas, al comenzar cada era procederíamos a dar una mirada rápida a los acontecimientos, para posteriormente entrar en la serie de entradas sobre los cambios institucionales. Es lo que haremos entonces con el período que va del 1200 AC al 500 de nuestra era (en realidad 622, pero los números redondos tienen sus ventajas para la recordación), que como planteamos en la entrada anterior, se puede caracterizar como un período de ampliación y de consolidación.

A. El Medio Oriente Imperial: Desde Asiria pasando por la Persia Aqueménida hasta la dinastía Sasánida.

Tras la dislocación de la crisis del final de la Edad del Bronce, aparecen -en particular en el área sirio palestina- una importante cantidad de pequeños estados, organizados en torno a ciudades o a grupos étnicos (es de hecho, el caso del desarrollo del estado de Israel por ejemplo). Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, las viejas formaciones estatales -ya sean ciudades-Estado o los estados territoriales- son reemplazados y subsumidos en un nuevo tipo de formación: Los imperios.

Asiria había sido ya uno de los estados que se había incorporado en el club de los grandes estados. En la Edad del Hierro, Asiria se convierte en imperio incorporando todas las otras formaciones estatales de los alrededores: Babilonia, los estados de Siria y Palestina, el sur de Anatolia, hacia el 671 AC invade Egipto y bajo Asurbanipal (668-627 AC) alcanza su máximo desarrollo territorial. Fuera de los dominios asirios no es mucha la tierra ‘civilizada’ que queda (Urartu al norte, en Anatolia oriental y en Armenia, es uno de los pocos estados organizados fuera de la órbita asiria).

El Imperio Asirio, después de alrededor de tres siglos de crecimiento, se desploma con cierta rapidez. Egipto recobra su independencia, y el resto del imperio es dividido entre Babilonia (Nabucodonosor) y por los Medos. Tampoco ello dura demasiado tiempo, y nuevamente toda la zona del medio oriente será conquistada por un nuevo imperio: Los persas.

El imperio persa -basado en una zona de antigua civilización, pero tradicionalmente periférica, Elam, en el suroeste de Irán- no sólo reemplaza a los anteriores, sino que los expande: Incluyendo definitivamente en su interior además de todos los territorios de Asiria, Irán, partes de India, y toda Anatolia. El imperio persa no solamente es territorialmente un imperio más extenso que los anteriores, sino que sus mecanismos administrativos parecen ser más adecuados a la tarea de gobernar un imperio: la administración provincial, las comunicaciones con el centro y -lo que no es menor- un tratamiento más tolerante y más respetuosa con los pueblos dominados (algo que la tradición hebrea y la griega apuntaron). Aunque sea exageración, no por nada el Cilindro de Ciro, declaración de dicho rey al 539 AC, al tomar Babilonia al inicio del imperio, donde declara que restablece sus cultos y repatria a los pueblos deportados ha sido tomada como origen de los derechos humanos. El  imperio de la dinastía aqueménida es, hasta los 330 AC, claramente la formación imperial más extensa conocida en la historia, y en su duración de dos siglos, un modelo claramente exitoso.

La zona del medio oriente quedará bajo manos de una dinastía helenística (los Seléucidas), pero prontamente buena parte de la zona queda bajo el dominio de una dinastía ‘local’, los Partos inicialmente y posteriormente los Sasánidos. Inicialmente se hacen con la mitad oriental de lo que era el imperio aqueménida, y con el tiempo también incorporaron Mesopotamia (conquistando la capital helenística de Seleucia); y los conflictos con el Imperio Romano sobre los antiguos territorios persas serán más o menos continuos hasta el final del período que hemos marcado -o sea, con las conquistas árabes.

El oriente medio es donde se origina la forma imperial, y desde su origen durante todo el período se constituye en la forma principal de organización de esta zona. Las dinastías se suceden, y hay estados ‘tapón’ hacia otras zonas imperiales o en la periferia, pero en general estamos ante una sucesión de dinastías imperiales.

B. La Expansión del Mediterráneo hasta el Imperio Romano.

Uno de los procesos más importantes de esta era es la expansión de la civilización, y uno de los casos más claros de ello es su expansión por el mediterráneo. En primera instancia, se recupera donde ella había sufrido un declive -en Anatolia y en siria-Palestina, y en el área griega-, pero además, con la expansión fenicia y griega, por las costas del mediterráneo: Sicilia, Túnez, la ‘Magna Grecia’ en el sur de Italia, Marsella fue colonia griega y Cadiz cartaginesa (que es, luego, en segundo grado, fenicia). Además, tenemos el desarrollo secundario de Estados en Italia (los etruscos y latinos), y uno de ellos -Roma- se convertirá finalmente el unificador imperial de toda la zona. Hacia finales de nuestra era se expande también -vía conquista e imitación- por España y Francia, incluso más allá del ámbito mediterráneo. Los galos, al menos como los describe César en los Comentarios a la Guerra de las Galias, se encontraban al fin del período helenístico (hacia el 30 AC), claramente en proceso de generación de ciudades y de Estado: Los oppidum que menciona pueden no alcanzar el estado de ciudad, y por algo César no usa la palabra ‘ciudad’ para ellos, pero claramente son una concentración de actividad, y los líderes y asambleas de las diversos tribus galas quizás no eran Estados, pero ya se movían en esa dirección.

