Dostoievski. El continuo aporte de un reaccionario

En la entrada anterior (link aquí) ponía en discusión que buena parte de mis escritores preferidos eran conservadores e intentaba explorar que nos podían decir, que nos podían decir a quienes como uno están hacia la ‘izquierda’, esos autores. Hacía notar que entre esos autores se encontraba Dostoievski, y que -al mismo tiempo- el aporte que discutía en esa entrada era referido a los otros autores que me gustaban (Tolkien y Borges), pero que dejaba fuera Dostoievski. Habiendo dado vuelta, creo que puedo dar una respuesta ahora.

Es relevante mencionar que Dostoievski no era meramente un conservador, era un completo reaccionario. Profundamente eslavista, y además ruso (las referencias a polacos suelen ser, por decir algo, satíricas), contrario a todas las discusiones sobre liberación femenina (en eso comparte con buena parte de la literatura rusa del siglo, que siempre se refiere al tema, pero más extremo), llamando a que una sana sociedad rusa recupere la ortodoxia y sea la salvación del mundo, con un rechazo sistemático a la modernidad en cuanto tal (las Memorias del Subsuelo son la mejor muestra). Algo bastante distinto del mero conservadurismo (y con c-minúscula) de un Tolkien o Borges que planteamos tenía bastante que decir a quienes tienen una posición contraria.

Uno bien pudiera decir que lo que aporte Dostoievski a quien se piensa de izquierdas es enfrentarse, y permitir comprender, esa posición, puesto que está tan bien dicha y expuesta como se puede. La idea que sin Dios todo está permitido es una idea que circula en la sociedad, que uno se encuentra, y la base de esa idea -la angustia que está en ella por ejemplo- está mejor dicha en Dostoievski que en cualquier otro. Incluso uno podría decir que los peligros de ciertas ideas, llevadas a su raíz, también están desarrolladas ahí -pensemos en Crimen y Castigo por decir algo.

Creo que ello, sin ser falso, es insuficiente. Lo que nos tiene que decir Dostoievski, lo que es valorable en su obra, para quienes somos ‘modernos’ y del lado de la izquierda supera con mucho lo anterior.

Muchos personajes de Dostoievski son una encarnación de su mirada negativa sobre los modernizantes y revolucionarios. En Demonios, una de sus mejores novelas, ello aparece modulado de diversas formas. En Stepán Trofímovich de una forma más burlona y ligera; en quienes pertenecen al círculo revolucionario, en particular Piotr Stepánovich, de una manera más brutal: La novela en general es, en parte, una diatriba contra los grupos revolucionarios de la Rusia del siglo XIX. Piotr Petrovich Lujin, en Crimen y Castigo, al menos se presenta como ‘amigo de las ideas modernas’, siendo uno de los personajes más deleznables en la novela. En El idiota, el grupo de izquierdistas que entabla una disputa de reconocimiento que involucra el príncipe Mishkin, y cuya disputa se muestra no tiene base, aparece algo ridículo.

Lo interesante es que Dostoievski no se queda nunca ahí. Aunque claramente el mundo ‘moderno y progresista’ no era de su agrado, muchos personajes con esas ideas son tratados, como mínimo, con respeto; y para mostrar que aquellos -a quienes tanto crítica por sus ideas- no dejan de ser admirables. Un ejemplo menor como personaje, pero crucial en la trama, es el socialista Lebeziatnikov en Crimen y Castigo, quien aparece para denunciar en tono indignado un engaño. Ippolit Teréntiev, quien integra el grupo mencionado en El Idiota y que además se encuentra muy enfermo y a punto de morir, se le da el espacio de varios capítulos para su ‘confesión’, y esta es tratada con comprensión. En Demonios, el nihilista Kiríllov no es representado negativamente. las ideas de Iván Karamázov son el centro de dos capítulos cruciales del libro (Rebeldía y el Gran Inquisidor), y en el primero de ellos aparece, presentada sin crítica, una exposición de un rechazo radical a Dios. De hecho, Aliosha, su hermano, con quién está discutiendo, no lo refuta con un argumento, sino con una acción -la misma acción con la cual Cristo se enfrenta al Gran Inquisidor en la parábola de Iván.

Por cierto, uno puede decir que los personajes ateos y nihilistas que Dostoievski es capaz de presentar en tono positivo son aquellos que viven su ateísmo de manera trágica (‘si Dios no existe y todo está permitido, entonces ¿qué?’), que no es cualquier ateísmo el que puede describir positivamente, y que eso es una limitación. Sea. Pero del mismo modo que Dostoievski es capaz de presentar personajes que tienen cosas importantes que decir, aún siendo el mismo tan conservador, lo mismo podemos hacer nosotros ‘desde el otro lado’.

No por nada mencioné los ejemplos que usé en los párrafos anteriores. Entre todas las cosas que Dostoievski tiene que decir que es relevante para alguien ‘progresista’, varias de ellas están en las respuestas que dan sus personajes a las situaciones relatadas. De hecho, no creo que estén mucho en los momentos en que Dostoievski nos presenta largos discursos de personajes que exponen las ideas en las que él cree: La exposición de la doctrina del Starets Zósimo en Crimen y Castigo o lo que nos dice Stepán Trofímovich en su peregrinación final en Demonios. Son ideas muy queridas para Dostoievski, pero más bien convencen a quien ya está convencido.

La respuesta del príncipe Mishkin a la ‘confesión’ de Ippolit es característica del modo que quiero destacar:

Pero a mí me da pena que se retracte usted de lo que ha escrito, Ippolit, porque su confesión es sincera y, ¿sabe?, hasta sus partes más ridículas, que son muchas (Ippolit frunció el ceño) quedan redimidas por el sufrimiento, pues reconocerlas también era un sufrimiento y… quizá, una gran valentía. La idea que lo animó a usted tenía sin duda alguna un fundamento noble, independiente de lo que allí hubiera podido parecer. Cuanto más tiempo pasa más claro lo veo, se lo juro. Yo a usted no lo juzgo, hablo para decir lo que pienso y me sabe mal haber callado entonces…

Parecida actitud tiene el príncipe en una conversación anterior sobre el mismo tema, cuando le comenta a Aglaia que Ippolit ‘sentía deseos de encontrarse con gente por última vez y hacerse merecedor de su respeto y afecto; esto, como ve usted, son sentimientos muy buenos’. Y es del mismo tenor que la manifestada en una de las escenas iniciales, la fiesta de Nastasia Filíppovna, donde también muestra comprensión, afecto y algo de admiración a alguien que es mirada en menos por todo el resto.

La respuesta a Kiríllov en Demonios, quién a lo largo de toda la narrativa plantea que es incomprensible que quién en nada cree, el ateo, no se suicida y que, al final de ella, lleva esa idea a la práctica -lo que es aprovechado por otros personajes-; aparece antes en la narración, pero es de todas formas la contraposición. Shátov, un integrante del círculo revolucionario, tiene un re-encuentro con Maria Shátova, su esposa, quién da a luz un hijo al llegar a la casa de Shátov. Frente a todo ello, la respuesta de Shátov (quién sabe, por cierto, que no es el padre) es la de aceptación total y plena de la vida.

– ¡Alégrese, Arina Prójorovna…! ¡Éste es un júbilo inmenso!… -murmuró Shátov con semblante idióticamente feliz, radiante al oír las dos palabras de Marie acerca del niño.

-¿A qué júbilo inmenso se refiere? -preguntó Arina Prójorovna jovialmente, trajinando, poniendo todo en orden y trabajando como una esclava.

-El misterio de la llegada de un nuevo ser humano es grande e incomprensible. ¡Qué lástima, Arina Prójorovna, que no lo entienda usted así!

Shátov, aturdido y arrobado, murmuraba palabras inconexas. Era como si algo le bullera en la cabeza y, a pesar suyo se desbordara de su alma.

