Un artículo. Teoría de la Socialidad como Interacción

Articulo_Cinta_MoebioNo estará de más, supongo, comunicar en este blog el hecho que la revista Cinta de Moebio, dedicada a los temas de epistemología en Ciencias Sociales, publicó un artículo de mi autoría. El título es algo alambicado, pero que se le va a hacer: Teoría de la socialidad como interacción: hacia un análisis social naturalista, universal e interaccional.

El resumen:

Este artículo defiende y desarrolla tres afirmaciones básicas que estimamos son necesarias para el despliegue de la ciencia social. En primer lugar, que no existe oposición entre lo social y lo natural; y que la sociología estudia un tipo particular de socialidad (aquella asociada a la cultura y la conciencia) que es parte integrante de un análisis más global de lo social. En segundo lugar, que una teoría universal de procesos es posible y que ella no se contrapone, sino que permite explicar, las características que se suelen aducir contra la posibilidad misma de una teoría general. En tercer lugar, que el espacio a partir del cual se despliega esa teoría, y que permite disolver algunas antinomias tradicionales del pensamiento social, es la interacción.

El link al archivo como tal aquí.

¿Para qué ser sociólogo?

Toda respuesta a la pregunta del título es irremediablemente personal, quizás sería mejor intitularla por qué soy sociólogo. Por otra parte, todo lo que se publica, se hace para otros; y tiene, por lo tanto, cierta pretensión de hablar no sólo como testimonio personal. Dejemos el título tal como está y pasemos a esbozar lo que es mi respuesta.

Muchas veces me he dicho que, a decir verdad, me sería difícil ser otra cosa que sociólogo. Que investigar lo que sucede en la vida social, las diversas formas a través de las cuáles las personas interactúan, las diversas formas de actividad que realizan, todo el entramado de relaciones que resulta de dicha actividad, me resulta imposible de no encontrar interesante. Que la vida social tiene algo de asombroso. Que las preguntas a hacerse resultan infinitas.

Pero ¿no son innumerables los campos con preguntas interesantes a resolver? Pero sucede que hay dos cosas que, al menos a mí, hacen particularmente interesante la sociología.

La primera consideración es que en la vida social muchas de las preguntas y cuestiones elementales siguen abiertas. Por diversas razones, desde la complejidad de dichas preguntas hasta el tema que buena parte de las disciplinas que estudian la vida social las pasan más bien por alto, una parte importante del conocimiento más básico está por resolver. ¿Acaso eso no implica, quizás, que no pueden responderse, y que el intento de su estudio es irremediablemente un sinsentido? No lo creo. La vida social es una parte de la realidad, y como toda realidad es posible describirla y analizarla. Y. con todo, algunas cosas se han descubierto -que quizás nos suenen muy obvias ahora, pero desde la importancia de la división del trabajo a la idea de las consecuencias inesperadas hay cosas sobre las cuales si tenemos respuesta. Quizás poco como resultado de años de estudio y de miríadas de estudiosos, pero no por ello no deja de ser un resultado. Las expectativas probablemente hayan de ser más humildes que en otras disciplinas, pero sí tiene sentido buscar conocer mejor la vida social.

Si el punto anterior es válido para todos los campos que estudian la vida social, el segundo es, creo, específico a la sociología. Todas las disciplinas sociales toman una perspectiva, una idea, un fenómeno básico de la vida social, y lo exploran hasta donde todo lo que dé. En la economía es el intercambio (algún tiempo fue la producción), en el caso de la antropología la cultura, en la ciencia política debiera ser el poder. En sociología el fenómeno correspondiente es la interacción o la relación social, y todo lo que se asocia a lo anterior. Será un tema personal, pero siento que la interacción es un tema fascinante, y que es particularmente amplio como concepto para analizar la vida social (e incluso más allá de ella). Que, en cierto sentido, es basal en relación a otros conceptos. Puede resultar, es probable que lo sea, una noción equivocada y un falso imperialismo, pero no puedo dejar de sentir que una buena teoría, una buena descripción de los fenómenos básicos de la interacción es una tarea con pleno sentido, y que representa un aporte crucial para comprender la vida social.

De la lectura de los párrafos anteriores es claro que para mí la sociología es, ante todo, un asunto de conocimiento, de comprender y entender el mundo que nos rodea en uno de sus ámbitos particulares -la vida social. No he dicho nada en términos de su utilidad, ni de su relación con la práctica social.

Lo cual es algo extraño en nuestra disciplina -y en general en las vidas sociales- llenas de personas que ante los males del mundo su principal preocupación es la de observar como se puede mejorar (al final, la gran mayoría de los estudiosos de la vida social comparten la idea que más allá de estudiar, de lo que se trata es de transformar el mundo -incluso si su receta es la de no intervenir). Si pensamos en nuestros clásicos, la idea que el conocimiento pudiera ser interesante en sí no era muy aceptada. Es claro en Marx, Durkheim dedica un capítulo de Las Reglas a negar la relevancia de un conocimiento alejado de recomendaciones prácticas, y la Ciencia como Vocación de Weber es más bien una denuncia de todas las razones para valorar la ciencia como tal que otra cosa (el texto es sobre todas las cosas que una ciencia no es y no entrega). Y sin embargo, siempre me resulta algo extraño que entre investigadores la idea misma de encontrar interesante conocer algo resulte de poco valor; ¿no es a eso que se supone uno se dedica? Si no se tiene curiosidad de cómo va el mundo social, ¿cómo sostener el interés en medio de la mitad de las operaciones, a veces pedestres, de la investigación?

