Escuchado el sábado, viajando en micro

Por supuesto no me acuerdo tan bien ahora, y por cierto que el original tiene bastante más estilo que los pobres remedos de frase que escribo ahora, pero siguen siendo de interés:

‘Tengo rabia con todo esto, que nos hacen hacer transbordo… ¿Sabes porque pasa todo esto? Porque esto lo hicieron ricos, gente con plata…. Y este %6$# no paró aquí’

Sólo hacer notar que el tema de la comodidad ha estado medio desaparecido en toda la discusión sobre el Transantiago, pero no deja de ser relevante (entre las cosas que se echan de menos es lo cómodo del sistema: de tu casa a donde quieres ir en un sólo viaje).

Y por cierto, que el tema fundamental (para suerte del Gobierno) no es tanto gobierno que lo hace mal, como ‘ellos’ (los ricos, los poderosos) contra ‘nosotros’ (los pobres). En esas circunstancias, las caídas del gobierno no pueden ser aprovechadas por nadie. Lo cual indica, en todo caso, que el Gobierno no es parte de ‘nosotros’, pero -bueno- eso es relativamente evidente.

A propósito de la encuesta Bicentenario (II) De familias y religión

En fin, entre otras cosas en el tintero se me había olvidado hacer algunos comentarios sobre el tema de la encuesta Bicentenario. Y así, antes que pase más tiempo, algunos puntos sobre los temas ‘valóricos’, o sea familia y religión.

Lo primero es que, definitivamente, al parecer los chilenos entienden que la respuesta ‘liberal, tolerante’ es la buena respuesta. En general, cuando se les insta a reconocer un deber social o se les pregunta si aconsejarían a alguien a acercarse a la ley, los porcentajes son relativamente bajos (o al menos muestran discusión). El 29% cree que los padres deben permanecer juntos por los hijos aunque la relación no esté bien, el 30% aconsejaría a sus hijos no tener relaciones antes de casarse, un 42% aconsejaría a sus hijos no convivir antes de casarse (*).

Ahora, ¿donde hay grandes mayorías? En una parte, con declaraciones que son parte de la ética liberal (por ejemplo, no engañe a su pareja, que es parte de respetar al otro y cumplimiento de los compromisos). Por otra parte, en la familia.

En ese 84% que dice que hay que permanecer en contacto con la familia cercana, aun cuando no tengan mucho en común. El 67% que dice lo mismo con la familia más lejana (**), el 77% que dice que el matrimonio es un compromiso para toda la vida.

Ahora, hay que entender lo que dicen esas declaraciones. Lo peor que se podría hacer sería pensarlas como un núcleo de opinión conservadora. Lo que todas las declaraciones dicen es el deseo y preferencia por la permanencia de las relaciones familiares (estar en contacto, matrimonio toda la vida). Lo que nos dicen es de la familia como centro de la subjetividad, como núcleo central de las relaciones humanas (las personas lo pasan mejor en familia que con sus amigos 70%). En otras palabras, es una familia que no se ordena en torno al deber social, a las funciones de socialización, sino que se ordena en torno a un cierto tipo de relación interpersonal. En última instancia, es el sueño del amor incondicional (***).

Los datos sobre religión siguen una lógica parecida: los chilenos son creyentes, pero definitivamente la religión es un asunto privado (es un asunto en el que intentar convencer no es bien visto). 94% cree en Dios (sin duda alguna), 75% no duda en la existencia de milagros, un 61% dice que Dios es tanto o más importante que su familia.

Por otra parte, un 81% dice preferir que sus hijos decidan en esas cosas por su cuenta (sin que ellos influyan) y sólo un 35% dice que da testimonio de su fe. UN 75% piensa que no es necesaria la religión para tener una vida moralmente buena.

En otras palabras, la religión es buena pero no creo que deba intentar que otros la sigan. Y si otros no la siguen, bueno, tampoco es tan terrible. Los mismos temas de debilitamiento del deber, y en particular de las autoridades paternas siguen presentes.

Ahora, con el tema de la religión podemos -de hecho- concluir con otro punto: Los chilenos pueden ser ‘tradicionalistas’, y en ese sentido conservadores (religiosos, familiares etc.) y al mismo tiempo -y sin contradicción- ‘tolerantes’, y en ese sentido liberales (no hay derecho a imponer cosas). La combinación que realiza la población no indica contradicción, ni una posición intermedia, ni nada de eso.