Ahora bien, el desarrollo de esta expansión se construye inicialmente como una expansión de la forma ciudad-Estado, y en el caso particular de la Grecia clásica, en una de sus formulaciones más claras. Al mismo tiempo no deja de ser un nombre complejo, puesto que entre los griegos -en contraposición a otros ejemplos- la polis no se basa en la distinción entre lo urbano y lo rural (como sí ocurre en el medioevo europeo): el habitante rural es tan miembro de la polis como el habitante de la ciudad (y en el caso romano, la estructura política está pensada para asegurar el dominio rural de hecho). En la ciudad es donde se desarrollan muchos de los elementos que conforman parte de la cultura griega (el ágora se ubica ahí, junto a los templos,  gimnasios, teatros y asambleas) y para los griegos resulta evidente que la vida civilizada es una vida con ciudades; pero la ciudad no se piensa separada y opuesta de lo rural. Algo similar se podría defender con respecto a Roma, y claramente los griegos mismos pensaban que Cartago se podía entender con las mismas características que las suyas (en la Política, Aristóteles discute la constitución de esa ciudad)

La expansión del reino macedónico con Filipo y Alejandro cambia esta situación. Macedonia domina a las polis griegas (aunque no son incorporadas propiamente bajo dicho reino, sufren su hegemonía); y con la conquista de Alejandro del imperio persa cambia la situación de manera completa: el mundo clásico se une políticamente al mundo del cercano oriente. Al morir Alejandro el 323 AC este proceso en vez de ocurrir bajo un solo estado (con Macedonia simplemente tomando el relevo de los aqueménidas, como estos hicieron con las dinastías previas), lo que genera es la aparición de nuevas monarquías: El egipto de los Ptolomeos, la dinastía seléucida (en la zona siria y babilónica), el reino macedónico propiamente tal, varias ligas en Grecia federando a las antiguas polis, y una gran cantidad de reinos más pequeños y más fugaces (hay reinos helenísticos e influencias griegas hacia el Asia Central e incluso en la India).

El período helenístico conforma, entonces, una nueva situación de coexistencia de grandes poderes. A las monarquías derivadas de Alejandro hay que sumar las potencias del Mediterráneo Central (Cartago y la república Romana), y también la re-emergencia de una dinastía persa nativa (los partos) -aunque en ese caso, no hay demasiada relación con otros poderes aparte de los Seleúcidos. Es una situación que no había aparecido desde el club de los grandes poderes al fin de la edad del bronce, en el cual importantes estados territoriales coexistían y estaban en relación, y su duración es algo similar (alrededor de 3 siglos). Sin embargo, al revés que el período de Amarna (y de otras situaciones de competencia entre Estados, como las ciudades mayas o los estados europeos) no parece haber existido mucha legitimidad del hecho de esa existencia: Las dinastías helenísticas parecen haber coexistido más porque fueron incapaces de derrocarse a sí que por otro motivo, y claramente los Romanos veían a todo poder con una fuerza similar a la suya como una amenaza que debía ser eliminada o neutralizada, y en cuanto adquirieron mayor poder empiezan a tratar a otros estados como inferiores, y que deben seguir la égida de Roma (los últimos libros de las historias de Polibio, que es la principal narración contemporánea, son claros en mostrar el poco deseo de Roma, de su senado en particular, en tener iguales). Por otro lado, unos cuantos siglos parece ser lo que estas configuraciones pueden durar, hasta que son reemplazadas por otras.

Cuando la crisis de la república romana lleve, al mismo tiempo, la desaparición del último reino helenístico (el Egipto de los Ptolomeos), se conformará un nuevo imperio universal, el primero y el último que cubra toda la zona mediterránea: el Imperio Romano, que a su vez expandirá la vida civilizada al interior de Europa (hasta la frontera del Rin y el Danubio).

C. La India hasta los Imperio Maurya y Gupta.

La historia de la India tras la desaparición de Harappa es compleja, y menos fácil de seguir (hay, de hecho, menos fuentes escritas y no contamos con la tradición historiográfica que permite conocer el mediterráneo o incluso China). El período védico es conocido por lo que produjeron culturalmente (los epónimos vedas), pero el desarrollo social y político es menos claro.  También, con el desarrollo de la edad del Hierro (o sea posterior al 1200 AC) aparecen diversos estados (conocidos como janapadas); y en la India también aparece la forma republicana de gobierno (en un desarrollo paralelo al de la zona mediterránea), si bien aquí esta forma convive con monarquías más tradicionales. En esta zona también se observa una expansión de la forma de vida ‘civilización’, y alrededor del 500 A.C se expande la urbanización en el valle del Ganges, dividiéndose dicha llanura en alrededor de 16 estados (nuevamente, entonces, ante una estructura de competencia entre estados pares). El fenómeno de expansión de la civilización, podemos observar, es una característica clara de este período.

La civilización en la india nunca pudo entenderse sólo a partir de lo que ahí ocurría. Ya la cultura del Indo tenía contactos comerciales muy importantes con Sumeria; pero en este período ya encontramos contactos políticos. Las satrapías orientales del Imperio Aqueménida se ubicaban en esta zona, y sabido es que Alejandro Magno llega al Indo, y si bien el resultado de las batalles se ha puesto en duda, aparecen elementos culturales griegos en la india. En todo caso, a partir de este momento ya existen contactos culturales y comerciales directos entre la zona mediterránea y la India (en otras palabras, desde España hasta Bengala). Aunque sea sólo para marcar diferencias, ya son conocidos entre sí (y en la literatura filosófica india hay diálogos en que se debaten entre las concepciones locales y las griegas). Estas irrupciones son seguidas de la primera formación imperial generada en la India: el Imperio Maurya (322-185 AC), que domina toda la zona norte y central del subcontinente (las zonas tamiles del Sur son las que quedan fuera de su influencia). A este imperio sucederá después el Gupta (320-550) ya en nuestra era. Si bien ninguno de ellos unifica todo el subcontinente, conforman entre ambos un período relevante en que la formación imperial domina buena parte de éste.