Defender la utilidad de la investigación disciplinar resulta, en cualquier caso, algo ineludible. Otros deciden hacer posible los estudios (sostener el tinglado que permite que uno se dedique a investigar), y bien pueden demandar a qué vendría la razón de hacer ello. Claro está que una respuesta de índole ‘pero esto te permite conocer mejor el mundo’ no resulta suficiente -al menos en las condiciones actuales siempre se pide algo más. Luego, resulta ineludible defenderlo a través de la idea que el tipo de resultado de los estudios puede servir en forma práctica -ya sea para producir políticas sociales o decisiones empresariales. Y, con todo, incluso si lo práctico de estas disciplinas resulta mucho menos que las pretensiones de sus propios practicantes, que a veces les gustaría tener respuestas para los principales problemas de la vida social; el caso es que en un nivel menor, bastante más humilde, efectivamente los estudios permiten generar información para la acción.

Luego, sí resulta posible justificar mediante los temas prácticos este tipo de estudio. Y sin embargo, personalmente, no es ni mi razón para practicarlas; y en general lo miro con más bien resquemor. El primero es claro: toda intervención en la vida social es un asunto de los propios actores y nunca puede ser algo solamente de quienes se dedican a su estudio. Uno puede quizás querer estudiar algo por que le interesa resolver un problema y diseñar su propia solución, pero la decisión al respecto le pertenece a otros (la comunidad entera, quienes tienen la potestad para tomarla o lo que sea). La tarea de intervenir no es una tarea propia del investigador, sino de todos los que comparten la vida social. El segundo es más bien que ya es suficientemente difícil simplemente conocer el mundo social, de ahí a atreverse decir que es lo que hay que hacer hay un paso más que complejo. Es cierto que, al final, hay que actuar. El problema no es el hecho de actuar, ni de intentar basar la acción en algún conocimiento; es el peligro de dar por más cierto y sólido un conocimiento al cual le falta bastante en esas dimensiones. El peligro es, además, que en el apuro por intentar dar respuestas a los problemas prácticos nunca le dediquemos suficiente preocupación a las preguntas básicas. Podría decir que producto de ese apuro es que, finalmente, las respuestas a los problemas prácticos sufren, pero al menos a mí me basta con las preguntas básicas.

En resumen, la vida social es un campo de estudio al menos tan interesante como cualquier otro. Hay múltiples preguntas a responder sobre ella. Y es al esfuerzo de intentar comprenderlo algo mejor, de poder responder a esas preguntas que me interesa aportar.

La socialidad humana es plural y sus implicancias

En otras ocasiones hemos escrito sobre el tema de la pluralidad (ver recientemente las entradas Una socialidad plural y La construcción plural y abierta del mundo social), pero no está de más volver sobre el tema. Porque, creo, es necesario insistir en esa condición basal de la socialidad de los seres humanos -la cual suele ser pasada por alto.

Los seres humanos son seres sociales. El aserto trivial anterior se fundamento en la observación permanente que los seres humanos nacen, y adquieren sus capacidades, en contextos sociales. Es con otros que se aprende un lenguaje, para dar una de las propiedades más características de lo que implica ser humano.

Los seres humanos, por otra parte, son individuos autónomos. Cada uno piensa (y siente y prefiere y así con todo) por su propia cuenta. Cada uno lleva su propia experiencia e historia, y una de las características de los seres humanos es la riqueza de su memoria biográfica -que es inherentemente individualizada.

Esta doble característica ha sido hecha notar con anterioridad (Kant hablaba de la ‘insociable sociabilidad’), pero en muchas ocasiones se lo ha planteado como la oposición entre egoísmo y altruismo que, como lo mencionaba el recientemente fallecido Todorov (en La vie commune. Seuil 1995) es una forma ejemplarmente equivocada de pensar el asunto. La individualidad no es egoísmo, ni el ideal de la sociabilidad es la comunión pura (y nada cambia en lo esencial cambiar los términos de la evaluación moral, el individuo libre contra una socialidad que lo limita y sojuzga). Esta forma de ver el asunto termina observando como un problema lo que es la condición básica -que es con otros que son distintos a sí que es posible llegar a ser lo que uno es.

La socialidad humana es algo que se construye con otros, pero en la pluralidad con otros -no en la reducción de dicha pluralidad en una unidad superior. Cuando conversamos, cuando nos planteamos un proyecto común (y es básico en los seres humanos su descubrimiento que juntos hacen más cosas, tienen más potencia, que separados -para usar términos queridos por Spinoza) cada quien llega y participa desde su propia individualidad y es así que se construye lo que se estaba haciendo. Incluso, cuando cada quien hace algo suyo es con otros, en la conversación con otras perspectivas, que incluso puede mejorar su propia idea y proyecto.