Pero eso es, finalmente, obvio: Lo contrario de conservador no es liberal, es ser innovador. Lo contrario de liberal no es conservador, es ser autoritario.


(*) Lo interesante de estas cifras es que los padres no parecen tener derecho siquiera al consejo. Ya claramente no a la imposición -hipótesis que parece tan extraña que no fue enunciada siquiera en la encuesta.
(**) El hecho que familia más lejana sean tíos, sobrinos o primos es de interés. Uno pudiera decir que -no es extraño el porcentaje dado que, en verdad, son más bien cercanos. Pero la declaración que es parte del núcleo familiar cercano esas relaciones ya muestra un grado importante de relevancia de la familia. Sea como sea, el dato ya muestra lo relevante de la familia.
(***) Pero, ¿acaso las personas no dicen que los padres pueden separarse a pesar que hayan niños? Y claro, la relación de pareja es -precisamente- la relación que no es incondicional. No tendría sentido preguntar por ‘puede abandonar un padre / madre a su hijo aunque se lleven mal’ porque esa relación se asume y se demanda como incondicional. Sería interesante saber en que lugar queda la relación fraterna. Yo tendería a pensar que se la coloca en el lado de las cosas incondicionales.

De la facilidad de nuestros comentaristas

En principio tenía pensado hacer otro post (dedicado al bueno de Demóstenes y la antiguas democracias griegas) pero se me ocurrió leer la última Qué Pasa.

Y entonces me encuentro con lo siguiente -en el artículo de Felipe Lamarca (No tenemos cara para seguir hablando de las vacas flacas). ‘En los últimos 30 años, gracias a la economía libre, Chile y el mundo han crecido a tasas inesperadas. Somos otro país y tenemos el mayor ingreso per cápita -US$10 mil- de América Latina’

¿Perdón? Usemos 2 fuentes de las usuales para hablar de ingreso per cápita -el Baco Mundial y el Fondo Monetario- y usemos las 2 formas usuales para hablar del mismo ingreso (de acuerdo al valor de cambio del dólar y en PPP, o sea tomando en cuenta las diferencias de precios).

Banco Mundial, usando valor de cambio (método Atlas, que es un método que promedia el valor del dolar en 3 años), Chile tenía el 2005 5.870 dólares. Y México 7.310. Y ahora pensemos en PPP, Chile tenía ese mismo año 10.920 dólares. Pero Argentina tenía 13.800

Pero los datos del Banco Mundial son del 2005, usemos el Fondo Monetario que tiene estimaciones para años más recientes (aunque esas no son cifras oficiales sino estimaciones del staff del Fondo)

¿Per cápita en dólares valor de cambio? Chile el 2006, 8.846 dólares que es superior a México efectivamente (8.066 dólares) y el primero de América Latina.

¿Per cápita en dólares PPP? Chile el 2006, 12.982 dólares. Argentina 15.936 dólares.

Como se puede ver las cifras son distintas (*), así que indica que hay que trabajar con cuidado esas cosas. Pero en todo caso, son claros en algo -en la forma de medición que Chile tiene 10 mil dólares de ingreso per capita, que es midiendo con PPP- Argentina claramente tiene mayor ingreso que Chile.

Ahora, uno puede decir, ¿y para qué criticar tanto a Lamarca? No es que la cifra sea tan crucial en su argumento -incluso si estamos bajo Argentina sigue siendo cierto que somos otro país. Y el punto de Lamarca en su artículo son los costos de ese cambio, así que menos importancia tiene ese punto.

¿Por qué hacer esa crítica? Porque muestra un tema de falta de seriedad. Se supone que Lamarca es un tipo serio que escribe en una revista supuestamente seria. No se pueden usar cifras como las usa uno en una conversación entre amigos -así, al voleo y de acuerdo a la memoria. Al fin y al cabo, conseguirse cifras decentes no se demora mucho (**). En otras palabras, difícil tener una discusión pública más o menos decente si su nivel no sale de lo más elemental. Y parte de eso es que, cuando se van a usar números, bueno hay que preocuparse de usarlos bien

(*) Parte de la diferencia se debe a que los dólares del año 2006 no son los mismos dólares del año 2005. Y parte de la diferencia se debe a las metodologías (por ejemplo, en dólares valor de cambio el Banco Mundial usa un promedio móvil y el Fondo Monetario da el valor del año, que explica en buena parte la diferencia entre 5 mil y algo y 8 mil y algo en un año.
(**) O sea, buscar http://www.imf.org y http://www.worldbank.org no es tan complejo. Y ambos tienen en su página de entrada un link sobre datos. O sea, me tomó 10-15 minutos buscar las cifras. Me imagino que Lamarca bien puede tener un asistente que le haga ese trabajo, si es que no tiene ganas de hacerlo él mismo.