En todo caso, en este período ya se forman (en particular, parece haberse formado en los siglos posteriores a la caída de la civilización del Indo y en la ‘invasión védica’, cuando la documentación se vuelve más común ya está más bien formada) algunos de los elementos claves de la civilización india, en particular las castas. Las castas no son solamente estamentos endogámicos, son grupos profesionales bien definidos que a su vez son endogámicos (la unidad real del sistema no son las castas amplias, sino toda una variedad de sub-castas). Esto vuelve al sistema mucho más intrincado; y tiene como consecuencia la necesidad de una interconexión relevante entre aldeas: La única forma de mantener la endogamia al interior de uno de estos segmentos es buscando posibles parejas en otras aldeas. El amplio número de sub-castas (que siguen estando ordenadas jerárquicamente) produce un escalafón bastante más preciso que otras formas de estratificación social (y no por nada uno de los ensayos más famosos sobre el sistema se llama Homo Hierarchicus). Este sistema cerrado no implica, al interior del pensamiento de esta civilización, ausencia de movilidad social; dado que las creencias internas mueven la movilidad social a una escala de múltiples vidas -lo cual, más de una vez, se ha mencionado como parte de la estabilidad del sistema.

D. China: De los inicios del Estado a la unificación Qin-Han

El origen de la civilización en China sigue un camino más bien separado del resto. A la formación de la civilización Shang en el valle del Huang He (1766-1122 AC), le siguen la dinastía Zhou -al menos así lo pensó la tradición china posterior. La caída de la dinastía Zhou generó un período de pérdida de unidad (ya no más un sólo Estado), que han sido llamados el período de primaveras y otoños (771-476 AC) y de los reinos combatientes (475-221 AC) -con múltiples estados que se dividen China de maneras muy diversas y sin alcanzar propiamente una situación de estabilidad, sucediéndose unos a otros. Al final del período emerge la dinastía Qin, de corta duración, y la dinastía Han, que unifican toda la zona, y de hecho expanden de manera muy importante el territorio cubierto por la civilización china. Son las dinastías con las que se marca el inicio de la era imperial en China.

Para comprender lo que sucede en estos años es importante recalcar que todos estos procesos ocurren en el valle del Huang He -esa es la zona que puede pensarse como unificada o como dividida; y que no alcanza al resto de lo que actualmente consideramos China. De hecho, los inicios de las formaciones estatales en el valle del Yangtsé, si bien influenciados por lo que hemos mencionado, son diferentes; y ello con mayor razón en relación con el actual sur de China. En la época, esas zonas no son ‘China’.

La competencia entre Estados, que es un fenómeno que hemos visto ya en las otras zonas (con la excepción del medio oriente quizás que siendo la más antigua es también donde más prontamente emergieron imperios), fue particularmente intensa y cruenta en China. Si bien sabemos que las fuentes suelen exagerar con respecto a los números, en general los diversos datos parecen ser consistentes en mostrar organizaciones estatales capaces de usar y administrar grandes cantidades de recursos. La intensidad de la competencia también generó, tempranamente en comparación con otras civilizaciones, un alto grado de burocratización del Estado -la emergencia de una categoría muy importancia de funcionarios. Si bien todavía esta burocracia no alcanza algunas de sus características más distintivas durante este período, la importancia del segmento de funcionarios ya la distingue.

Una de las características de los desarrollos chinos es que se desarrollan con cierto ‘aislamiento’ del resto. No se puede entender, por el contrario, el desarrollo del Mediterráneo sin su conexión con el Medio Oriente, y la expansión griega produjo fuertes interacciones y cambios en relación con donde se ubicaban las fronteras al respecto. Las batallas de Alejandro y la existencia de reinos griego-bactrianos muestra contactos directos de la tradición mediterránea (griega) con la India. China, durante este período, se mantiene más bien separada; y sus relaciones e impactos, son menores. Sin embargo, ello estará a punto de cambiar.

E. Los expansión de las culturas complejas en Asia: Asia Sudoriental, Corea, Japón

Por ahora me limitaré más bien a señalar el fenómeno más que a contarlo y describirlo (aunque sea muy someramente). También durante este período se produce una expansión de la forma de vida civilización a lo largo de Asia: Aparecen los primeros estados en Corea y en Japón -y así más o menos en el mismo período que el Estado aparece en las islas y penínsulas más occidentales de Eurasia, también lo hace en sus islas y penínsulas más orientales.  También se expande el Estado en el Asia sudoriental, apareciendo diversas formaciones estatales en la actual Indonesia (en más de un caso adquiriendo prosperidad al controlar el comercio marítimo entre India y China), o en Vietnam. Los pueblos del asia sudoriental de hecho siguieron migrando (pueblos con lenguas austronesias llegaron a Madagascar y son también el origen de la expansión de la especie a lo largo del Pacífico isleño)

Ambas expansiones son, a su vez, expansiones basadas culturalmente en las civilizaciones más establecidas. Corea y Japón imitan a China; el Asia Sudoriental en general mira a la India. Y lo que generan a su vez es la conexión definitiva entre las civilizaciones en Eurasia: durante el primer siglo DC, cuando ya está desarrollado el estado de Funan en el delta del Mekong, uno de los primeros de los cuales contamos con datos en Asia Sudoriental, las redes comerciales tienen continuidad desde las islas británicas al archipiélago japonés. Estas redes no implican contactos directos (un comerciante que al mismo tiempo manejara transacciones a lo largo de todo esta franja), pero la circulación de bienes es continua. En Funan se encuentran monedas y cristalería romana, cerámicas del oriente medio, y bienes de la India y China. La conformación de esta franja continua de civilizaciones en Eurasia entre los últimos siglos AC y los primeros siglos de nuestra era representa uno de los hitos fundamentales de la historia de la civilización.

