El otro día, escuchando el inicio del Cuarteto No. 15 (en Mi bemol menor) de Shostakovich, que es increíblemente triste, doloroso y melancólico (y al mismo tiempo, con una serenidad de otro mundo), pensé en cómo es posible que siendo que encuentro las sinfonías de Shostakovich muy poco interesante, encuentro que los cuartetos de cuerda son casi insuperables (*).
De los últimos cuartetos de cuerda, como en general las últimas obras de Shostakovich, siempre se dice que son una meditación sobre la muerte. Dado que eso es siempre lo que se dice de ellos no es mucho lo que voy a decir sobre el particular, sino hablar de la variedad de medios que usa Shostakovich en esa reflexión: Desde el inicio -el movimiento se llama Elegía, y el nombre es altamente preciso- pasando por uno de los mejores usos de dodecafonía -en el pasaje en que cada nota es tratada independientemente, pasando por un crescendo-, con un movimiento ‘ligero’ (el cuarto) que es cualquier otra cosa que ligero, hasta el epílogo final -que recupera las sensaciones del inicio. De algún modo, a pesar que todos los movimientos están marcados Adagio, que todos tienen el mismo tema subyacente, Shostakovich se las arregla para hacer que todos los movimientos sean claramente distintos.
Buscando en Youtube no encontré ningun video sobre el cuarteto en cuestión, pero encontré el siguiente que es bastante interesante: El cuarteto Fitzwilliam, uno de los primeros que tocaron los últimos cuartetos en ‘Occidente’, dan sus impresiones -y tocan parte- del cuarteto No. 14
(*) Una de las cosas interesantes de los medios móviles para escuchar música es la incongruencia que posibilitan. Porque escuchar el inicio del cuarteto mientras se viaja en micro es, en realidad, bastante incongruente.
Los que me conocen de un tiempo, conocen de mi aversión explícita a lo francés: a sus pensadores, a los estilos de pensamiento, a las artes, a la cultura, en fin a todo. Creo -demos gracias a mi suerte no haberlo puesto por escrito- haber dicho algunas frases muy terminantes, absolutas y dichas con todo el tono indudable que acompaña lo anterior, sobre lo terrible de la cultura francesa.
Una de las cosas positivas de las frases terminantes, absolutas, y dichas con total aplomo, es que permiten y facilitan el cambiar de opinión. Y he aquí, entonces, que procedemos a ese cambio.
Hace poco, procediendo a releer algunos de mis libros favoritos, dime cuenta que -de hecho- los dos que estaba releyendo habían sido escritos en francés: Las Memorias de Adriano de Yourcenar y La Peste de Camus. Y no estaría de más recordar que a estas alturas de la vida, mi sociólogo favorito es Bourdieu.
Sería posible el intento de rescatar mi viejo menosprecio indicando que Yourcenar es belga, Camus nació en Argelia, y que Bourdieu no representa el tipico pensador francés. Pero, serían, claro está, respuestas débiles.
Mejor simplemente reconocer el error. Porque además me permite comentar un rasgo común tanto a Las Memorias como a La Peste, y que puede quizás considerarse francés: la combinación de una gran lucidez con un rechazo deliberado a caer en la desesperación. Y en ello he de reconocer que me agrada la postura. En otras palabras, que siendo nuestro destino semejante al de Sísifo, no es ese motivo suficiente para quedar aprisionado en la angustia, que se puede tomar la decisión, que vale la pena tomar la decisión, de seguir y continuar.
Hay muchos párrafos de La Peste reflejan esa actitud. Pero me acuerdo del momento en que Tarrou le comunica a Rieux la decisión de formar equipos de voluntarios de sanidad. Una decisión que ninguno acierta a defender con toda claridad, con ideas irrefutables, pero en ambos el sentimiento de que eso es lo que hay que hacer, lo que corresponde hacer, es más poderoso.