Un individuo asocial es un individuo que puede menos (y por eso, entonces, el individualismo no es un tema de egoísmo, es que incluso desde la perspectiva de la propia persona es a través de la relación con otros que puede hacer más). Un sujeto colectivo que no tiene individuos puede menos, porque no puede aprovechar entonces la autonomía y la capacidad que cada uno trae en tanto cada uno.

El otro no es ni un límite a la propia acción, ni alguien con el cual estoy llamado a desdiferenciarme; es una oportunidad de ser, y de ser y de hacer nuevas cosas. Y es por ello que la pluralidad es basal, y representa nuestra potencia específica.

De la falsedad de (cierta) sociología de la ciencia

Hace mucho tiempo en una situación muy lejana, existía una humilde sociología de la ciencia, la mertoniana. Ella se reducía a investigar el problema de qué cosas caracterizaban, que procesos distinguían, que dinámicas hacían posible esa comunidad particular que denominamos científica y la generación de ese conocimiento específico que llamamos científico.

Pero eso resultó insuficiente para ciertos soberbios investigadores que no aceptaban límite alguno a su saber. Denostaron a la anterior sociología porque no había entrado en lo que se consideraba el ‘sancta santorum’ de la ciencia -sus contenidos. Pero, ¿por qué no? ¿Por qué habría un proceso social que un sociólogo no debiera poder describir y analizar? ¿Por qué abandonar a ciertos expertos el análisis de lo que hacen y no permitir su examen con las herramientas empíricas de la ciencia social?

La soberbia en concreto no es tanto en querer analizar esos contenidos en particular. La soberbia es en querer analizar los contenidos sin conocer el lenguaje correspondiente.

Pensemos en gente seria. Cuando un historiador decide, por ejemplo, que quiere analizar la historia del antiguo medio oriente, una de las primeras cosas que hace es entrenarse para poder entender el lenguaje y las inscripciones. Nadie se declararía un historiador serio del período sin realizar dicha tarea. Y así lo mismo con cualquier otro período o lugar: debes ser capaz de leer las fuentes primarias para poder estudiar. Por cierto que sin tener ese conocimiento se pueden hacer todavía estudios -se pueden realizar comparaciones basándose en los resultados de quienes efectivamente sí lo conocen- pero a nadie se le ocurriría que eso reemplaza el trabajo de conocer el lenguaje. Con lingüistas y antropólogos se podría decir lo mismo. E incluso bien se podría decir lo mismo de cualquiera que realiza estudios cualitativos -la regla básica es comprender el lenguaje de las personas.

Pero eso es precisamente lo que no hacen, buena parte, de los sociólogos de la ciencia, que bien pueden pasearse por laboratorios y creer que hacen etnografía cuando, en muchos casos, simplemente no comprenden el lenguaje que se usa. ¿Cuántos sociólogos de la ciencia son capaces de comprender de verdad las ecuaciones de campo de Einstein?

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¿o la ecuación de Schrödinger?

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No es posible determinar si alguien comprende las interpretaciones de esas teorías si no comprende el formalismo matemático -porque, finalmente, el formalismo es cómo se expresa la teoría en el lenguaje natural de esas disciplinas. Como lo decía Jorge Sabato cuando ya no hay matemática alguna al intentar explicar la relatividad, simplemente ya no queda relatividad.

Pretender que se puede decir algo sobre los contenidos de esas disciplinas sin conocer su lenguaje (las matemáticas) es como pretender que alguien puede realizar una investigación empírica sobre la cultura de una comunidad que habla yucateco (iba a poner maya, pero recordé que maya es una familia de lenguajes más bien) sin saber una sola palabra de yucateco.

Lo cual nos lleva al inicio. Para realizar la humilde tarea que se daban a sí mismos los sociólogos de la ciencia mertonianos, que sabían lo que no sabían, no es requerido conocer en profundidad el lenguaje. Del mismo modo que alguien que no sabe maya yucateco puede decir cosas sobre esa comunidad (en particular si se apoya en alguien que conoce el lenguaje para revisar malas interpretaciones)- por ejemplo sobre el rendimiento de sus cultivos o la distribución de las casas, pero sin saber el lenguaje poco puede decir de la cultura y los significados asociados.

En este sentido, actuar dentro de los límites de la propia ignorancia, o asumir que para poder salir de ellos es necesario quebrar esa ignorancia, resultan actitudes razonables. Lo que no resulta razonable es pretender salir de esos límites continuando con esa ignorancia.

 

La discusión anterior tiene una consecuencia práctica. Hay un área de la investigación que los sociólogos de la ciencia sí pueden estudiar en profundidad sin problemas, puesto que conocen y manejan el lenguaje: Las ciencias sociales. Pero, como lo ha hecho ver en su reciente La producción de la pobreza como objeto de gobierno  Claudio Ramos (que, dicho sea al pasar, es brillante como todos los textos de Ramos), esas disciplinas han estado más bien abandonadas por esta aproximación.

