En nuestra imagen del desarrollo histórico de Chile los actores centrales no son trabajadores por cuenta propia. Sin embargo, se puede hacer notar que no sólo tienen una presencia relevante en el transcurso de la historia de nuestro país, sino que han sido relevantes en la conformación de la identidad de diversos sujetos históricos en Chile. De hecho, lo mismo se puede decir en general de América Latina. Sánchez-Albornoz (Historia Mínima de la Población de América Latina, FCE, 2014, ed, revisada 1994: p 88-89) hace notar que parte importante de la migración española a América en la colonia fue de artesanos, típicamente autónomos, y no de campesinos, lo que explica su carácter urbano, lo que a su vez tuvo consecuencias para la implantación de la cultura hispánica en América.
En primer lugar, se puede observar la presencia importante de sectores no-dependientes a lo largo de la historia en Chile (al menos a partir del siglo XVIII), y que se observa en ello también una cierta voluntad de escapar del trabajo dependiente.
En lo que concierna a los segmentos populares, Gabriel Salazar ha destacado la búsqueda de alejarse de la dominación de la élite hacendal o del patriciado comercial. A propósito de la situación del siglo XVIII nos plantea que:
Sin embargo, fueron los mismos colonos pobres y los mestizos quienes se opusieron a ello. Es que desde su perspectiva, las formas intermedias de apropiación laboral no constituían un real acceso a la tierra, ni un medio para reunir un mínimo de capital originario. Careciendo de mentalidad proletaria -puesto que eran, pese a todo, colonos- los vagabundos coloniales resistieron la presión patronal. Es por ello que el proceso de formación del campesinado y el peonaje chilenos incluyó los rasgos de una peculiar pre-lucha de clases (Salazar, Labradores, peones y proletarios, 2000, ed. orig. 1984, LOM: 30)
Salazar, incluso llega a enfatizar la voluntad empresarial de estos grupos, la voluntad de acumulación (páginas 75-98). Si bien podría plantearse que no son necesariamente proto-capitalistas, los ejemplos de Salazar sí muestran una capacidad de acumular entre estos grupos de trabajadores que estaban fuera de sistemas de trabajo dependiente (en el caso chileno rural ello no implica necesariamente asalariado por cierto).
A lo largo del siglo XVIII y XIX nos encontramos contra una resistencia del bajo pueblo, para usar la nomenclatura de Salazar, contra la incorporación al mundo dependiente. Algo que se hace más explicable como tendencia, y más difícil como resultado, si se observan las tendencias de intensificación del uso de la mano de obra a lo largo de ese tiempo. Salazar en la obra ya citada muestra como en las haciendas la situación del arrendatario, formalmente independiente, se vuelve progresivamente más gravosa, en particular a lo largo del siglo XVIII, al aumentar los requerimientos de trabajo. Con relación a los predios en el distrito de Puchacay, un distrito rural cerca de Concepción, hacia finales del siglo XVIII, Lorenzo (De lo rural a lo Urbano, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014: p 182-183) describe que si bien hay diferencias entre arrendatario e inquilino en relación con la prestación de trabajo para el hacendado, ya en los primeros se incluye el requisito de trabajar para éste cuando la estancia lo requiera. La diferencia ocurre entre trabajo esporádico y permanente, pero ya no se está en una pura relación comercial de arriendo. En algún sentido, guardando las proporciones y las distancias, un fenómeno similar a la segunda servidumbre en la modernidad temprana en la Europa Oriental. Las trabas a la actividad independiente del bajo pueblo por parte de las élites es un refrán, en cualquier caso, en la obra de Salazar: Es su análisis de la reacción del patriciado al comercio popular en las ciudades (en Mercaderes, Empresarios y Capitalistas, Sudamericana, 2008).