F. La adquisición de la continuidad

En este momento podemos observar la historia que hemos mencionado.

Una de las características esenciales de este período es la adquisición de la continuidad. Esto en dos sentidos. En primer lugar, observamos una sucesión de dinastías y de estados, pero en ninguna parte a lo largo de la narración tenemos colapsos de la civilización como tal. Una dinastía puede caer, pero o es reemplazada por otra, o por un período de desunión, pero no volvemos a tener períodos ‘oscuros’ -donde se pierden las características de la forma de vida civilizada o se pierde incluso el recuerdo de las civilizaciones previas. Hubo que redescubrir la civilización micénica y descifrar el Lineal-B; pero nunca hubo que redescubrir la existencia de Grecia o descifrar las letras con que se escribieron sus documentos. En segundo lugar, como ya lo mencionamos, se adquiere continuidad en el sentido espacial: Un viajero (inexistente en ese momento pero es pensable) podría haber viajado desde Inglaterra a Japón a través de una red de intercambios comerciales entre ciudades y usando el medio de la moneda (creación de estas sociedades civilizadas) sin dejar en ningún momento la forma ‘civilización’. Es cierto que hay noticias de embajadas romanas en el Imperio Han, y que tanto China como Roma tenían alguna idea que al otro costado del continente había un imperio tan grande y ‘civilizado’ como el suyo, pero son noticias escasas y el contacto esporádico.

También podemos notar que en cada uno de las zonas que hemos dividido la narración (el medio oriente, la zona mediterránea, el subcontinente Indio y China) lo que observamos es la emergencia de formaciones imperiales que cubren toda esa écumene. La única excepción son las zonas de expansión en el Asia oriental que discutimos al final, que son al mismo tiempo las más recientes de las discutidas (y que, en general, pueden observarse como ramas derivadas de las zonas anteriormente citadas). Esta emergencia y proliferación de este tipo de formación estatal es una de las características relevantes del período.

La ‘invención’ de esta formación específica, el Imperio universal, va de la mano con otra invención, ahora cultural: la religión universal de salvación. En este período surge el zoroastrismo, el cristianismo, el budismo, y finalizamos el período con la emergencia de la más reciente de todas ellas: el Islam. Siendo todas ellas muy diferentes (y la primera de ellas, el zoroastrismo, fue al final la de menor éxito histórico) tienen en común el hecho de plantearse como tema el tema de la salvación de cada individuo a través de una búsqueda de la trascendencia (frente a un mundo y una vida que se perciben en forma negativa, y por lo tanto de la cual hay que salvarse) y ser religiones misioneras -que intentan convertir a quienes se encuentra fuera (que no han sido salvados).

La emergencia de estas religiones, y sus expansiones, generan que en cada zona hay que resolver el tema de cómo relacionar o asociar esta nueva cultura con la cultura previa -que no conocía estas religiones de salvación. De hecho, en cierto sentido, este va a ser uno de los temas fundamentales del siguiente período que hemos mencionado: como en cada zona la relación entre la nueva religión de salvación y las viejas creencias culturales se desarrolla. El período que observamos es uno donde estas religiones se expanden, pero en todos ellos existía una estructura cultural previa diferente. Se puede hacer notar que tanto en la civilizacion greco-romana como en China no hay segmentos importantes de sacerdotes como poderes separados (los funcionarios religiosos en Grecia y en Roma son magistrados civiles comunes y silvestres), y que en ambos sus marcos civilizatorios básicos no están formados por dichos segmentos: Son poetas y literatos los que escriben sobre temas ‘religiosos’ (es Hesíodo u Homero, no un grupo sacerdotal); y en el caso chino, sus héroes civilizadores (los que en el relato son los que traen la civilización) son reyes más o menos legendarios, y su sabiduría la tienen pensadores (Confucio o Lao-Tzé). Esas serán cosas ajenas a cómo funcionarán las religiones de salvación.

Esto a su vez tiene una consecuencia clara: Que en cada una de estas zonas esos desarrollos previos constituyen su ‘clasicismo’. O para decirlo de otro modo: En estos siglos se escriben y se desarrollan las formas de pensamiento  que en cada zona constituyen su patrimonio específico y sus orígenes (los pensamientos a los que vuelvan cuando quieren partir de sus orígenes): Platón o Virgilio en el caso de la zona occidental de Eurasia, los Upanisad en la India, Confucio o Zhuangzi en China. Y esos, como lo hemos mencionado, son textos que no han sido olvidados, sobre los cuales se puede decir que continuamente han sido leídos por generaciones ‘urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad’ (la frase es de Borges).