Lo cual nos lleva a pensar, porque hoy estamos desconfiados y mal pensados, que no es por interés de conocer el mundo (para el cual el examen de las ciencias sociales ya era lo suficientemente relevante y se daban todas las condiciones para realizarlo), sino más bien por envidia de la situación de otras disciplinas, para atacar su superioridad en cómo son tratadas por otros, que se han desarrollado estas aproximaciones.

Una brevísima nota sobre el Sacro Imperio Romano

Los últimos años del Sacro Imperio Romano, desde 1648 con el Tratado de Westfalia, hasta 1806, con la disolución final, en general tienen mala prensa. Básicamente, el Imperio deja de existir para todos los propósitos prácticos, al dejar de tener el emperador casi cualquier noción de dominio sobre los territorios que lo conforman. El siglo XVIII cada estado al interior del Imperio lucha sus guerras de forma separada (Bavaria y Prusia en particular).

En ese sentido, aparte de la existencia de un nombre uno bien puede decir que ya había dejado de existir, a lo más cosas de protocolo (como que el margrave de Brandenburgo para convertirse en rey debe serlo en Prusia -fuera del Sacro Imperio- pero no puede decirse a sí rey al interior del Imperio) Y sin embargo, si se escarba se encuentran todavía algunas señales de existencia. En 1681, en el caso del segundo sitio de Viena, participa un ejército imperial en la defensa. Los Hohenzollern durante mucho tiempo tuvieron que soportar que sus dominios todavía estaban afectos parcialmente a la jurisdicción en términos legales del imperio (algo que me sorprendió bastante leyendo Iron Kingdom de Clark 2009, una historia de Prusia).

Pero quizás lo más importante sea otro asunto. Todos los pequeños estados al interior de Alemania sobrevivieron sin mayores problemas durante el período en que existió el Sacro Imperio. Una vez disuelto este, todos esos estados desaparecieron prontamente (la unificación es de 1871). Usualmente decimos que eso se debe al nacionalismo del siglo XIX, pero algo me dice que hay un efecto de poder mantener la independencia de un estado pequeño cuando se está bajo un paraguas mayor. Desde el punto de vista de un gobernante de esos estados -Sajonia, Hamburgo, el obispado de Münster- un imperio débil, o sea incapaz de tener mucho dominio sobre ellos, pero existente y con algún tipo de coordinación, o sea capaz de evitar demasiadas intrusiones externas, quizás era la mejor situación.

Uno bien puede observar la situación y dinámicas de la actual Comunidad Europea desde ese prisma: Como una instancia de poder bien lejana de un estado-nación pero lo suficientemente fuerte como para proteger a los pequeños estados europeos. Y desde una óptica de las primeras décadas del siglo XXI, los países europeos de forma individual son en relación al mundo, lo que Bavaria, Sajonia o Prusia eran en el marco europeo.

De la homogeneidad de Chile

El_nucleo_de_Chile¿La homogeneidad de Chile? Pero, cómo, ¿acaso no es evidente lo diferente que son, por ejemplo, Arica de Temuco, y ambos de Punta Arenas? Y sí, pero no es a eso que me refiero.

La zona que resulta bastante homogénea es el viejo Chile, el que va aproximadamente del Aconcagua hasta la ribera norte del Bío-Bío, que es que aparece en la imagen satelital de GoogleMaps en la izquierda. Es lo que ha sido Chile de forma continua desde algo menos de 500 años (descontando el Norte Chico que, aunque también ha sido gobernado desde Santiago desde esos tiempos constituye  efectivamente una zona distinta). Lo que, en cierto sentido, es el núcleo de Chile.

Algo que resulta claramente visible en la imagen es que este núcleo es además uno bastante lineal. La mayoría de las poblaciones importantes (las zonas grises en la imagen) se encuentran en una sola línea. No es tan sólo que estamos ante una zona muy específica donde se concentra el país, sino que al interior de esa zona también podemos observar una fuerte concentración en una sola línea de asentamientos (en particular, desde Santiago a Chillán este fenómeno es muy visible).

Ahora, el caso es que no deja de ser una zona de una extensión (y población) relativamente considerable, como lo muestra la tabla:

Región Superficie Población Densidad
Valparaíso – 11.644 1.803.443 154,9
Metropolitana 15.403 7.314.176 474,9
O’higgins 16.387 918.751 56,1
Maule 30.269 1.042.989 34,5
Bio-Bio – 31.605 1.809.471 57,3
Total 105.308 12.888.830 122,4

Fuente: Wikipedia (sí, decidí no quebrarme la cabeza). Valparaíso sin Petorca e Isla de Pascua, Bio-Bio sin la provincia de Arauco.

100 mil kilómetros cuadrados  y casi 13 millones de personas (un 71% de la población del país en un 14% de su superficie continental, cuando decimos que es el núcleo es porque es el núcleo). En otras palabras, efectivamente bien pudiera tener en su interior una heterogeneidad bastante importante, porque representa una población y una extensión nada menor, y ha alcanzado densidad en general -en particular tomando en cuenta que una parte no menor de esa extensión es alta cordillera- que resulta relativamente apreciable. Es una zona poblada y ocupada.