Con relación a los estratos medios también volvemos a encontrar una dinámica similar: De existencia, no reconocida, de un sector de cuenta propia. La visión tradicional de un estrato medio construido al alero del Estado durante el siglo XIX esconde la importancia previa de sectores artesanales. Las estadísticas de oficios muestran porcentajes relevantes de estos segmentos: Así, el censo de 1907 muestra un número en el mismo rango de magnitud de empleados privados que de comerciantes (91.758 los primeros y 78.490 los segundos, ver Gonzálz Le Saux, De empresarios a empleados, LOM, 2011: p 121). Habría sido la clase media artesanal tradicional la que se habría transformado en una clase media asalariada pública, serían esos actores los que habrían tenido los recursos y capitales para aprovechar la expansión educacional que permitió la generación del funcionario público de clase media. Frente a la emergencia de diversos procesos que dificultaron la reproducción del artesanado en el siglo XIX aparece el empleo público. En particular, el reemplazo de una cultura de consumo popular, que prefería los productos tradicionales producidos por esos artesanos, por una que abandonaba esos productos tradicionales y creada con tecnologías que no eran las que manejaban los artesanos tradicionales es parte importante del proceso que genera una crisis al interior de ella. Aunque la trayectoria no es similar, el hecho que la cultura de consumo y la relación entre técnicas tradicionales y nuevas técnicas de producción también resultan cruciales para entender lo que sucede con el artesanado, se repite en el análisis de Sergio Solano (Oficios. economía de mercado, hábitos de consumo y diferenciación social en Trabajo, trabajadores y Participación Popular, Anthropos, 2012) sobre el Caribe colombiano durante el siglo XIX. Resulta, en todo caso, más difícil plantear en estos casos una resistencia a la transformación en empleo asalariado: Frente a las dificultades de reproducción la ‘transmisión horizontal’ hacia clase media asalariado no parece haber sido demasiado problemática. Ahora bien, es posible preguntarse si la preferencia por el empleo público en vez del privado, muchas veces notada y criticada, no se debe a un cierto rechazo a las condiciones del empleo asalariado privado. Sin embargo, ello queda sólo como hipótesis, porque no hay evidencia clara al respecto.
En segundo lugar, podemos destacar que una de los rasgos constantes en esta evolución es la dificultad de poder darle dignidad a la condición del trabajo dependiente. Así, por ejemplo, analizando los discursos y disputas por el honor en el Santiago del siglo XVIII, Verónica Undurraga nos hace ver que:
En suma, la condición calificada como ‘vil’ no era el trabajo agrícola en sí mismo, sino que la sujeción a un patrón, es decir, la relación de dependencia y sumisión que ella entrañaba. De ahí las alusiones reiteradas al término ”servir” para aludir al tipo de trabajo que el peón realizaba (Verónica Undurraga, Los Rostros del Honor, Universitaria, 2012: p 96)
El trabajo asalariado estaba bajo un signo infamante -la sumisión que implica que no se es libre-, y luego es el artesano quien puede decir, como lo hace un sastre en 1819 que es ‘un pobre artesano pero tengo honor’ (p 21 en el citado estudio de Undurraga). De hecho, esta es una representación del honor que no necesariamente sigue los lineamientos del honor tradicional de linaje o del honor como civilidad, sino una construcción en cierto sentido propia de los sectores populares chilenos.
En sociedades donde el trabajo forzado ha tenido relevancia (o al menos, donde la imagen basal del trabajo dependiente no es necesariamente la del empleo asalariado libre), como lo es el caso chileno, no es extraño que entonces la imagen de la servidumbre no deja de cruzar la idea del trabajo asalariado. Esta misma dificultad de pensar que el asalariado es libre y de identificar la mera idea de trabajar para otro como no-libre se observa en la antigüedad griega donde trabajar para otros es algo sólo digno de esclavos (Cohen, Athenian Economy and Society, Princeton UP, 1992: p 70-73, ver también Arendt, The Human Condition, Chicago UP, 1958: Cap 2, § 8, n 60). En esas circunstancias y contextos, la situación e imagen del trabajo por cuenta propia no puede dejar de tener una positividad intrínseca.
Más aún, nos permite entender las razones históricas de por qué no corresponde identificar el deseo de independencia o autonomía con emprendimiento: Porque ese deseo es tradicional, y puede ser compatible con una ética económica muy tradicional (usando los términos weberianos de la Ética Protestante). Una anécdota personal. A principios de este siglo me tocó realizar un trabajo de consultoría en Pomaire, sector artesanal cerca de Santiago. Lo que era evidente era la combinación de una alta valoración del trabajo por cuenta propia (de no tener jefe) con una ética económica altamente tradicional y que rechazaba la acumulación. Depender de otro es, en esta visión, algo manifiestamente negativo, y es eso lo que le da al cuenta propia, más allá de sus problemas, una sensación que es inherentemente positiva.
En el proceso histórico chileno, el trabajo por cuenta propia no puede reducirse a una simple actor marginal y representa una tendencia constante (y valorada en ciertos aspectos por los sujetos que constituyen la sociedad chilena) que ha marcado la evolución histórica de Chile. Más aún, constituye una contra-opción a lo que ocurre en el trabajo dependiente. El trabajo por cuenta propia, de cierta forma, representa una posibilidad de escape (esto percibida ya sea negativa o positivamente) de las limitaciones de la relación salarial y, por lo tanto, en cierto modo una modalidad de resistencia frente a la inserción en un mundo donde otros toman las decisiones; y ello parece ser también una característica de largo plazo de nuestra sociedad.