Demonios es una diatriba contra los revolucionarios. Que el círculo revolucionario asesine a Shátov, unos capítulos después, quién está justamente en un momento de renacimiento (y cuyo asesinato además tendrá horribles consecuencias sobre Marie y el niño) es la forma en que la narrativa nos expone esa crítica.

Habíamos dicho que a la exposición de las ideas de Iván, Aliosha no tiene mucho que decir, que responde con sus acciones: simplemente dándole un beso a su hermano, como lo hace Cristo en la parábola que acaba de narrar Iván. Pero su reacción es también decidora:

¿Y los tiernos retoños, las tumbas queridas, el cielo azul y la mujer amada? ¿Cómo vivirás? ¿Cuál será tu amor hacia ellos? -exclamó Aliosha dolorosamente-. ¿Puede vivirse con tanto infierno en el corazón y en la cabeza? Si, por eso te vas; para juntarte con ellos… de lo contrario, te suicidarás en el colmo de tus fuerzas

Conversan un poco y como respuesta final, como dijimos, Aliosha besa a su hermano. Iván comenta entonces que ‘me bastará saber que estás aquí en cualquier sitio, para tomarle otra vez gusto a la vida’

Lo que está en juego en esas respuestas, y en el fondo todas las mencionadas, es una actitud de aceptación plena del otro, de evitar juzgar, de buscar comprender. ¿Qué es lo que trae ello? Como el caso de Shátov lo muestra, y es la preocupación de Aliosha, lo que está en juego es la aceptación de la vida y el sentimiento de plenitud que trae. El rechazo de Dostoievski a la modernidad se basa un poco en ese rechazo a lo que se mantiene en el mundo del puro argumento y la abstracción y en la demanda en que, al final, es en la vida, en el sentimiento asociado a la experiencia individual de la vida, donde está todo. Pero eso no se manifiesta en palabras. La partera Alina se ríe un poco de Shátov y sus bonitas palabras, y en esa risa se manifiesta que lo que importa es ese sentimiento, no las palabras. La manera en que se responde a Iván no es con palabras, es con acciones.

Hacia el final de Los Hermanos Karamázov, Aliosha se despide de un grupo de niños:

Pero por malos que nos volvamos, y Dios nos libre de ello, cuando recordemos como hemos enterrado a Iliuscha, como le hemos amado en sus últimos días y lo que hemos hablado amistosamente alrededor de esta piedra, el más duro y el más burlón de todos, si es que nos volvemos así, no se atreverá a burlarse en su fuero interno de los buenos sentimientos que experimenta ahora, Es más, quizá precisamente ese recuerdo le impida obrar mal; pensará en sí mismo y dirá: ‘Entonces era yo bueno, valiente y honrado’. Que se ría para sí poco importa, pues muchas veces nos burlamos por aturdimiento de lo que es bueno y hermoso

El lema de la Ilustración, así nos dice Kant, es ‘atrévete a saber’. El lema que nos plantea Dostoievski es ‘atrévete a ser bueno’. En tiempos donde el cinismo resulta algo común, parece ser un buen lema a recordar.

Lo que el ‘progresismo’ podría aprender de la perspectiva conservadora.

Entre mis escritores favoritos se encuentran Dostoievski, Borges y Tolkien. Muy distintos entre sí, pero tienen en común un talante más bien conservador, y -al menos- una desconfianza por las promesas y las políticas ‘progresistas’. Dado que uno es más bien de izquierda, se podría continuar con la línea de ‘bueno, esto muestra que el valor literario no es exclusivo de algunas tendencias políticas’. Lo cual sería una visión insuficiente.

Mejor tomarse en serio por qué me gustan autores que tienen convicciones bien distintas de las mías y no escabullir el bulto. En todos esos casos, al fin, sus ideas son bien relevantes para comprenderlos como autores; y si me gustan es porque sus ideas algo me dicen. Por cierto, no podemos trabajarlos como un grupo unificado: Entre Borges cuyo talante conservador proviene más bien de su escepticismo y de su defensa del individuo frente a lo colectivo y Dostoievski a quién no pocas certezas le faltaban y crítico del individualismo moderno bastantes diferencias hay. De hecho, es probable que los motivos ‘conservadores’ por los cuales me atraen no sean los mismos.

Si uno se toma en serio las ideas de los autores entonces queda el tema del título. ¿Qué es lo que se puede aprender de una posición conservadora? Dado el atractivo de esos autores se asume que esa pregunta tiene una respuesta, que tiene un contenido -la tarea es descubrir cuál. Dada las características de los movimientos ‘conservadores’ actuales el título bien puede parecer un sinsentido; pero los conservadurismos no son todos iguales y el de Tolkien, por ejemplo, sería difícil conectarlo con las estridencias contemporáneas. Creo que pensar que hay algo que aprender tiene algo de sentido.

Hay un aprendizaje que sólo menciono a beneficio de inventario puesto que es, en la actualidad, más bien trivial (aun cuando en su época no lo fuera tanto): La sospecha y escepticismo sobre las promesas de un futuro perfecto que trae la acción colectiva deliberada. Es parte de la izquierda la creencia en los beneficios de la planificación y regulación -que la acción del gobierno puede traer importantes avances. El pensamiento conservador ha sido más bien escéptico y esto aparece en la obra de estos autores (quizás de manera más clara en el ‘Saneamiento de la Comarca’, el último capítulo del Señor de los Anillos). Y tener algo de ese escepticismo, saber que la planificación y la regulación pueden salir mal, no deja de ser un recordatorio saludable para quienes solemos proponerlos. La conclusión será distinta que la que obtiene un conservador (más un ‘ten cuidado’ que ‘no lo hagas nunca’), pero recordar los límites es siempre algo positivo.

Me parece más interesante otro aspecto que es común (aunque no ocurre siempre) entre conservadores: el elogio a la simple vida cotidiana del común de las personas; la sensación que es ahí (y no en otro lugar) donde se puede realizar una vida humana, en el encuentro con otros en las actividades normales de la vida. En Tolkien eso es muy claro. Está la célebre frase que dice Thorin al final del Hobbit:

Hay en ti muchas virtudes que tú mismo ignoras, hijo del bondadoso Oeste. Algo de coraje y algo de sabiduría, mezclados con mesura. Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, éste sería un mundo más feliz.

Pero también toda los capítulos iniciales del Señor de los Anillos, en su descripción del cumpleaños de Bilbo, hay también toda una celebración de la simple cotidianeidad. He citado no sólo la frase de ‘si muchos de nosotros’ para enfatizar que Tolkien no se reduce a elogiar esa cotidianeidad, sino que le asigna los rasgos de la sabiduría y la virtud. No es simplemente algo bueno, sino que ahí es que se juega la vida (y que justamente ‘uno mismo ignora’).

En Borges esto no es tan claro, pero uno puede recordar un comentario que hace sobre Chesterton. El mismo no dice que comparte esa visión, pero dado cuanto declara su gusto por el autor británico, quizás no esté tan lejano

Chesterton pensó, como Whitman, que el mero hecho de ser es tan prodigioso que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de cómica gratitud (Sobre Chesterton en Otras Inquisiciones)

Pero es también una actitud que aparece en varios de sus poemas. Así, por ejemplo en Arte Poética en El Hacedor (que, a decir verdad, es uno de los mejores libros de Borges)

Cuentan que Ulises, harto de prodigios

lloró de amor al divisar su Itaca

verde y humilde. El arte es esa Itaca

de verde eternidad, no de prodigios

Uno puede comparar esa referencia a Ulises con otro uso famoso (Itaca, el poema de Kaváfis). En el poema de Kaváfis Itaca funciona como el fin del camino, pero lo que se celebra es el camino como tal -las aventuras y los prodigios. Lo que se celebra aquí es Itaca misma, ‘verde y humilde’. Puesto que nuevamente eso es lo fundamental

Detrás de la apología a la vida cotidiana también está la actitud del elogio a quienes representan esa vida: las personas comunes. Como nuevamente Tolkien es bien claro en ello, uno puede recordar aquí otras citas de Borges que siguen esa idea: Todas las veces que repite ese mito que hay unos pocos justos en el mundo que lo salvan, pero no saben que son justos que salvan el mundo. Lo que hay es la idea que las personas comunes haciendo su vida normal son los que hacen todo lo que tiene valor y sentido (’14. Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es’, Fragmentos de un Evangelio Apócrifo en Elogio de la Sombra de Borges)

En la izquierda es relativamente común (nuevamente, no ocurre siempre) la idea que lo que tiene valor, lo que da sentido a las cosas, es la participación en la construcción colectiva del destino: Que estar haciendo la historia es lo relevante y que cuando eso desaparece la vida pierde significado. Uno de los problemas del tiempo reciente, una de las razones de ciertos malestares, es que justamente no existiría el horizonte de futuro, la imagen de una utopía (aunque inalcanzable en sí, tenga sentido moverse a), y que dado las cosas pierden sentido. No hay un objetivo que alcanzar ni un para qué de la acción.