Pensemos en Europa. Bélgica o Cataluña tienen el tamaño del Maule. La región del Bio-Bio (incluso sin Arauco) es mayor que Bretaña o Sicilia. Entre San Felipe y San Fernando se ocupa un territorio algo mayor que Dinamarca. Toda la zona central es mayor que la República Checa o que Hungría (o que Baviera que es el estado más extenso de Alemania). Y así uno podría continuar. De hecho, la zona central tiene la extensión de Corea del Sur.

En otras palabras, al interior de la zona central tenemos en esas latitudes cambios de idiomas, arraigados particularismos políticos, y todo lo que usted quiera en términos de identidad específica. Extensiones para las que fue necesaria una larga trayectoria histórica que permitiera su unidad política y administrativa. Por dar un ejemplo cualquiera, unir administrativamente Flandes y Brabante (cada uno alrededor de 10 mil kilómetros cuadrados, o sea menos extensos que Ñuble, de acuerdo a The Promised Lands, Blockmans y Prevenier, Tabla 4) les costó a los duques de Borgoña décadas de conflictos, sitios de ciudades, revocación y re-entrega de fueros y así. Cataluña perdió sus especificidades legales y administrativas sólo en 1716 (con los Decretos de Nueva Planta). Bretaña solo en 1488 perdió su última guerra con Francia y sólo en 1532 se unió legalmente al reino francés. Y uno bien podría continuar con otros ejemplos.

De hecho, cada una de las regiones que hemos mencionado requirió también todo un proceso histórico de larga data para construirlas como regiones con cierta unidad: El condado de Flandes, el de Holanda y así sucesivamente no eran unidades, cada ciudad mantenía sus propia jurisdicción y autonomía.

En cada caso fue necesario superar importantes resistencias locales para construir una unidad administrativa. Y en cada caso las diferencias culturales son bastante relevantes (son algo más que una diferencia en ciertos alimentos y ropas), y si todavía hay diferencias culturales habrá que pensar cuan relevantes ellas eran siglos atrás.

Nada de eso sucede en el caso de Chile. Al interior del territorio que analizamos siempre ha existido unidad administrativa y cultural. Es cierto que hay diferencias (la zona más cercana al Bio-Bio está menos marcada por la cultura de la hacienda tradicional, y en cierto sentido Chillán es el centro de la cultura campesina chilena), pero resultan bastante menores en comparación con las anteriormente mencionadas. Santiago no ha tenido mayores problemas en gobernar  de forma unificada toda esta extensión. Los particularismos (pensemos en Concepción a principios de la República) dicen más bien con contiendas de primacía más que defensas de autonomía.

Para tener heterogeneidad, conflictos contra el poder central, más importantes y más fuertes hay que salirse de esa zona. Desde el conflicto mapuche a las movilizaciones en Magallanes o en Tocopilla, los movimientos territoriales más relevantes ocurren fuera de esta zona. En cierto sentido, en lo que es ‘nuevo Chile’ -lo que se integra a esa unidad política entre la década de 1840 (Magallanes) y la de 1880 (el Norte, la Araucanía). Pero con respecto al Chile central, al ‘viejo Chile’, del cual estamos hablando, se puede incluso llegar a decir que toda la mitología de la unidad era real.

Dos Revoluciones en 1917 (o de por qué los bolcheviques, incluso desde una perspectiva ‘revolucionaria’ estaban equivocados)

No deja de ser llamativo que en un año en que se conmemoran 100 años de la revolución rusa, la revolución de febrero -que es el inicio de la revolución, el momento que marca la caída del zarismo- no haya sido muy comentada. La discusión será claramente con relación a la revolución de octubre -a la toma del poder por los bolcheviques. Y sin embargo, en el hecho de separar y llamar a esto dos revoluciones ya hay algo de interés.

Comparemos con la revolución francesa, y pensemos en los jacobinos como equivalente a los bolcheviques. La adquisición del poder por los jacobinos es un momento crucial en la evolución de la revolución francesa, pero a nadie se le ha ocurrido ponerlo como una segunda revolución. Y es claro, su poder emerge de los pasos anteriores, y no se basa en un quiebre -hay intervenciones pero, finalmente, es la Asamblea la que convoca la Convención, es al interior de la Convención como van adquiriendo poder, y es la Convención la que determina, por ejemplo, crear el Comité de Salud Pública. Pero la toma de poder de los bolcheviques es una ruptura contra el gobierno existente.