Al mismo tiempo, la civilización también difiere: bajo el mismo marco de las características de la vida civilizada que se crearon en el período previo (más las ‘invenciones’ de este período, desde el Imperio a la moneda), podemos observar su progresiva diversidad. La zona mediterránea fue una zona de ciudades-estado y eso se manifiesta también en su Imperio, el Romano, que en comparación con otros, se mantuvo mucho tiempo casi como una federación de ciudades, y la administración imperial, particularmente durante el Principado (27 AC- 235, el período que más recordamos de dicho imperio -el de Augusto, Nerón, Trajano), se basó en la cooptación de las élites aristocráticas de las diversas ciudades que lo conformaron. Esto en contraposición con el Imperio Han -la dinastía china contemporánea- que resulta mucho más burocratizada, y donde el segmento de funcionarios resulta mucho más crucial.

Como una primera idea, y aquí soy muy consciente de la debilidad de la hipótesis, pero usémosla como guías, uno podría establecer los siguientes rasgos distintivos. Antes de mostrarlos, declarar que distintivo no equivale a esencial -distintivo es un rasgo que es peculiar a una zona (que nos permite identificarla), pero no necesariamente es lo más crucial o relevante. Lo que distingue como especies a un tigre de un león no es necesariamente lo más importante para comprender sus formas de vida (que es la vida de un tigre o de un león). Lo mismo vale aquí. Los rasgos institucionales distintivos que observaremos no necesariamente son los cruciales para entender su evolución, pero valdrían como cosas que los diferencian en este nivel (y nuevamente, estoy hablando de rasgos institucionales, no culturales).

Partamos por los dos casos que me parecen más claros. La civilización de la India tiene como característica distintiva la institución de las castas -que une la división del trabajo, la estratificación social y una ideología que estabiliza el orden social de una forma muy diferente a cómo ocurre en otras civilizaciones. En el caso de China la aparición de un segmento importante de funcionarios estatales, que adquiere con cierta presteza un nivel importante de autonomía con respecto a la sociedad o incluso el gobierno central (funcionarios ‘representando’ al emperador diversos problemas del país, a costa de sus vidas, es un relato común en las narraciones chinas, y su repetición como historias que sucedieron y su repetición como asuntos que se narran es una muestra clara del ethos de este segmento). En este período no se desarrolla la institución del examen, el reclutamiento sigue siendo más bien aristocrático; pero el segmento como tal ya existe. Al mismo tiempo, esto se asocia a otras dos características de China: la idea del ‘mandato del Cielo’, que la legitimidad se basa -finalmente- en la buena administración y que cuando la dinastía demuestra una administración inferior ha perdido dicho mandato, y luego se legitiman las rebeliones (al menos, la rebelión exitosa que puede instaurar una nueva dinastía que administre bien). La idea que la legitimidad tiene que ver con la buena administración es una idea de funcionarios, si se quiere.

Sigamos con los casos que tengo menos claridad. En el caso de la civilización mediterránea como he pensado en varios candidatos: ¿La importancia que adquieren las ciudades? (que incluso afecta cuando aparece un estado Imperial). La ciudad como tal no es privativa de esta zona, y plantear que es su importancia no me termina de convencer, o lo mismo con el hecho que es una civilización urbana que al mismo tiempo no hace diferencia de estatus entre el campo y la ciudad. Pero ya sea como aristocracias urbanas o como futuras burguesías, se podría plantear como  ¿La constitución del consejo, del gobierno que es abiertamente producto de la deliberación y de la discusión entre varios? El hecho que en el occidente las repúblicas hayan sido comunes y que incluso sus monarquías no hayan estado exentas de instituciones de asamblea (como es claro en la subsecuente Edad Media) lleva a pensar en ello; incluso uno puede recordar la importancia de la asamblea en la formación de la religión cristiana (que forma sus dogmas a través de concilios universales, en otras palabras a través de asambleas). El régimen donde institucionalmente manda sólo el rey es limitado temporal y espacialmente en Occidente, siendo que parece ser la norma en otros espacios). Lo mismo se podría decir del Derecho como tal, y la idea que existe una disciplina (un campo de estudio) específico en este campo, que no es igual e idéntico a las leyes en vigor (el jurisconsulto no es sólo alguien que conoce todas las leyes), y la idea del estado de derecho, del gobierno de la ley. Pero nuevamente, ¿es tan distintivo? La formación imperial China puede ser autocrática, pero al mismo tiempo discusiones abiertas entre funcionarios eran un fenómeno real (los discursos sobre la Sal y el Hierro del 81 AC es una instancia muy conocida de debate al interior de la corte china, y constituyó un debate abierto); y si bien la posición del Derecho es distinta en el caso romano que en otras zonas (los legalistas en China manifiestan una doctrina sobre el Estado y sus poderes bien distinta de lo que la idea de estado de derecho en Occidente, y en ambos casos la idea de la ley es que aparece como crucial), ¿alcanza ello para ser una característica distintiva?

En el caso de las civilizaciones del medio oriente, el problema es el inverso. En vez de pensar en varias posibilidades, no tengo claro cuál podría ser la distinción. Pero quizás ello se debe al hecho que la aparición del Islam y las conquistas árabes resultan un cambio más fuerte y más fundante en relación con la tradición previa y entonces se me dificulta pensar que puede ser distintivo. En los casos anteriores lo que resulta distintivo es algo que puede calificar el período que discutimos, pero también lo que proviene después.

En cualquier caso, esta discusión nos hace llevar al cierre del período y de esta entrada: las invasiones árabes.