Frente a ello la respuesta conservadora es clara: La propia vida cotidiana entrega toda la imagen (y realidad) de una vida buena necesaria. Que una vida humana entre humanos es lo único realmente necesario.

Y diré que eso es cierto. La razón por la cual soy de izquierda es sólo hacer esa vida cotidiana humana más común y más extendida. Que todos los llamados a la lucha histórica me generan más suspicacia que otra cosa (tantas vidas han sido destruidas en nombre de ello). Y que eso es un buen aprendizaje que se puede tomar del pensamiento conservador.

NOTA. Dado lo dicho en esta nota creo relevante darle vuelta a lo de Dostoievski -porque claramente la raíz ahí no es la misma. Incluso diría que la apología de las personas comunes es más de Tolstói.

Ser y acción en un par de citas del Homo Sacer

Revisitando los textos que componen el Homo Sacer de Agamben me llamó la atención la siguiente contraposición.

La primera cita está en El Reino y la Gloria (cito de la versión en francés que es la que tengo).

Au crepúscule de la culture classique, quand l’unité du cosmos antique s’est brisée et qu’être et agir, ontologie et praxis, semblent s’être séparés de manière irrévocable, la théologie chrétienne a èlaboré une doctrine complexe où confluent des éléments venus de la pensée juive et de la pensée païenne, qui tente de lire (et en même temps de recomposer) cette fracture à travers un paradigme gestionnaire et non épistémique: l’oikonomia. (Umbral entre Cap. 3 y 4).

La segunda cita está en Opus Dei:

Ce qui est en question, ce n’est pas le mode d’être et la permanence d’une forma ou d’une substance (c’est-à-dire d’un être qui, selon les terms d’Aristote, «est ce qu’il était»), mais une dislocation de l’être dans la sphère de la praxis, où l’être est ce qu’il fait, où l’être est son opérativité même (II, 8)

Es relevante tomar en cuenta que en ambos casos lo que está analizando Agamben lo hace porque tiene consecuencias para nuestras propias sociedades. El paradigma gestionario que describe, que se ha elaborado en la teología para describir como Dios gobierna el mundo, es equivalente a la forma en que nosotros vemos el gobierno político. En el segundo, el paradigma del ‘oficio’, de la acción que tiene eficacia independiente de las características del actor, que también aparece en la visión del sacerdocio en la teología cristiana aparece entre nosotros en como observamos la labor de un funcionario.

Para describir ese mundo moderno en ambos casos, se hace una contraposición con la mirada de la antigüedad clásica -que sería muy diferente a como el mundo moderno concibe esas situaciones. Pero la perspectiva clásica no es la misma en las dos citas y no es evidente que sean compatibles.

En la primera en el mundo clásico el ser y la acción están unidas: el ser hace lo que le corresponde hacer. No aparece el tema de un ser (Dios) que podría decidir cualquier plan de acción (porque su acción no refleja su ser). Para eso se requiere que el ser no determine la acción. Por otro lado, en la segunda cita lo que aparece es que en la versión ‘moderna’ (la que heredará la visión medieval) el ser se vuelve equivalente a lo que hace: El ser no es más que lo hace ese hacer. Pero si el mundo moderno (el de la visión gestionaria de la política) es uno que es posible cuando el ser y el hacer se separan, cuando el ser no determina la acción, entonces ¿qué es lo que ha sucedido?

Por un lado Dios no deja de ser Dios, no deja de tener ninguno de sus atributos, no importa que acción realice. El ser es independiente de la acción. Por otro lado, tenemos seres que definen sus atributos de ser dependiendo de qué es lo que realicen (y de alguien podrá decirse que es bueno sólo y en tanto realiza las acciones buenas).

Hay dos formas en que se puede articular esas diferencias. La primera es que esta diferencia entre el ser y el hacer corresponde al nivel soberano. Para el soberano, que no tiene principio ni superior, ocurre que en tanto su voluntad es libre y sin restricciones, puede hacer cualquier cosa -y no afecta a su ser. Pero para los seres bajo el soberano, que tienen como principio al soberano, entonces su ser se juega en las acciones que realizan. Puesto que, al fin, son herramientas de ese ser soberano y entonces su ser y su función están entrelazadas.

La segunda opera sobre una diferencia de énfasis (y era algo que Ortega y Gasset comentaba sobre la diferencia, en su caso, entre el medioevo y el mundo moderno). Existiendo articulación entre el ser y el hacer, hay al menos dos maneras. En una de ellas el eje lo tiene el ser, y el hacer es mera manifestación de lo que se es; pero el ser no depende del hacer. El manzano se supone que genera manzanas, pero si no lo hace sigue siendo un manzano. En la otra el eje lo tiene el hacer, y el ser es una forma de pensar el conjunto de haceres, el ser depende del hacer. Un escritor es alguien que escribe, y si no produces escritos, no eres en realidad un escritor. Ese último énfasis sería la diferencia que instalaría la modernidad.

Estas articulaciones harían compatible las dos afirmaciones, pero además muestran todo lo que se esconde en esa articulación. Así, Agamben (es lo que discute en el Capítulo 4 del Opus Dei), discute el hecho que los modernos han convertido a la ética en un asunto del ‘deber ser’ (lo que contrapone a la ética aristotélica, donde la ética es un asunto de un hábito, por eso es una ética de las b), como un legado de ese discurso en que el ser se juega en el hacer. Contrapone eso con la ética aristotélica, donde estamos ante un hábito, por eso una ética de la virtud. La virtud también articula el ser y la acción (se es bueno en la medida en que habitualmente se actúa bien), pero esa articulación no es identificación: la ética no es una teoría del acto bueno (como lo es en Kant, paradigma de la ética como deber), sino una teoría del actor bueno (que quiere hacer el bien), y que siendo un hábito, una disposición sigue existiendo incluso cuando no se está en el momento de realizar. Y sin embargo, el ‘deber ser’ también se ha articulado -y ello ha sido también dominante- en una visión de la ética donde el ‘ser’ se separa del ‘deber ser’, correspondiendo a esferas separadas (como en la cuchilla de Hume, donde enfatiza que no se puede pasar simplemente del ‘ser’ al ‘deber ser’, que en ese tránsito se pasa a una esfera independiente). Más aún, esa diferencia entre la esfera del ser y la esfera del deber ser se puede articular con varias características de como se piensa al funcionario -que cuando ejecuta una acción no está comprometido moralmente con ella, eso es lo que permite al funcionario ser ‘neutral’: al servidor público (o el funcionario de una empresa) opera como servidor justo cuando la moralidad o justicia del acto está en otro actor y con ello se establece un campo de la acción donde no cae la lectura ética. Luego, la ontología donde el ser y el hacer se vuelven equivalentes, y que genera una mirada de la ética donde ella se piensa como ‘deber ser’ reconstruye esas diferencias en otro lugar; y genera un espacio donde el ser y la ética están separados, que nos vuelve a la primera de las citas: Una muestra de la modernidad como lugar donde se quiebra la relación entre ser y hacer (donde la ética está, como lo hace la modernidad, como parte del hacer).