Lo cual nos lleva al primero de los puntos. En realidad, no hay revolución de octubre, hay golpe de octubre. Los bolcheviques se toman el poder no luchando contra el zarismo y la reacción, sino contra el gobierno revolucionario existente. Existe cierta tendencia a ver en los bolcheviques no la culminación de la revolución sino su traición: Que el poder de los soviets es capturado, y en cierto sentido destruido, por el partido. La tradición marxista, defendiendo al partido que era su representante en 1917, por cierto plantea más bien que la verdadera revolución es la de octubre. Que mientras lo de febrero no era más que una ‘revolución burguesa’, una clase que en la Rusia de 1917 no estaba a la altura de su tarea histórica,  por lo tanto era necesaria la revolución proletaria de octubre. Por cierto eso requiere la mistificación de reemplazar la sede del poder proletario desde los Soviets, que era donde ellos se habían organizado, a la vanguardia del partido.

Sin embargo, aquí podemos pasar al segundo punto, que dice relación con el tema básico de hacer la revolución para instaurar el comunismo en octubre. La tradición marxista del siglo XX ha tenido uno de sus puntos comunes en declarar la genialidad de Lenin en superar el dogma marxista clásico, que primero es necesario una revolución burguesa que establezca el capitalismo, y sólo luego puede producirse una revolución proletaria posteriormente -una vez que la burguesía ha producido una sociedad capitalista desarrollada. Pero Lenin habría pensado y ejecutado algo distinto: la posibilidad de saltarse las fases y pasar directamente a construir el comunismo. El hecho que los bolcheviques se tomaran el poder mostraría, entonces, la corrección basal de esa estrategia.

Y sin embargo… El carácter de una revolución, bien se puede decir, no se lo da las opiniones de quienes la llevan, sino sus resultados. Los holandeses estaban luchando por su independencia contra España, pero lo que hicieron fue instaurar la primera república burguesa y capitalista de la historia. Y algo similar se puede decir de la Guerra Civil Inglesa (la revolución francesa, y en general el período revolucionario atlántico de finales del siglo XVIII, es la última, en cierto sentido, de las revoluciones burguesas). Si aplicamos entonces ese baremo al caso de los bolcheviques hay que decir que, al fin y al cabo, lo que instauraron no fue el comunismo. Medido bajo el baremo de avanzar a lo que se quería habrá que decir que el putsch de octubre fue un fracaso total. Fue un éxito total en lo que concierne a tomarse el poder, pero eso es otra cosa.

Más aún, y si se quiere abundar en el asunto, podemos decir que el triunfo del putsch de octubre fue la causa de la derrota de la revolución obrera en países desarrollados. Sabido es que la situación en Alemania al final de la Primera Guerra Mundial era revolucionaria, y que había posibilidades relevantes de una revolución de izquierda (los espartaquistas de Luxemburgo y Liebknecht). Pero dado lo ocurrido en Rusia, entonces la reacción resultó mucho más fuerte, y condenó a la revolución al aislamiento y a la derrota. Y ello no es menor porque, volvamos a la idea inicial, Alemania era un lugar bastante más adecuado para la tarea de hacer una revolución comunista que Rusia.

La idea de Marx no era un simple tema de fases. Era basal: El comunismo sólo podía desarrollarse en situaciones de abundancia. Y luego, entonces requiere el capitalismo de forma previa, porque (y esto es claro en todos los escritos de Marx) el capitalismo es una máquina que produce abundancia. La cornucopia de las mercancías debe ser transformada en algo que libere a la humanidad de la explotación, pero primero hay que tener cornucopia. O sí se quiere, en Marx la idea es que esa cornucopia deje de ser de mercancías, pero no que deje de ser cornucopia. Si se parte de la ausencia, entonces el comunismo resulta imposible.

Y Alemania a principios del siglo XX quizás no era una sociedad de la abundancia (de hecho, seguía siendo más pobre que Inglaterra durante los ’30), pero claramente ya no era una sociedad de la miseria como lo era Rusia. Los soldados soviéticos a finales de la Segunda Guerra Mundial, invadiendo Prusia, o sea un territorio que bajo los estándares alemanes no era de los más ricos, se sorprendían de lo que para ellos era abundancia y lujos de los campesinos alemanes (lo cual, por cierto, aumentaba su ira, al ver que un país rico los invadía a ellos, que claramente sufrían bastante más pobreza). Era además parte del centro de la economía capitalista, o sea de tecnología ‘de punta’, de gran capital humano y cultural etc. En otras palabras, como lugar para el posible experimento resultaba bastante más ventajoso que Rusia, del cual en teoría no se podía esperar ningún resultado positivo, y al final efectivamente eso fue lo que sucedió.

En otras palabras, el asalto al Palacio de Invierno no es más que un golpe que derroca a la revolución existente (y recordemos que sabemos cuál es la organización que se dan a sí las revoluciones obreras, tanto la Comuna de 1871 como len 1917 replican lo de construir consejos locales, o sea cualquier cosa menos ser dirigido por el partido); y la idea en sí de instaurar el comunismo en un país atrasado, pobre y campesino mostró que era tan ilusa como siempre se lo había pensado. En cierto sentido, octubre es la derrota de la revolución.