G. El fin del clasicismo

Una cosa es adquirir continuidad en el sentido de mantención a través de los vaivenes, otra cosa es evitar los vaivenes. El imperio es finalmente algo relativamente costoso: su carga administrativa no es menor, y en cierto sentido ella es progresiva. El paso del Principado al Dominado en Roma es también el paso de una administración relativamente ligera a una más pesada; y el hecho que en China, como ya mencionamos, se acepte como evidente el ciclo dinástico de buenos emperadores en el inicio a malos emperadores al final, muestra también que no se puede dar por descontado que un Imperio funcione.

De hecho, mantener un imperio unificado resultará complejo. Tras la caída de la dinastía Han (220 AC) si bien no hay colapso de la civilización, si hay varios siglos de desunión, y de pérdida de territorios en el norte a manos de grupos distintos a la etnia Han (sólo con los Sui, en el 580 DC, vuelve a unificarse China). En la India algo similar: La dinastía Maurya se desintegra y posteriormente aparece el Imperio Gupta -pero no es un simple traspaso de una formación imperial a otra (como el paso de Asiria a Persia, o de los Partos a los Sasánidos). En años recientes se ha tendido a minimizar la idea tradicional de caída del Imperio Romano, enfatizando más que la idea de invasiones violentas la de incorporación de nuevos pueblos; y por otro lado el Imperio Romano de Oriente puede haber sufrido crisis, pero es la continuidad de Roma (y un emperador bizantino es heredero continuo de Augusto y lo mismo con su capital, Constantinopla). Y es cierto que se puede exagerar el impacto de dicha caída: Al fin y al cabo, nunca se perdieron las letras romanas, y a través de la Iglesia el latín se mantuvo. Pueden existir diversos renacimientos cuando se recuperan elementos del pasado clásico (Aristóteles, el redescubrimiento de múltiples textos perdidos, la recuperación de la importancia del derecho romano en el siglo XV); pero el caso es que olvido completo nunca existió. Lo cual no quita que, comparado con las otras caídas, es de mayor magnitud. Hay una importante pérdida del nivel de urbanización, o de la alfabetización, y de los intercambios comerciales -más importante mientras más alejado del mediterráneo (en las tierras ‘nuevas’ de la civilización en el norte de Francia o en Alemania), pero no limitado a ellos. Sólo en el medio oriente, tierra de civilización antigua, las crisis se resuelven pasando de una dinastía imperial a otra, pero sin perder dicha formación.

En cualquier caso, aunque no son temas contemporáneos, claramente a lo largo de los primeros siglos de nuestra era nos encontramos con las dificultades de mantener Imperios, que varían en magnitud (desde la desunión en China o India, hasta la pérdida de intensidad de la civilización en Roma). En esta situación es donde aparece la última religión universal -el Islam- que a su vez genera uno de los imperios más extensos. Al menos culturalmente, en el sentido religioso, emerge una configuración ‘moderna’ (todas las grandes religiones que todavía son relevantes en la actualidad). La expansión del Islam, a su vez, va a producir contactos más directos entre las civilizaciones. Planteamos que había emergido una franja continua de civilizaciones en Eurasia pero que no había contactos directos; eso es algo que se conformará en el período subsiguiente: El Islam ‘toca’ a todas las zonas civilización, y a través de la expansión de la civilización en el Asia Central se conforma la ‘ruta de la seda’.

La conformación de un mundo religioso moderno, el contacto más directo e intenso entre civilizaciones, y el problema de como relacionar el pasado ‘clásico’ con el nuevo mudo de las religiones de la salvación, constituyen un nuevo período del desarrollo de las civilizaciones. Es por ello entonces que podemos cerrar este período con la Hégira, la migración de Mahoma de la Meca a Medina, el 622 como el hito con el cual cerramos este período e inauguramos el siguiente.

A propósito del argumento de la auto-contradicción del Escepticismo

La idea que nada podemos saber es una idea antigua. A su vez, el contraargumento más común es también antiguo: El escepticismo es una contradicción en sus propios términos. Nadie puede vivir escépticamente, porque vivir implica que uno asume creencias -que son las que dan sentido a la acción. Más allá de esa contradicción práctica está la contradicción teórica: No es, a su vez, la frase ‘nada se puede saber’ una creencia -y una que el escéptico afirma que es así. Variantes de esos argumentos, en sus dos formas, han aparecido en múltiples contextos (y de hecho siendo usados más allá del escepticismo, Aristóteles usa una versión del argumento práctico para criticar a quienes niegan el principio de contradicción). Es claro porque es así: Es un argumento simple y demoledor.

Siendo un argumento simple y fuerte, es claro que quienes han desarrollado posiciones escépticas ya lo han, a su vez, criticado. El propósito de esta nota es mostrar un par de esas respuestas por parte de representantes del escepticismo clásico -para mostrar que esa crítica ya fue respondida en muchas ocasiones antes de la formulación de dichas críticas. No por ello el argumento ha dejado de ser eficaz: Quienes tienen una raigambre escéptica no necesariamente han conocido (o han creído) en estas respuestas, y para quienes no la sostienen el argumento de auto-contradicción si funciona. La existencia misma de la respuesta muestra la necesidad de una precaución: Si el contraargumento es tan obvio (es tan evidente que nadie puede vivir sin creer en la práctica en algo) hay que suponer que éste ha tenido respuesta, los contrarios también han pensado en ello.