A su vez uno puede observar que en toda esta discusión sobre la relación ser y hacer, donde Agamben enfatizará la importancia que han tenido conceptos sobre la eficacia, la eficacidad, efectualidad se pueden hacer comparaciones con otras tradiciones. François Jullien publicó en 1997 un Traité de l’efficacité donde el punto de comparación era la antigüedad griega con las tradiciones chinas -con particular, pero no único, concentración en el daoismo. Y en esa discusión aparecía otro tema que es relevante para pensar la relación entre ser y hacer. Uno de los temas que Jullien desarrolla es que la acción, en el pensamiento chino, trabaja en un desdibujamiento de la diferencia entre el actor y la realidad, donde la noción de voluntad pierde mucha centralidad -en contraposición con lo usual en Grecia donde el tema de la voluntad, y por lo tanto la clara diferencia entre el actor con el objeto, es relevante.

Todas estas discusiones, y variedad de distinciones en juego, podría parecer algo relativamente abstracto (y abstruso). Pero al fin, cuando pensamos la vida social, cuando pensamos la acción, esos temas siguen subyacentes. Usamos una de esas distinciones y maneras de pensar, y quizás reflexionar sobre ellas, sobre lo que implican, sobre sus fundamentos, nos permita una mejor observación de dicha vida social.

Del egoísmo e inhumanidad del estoicismo. Leyendo a Séneca

La impresión que el estoicismo tiene subyacente una visión que no deja de ser bien egoísta (bueno, egocéntrica) y en más de un sentido inhumana me apareció en ocasiones leyendo a Epicteto o Marco Aurelio. La impresión se reforzó al leer algunos de los ensayos de Séneca.

But your sorrow -granting that there is any reason in it- tell me, does it have in view your own ills or the ills of him who is gone? In the loss of your son are you stirred by the thought that you have received no pleasures from him, or is it that you might have experienced greater pleasures if he had lived longer (Ad Marciam. De Consolationem, 12).

Aquí Séneca plantea dos posibles fuentes de dolor para la madre ante la muerte de su hijo. Una pensada egocéntricamente, el dolor que sientes por la falta de placer producto de dicha muerte. La otra es el dolor que uno siente por los problemas del otro. Ahora, el texto se centra -latamente- en los primeros: que la fuente del dolor es la ausencia de placeres por parte de quien está doliente. De los segundos, los pasa más bien rápidamente, y se concentra en el lugar común estoico que la vida es un desastre, luego la muerte no está mal.

Lo que desaparece es la perspectiva individual que valora la vida del otro y se duele simplemente que el otro ya no esté vivo. En otro momento, Séneca nos dice frente a ello que ‘let us consider that the dead are merely absent, and let us deceive ourselves’ (19). Frente a ese tipo de dolor, se nos propone volver a la perspectiva egocéntrica.

Se podrá decir, y no faltaría en ello razón, que estamos ante una consolación, y que claramente tiene un objetivo práctico (el que la persona salga de su dolor), que esta visión egocéntrica, por lo tanto, no dice tanto del estoicismo, como del género. No creo que ello sea suficiente.

All these fortuitous things, Marcia, that glitter about us -children, honours, wealth, specious halls and vestibules packed with a throng of unadmitted clients, a famous name, a high-born or beatiful wife, and all else that depends upon uncertain and fickle chance- these are not our own but borrowed trappings; not one of them is given to us outright (Ad Marciam. De Consolationem, 10)

Podemos observar entonces que la perspectiva central trata a todas las cosas y a todas las personas como iguales -en tanto son cosas externas, sujetas a la fortuna). Eso si es muy estoico y constituye la base esencial de su egoísmo: Por más que el estoicismo comande a tratar bien a los otros, eso no nace de un sentimiento de preocupación por el otro, sino sólo de un deber. Los hijos o las parejas son del mismo orden que la riqueza y los honores. Sólo hay un sujeto en realidad del cual preocuparse.

La severa virtud que recomiendan los estoicos, y aquí hay una cierta conexión con el muy posterior Kant, sólo quiere basarse en ella misma. Y esto nos permite pasar a nuestro segundo punto: el carácter más bien inhumano de esa tradición.

Eve the joy that springs from virtue, although it is a good, is not nevertheless a part of the absolute good, any more than are cheerfulness and tranquility, although they spring form the noblest origins; for goods they are, yet they only attend on the highest good but do not consummate it. But whoever forms an alliance between virtue and pleasure -and that too, not an equal one- by the frailty of one good dulls whatever power the other may have, ad sends beneath the yoke that liberty wich remains unconquered only so long as it finds nothing more precious than itself (De Vita Beata, 15)

Lo que resulta normal -que del amor al bien resulte un sentimiento de agrado cuando se hace el bien- es algo más bien preocupante. No es tan sólo que se rechace que ello sea parte del bien absoluto, sino que esa alianza (societatem) más bien puede debilitar la virtud.

Lo que está detrás es, finalmente, un rechazo a verse conmovido por el mundo y por los otros. Es una virtud solitaria. Así:

Yet it is better to accept calmly the ways of the public and the vices of man, and be thrown neither either laughter nor into tears; for it is unending misery to be worried about the misfortunes of others, just as it is a useless show of humanity to weep and pull a long face because someone is burying a son (De Tranquillitate Animi, 15)

La empatía es algo a abandonar. Este rechazo a la compasión, que se traduce finalmente en esta apología al no preocuparse mayormente del otro, está asociada a una imagen muy negativa de la vida humana. Al inicio del capítulo que citamos, Séneca nos plantea que ‘for one is sometimes seized by hatred of the whole human race’ (15); aunque Séneca rechaza ello, y dirá que frente a los problemas de la humanidad mejor la risa (que los vicios humanos son más bien ridículos que otra cosa), no es raro que esa sea la conclusión de toda una visión que rechaza el contacto con otros y verse afectado por ellos.

La frialdad es raíz de muchos males. Y el estoicismo es una doctrina fría.

NOTA. Uso la edición de Loeb (Moral Essays II, LCL 254, traducción de John W. Basore)

Humanismo y normatividad en Chernilo. Leyendo Sociología filosófica (2021)

No deja de ser extraño leer un texto con el cual compartes las conclusiones de las apuestas (un cierto aprecio por la tradición ilustrada, una defensa del universalismo en términos normativos y explicativos), pero no los fundamentos de esas apuestas. Procederemos en esta entrada entonces a discutir algunas de esas ideas fundamentales.

En primer lugar, nos centraremos en la percepción de Chernilo que recuperar la complejidad de la noción de lo humano requiere salir de un presunto reduccionismo naturalista. Luego, abordaremos como Chernilo aborda la relación entre la sociología y los temas normativos.

Un tema que se repite de varias formas es la relevancia de reconocer una dualidad en lo que corresponde al ser humano. Cómo lo observa en torno a la antropología filosófica alemana:

Su orientación general es la idea de que una aproximación dual, tanto científica como filosófica, es necesaria para lograr este objetivo puesto que esa dualidad es constitutiva de la propia existencia humana: los seres humanos son en parte organismos vivos controlados por sus impulsos, emociones y procesos adaptativos al mundo natural, y son también seres conscientes que se definen por sus percepciones intelectuales, estéticas y morales (Cap. 2, p. 58)

En particular, en no reducir al ser humano a ser visto como un mero ser natural. De alguna forma, eso debiera tener consecuencias normativas.