 

NOTA. Alguien podría retrucar que los bolcheviques sí representaban la voluntad del pueblo y de la clase proletaria y campesina, porque -más allá de cualquier otra cosa- en la Guerra Civil fue claro por quien finalmente tomaron partido. Y sí, pero eso olvida cuales eran las alternativas para ese momento. Dado que todos los ejércitos blancos tenían como objetivo la contra-revolución total, o sea volver al zarismo tanto como se pudiera, y olvidarse de todo lo formado desde febrero en adelante; entonces era claro que para defender la revolución como tal (y defender, por ejemplo, que los campesinos se quedaran con sus tierras, que era la principal demanda del campesinado ruso, que pudieran quedarse con sus tierras y los dejaran en paz) sólo quedaban los bolcheviques. En otras palabras, el apoyo a los bolcheviques en ese momento era porque el bando contrario luchaba contra toda la revolución. No estará de más recordar que, finalmente, los bolcheviques terminaron destruyendo lo que para los campesinos había sido uno de los principales logros de la revolución, quedar en propiedad de sus tierras, pero eso es materia de otra nota.

El olvido que la dominación es un proceso real, o sobre la invisibilización

Uno demanda que se ha hecho algo más habitual en las últimas décadas es la idea de atacar viejos X-centricos (digamos, la centralidad de las pelucas de hombres blancos) en pos de una mejor representación de sujetos discriminados.

Ahora bien, lo que no hay que olvidar es que la dominación es un proceso con consecuencias operativas. En otras palabras, cuando la dominación opera sucede que quienes están fuera de las condiciones positivas no es que no se les reconozca sus aportes en tal y tal cosa, es que sencillamente no están en situación de realizar dichos aportes: Tienen menor educación, están más aislados, no se les permite realizar diversas actividades. Si en la historia oficial aparecen poco es, precisamente, porque los mecanismos de la dominación han operado. A esto se le puede sumar una dificultad en el reconocimiento, pero la poca presencia es lo que resulta de una operación que no requiere de ello. Si, para poner un ejemplo relativamente claro, hay pocas mujeres escritoras en el canon oficial, es porque para poder dedicarse a la escritura en los siglos donde la dominación era más fuerte y clara se requerían una serie de condiciones que, en general, las mujeres no tenían (es por ello que eran dominadas).

Si se quiere el problema del reconocimiento puede ser un mecanismo operativo para la situación actual -donde efectivamente las barreras de recursos objetivos son menores (siguiendo el ejemplo, puede haber tantas mujeres como hombres escritores). Pero eso no aplica a situación donde el ejercicio de la dominación era más claro y evidente.

A veces uno tiene la sospecha que los analistas sociales siempre olvidan que están observando procesos que tienen su propia realidad.

Una nota a 200 años de Chacabuco

El 12 de Febrero de 1817 es una de las fechas clave de la historia nacional. El cruce de los Andes, la victoria de Chacabuco ese día, y el inicio de lo que llamamos la Patria Nueva son eventos decisivos. Ahora bien, ese bicentenario, y en general los bicentenarios próximos (2018 es el bicentenario de la declaración de Independencia y de la Batalla de Maipú, que es el evento de cierre), han tenido una menor repercusión pública que lo ocurrido con el bicentenario celebrado el 2010. Y esto nos algo nuevo, ya que la discusión sobre el centenario también ocurrió en 1910, y por lo tanto en relación con 1810.

La pregunta central es ¿a qué se debe ello? Al fin y al cabo, estos son los eventos que en términos concretos generan la independencia. Un fallido cruce de los Andes (ya sea en el propio cruce o en la batalla posterior) hubieran cambiado la historia posterior de forma bastante clara. Pero se prefiere recordar y celebrar la Primera Junta de Gobierno, la cual -recordemos- ni siquiera tiene la independencia entre sus objetivos (incluso pasando por alto el carácter ostensible a favor del rey del acto del 18, es auto-gobierno local pero no independencia lo que está en juego al decidir crear una Junta al interior de Chile en vez de seguir las instrucciones desde Lima).

La respuesta es relativamente sencilla. Baradit por estos días ha insistido en el hecho que el Ejército de los Andres y Chacabuco son fundamentalmente empresas argentinas (en realidad, cuyanas, mendocinas). El Ejército usó los refugiados desde Chile para crear unidades, y le dio mando a O’higgins, pero es claro cuál es el núcleo del ejército, y de donde venían las tropas y los suministros.  En última instancia, se usa todo lo que esté disponible, pero si no hubiera venido ningún chileno a sumarse al Ejército de los Andes, la expedición se manda igual -y probablemente hubiera tenido el mismo éxito. Enfatizar los hechos de 1817-1818 es obligar a los chilenos a recordar que la independencia se le debemos a nuestros vecinos.

Pero incluso hay algo más. Porque el hecho es que todo el drama local entre 1810 y 1814, e incluso el drama local hasta 1817, se demuestra a partir de la expedición de San Martín como irrelevante. Si no hubieran existido la Primera Junta, el Primer Congreso Nacional, ni hubieran actuado Carrera u O’higgins o Rodríguez, el caso es que en 1817 San Martín de todas formas cruza los Andes, derrota a los realistas en Chacabuco y obliga a Chile a independizarse. El drama de 1810-1817 puede haber servido para convencer a la población local de la necesidad de la independencia, pero no sabemos cuán necesario esto hubiera sido este proceso (es cosa de comparar lo fácil que la población de Perú se adapta a la idea de independencia, aun cuando el proceso no parte de ahí); pero en todo caso es por completo intrascendente en relación al hecho de la independencia.