Después que Tarrou le dice a Rieux que cree que hay que formar esos equipos y que se ofrece a ello, este le pregunta si lo ha reflexionado bien. Entre medio de la conversación tiene lugar este intercambio:
– ¿Después de todo?- dijo suavemente Tarrou. – Después de todo… -repitió el doctor y titubeó nuevamente mirando a Tarrou con atención-, ésta es una cosa que un hombre como usted puede comprender. ¿No es cierto, puesto que el orden del mundo está regido por la muerte, que acaso es mejor para Dios que no crea uno en Él y que luche con todas sus fuerzas contra la muerte, sin levantar los ojos al cielo donde Él está callado? – Sí -asintió Tarrou-, puedo comprenderlo. Pero las victorias de usted serán siempre provisionales, eso es todo Rieux pareció ponerse sombrío – Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar – No, no es una razón. Pero me imagino, entonces, lo que debe ser esta peste para usted. – Sí -dijo Rieux-, una interminable derrota.
Por alguna extraña razón, en realidad no tan extraña, de toda La Creación, buena parte de los comentarios se centran en los primeros minutos -La Representación del Caos. El oratorio dura más de una hora, el tema central es la celebración -que es celebración- de la creación del mundo, pero es lo que sucede antes de la creación lo que parece más relevante.
Al final, todo esto se debe a la mala conciencia que tenemos con el clasicismo. La nuestra es una era cuya estética es, final y fundamentalmente, romántica. Y luego, ¿que vamos a hacer con una obra que al mismo tiempo es claramente de gran calidad y claramente clásica? Concentrarnos en la parte que más se puede acercar al romanticismo al fin y al cabo (*).
De hecho, lo vamos a hacer de forma tal que lo que pasa en la Representación se pierde, y se centraran en la audacia, en la modernidad, en que mira hacia el futuro, en la disonancia del tema: Donde se da el drama de las confusiones cromáticas y acordes inresueltos (para copiar frases de una reseña en el New York Times sobre una representación de la obra). Digamos, es bueno porque podría ser parte de una obra del siguiente período.
Ahora, lo que uno encuentra el tema es de hecho una representación de algo sin forma, sin demasiada dirección, que no ha sido creado y ordenado, pero no es una masa de sonidos discordantes, como uno pudiera pensar de escuchar y leer esos comentarios. Sigue siendo una pieza magnífica de música, pero no lo es porque es ‘avanzada’ y algo que va más allá de la estética clasicista.
Y en toda esa discusión, a veces se olvida el momento más poderoso de la obra. Que viene inmediatamente después: el momento en que Haydn representa no el caos, sino la creación, la primera creación de la luz. Y para escuchar el más esplendoroso y glorioso uso de un acorde en Do mayor -el más básico de todos los acordes, por eso mismo bastante apropiado para representar el nacimiento de la luz, usemos -como siempre- el bueno de Youtube:
No es la mejor de las versiones, pero bueno nada es perfecto. Bueno, casi nada: el das Licht es la imagen de la perfección y la plenitud.
(*) Lo que se puede hacer notar por ejemplo leyendo las notas de cualquier CD que tenga una obra en tono menor de Mozart. Pareciera que esas obras son especialmente buenas y poderosas porque son distintas, más románticas, de mayor profundidad, más cercanas a las terribles realidades de la experiencia humana y cualquier cliché romántico que uno quiera usar. Parte del argumento básico: lo que tiene de bueno es cuando se acerca al romanticismo. Y por ello, uno de los mayores elogios de una obra mozartiana, bajo ese argumento, es decir que anuncia a Beethoven o a Schubert, o incluso -y esto ya es lo máximo- a Wagner. Por cierto, citicar el argumento que Mozart es bueno porque auncie a otros, no es criticar a esos otros anunciados. Su calidad es independiente, y no depende del futuro que anuncien o del pasado que heredan. Eso es lo bueno de Haydn. De los autores clásicos, el único que es prácticamente imposible de ser cooptado por una estética romántica. Y pocas veces más claro en la Creación, que es una celebración de la magnificencia del mundo, y de la posición de los seres humanos en ella (las Estaciones también es, a grandes rasgos, lo mismo, una celebración del hombre en el mundo natural). Otra cosa es que nunca estemos a la altura de esa celebración, y hayamos convertido el mundo en algo difícil de celebrar. Pero eso nada le quita a la creación, como la Creación se encarga tan luminosamente de mostrar.