Me resulta imposible observar dicha relación. Si se quiere, Chernilo asume q pensar en el ser humano como un ser natural si más (como otra especie en el mundo) implicaría una serie de limitaciones. Pero esas limitaciones son, a lo más, una limitación de ciertas formas de pensar ‘naturalmente’ al ser humano, no provienen de esa aproximación como tal. Por ejemplo:

Una segunda crítica al reduccionismo naturalista depende de la primera y sostiene que el naturalismo falla porque es incapaz de dar cuenta de las ideas que le sirven de base. Sin importar si la entendemos como una empresa científica, religiosa o filosófica, la pregunta sobre qué nos hace humanos se sostiene en intuiciones intelectuales y morales que no son reducibles a cuestiones biológicas o relaciones causales. La crítica es distinta a aquella que se centra en si la autonomía de la conciencia puede o no comprenderse, científicamente, como un fenómeno emergente a partir de interacciones neuronales. Dice más bien relación con el hecho de que las motivaciones universalmente humanas que son constitutivas de la ciencia, la filosofía, el arte o la religión no pueden incluirse en el conjunto relativamente estrecho de actividades humanas que son esenciales desde el punto de vista de la adaptación física y reproducción material de la especie (Introducción, p. 24)

Asumamos que sea cierto que dichas motivaciones no pueden incluirse en aquellas actividades que son esenciales para la adaptación. ¿Qué tiene que ver con ello con una aproximación naturalista? A lo más dicen: ‘esta aproximación naturalista no da cuenta de tales cosas’. Queda abierto, como asunto a investigar, entonces la posibilidad de establecer una visión naturalista que sí pueda dar cuenta de ella. Como muchas críticas filosóficas, está la tentación de reducir lo que puede dar una aproximación científica a su estado en ese momento. Pensemos en un observador filosófico de la física que en el siglo XVIII dijera, ‘las características intrínsecas de los diversos tipos de materia no pueden explicarse por el conjunto relativamente estrecho que puede explicar la física’; y ese observador habría tenido razón sobre lo que podía explicar la mecánica clásica, pero no sobre lo que puede explicar la física. Pasa la investigación, y la física sí pudo dar respuestas a esas preguntas.

El reduccionismo no me parece tanto de una mirada naturalista como tal, sino de la mirada filosófica. Volviendo a la primera cita, ¿por qué pensar como dualidad el hecho que el ser humano es una especia biológica que es un ser consciente que se define por sus percepciones intelectuales, estéticas y morales? Del mismo modo que un águila es un ser alado, el Homo Sapiens es un ser cultural y normativo, con ideas de naturaleza humana.

Una ventaja de una aproximación naturalista es que cada uno de los elementos que el mismo Chernilo discute como propiedades antropológicas ‘ineludibles para entender la dimensión normativa de la vida social’ (Cap. 2, p. 68), auto-trascendencia, lenguaje, evaluaciones morales etc., pasan a ser preguntas a resolver en la investigación, no cosas que se postulan. (¿Cómo sucede que emergen estos tipos de seres con tales características?, puesto que como todo ser biológico, los seres humanos son producto de un camino histórico). Y son preguntas relevantes.

Detrás de todo esto hay una tendencia en el pensamiento de Chernilo que creo errada. Es la idea que (1) lo que es universal no es social, que (2) corresponde a cierto nivel trascendental. Mi impresión es que esto se hace para darle peso a una afirmación que es correcta: la idea que por más traspasado por elementos sociales sea lo humano, no es exclusivamente social (que estamos dentro y fuera de la vida social). Esa conclusión no requiere esos fundamentos. Primero, nada evita que existan elementos sociales, generados a través de la interacción, que sean universales -al fin, si la interacción y las relaciones sociales tienen sus propiedades nada obsta a que algunas de sus dinámicas crucen toda la vida social. Más en profundidad, y esto toca al punto ‘trascendental’: lo social precede a lo humano en nuestro linaje evolutivo. Sea cual sea el punto de inicio de lo humano (en el Homo Sapiens, en Homo, en los homínidos), ya éramos sociales antes de ser humanos. La aparición de lo humano es un evento en la historia de la vida, no un cambio filosófico en la esfera del ser.

Chernilo discute varios elementos en su análisis de la relación entre la sociología y los aspectos normativos. Hay asuntos con los cuales concuerdo plenamente (la insistencia en que la investigación sobre diversos temas ‘solo es posible si lo normativo es conceptualizado como normativo’, Cap. 1, p. 54). La insistencia en que (1) toda sociología usa una determinada visión de lo humano y que (2) de esa visión se siguen compromisos normativos, me resulta -por el otro lado- más bien extraña.

Para ilustrar la aproximación de Chernilo usaré una cita de su análisis de la sociología de Luhmann.

Pongo un ejemplo: si se sostiene que el mercado es una relación social que genera progreso social, es decir, si la competencia es vista como un valor, ello es así porque atribuimos que los seres humanos poseen un conjunto de cualidades (por ejemplo, la creatividad) y motivaciones (por ejemplo, el deseo de ganancia) que se ven potenciadas por relaciones sociales de competencia. Las ideas normativas son tales porque se corresponden con lo que suponemos son las propiedades virtuosas que nos constituyen como seres humanos y a partir de las cuales establecemos relaciones mutuas (Cap. 6, p. 170).

Me parece que hay (bueno, de acuerdo a de Hume, y concuerdo con él, siempre pasa eso cuando se pasa de lo descriptivo a lo normativo) hay un par de premisas y de saltos ocultos. Supongamos por ahora que esa afirmación sobre el mercado requiere esos atributos de los seres humanos. Demos por cierto que son virtuosos esos atributos y entonces lo que se desprende de ellos será positivo; y que por lo tanto esa afirmación normativa sobre el mercado depende de ese atributo antropológico.

Lo que no resulta muy visible es que dar por virtuosas las propiedades que nos constituyen como seres humanos es un juicio puramente normativo, y que bien se puede discutir. Tengo la impresión que la idea que la naturaleza humana en sí mismo es algo negativo, algo a ser superado, ha aparecido en más de una tradición intelectual. Si ello es así, entonces no hay camino directo de las afirmaciones antropológicas a las consecuencias normativas. La afirmación que las conecta (‘la naturaleza humana es algo positivo’) puede ser correcta, el caso es que se la requiere para hacer ese paso.

Pensemos en la discusión sobre nacionalismo y cosmopolitismo que realiza previamente en el texto (Cap. 3). Hay una tensión entre un hecho (sucede que el estado nacional es la unidad política más común y que genera lealtades) y una normatividad (derechos humanos universales). Ahora bien, esa tensión emerge del hecho que no resulta superar esa lealtad a la nación, y ¿a qué se debe? Bien podría argüirse que eso se debe a una característica universal de nuestra humanidad: Al hecho que, entre otras muchas otras cosas, somos seres tribales, y preferimos a nuestra tribu que a otros. Combinando ello con otras de nuestras características (que podemos estar en múltiples identidades, que podemos ‘salir’ de ellas etc.) surgen diversas posibilidades. Incluyendo diversas posibilidades normativas: rechazar lo que surge de algunos de nuestros atributos antropológicos, tratar de combinarlos etc. Lo que nos interesa remarcar es lo que habíamos planteado: Que del atributo antropológico no hay camino directo a la conclusión normativa.

En última instancia diría que parte de los problemas emerge de la preocupación por que la sociología tenga algo que decir de temas normativos (y la forma más sencilla de lograr eso es si se puede hacer una transición). La siguiente cita es ilustrativa:

La paradoja que así se configura es que si bien la mayoría de los sociólogos sí están interesados en cuestiones normativas (por ejemplo, en relación con sus propias justificaciones acerca de por qué se dedican a la sociología), ello no se traduce en la necesidad de explicar sociológicamente qué son y como se construyen tales ideas normativas (Cap. 2, p. 73).

¿Qué significa ese explicar sociológicamente esas ideas normativas? Elo va más allá de decir ‘la causa que en el contexto X se mantenga la norma Y es por la dinámica Z’. Ese tipo de explicación sociológica es una que Chernilo encuentra insuficiente en términos del proyecto de la sociología filosófica (es el tipo de explicación de un Bourdieu). La idea es dar una explicación sociológica que al mismo tiempo dé una justificación normativa. Es esa conjunción la que le interesa a Chernilo.