De la modernidad de Chile

He de reconocer que nunca he entendido mayormente las discusiones sobre la modernidad y sobre si Chile es una sociedad moderna o no.

Hasta donde puedo ver, este es un país claramente moderno: Viajo todos los días usando un sistema de transporte público bajo un plan que -malo o bueno- sólo pudo ser creado en una sociedad moderna (¿Alguien conoce algo como el Transantiago en los 1700’s de cualquier sociedad?). Nuestros sistemas de seguridad social podrán ser muchas cosas -malos, muy individuales y poco sociales, con poca cobertura- el hecho es que sólo en una sociedad moderna pasan cosas como tener cuentas de AFP para la jubilación (en realidad, ¿qué sociedad tradicional tiene el concepto de un jubilado que recibe rentas?). Me eduqué en un liceo municipal, y toda la idea de educación universal bajo organizaciones (que además siguen una estructura de 12 años entre educación primera y secundaria) es plenamente moderna. Y así podría seguir con prácticamente cualquier elemento de mi vida cotidiana.

Para el caso, la antiguedad es moderna: Las regulaciones burocráticas que, por ejemplo, nuestro querido estado quiere abandonar para modernizar eran lo que consistía la modernidad hace 50 años. Ahora, alguien pudiera retrucar que lo de la antiguedad moderna es bien restringido, así que no exagere: la antiguedad del mundo rural no es moderna.

Lo cual es cierto, y nos permite además fechar la plena modernidad de la sociedad chilena: Cuando se acabó el inquilinaje, para decirlo de otras formas, el viejo campesinado. El mundo rural puede ser moderno (digamos, uno puede ser un granjero moderno, un asalariado agrícola modernizado). Lo único que, de verdad, no puede ser moderno es el campesino. Para ser precisos, los inquilinos no pueden ser modernos.

Lo que termina mostrando, una vez más, lo central de la Reforma Agraria: Entre otras cosas, marca el punto en que Chile se volvió una sociedad moderna.

(*) El lector, tanto el atento como el desatento, podrá notar que toda esta discusión se basa en que la modernidad es una forma institucional, no un proyecto cultural. Por decirlo de alguna forma, la modernidad no tiene nada que ver con -por decir cualquier cosa- el proyecto para que los seres humanos puedan crear autonomámente la sociedad. Pero eso siempre ha sido, al final, no más que un proyecto político que quiere hacer pasar su propio proyecto como la modernidad. Y todo lo que hace es producir que no observemos lo que efectivamente sucede.

(La necesidad de) Un nuevo diagnóstico

Conversando ayer sobre, bueno que otro tema cuando se reúnen personas del área, posibles estudios y cosas interesantes a explorar, llegamos a la conclusión que estamos faltos de diagnóstico sobre la sociedad chilena.

En los ’90 teníamos un diagnóstico. Quizás no muy bueno, quizás no muy bien fundamentado, pero todo el mundo (desde Moulián hasta Tironi) compartía la idea que lo que había pasado en la sociedad chilena era la incorporación de una sociedad de mercado. Que el eje interpretativo para entender el país era ese cambio y las reacciones de la sociedad a ese cambio.

Sin embargo, ese diagnóstico está ya agotado. Porque en lo que ya no estamos es en la transformación a una sociedad de mercado (sea lo que eso pueda significar). Si ese diagnóstico era correcto, en cualquier caso ya estamos en esa sociedad -y lo estamos desde hace un buen tiempo. El mundo de la transición, en ese sentido, es ya un mundo pasado.

Entonces, ¿qué? ¿Tenemos algo que decir con respecto a la situación y transformaciones actuales de la sociedad chilena? Porque, claro, siempre podemos hablar de las transformaciones globales -y hablar de posmodernismo, de sociedad de la información, de globalización y de lo que sea. Pero eso es lo que nuestra sociedad tendría en común con cualquier otra formación social en la actualidad.