La irrelevancia de los procesos locales se muestra con mayor claridad si recordamos por qué San Martín cruza los Andes. Hacia 1817 es claro que en el Alto Perú se está en una situación de tablas. Las ofensivas desde el Río de la Plata hacia el Perú fracasan, las ofensivas desde Perú hacia el Río de la Plata también. Pero claramente en Buenos Aires están interesados en que el núcleo de poder realista en Lima sea derrotado. Luego, Chile es simplemente otro camino, uno que no se había pensado previamente, para solucionar ese dilema. Y luego, Chile es liberado no por sí, sino como un asunto incidental en un drama mayor.

Lo que sólo muestra que, y no es la primera vez, que algunas de las decisiones claves que afectan lo que sucede en Chile no se toman en relación con este territorio -que es algo más fuerte, incluso, a que las tomen personas de fuera del territorio. Lo que ocurre en 1817 tiene su antecedente en la decisión española de no abandonar Chile luego de la rebelión de 1598 para defender al Perú (y al Potosí), que un posible abandono dejaría vulnerable a una intervención europea (la misma razón por la cual se decide repoblar Valdivia más adelante). La nula importancia de Chile dentro del mundo colonial queda muy de manifiesto cuando incluso el cierre del período se debe a consideraciones que no tienen que ver con Chile.

 

PS. Una nota adicional. Durante un tiempo circulaba la idea de un ejército jamás vencido. Lo que es claro es que el ejército chileno sufre una derrota total en 1814 -hasta la desaparición completa del ejército organizado. La ‘victoria’ de 1817 no es una victoria del ejército chileno, que simplemente no existe a la fecha. El hecho que chilenos combatieran en el ejército de Los Andes no cambia el hecho base que es un ejército del otro lado de los Andes. Quizás para mantener ese mito es que resulta útil centrar la discusión de la independencia en 1810, y transformar entonces el asunto en un drama local en tres actos. Pero en realidad, estamos ante dos obras separadas.

La vida y el proyecto

Ya decía Lennon que la vida es lo que te ocurre mientras haces planes. Y también hay distintas frases sobre el tema que cuando se reflexiona no se vive, y que cuando se vive no se reflexiona. En algunos casos esta distinción se plantea para alabar uno de los términos y menoscabar al otro; en esta entrada nos limitaremos a darle a ambos términos de la distinción su importancia.

La reflexión anterior se debe a una experiencia de investigación reciente, para la cual esta distinción resulta ser bastante útil. El estudio es sobre la relación de las personas con los lugares en que habitan, y se realizaron -entre otras muchas actividades- dos investigaciones cualitativas, grupos de discusión y entrevistas biográficas.

Resultó notoria la diferencia tópica del habla. En los grupos la pregunta inicial era sobre como se vive en el lugar, y aparecen conversaciones sobre el modo de vida, sobre el ritmo de vida, sobre las relaciones interpersonales, sobre las costumbres, sobre el paisaje etc. Ello es lo que domina la conversación, En cambio en la entrevista biográfica lo que aparece son temas asociados a los proyectos -cuáles se tienen, los objetivos deseados, las condiciones necesarias para tenerlos, las acciones realizadas o por realizar, la construcción en general de una narrativa ordenada sobre su consecución. Los proyectos de los cuales se habla aquí no son cualquier proyecto, sino aquellos que se pueden denominar proyecto de vida: uno que articula, o al menos permite estructurar la narración, el transcurso de la vida.

Ambas conversaciones son distintos, no aparecen las mismas preocupaciones. Ambas conversaciones son relevantes y afectan a las personas, pero en niveles distintos. una cosa es la cotidianeidad, en toda su presencia permanente y abrumadora; y otra cosa es el  largo plazo, la articulación de múltiples acciones en el tiempo. El proyecto de convertirse en médico es distinto de la vida cotidiana (de salir a comprar, de almorzar, de conversar con amigos), pero es también un ámbito de acción y decisión (de decidir qué y donde estudiar, de organizar estudios etc.)

La distinción no implica que no existan relaciones. Por un lado, y en particular en lo que dice relación al proyecto de vida esto es relevante, es posible transformar el logro de una determinada cotidianeidad en el propio proyecto. Por otro lado, es en el momento de la reflexión, que el mecanismo de la entrevista subraya, donde la distancia entre el proyecto y la cotidianeidad es mayor, pero al desarrollarse todo proyecto ha de hacerse cotidiano -el proyecto de estudiar medicina se transforma en una vida cotidiana de estudiante de medicina.

Estas relaciones, y aunque sea obvio menester es recordarlo, no evitan que la distinción sea relevante: Que el proyecto no es la vida, que la vida no es un proyecto.