Ahora bien, la sociología no es un discurso total de lo social. Como todo discurso hay miles de cosas que quedan fuera, y no por quedar fuera dejan de ser relevantes. Lo normativo se cuenta entre ello. No hay, no debe haber, una explicación sociológica de lo normativo. Y ello por la simple razón que lo normativo es un tipo de razonamiento en que todos participan en igual pie, de lo normativo todos discutimos sin mayor peso que el de ser personas; pero la sociología es (al menos, aspira a ser) un saber especializado. Nadie más sabe que otro de lo normativo, y todos estamos en iguales condiciones para evaluar esos juicios; con respecto a la sociología si cabe plantear que hay un saber que no se domina igualmente.

Usé la noción de ‘no debe haber’ en el párrafo anterior. Porque estamos ante un punto normativo: ¿Corresponde que la sociología esté atenta o se vea afectada por lo normativo? Sea. Pero la idea que a partir de lo que puede decir la sociología (u otra ciencia social) se pueda fundar un discurso normativo encuentro que es incorrecta normativamente.

En cualquier caso, estas discusiones muestran que el proyecto de esos ‘ensayos de normatividad social’ es uno relevante; que es motivo y justificación suficiente para un texto.

La idea de la comunidad política (una nota leyendo Against Political Equality, de Bai Tongdong

La disputa de la hegemonía política y económica tiene sus efectos intelectuales. Hasta donde alcanza mi entender, entre los intelectuales chinos ha aparecido una corriente que busca generar un pensamiento político propio, ya no enmarcado en las tradiciones del occidente. El texto de Bai Tongdong, Against Political Equality (Princeton UP, 2019), intenta generar una propuesta confuciana para una política moderna, que supere los problemas (insolubles internamente de acuerdo a Bai) de la democracia. Por cierto, su posición no implica un rechazo total a la tradición occidental, y a la democracia liberal, lo que hace es integrar ciertos elementos bajo un marco confuciano (en estricto rigor, es Mencio el autor central). No voy a desarrollar aquí una visión del argumento completo -sigo en la lectura del libro-, pero quiero comentar una cita del texto, porque muestra, creo, la dificultad de la tradición, si se quiere, republicana.

Lo que está discutiendo Bai es la relación entre lo público y lo privado; y que el argumento confuciano es la búsqueda de alguna forma de reconciliación entre ambos elementos. Discute algunos casos célebres en el pensamiento chino. El caso que discute Confucio en los Analectos sobre si la persona moral es la que denuncia a su padre cuando roba una oveja, y la respuesta de Confucio que el deber filial es mayor y no debiera ser denunciarlo. En el libro homónimo, Mencio, discute un caso similar -pero ahora sobre un asesinato, y el hijo es un gobernante- y la respuesta de Mencio es que debiera ser castigado, que el juez local (no el gobernante) debiera aplicar la ley. Ante la respuesta del discípulo en torno ¿a qué sucede con el deber filial? Mencio continua diciendo que -entonces- el rey debiera reununciar a su puesto, y sólo ahí el tema filial pudiera ser relevante; pero las autoridades públicas deben cumplir la ley. Bai procede a discutir como a lo largo de esos casos se establece una compleja ponderación de diversos elementos.

Lo que me interesa destacar aquí es como Bai presenta la situación (en particular, el caso de Mencio):

Clearly, there is a conflict of duties for Shun the sage ruler: a filial duty to his father and a public duty to the state (Cap. 6, p. 144)

Muchas veces algunos elementos cruciales de un pensamiento se muestran en aquello que está ausente. En este caso entre la familia y el Estado lo que desaparece es la comunidad política. Y la idea de la comunidad política, y que es ella a la que corresponde plenamente el espacio de lo público más que la estructura organizacional que es el Estado, es precisamente la idea fundante de todo el proceso que terminó en el pensamiento democrático moderno. Su ausencia en un texto que discute con el pensamiento democrático liberal moderno nos muestra cuan difícil resulta esa idea. La ausencia, al parecer, no es sólo de Bai. Graham en su El Dao en disputa menciona que en el pensamiento filosófico clásico la relación con la política opera en la contraposición entre la alabanza en la participación del sabio en el Estado y la defensa anarquista de alejarse de ello y de toda dominación. Lo que no existe es la construcción política de la comunidad (el sueño de una construcción colectiva que no es dominación).

Y habrá que recordar que es una idea difícil, porque de hecho, nosotros no es tan claro que seamos realmente herederos de ella. La idea de la comunidad política, polis o res publica para usar palabras de los lenguajes en que se inventaron, es propiamente una idea de la antigüedad clásica. Pero, como Agamben ha argumentado, buena parte de nuestras nociones políticas no provienen de ahí, sino más bien del oikos. Lo que nosotros queremos hacer es gobernar la sociedad, y en más de un sentido los ideales clásicos son en oposición a la idea de gobierno, en particular, en oposición a la separación entre gobernantes y gobernados. No por nada, por ejemplo, Rousseau separa la relación del ciudadano de la del súbdito y al fin la labor del gobierno interactúa con súbditos.

Ese ideal de decisiones colectivas sin dominación que resulte aplicable en sociedades complejas sigue sin ser muy asible, sigue en el mundo del sueño.

A propósito del humanismo, y de su pérdida

Ayer escuchaba una presentación del libro de Daniel Chernilo (Sociología y Filosofía, LOM, 2021) y apareció, creó que lo comentó Rodrigo Cordero, uno de los temas regulares en su pensamiento: la crítica a todas esas visiones que critican al humanismo, y que intentan ya sea superarlo o quitarlo del camino. Por otros motivos, hoy estuve hojeando el Doctor Faustus de Mann, y ahí apareció un personaje que se declara humanista, el Doctor Serenus Zeitblom; y recordé que en La Montaña Mágica uno de los personajes más entrañables, Settembrini, tiene la misma lealtad.

Alguna vez escribí sobre Settembrini (y el carácter del credo ilustrado, link aquí), dejemos hablar a Zeitblom aquí:

I am a thoroughly even-tempered man, indeed, if I may say so, a healthy, humanely tempered man with a mind given to things harmonious and reasonable, a scholar and conjuratus of the “Latin host”, not without ties to the fine arts (I play the viola d’amore), but a son of the muses in the academic sense of the term, who gladly regards himself a descendant of the German humanists associated with Letters of the Obscure, an heir to Reuchlin, Crotus of Dornheim, Mutianus, and Eoban Hesse. Though scarcely presuming to deny the influence of the demonic on human life, I have always found it a force totally foreign to my nature and have instinctively excluded it from my worldview (Cap. I)

Creo que es importante destacar que Zeitblom es un personaje relativamente mediocre (toda la idea es que él, alejado tanto del genio, cuente la historia de alguien a quien sí aplica el calificativo); y que Settembrini se nos muestra algo inferior dialécticamente a Naphta en sus respectivas discusiones. Los representantes del humanismo, inquebrantables por cierto en su convicción, no son personajes fuertes.

La debilidad del humanismo no es sólo de los personajes. La Montaña Mágica trata sobre la situación antes de la Primera Guerra Mundial; el Doctor Faustus es sobre la cultura alemana de la emergencia del nazismo. En ambos casos de lo que se trata es mostrar una situación histórica concreta: de toda una cultura que se orienta ante una herencia humanista, que ve como anticuada (y tanto Zeitblom como Settembrini se presentan a sí mismos en esa lógica, incluso Settembrino que se ve a sí como progresista, se percibe a sí como heredero de una larga tradición de defensa de lo progresivo) y cuyos prejuicios y anteojeras deben ser superados.

No debiéramos nunca olvidar que el intento de mirar al humanismo en menos ya se hizo; y los resultados de ello fueron, para ser increíblemente eufemísticos, deplorables. Es cierto que el humanismo tradicional no es suficiente: esa cultura resultó insuficiente en aquella ocasión; no por nada Zeitblom es mediocre y Settembrini es derrotado. Y sin embargo, lo que nos muestran estas novelas es que hay pérdida, y no menor, cuando simplemente se abandona el humanismo.

Universalismos, normatividad y descripciones. A propósito de la introducción de Chernilo a ‘Investigaciones políticas’ de Fine.