No tengo la menor idea de porqué este pobre blog sigue siendo oficialmente de sociología y de ciencias sociales cuando rara vez comento actualmente de ellas. Pero, bueno, algún día volveré.
Creo que hay pocos albumes de música clásica que tengan un nombre tan bien puesto como el Utopia Triumphans del Huelgas Ensemble. Creo que la sensación de asombro, tantas veces dicha y mencionada, realmente es válida cuando uno escucha la maravilla polifónica que son las piezas grabadas. Y no por conocida y obvia, el Spem in Alium -polifonía en 40 voces- de Tallis es una muestra clara de lo anterior. Y aunque, en mi humilde opinión no están al nivel de la versión del Huelgas, usemos unas de las que aparecen en Youtube
Aunque, también en mi humilde opinión, el Qui Habitat de Desprez es superior (y, ¿no es Youtube cosa excelente?, también se encuentra allí.
Creo haberlo dicho en otra ocasión, pero creo útil repetirlo: Esta es música que es mejor que nosotrs, que el mundo que habitamos. No nos la merecemos y su existencia nos muestra, mejor que nada, la limitación y pobreza de nuestras existencias. Efectivamente, nos muestra una Utopia Triumphans, que resulta superior a nuestro mundo.
Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.
Animula, Vagula, Blandula son las palabras iniciales de las Memorias de Adriano, el incipit de un poema atribuido al emperador, que parafrasea el último párrafo del libro, que citamos al inicio de este post.
¿A qué viene la cita, aparte de recordar que Yourcenar escribió uno de los mejores libros posibles (*)? A recordarme una de las notas de la misma Yourcenar sobre el libro, una frase de Proust si mal no me acuerdo: Que entre la muerte de los dioses y el nacimiento del cristianismo hubo un período en que sólo estuvo el hombre. Y que la intención al escribir el libro fue mostrar ese momento.
Y entonces determiné cuál debiera ser la primera parte a escribir del proyecto (que lento y todo avanza) de historia de las sociedades debiera ser una historia de ese período. Dado que el proyecto es todo lo sin mesura que se puede, y luego se puede ser todo lo pretencioso que se quiera, ubicarme entre Tácito y Gibbon: O sea, contar la historia de Roma entre el final de los relatos de Tácito (desde Vespasiano o Nerva dependiendo de si cuento desde lo que Tácito escribió o lo que sobrevivió) hasta Marco Aurelio. Y quizás, para marcar mejor la intención -ya dije que no tenía ninguna mesura, proporción o humildad-, contar una historia narrativa. Digo, para seguir en los pasos de los autores citados (**)
(*) ¿Exageración? Y claro que lo es, pero toda forma de admiración es, si uno quisiera ver las cosas objetivamente, una forma de exageración. No por ello habría que abandonar la admiración. (**) En todo caso, Amiano Marcelino ya fue todo lo desmesurado y pretencioso al escribir su historia a partir de lo que dejó Tácito. Y claro está, a pesar que -como claramente será mi suerte- quedar debajo del modelo, de todas formas dejó una de las mejores historias sobre el Bajo Imperio que tenemos en nuestras manos. La última historia pagana, heredera del espíritu del que hablamos, escrita en Roma.
Algunas ventajas tiene detestar los automóviles, y de no tener ninguno (ahora por motivos económicos, pero anteriormente por gusto de hecho). Al menos creo que las tiene para sociólogos.
Porque hay que reconocer que escuchar las conversaciones y las situaciones en la locomoción colectiva no deja de ser interesante. Desde el Transantiago, hasta discusiones sobre segmentación de grupos juveniles (recuerdo una larga escucha en Tobalaba a un par de adolescentes sobre las ‘cuicas andinas’), pasando por músicos callejeros que lanzan peroratas y nos cuentan de su sitio web (desafortunadamente, no anote el nombre); hay mucho que observar y escuchar.
Sería bastante útil que alguna vez me hiciera caso y efectivamente me agenciara una grabadora para los viajes en micro y metro. Y quizás habría que analizar porqué la micro funciona mucho mejor para la escucha cotidiana que el metro, que es un medio de transporte silente.