Lo que teníamos antes era, al menos, una cierta idea de los cambios y de la situación específica de nuestra sociedad. Pero ahora, y aparte quizás de Tironi y sus disquisiciones sobre el sueño del chileno y esas cosas, no hay demasiado.

Por cierto, todo camino más o menos serio de eso necesita de un estudio. Pero concluir diciendo que se requiere un estudio es, hay que reconocerlo, una salida demasiado fácil. Pensemos entonces en, aunque sean solamente hipótesis burdas, algunas posibilidades de diagnóstico:

  1. Todo diagnóstico debiera tomar en cuenta que la miseria no es un problema en la actualidad. Los pobres en Chile son numerosos y viven vidas llenas de problemas, pero las imágenes de miseria absoluta no son parte de sus vidas (*)
  2. Un aumento de la legitimidad de la desigualdad. Probablemente es demasiado lejano, pero las preferencias de las familias en educación me hacen pensar que la preocupación no es tanto por la calidad general (o que todos tengan la mejor educación posible); sino la preocupación es -directamente- tener mejor educación que los otros (**)
  3. Cómo el sistema ‘venció pero no convenció’, para usar tan tañida frase, los comportamientos de ‘cumplir lo mínimo’ aumentarán. Para usar otra frase muy gastada, haremos como que trabajamos (***). Aprovecharse de un sistema injusto nunca suena muy ilegítimo.
  4. Tenemos una visión del mundo en que ‘todos quieren aprovecharse (de uno)’. Y por lo tanto, el rechazo va a seguir sin transformarse en un rechazo colectivo (dado que los dirigentes son sospechosos por definición). Ahora, de eso no se va a seguir que el aprovechamiento sea legítimo: es esperado pero negativo.
  5. Pero el aprovechamiento que uno hace es legítimo. Una separación entre la esfera personal / social debiera volverse aún más importante. Todo el mundo de la confianza en lo personal, todo el mundo negativo en lo social. O usando otras palabras, todos son ‘naturalmente’ habermasianos y creen en la distinción mundo de la vida / sistema. El aprovechamiento del sistema sobre uno muestra lo perverso del sistema, el aprovechamiento de uno sobre el sistema es una reacción de supervivencia, es responder con la mano que nos dan. (****)
  6. Y en parte eso refuerza el vencer sin convencer. Porque la gente desea la libertad personal -la libertad para desarrollar tu vida como quisieras- pero nadie cree que eso tenga que ver, o mejor dicho la gente cree que eso se ve agredido, por la libertad ‘económica’ en el mercado. Por otro lado, nadie cree en la libertad ‘política’ colectiva.
  7. Y esto porque la libertad es, fundamentalmente, la capacidad de hacer lo que uno quiera. Por algo, al final de cuentas, nuestros héroes mediáticos son gente ‘sin pelos en la lengua’. La imagen de la honestidad y de la persona independiente es quién no acepta las restricciones sociales. Básicamente, es la libertad de a quién no le importa al resto.

Es altamente probable que la mayor parte de esas disquisiciones no sea correcta. A final de cuentas, se parecen mucho a un diagnóstico de ‘invidualismo’ (*****) o de ‘sociedad anómica’, que no reconoce mayor bien colectivo. Y uno puede estar casi cierto que ese diagnóstico es errado. La visión de ‘anomia’ es la de quién ve el desmoronamiento de ciertas prácticas, pero no acierta ver las que se crean.

Pero bueno, equivocadas o no, de alguna forma hay que empezar. Y mejor un mal inicio que ninguno.

(*) Obviamente hay quienes viven en la miseria. Pero para decirlo de otra forma, la mera existencia de un programa social que consiste en tener monitores profesionales para cada una de las familias de extrema pobreza en Chile implica que la pobreza usual en Chile ya no es miseria.

(**) Al fin y al cabo, la revolución pinguina fue una lucha por el acceso a las posiciones privilegiadas: fue que mi tipo de colegio tenía pocas posibilidades de permitirme llegar arriba. Luchar por tener acceso al privilegio es una lucha distinta que la pelea contra el privilegio.