Leyendo el estudio introductorio que escribió Daniel Chernilo a la reciente traducción de Investigaciones Políticas de Robert Fine al español me percaté de algo que me ha llamado siempre la atención en los argumentos de Chernilo: La derivación de consecuencias normativas de la afirmación de lo humano como elemento universal (común).

Algunas citas para ilustrar la aproximación (y mostrar por qué siempre me llama la atención)

El compromiso central de la teoría social de Fine se refleja directamente en los ataques contemporáneos, tanto de izquierda como de derecha, al potencial emancipatorio del universalismo. Una idea universalista de humanidad -una concepción que incluya a todos los seres humanos sin importar nuestra nacionalidad, religión, clase o género- es la intuición normativa más importante de la modernidad, una que la humanidad ha de sacrificar poniéndose ella misma en riesgo (p. 14)

Una perspectiva cosmopolita ofrece un sentido de pertenencia humana explícitamente inclusiva y esa orientación universalista está al centro de la tradición de la teoría social (p. 26)

Uno podría encontrar en otros textos de Chernilo (estoy pensando particularmente en Debating Humanity) donde se desarrolla la misma idea. Defender el universalismo teóricamente (los seres humanos compartimos ciertos rasgos en común) implica una consecuencia normativa (como debemos tratarnos entre sí a estos seres humanos); y esa consecuencia normativa tiene su mejor (¿único válido?) razón en el universalismo.

Es necesario puntualizar que Chernilo (y Fine) no plantean sólo universalismo. Hay un reconocimiento que las vidas humanas se mueven entre lo universal y lo particular:

Se trata de una versión dialéctica porque no hay tal cosa como universales genuinos sin particulares desplegados integralmente: ambos momentos se presuponen, necesitan y complementan entre sí. De hecho, la / actualización de ideas universalistas es siempre perfecta e incompleta, la elucidación normativa de las ideas universalistas es siempre histórica y dialógica antes que trascendente y autoritaria, y toda posible implementación de sus principios es siempre una cuestión que se despliega en conflictos sociales y disputas políticas (pp. 36-7)

No sé si me convence demasiado esa formulación (encuentro que lo particular sigue cargado negativamente), pero e cualquier caso muestra que el argumento efectivamente integra el momento particular.

Ahora, las equiparaciones que se hacen entre los aspectos universales y la normatividad no me parecen convincentes. Hay dos temas fundamentales: (1) Que de la universalidad empírica no se sigue la universalidad normativa; y (2) que la normatividad requiere de un supuesto que no es tan evidente (es un supuesto común, pero no es estrictamente necesario).

El primer punto es fácil de observar. Hay características que se pueden defender son universales entre los seres humanos y sus grupos que están en contra de universalismo normativo: La diferencia entre endo- y exogrupo aparece siempre; y podemos notar que la mayor parte de las veces tiene aparejada una normatividad (no se trata igual a personas del endo- que de exogrupo). Y esas son consecuencias normativas bien alejadas del universalismo normativo. La defensa que empíricamente hay una común humanidad no implica la defensa normativa que debiéramos incluirnos a todos en una comunidad de iguale derechos.

El segundo punto puede ser algo más complejo, pero es defendible. Pasemos por alto el primer punto por ahora, supongamos que se puede realizar ese paso -que no hay nada en nuestra universalidad empírica que esté en contradicción con una normatividad universal. En ese caso para poder pasar de X (‘los seres humanos tienen características comunes a todos’) a Y (‘luego deben ser incluidos todos de la misma forma’) se requiere una premisa normativa bien específica: Que lo natural (esa naturaleza común) es bueno, y por lo tanto lo bueno es lo que se amolda a esa naturalidad. Dije que es un supuesto muy común -en la modernidad y en cierto sentido en el cristianismo es el supuesto usado (Dios vio que el mundo era bueno). Pero no es un supuesto lógicamente necesario: podríamos pensar que el mundo es algo negativo, y por lo tanto lo natural es lo que debe evitarse. La naturaleza común de la humanidad, que es un rasgo del mundo, no fundaría nada ético, si el mundo, la naturaleza del mundo, es algo más bien negativo.

Puede ser que la premisa normativa que subyace sea una premisa normativa correcta, que toda argumentación que la use no sea coherente o realizable. No entraré en ese asunto. Lo que me interesa subrayar es que esa premisa normativa subyace a la argumentación y que ella debe defenderse. No hay paso directo hacia la normatividad de lo universal sin esa idea (o quizás también otras, no estoy haciendo una exposición lógica completa del argumento).

Los dos argumentos que hemos dado contra a equiparación empírica/normativa de lo universal son de distinta índole. El primero es una crítica que refuta la idea (‘he aquí un caso que muestra que ello no ocurre’); el segundo es más bien señalar la ausencia de un paso (‘falta fundamentar esta premisa’). Ahora bien, ambos nos muestran que resulta necesario darle más de una vuelta de tuerca a las posiciones que estamos comentando.

NOTA. El juego del comentario puede llevarse a límites algo grotescos. Aquí estoy comentando un comentario (introducción) de Chernilo a un comentario (el libro de Investigaciones políticas) que Fine hace sobre la obra de Kant, Hegel y Arendt. En algún momento hay que volver al asunto y no sólo a los discursos del asunto (y ya sé, todo es discurso, pero se entiende la diferencia de cualquier modo).

Recordando cuál es la intención de la ‘neutralidad valorativa’ weberiana

Ordenando mis libros, me topo con mi edición de los Ensayos sobre metodología sociológica. El último de ellos es el célebre ‘El sentido de la «neutralidad valorativa» de las ciencias sociológicas y económicas’ (que es de 2017). Al hojearlo recordé algo que también es claro cuando uno revisa la conferencia de La Ciencia como vocación: que Weber al desarrollar la idea de neutralidad valorativa tiene un escenario muy concreto en mente.

Veamos la cita:

Quien aún hoy reclame para ellas [las Universidades] y, por lo tanto, para sí mismo, en virtud de su carácter de profesor universitario, el papel universal de forjar seres humanos, de propagar una conciencia política, ética, estética, cultural o de otro tipo, tendrá una posición diferente de quien crea necesario afirmar el hecho (y sus consecuencias) de que el aula académica desarrolla hoy sus efectos realmente valiosos solo mediante la enseñanza especializada por parte de personas profesionalmente calificadas, y que, por lo tanto, «la honestidad intelectual» es la única virtud específica que se debe inculcar. En apoyo del primer punto de vista pueden aducirse tantas argumentaciones últimas como en favor del segundo. Este -que yo personalmente acepto-, en particular, puede derivar de una apreciación más entusiasta, o bien de otra, muy modesta, acerca de significado de la formación «profesional». Para defenderlo no es preciso desear que todos los hombres, en su fuero íntimo, se vuelvan en lo posible «especialistas» puros. Por lo contrario, basta con que no se desee ver las decisiones de la vida, eminentemente personales, que un hombre debe adoptar, confundidas con la formación especializada, por alto que pueda valorarse la significación de esta, no solo para el cultivo intelectual general de los jóvenes, sino también, indirectamente, para su autodisciplina y su actitud ética, basta, además con que tampoco se desee que su solución basada en la propia conciencia del oyente sea sustituida por una sugestión de la cátedra (p. 224, edición Amorrortou).

En la cita aparecen varios elementos que son muy típicos de Weber -la idea que no es posible resolver racionalmente los problemas éticos, la obsesión con las consecuencias de la especialización. Lo que nos interesa ahora es que la cita muestra además el contexto de toda la discusión en Weber: lo que se puede o no se puede decir en una cátedra. Además, y en la Ciencia como vocación esto es incluso más claro, en una situación en que el prestigio intelectual del docente era muy alto, donde difícil resultaba a cualquier estudiante a disentir de su profesor (si eso todavía puede resultar complejo a veces, es cosa de imaginarse en el Imperio Alemán a principios del siglo XX).