Las primeras citas que usaremos son de Sexto Empírico en sus Esbozos pirrónicos. En dicho texto se propone exponer las principales ideas del escepticismo. Ello lo obliga, desde el inicio, a responder implícitamente al contraargumento. Decir ‘el escepticismo tiene tal idea’ es una creencia, pero ¿no dicen que no hay creencia válida? Entonces nos dice:

By way of preface, let us say that on none of the matters to be discussed do we affirm that things certainly are just as we say they are: rather, we report descriptively on each item according to how it appears to us at the time (Libro I, i, 4)

El énfasis en ‘describimos de acuerdo a como se nos aparece’ es la forma en que se busca superar la contradicción. El escepticismo no niega que existan apariencias, y no niega que con esas apariencias se puede actuar y creer, en tanto se mantengan en el nivel de la apariencia. Lo que niega es que se puede ir más allá de ellas -que existe un conocimiento seguro tras las apariencias (o en las apariencias). Las apariencias aparecen y eso es todo lo que se puede decir, y con ello basta para no caer en contradicción alguna. Como lo plantea más adelante en el texto:

When we say that Sceptics do no hold beliefs, we do not take ‘belief’ in the sense in which some say, quite generally, that belief is acquiescing in something; for Sceptics assent to the feelings forced upon them by appearances (Libro I, vii, 13)

As we said before, we do not overturn anything which lead us, without our willing it, to assent in accordance with a passive appearance -and these things are precisely what is apparent (Libro I, x, 19)

No se niega la apariencia, puesto que con ese nombre se denomina a aquello que no resulta posible negar (‘forzados’, ‘sin nuestra voluntad’). Lo que se hace es quedarse sólo en ella -no agregar nada que requiera de nuestra voluntad o elección. Esto soluciona, de manera inmediata, el problema de la contradicción práctica. Pero alguien pudiera plantear que no es suficiente para solucionar la teórica: Que plantear ‘nada de lo que va más allá de la apariencia permite fundar una creencia válida’ es una creencia que se pretende válida.

Frente a ello, cabe recordar que Sexto Empírico plantea que los escépticos hablan de la suspensión del juicio o, frente a estas cosas, siguen investigando (Libro I, i, 3). Y que en última instancia el escepticismo no es una posición teórica, es una posición práctica. Es sobre como vivir lo que interesa, y para decir sobre ella basta con las apariencias:

The causal principle of scepticism we say is the hope of becoming tranquil (Libro I, vi, 12)

Las prácticas del escepticismo (por ejemplo, usar la capacidad de frente a toda creencia postular su contraria, de frente a cualquier argumento preguntar, una y otra vez, sobre su fundamento, para mostrar que no hay fin) son prácticas para llegar a ese fin. En cierto sentido, no son afirmaciones teóricas y conceptuales:

Thus, if people who hold beliefs posit as real the things they hold beliefs about, while Sceptics utter their own phrases in such a way that they are implicitly cancelled by themselves, then they cannot be said to hold beliefs in uttering them (Libro I, vii, 15)

De esta forma, el escepticismo se protege de la acusación tan evidente de auto-contradicción.

 

Lo mismo es dicho, de manera más simple y directa, por Cicerón. En Sobre los Deberes (De Officiis), frente a la crítica que plantea cómo es posible que él, representante de los escépticos, escriba un libro sobre moral, nos dice que:

For rather what sort of mental habit, or rather what sort of life would that be which dispense with all rules for reasoning or even for living? Not so with us; but, as other schools maintain that some things are certain, other uncertain, we, differing with them, say that some things are probable, others improbable.

What, then, is to hinder me from accepting what seems to me to be probable, while rejecting what seems to be improbable, and from shunning the presumption of dogmatism, while keeping clear of that recklessness of assertion which is as far as possible removed from true wisdom? (Libro II, 7-8)

Al texto le falta la sutileza filosófica del de Sexto Empírico, pero compensa con su absoluta claridad. El escepticismo no implica no tener pareceres, y no implica no actuar de acuerdo a esos pareceres e incluso propiciar que esos pareceres sean usados por otros. Sólo implica que son pareceres y no cosas indudables. A lo cual no cabría sino responder que tiene razón: El escepticismo no es una posición que pueda caer por una contraargumentación tan sencilla como el argumento de contradicción.

Lo cual nos lleva a una idea más general. Hay muchas ideas que han circulado por largo tiempo y han sido sostenidas por múltiples personas. Muchas de ellas nos pueden parecer a nosotros, en un sentido literal, increíbles; y podemos pensar con facilidad objeciones claras y fuertes a ellas. Dado eso, y teniendo el mínimo de consideración con los otros, habría que pensar que ellos también pensaron esa objeción, y sin embargo sostienen la posición. Entonces, ¿qué les permite responder a esa obviedad? Y más en general, dado que lo obvio no es tan universal como se pudiera pensar, ¿qué les permite sostener, a personas meridianamente inteligentes y reflexivas (y de toda posición que ha sido sostenida por un tiempo relevante por una porción importante de la humanidad se puede pensar que hubo tales personas), cosas que a nosotros nos parecen increíbles?

La exigencia de intentar comprender el pensamiento ajeno, de no reducirlo a mera idiotez, no es una exigencia moral, se sigue del hecho que una posición ha sido sostenida por personas que no son brutas. Y ese camino permite, uno cree, comprender mejor lo que los otros nos tienen que decir y lo que los otros nos pueden ofrecer.

 

NOTA.

Las citas provienen de las siguientes ediciones.
Sexto Empírico, Outlines of Escepticism. Cambridge Texts in the History of Philosophy. Editado por Julia Annas y Jonathan Barnes. Cambridge University Press, 2000.

Cicerón. De Officiis. Loeb Classical Library.