Algo abandonado tenía este pobre blog -y eso que tenía varias ideas para postear. Pero bueno, de hecho, sólo posteo para repetir algo que ya había dicho en Julio: Que Beethoven es inmejorable. Y para agregar que los cuartetos tardíos son la mejor música del mundo.
Y para ello, y siempre usando el fiel Youtube, el Op 131 (el primer movimiento), tocado por ningún cuarteto muy conocido, pero a quien le importa cuando la música es de ese nivel:
Y después de esto quizás podría volver a la sociología (o a la historia, de la que todos sabemos que es mejor)
Oficialmente, tenía pensado escribir de otras cosas -acerca de, finalmente, tener una buena estructura para un curso de consumo, comparar definiciones históricas y sociológicas de ‘modernidad’, críticar la teoría del colapso de Tainter, de que resulta interesante que las canciones duran 4 minutos y los programas de TV duran 30-1 hora y las películas duran 2 y otras cosas- pero, al final, tuve que rendirme a la evidencia: no hay como Beethoven.
Para prueba, y como siempre usando Youtube, el Cuarteto Hagen tocando el Op 135 (primer movimiento):
Y los otros movimientos: Segundo, tercero y cuarto (la difícil decisión, y sí, Es muss sein! Es muss sein!)
Y si todavía se requiere otra prueba, el Alban Berg tocando the Grosse Fuge: Primera parte:
Y la segunda parte (la división sólo fue por motivos relacionados con Youtube me imagino, porque es un sólo movimiento)
Lamentablemente no encuentro el movimiento lento del Op 132 el Heiliger Dankgesang: la “Canción Sacra de Agradecimiento de un Convaleciente, en el modo Lidio”, que es impresionante incluso para Beethoven, y que hubiera sido interesante, al menos para mostrar el rango que dominaba. Pero, en fin. Al menos algo es algo, y hay poca música que se compare a sus cuartetos de cuerda (*)
(*) Es una muestra de lo malacostumbrado que uno se pone el hecho que mi primera idea era poner links a prácticamente todos los cuartetos. Y que, de hecho, suponía que de hecho podían estar en Youtube. Por otro laod, es una muestra de las posibilidades de la época, que incluso buscando algo tan extraño como los cuartetos de Beethoven en Youtube encontrara varios (inclusive hay otros del Op 18 para el que quiera buscar)
Una de las críticas más comunes a los pobres dodecafónicos es que los ruidos son desagradables. Eso se puede traducir a algo ligeramente más positivo: que su música es un lenguaje para la desesperación y la angustia: el equivalente musical del Grito de Münch por ejemplo. Posición que, he de reconocerlo con vergüenza, durante un buen tiempo mantuve.
Pero claramente falsa. El lenguaje de los dodecafónicos, como todo lenguaje, se puede usar para expresar todo, cualquier parte de la experiencia humana. Y para muestra la Serenata. Porque, claro está, la serenata no es ‘bonita’, pero si es bastante ligera y eminentemente ‘escuchable’. En otras palabras, el lenguaje de la segunda escuela de Viena también puede tener esos usos. Que los vieneses no quisieran hacerlo mucho es una elección de ellos, de su estilo; pero no de su lenguaje.
En otras palabras, Schönberg no sólo es alguien que compone algo tan impresionante, perfecta expresión de horror, como El Sobreviviente de Varsovia (op 46), sino también de cosas más ligeras. Al fin y al cabo, como reacciones a la 2a Guerra Mundial, Schönberg no sólo tiene el ya citado Sobreviviente, tiene la irónica Oda a Napoleón (op 41) o el Concierto para Piano (op 42) -con sus distintas sensaciones.
En todo caso, lo anterior es sencillamente para volver al punto inicial: un lenguaje musical ha de poder expresar en su plenitud toda la diversidad de la experiencia. Que es lo que han hecho, finalmente, buena parte de los compositores.
(*) Puedo decir que contar con un reproductor MP3 implica un aumento considerable de la calidad de vida. Aunque, dada la cantidad de ruido ambiente, no siempre resulta posible disfrutar plenamente de lo que uno escucha. Ahora, nada es perfecto.