Entonces el argumento es muy sencillo: Tu profesor has sido elegido para dar clases debido a un cierto saber especializado, no por otra razón. ¿A que vienes que declames desde la cátedra sobre los temas de la ética, cuando sobre ellos no tienes autoridad especial? En esos asuntos, tus alumnos (o cualquiera) sabe tanto como tú, o al menos no hay nada que impele a pensar a que en ello tu visión sea particularmente sabia. A lo más, podrá decirse que en virtud de un cierto dominio del conocimiento especializado podrías manejar las virtudes intelectuales -la vieja idea de la honestidad intelectual. Sin embargo, el que te aproveches de usar tu posición como profesor para hablar de asuntos donde no tienes autoridad, bien puede hacer pensar que en realidad tampoco dominabas esas virtudes.

¿Habrá que decir que el argumento de Weber es correcto? Quizás haya que hacerlo, porque el número de personas que usa indebidamente su posición no es menor. Lo que demanda Weber puede ser complejo, eso no quita que se debe aspirar a ello.

En última instancia, si se quiere aportar a la propia posición moral y política desde el conocimiento, pues que se haga. Pero en el espacio que corresponde: en la palestra pública, donde todos pueden contestarte. No en la cátedra donde tú tienes poder.

La libertad de pensamiento en Spinoza. El Tratado Teológico-Político (1670)

De donde resulta que se tiene por violento aquel Estado que impera sobre las almas, y que la suprema majestad parece injuriar a los súbditos y usurpar sus derechos, cuando quiere prescribir a cada cual qué debe aceptar como verdadero y rechazar como falso y qué opiniones deben despertar en cada uno la devoción de Dios. Estas cosas, en efecto, son del derecho de cada cual, al que nadie, aunque quiera, puede renunciar (Capítulo XX, p. 239 de la edición crítica de Gebhardt)

Spinoza publicó el Tratado Teológico-Político sin usar su nombre y de forma algo clandestina (como muestra la portada de la primera edición en la imagen usada en esta entrada). Sabía que su defensa de la libertad de pensamiento y su crítica de la pretensión de la teología de ser un saber fundante que determina qué es lo que puede decirse (y pensarse) sería un escándalo. En lo cual no estaba equivocado, y los dirigentes religiosos de las Provincias Unidas (la Iglesia Reformada oficial) respondería intentando censurar el texto. A nosotros la defensa de la libertad de filosofar y la crítica a que todo saber deba ser aceptado por la teología nos parece adecuado, y el polémico texto de Spinoza es visto ahora como fundante de cosas básicas en la modernidad.

Ahora, cuando uno continúa con el argumento no es claro que realmente aceptemos la libertad de pensamiento como lo plantea Spinoza.

Uno de los puntos esenciales del argumento de Spinoza es que no se puede evitar que cada quien piense lo que quiera. El poder político no puede afectar lo que las personas piensan; y uno puede efectivamente traspasar derechos sobre las acciones, pero no sobre el pensar. En última instancia, los seres humanos no pueden evitar pensar.

Por consiguiente, si nadie puede renunciar a su libertad de opinar y pensar lo que quiera, sino que cada uno es, por el supremo derecho de la naturaleza, dueño de sus pensamientos, se sigue que nunca se puede intentar en un Estado, sin condenarse a un rotundo fracaso, que los hombres sólo hablen por prescripción de las supremas potestades, aunque tengan opiniones distintas y aun contrarias (Cap. XX, p. 240)

Más adelante:

Cada individuo sólo renunció, pues, al derecho de actuar por propia decisión, pero no de razonar y de juzgar (Cap. XX, p. 241)

Dado eso, dada la imposibilidad de dejar de pensar, entonces el intento de cercenar dicha libertad incluso de llegar a funcionar (lo que Spinoza niega, porque argumenta que en realidad los seres humanos no saben callar, no pueden evitar opinar lo que quieren y todo intento de represión es siempre infructuoso, ¿toda la historia de las herejías no da cuenta de ello?) no lograría más que el reino de la hipocresía

Pero supongamos que esta libertad es oprimida y que se logra sujetar a los hombres hasta el punto de que no osen decir palabra sin permiso de las supremas potestades. Nunca se conseguirá con eso que tampoco piensen más de lo que ellas quieren. La consecuencia necesaria sería, pues, que los hombres pensaran a diario algo distinto de lo que dicen y que, por tanto, la fidelidad, imprescindible en el Estado, quedara desvirtuada y que se fomentara la detestable adulación y la perfidia, que son la fuente del engaño y la corrupción de los buenos modales (Cap. XX, p. 243)

Hará notar Spinoza que incluso si de esta libertad ilimitada resultaren problemas, ello no obsta para otorgarla:

Reconozco, por supuesto, que de dicha libertad se derivan a veces ciertos inconvenientes. Pero ¿qué institución ha sido jamás tan bien organizada que no pudiera surgir de ella inconveniente alguno? (Cap. XX, p. 243)

La libertad de pensar y decir debiera ser entonces sin límites -porque las personas no pueden evitar pensar lo que quieren.

Spinoza no es un liberal (es algo que Popper recordaba en La Miseria del Historicismo cuando hacía notar su doctrina en torno a la libertad de expresión) y, de hecho, las limitaciones que pone a la acción son bastante amplias. De todas formas, es parte de la tradición liberal diferenciar entre la libertad para decir X y la libertad de acción en torno a X (y eso incluso puede afectar ciertos decires, una declaración que es parte de una conspiración para asesinar no puede refugiarse en la libertad de expresión). Ahora bien, una vez delimitado el espacio del decir entonces su conclusión es, como dije, amplia. En el prefacio de la obra nos dice Spinoza, al resumir el argumento

Concluyo, finalmente, que los poderes públicos pueden muy bien conservar ese derecho [el de determinar y obligar a seguir la ley*], a condición que se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piensa (Prefacio, p. 12)

Nosotros parecía que creemos en ello. Sin embargo, no es así. Se defiende la idea que hay ciertas opiniones que deben prohibirse, que su expresión debe ser castigada por la ley, y luego ser sujeto a la coerción del Estado. Ideas que, por cierto, diremos -y en general, no disiento de ese juicio-, que son aberrantes y espantosas.

Ahora bien, si de ese hecho (que alguien dice cosas horribles) concluimos que lo justo es el castigo, sólo cabrá decir que tan distintos no se es de los dirigentes calvinistas que -en el siglo XVII- intentaron prohibir la obra que comentamos (y que castigaron con cárcel a otras personas en el círculo de Spinoza). Esa persecución nos parece horrible a nosotros.

La diferencia radica en que a nosotros aquellas verdades y cosas innegables (que solo alguien aborrecible podía decir) que mantenían los círculos calvinistas no nos parecen relevantes. Pero de las verdades y cosas innegables (que sólo alguien aborrecible puede decir) que nosotros mantenemos, parece que sí se obtiene la conclusión que es justo y meritorio la persecución. El problema de esos círculos calvinistas, para estas personas, no está en que persiguieran el pensamiento; es que sólo ellos estaban equivocados en que era la verdad y la falsedad.

El llamado de Spinoza por la libertad de pensamiento sigue vigente. Sigue vigente en particular cuando se trata de aceptar que otros digan cosas abominables. Eso era lo que Spinoza exigía y demandaba de su época al fin (que aceptaran que él podía decir las cosas que sus contemporáneos juzgaban abominables).

El argumento que es tiránico intentar que las personas pierdan una libertad que no pueden evitar tener -la de pensar- y de obligarlos a no proceder a continuar el acto natural producto de ella -el de decir lo que piensan- sigue siendo correcto.

* Spinoza dice ‘lo justo y lo injusto’. En capítulos previos establece que lo justo y lo injusto se deriva y corresponde a la ley. Como dijimos, con su defensa de una libertad de pensamiento total, Spinoza no es liberal.

NOTA. Citamos de acuerdo a la traducción de Atiliano Domínguez, en la edición de Alianza Editorial (del año 2017). Usamos la paginación de la edición crítica de Gebhardt, siguiendo la decisión de la edición que estamos usando.