 

En alabanza de Eneas

Eneas, el héroe epónimo de la Eneida de Virgilio, es un héroe complejo para la sensibilidad moderna. Ha sido acusado de múltiples cosas, en general se lo observa como no siendo lo suficientemente complejo para representar una real personalidad, y por lo tanto un carácter poco atractivo. El piadoso Eneas se aparece como una máscara más que una persona (la elección de palabras no es casual, no sólo porque el sentido original de persona es la de máscara, sino que precisamente esa relación es relevante para comprender a Eneas).

El caso es que la sociedad moderna tiene problemas con la idea de obligación. La forma común, o para ser precisos una forma bastante común, de entender la sensibilidad moderna es una búsqueda de libertad que siente que no está obligada hacia nada o nadie, y que defiende la pura expresión directa de los deseos -‘hago lo que quiero’, ‘cada quien hace lo que quiere’, que se traduce en un rechazo a toda exigencia: ‘No eres nadie para decirme que hacer’. Bajo esta sensibilidad, e insisto esto es una sensibilidad no un razonamiento (algo inmediato, no mediado por otra cosa), no hay otra reacción posible a Eneas que el rechazo.

Puesto que Eneas vive bajo el signo de la obligación. El conflicto interno de la obra es, sencillamente, que Eneas no hace lo que desea hacer, sino que finamente elige lo que tiene que hacer. En el libro II su deseo es, frente a la caída de Troya, de su ciudad y de su pueblo, la de combatir sin esperanzas por ella, de quedarse luchando contra aquellos que están destruyendo todo lo que le es querido. Y sin embargo, es conminado a no hacer ello, y a buscar la salvación de quienes quedan. La imagen final del libro es precisamente Eneas dirigiendo a ese pueblo perdido en búsqueda de un nuevo hogar. En el libro IV, uno de los más famosos, es claro que su deseo es quedarse con Dido, y, uno podría decir, rehacer un hogar para su pueblo en Cartago. Los dioses así no lo permiten, y lo conminan a cumplir con su deber: la ciudad que debe fundar se ubicará en Italia y hacia allá debe marchar. En los últimos libros es claro que Eneas preferiría que, simplemente, le dejaran fundar su ciudad en paz; pero el destino lo hace caer en guerra -su pueblo es visto como invasor por parte no menor de los residentes en última instancia. En cada caso, la voluntad inicial del héroe es rechazada, pero la acción del héroe no es luchar contra ese revés contra su voluntad, sino plegarse a su obligación, a lo que tiene que hacer: A ese fundar una nueva ciudad para que su pueblo pueda renacer.

Para una sensibilidad que defiende el hacer lo que se quiere y que rechaza lo que niega el propio deseo, y que frente a esas negaciones el camino que observa como bueno es el de remover esos obstáculos, Eneas no puede ser observado de manera positiva. Y sin embargo, hay una experiencia común donde precisamente las acciones de Eneas son plenamente comprensibles: la de ser responsable de algo o de alguien. Cuando se tiene alguna responsabilidad, la bondad de hacer lo que hay que hacer se vuelve manifiesta, e incomprensible su negación. En la responsabilidad la diferencia entre lo que se quiere hacer y lo que hay que hacer desaparece, y resulta claro que no se sería fiel a uno mismo, no se haría lo que realmente se quiere hacer, si no se cumple con ella.

Eso es lo que Eneas sabe, y lo que el poema celebra: La voluntad de mantenerse fiel a la responsabilidad contraída con su pueblo de fundar una nueva ciudad para que él no perezca. La Eneida nos cuenta de viajes, nos cuenta de guerras, pero realmente no celebra nada de ambas. Nos cuenta de actos heroicos en las batallas de los últimos libros, pero no se centra tanto en ellos como en el dolor que se produce en ellos: Es el dolor de Evandro frente a la muerte de si hijo Palas, más que la propia lucha de Palas, donde el poema se centra. Y las líneas finales del poema, donde siempre se ha discutido si ello se debe al carácter inconcluso de la obra o es una elección de Virgilio. nos hablan de la muerte cruel en la batalla (contrastemos con Homero, que cierra la Ilíada con el entierro de Héctor, domador de caballos, y donde los actos centrales del poema ocurren después de la muerte de éste por Aquiles, mientras que Virgilio lo cierra en el acto equivalente, la muerte de Turno), también son otro ejemplo de la preocupación por el dolor y la muerte, más que la celebración de la batalla. Lo que sí se celebra es la fidelidad de Eneas a su tarea, lo piadoso del piadoso Eneas es precisamente ello.

La noción de responsabilidad que está en el poema puede compararse, al menos a ojos de un sociólogo, con una célebre distinción de Weber entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción: Entre quienes, para evaluar y elegir su acción, toman en cuenta las consecuencias de ella y para quienes eso no importa. Entre quienes no pueden dar por buena una acción si al tomarla la consecuencia es desastrosa, y para quienes si hay que destruir el mundo para hacer justicia, entonces el mundo se destruye. En el ensayo de Weber su preferencia, finalmente, por la ética de la responsabilidad es clara, la ética de la convicción es casi una muestra de egoísmo moral de quienes, para sentirse santos, envían la destrucción a todos. Sin embargo, para que la ética de la responsabilidad permanezca una ética, o sea que mantenga una orientación al valor, se requiere algo más que una responsabilidad entendida como preocupación por las consecuencias. Se requiere una responsabilidad entendida como obligación y como deber. En otras palabras, se requiere ser Eneas.