(***) De hecho, la parte de la frase ‘ellos hacen como si nos pagaran’ es, en principio, aplicable a Chile: La mediana del sueldo es relativamente baja (ahora, relativamente baja para lograr el estándar de vida que se desea)

(****) Por así decirlo: Vemos que las instituciones no nos tratan como personas, sino de cualquier otra forma, como recursos. Entonces, no nos pidan que tratemos a las instituciones como otra cosa que recursos. Al final, la gente tiene un sentido ético kantiano uno podría decir, la idea de la vida buena subyacente -aquella que resulta imposible- es la idea que las personas debieran ser tratadas como fines, no como medios.

(*****) La condición familiar de la sociedad chilena no quita ni pone al diagnóstico anterior. El individuo se puede identificar con su familia, y vivir para ella; el tema es que el hogar, y sólo el propio hogar, importa. El resto no tiene mayor relevancia.

A propósito del Centenario

Sí, el Centenario. No compararse con 1810 sino con 1910 (bueno, 1907 para ser exactos).

¿Por qué? Porque el país es muy parecido en algunos elementos:

1. Una clase política dividida por asuntos del pasado pero que tiene un fuerte consenso con respecto al presente (de hecho, el mismo consenso: liberalismo económico)

2. Una elite dedicada al consumo bien conspicuo, bien segura en su dominación, cuando crece la disconformidad (digamos, los estallidos de violencia) y que cuya única respuesta es la represión. Digamos que aquí hay un pequeño avance porque ya no se ametrallan obreros, pero la primera reacción es la carcelaria.

3. Buenos precios de nuestra riqueza minera, finanzas públicas saneadas y un gasto militar lo suficientemente alto para tener una de las armadas, por ejemplo, mas poderosas del subcontinente.

4. Una oportunidad relativamente decente para desarrollarse que nos farreamos (en 1910) y que nos vamos a farrear (ahora).

En fin, nada del otro mundo, pero no dejan de ser semejanzas de algún interés

Una nota sobre la Concertación

Esto se me ocurrió a partir de un artículo de Edwards en la edición del 1º de Abril de La Tercera. Edwards discutía acerca del cambio de gabinete y mencionaba las disputas al interior de la coalición entre los que estaban a favor del mercado y los que, en realidad, están en contra. Y entonces, al hablar de estos últimos, hablaba de quienes reclaman por la felicidad -extraña cosa que se ponga a Tironi entonces en los contrarios- y a quienes reclaman contra el consumismo -reducidos estos últimos a quienes no les gusta que las masas compren viajes a Miami.

Y entonces pensé que estamos fritos.

Porque si la mirada de la elite ‘complaciente’ es que la crítica al consumismo, por ejemplo, es una crítica de una elite que mira en menos a los felices consumidores, entonces la elite ‘complaciente’ no es mucho lo que entiende. Porque la crítica al consumismo es universal, es parte también de lo que piensan las masas que compran viajes a Miami. El miedo a perder la convivencia, a que la nueva vida no sea vivible, a que perdamos de vista la felicidad, no es un miedo de Tironi, es una crítica a estas alturas antigua de parte de la misma ciudadanía.

Una ciudadanía que, al mismo tiempo, es parte del juego, y a la que le gustan los viajes a Miami. Que, en otras palabras, no ve el tema del consumo, como incompatible per se con la felicidad y la convivencia. El acto supremo de la convivencia con los amigos y la familia es, al fin y al cabo, un acto de consumo: Digamos, para usar el paradigma más claro, el asado.

Por mucho tiempo pensé que una de las razones para las continuas victorias de la Concertación era la forma en que replicaba una de las visiones básicas de los chilenos sobre Chile y sobre el ‘sistema’: Que, al mismo tiempo, es lo único que funciona -la mejor oportunidad para superar la abyecta pobreza- y, también, es un sistema inhumano que nos obliga a dejar de lado las mejores cosas de la vida. Es lo que correponde hacer y, a mismo tiempo, algo que no es bueno ni gusta. Entonces, de alguna forma hay que arreglárselas para lograr una vida buena y decente. La Concertación era, entonces, la única coalición que decía ambas cosas y que, por ende, podía acompañar ese camino para encontrar esas formas.

Pero el artículo de Edwards (podría haber escogido otra cosa del otro ‘lado’ para ilustrar el punto) lo que muestra es que, finalmente, la Concertación no es eso. No es una coalición de personas que piensen -como lo hace la población- ambas cosas; es una coalición de personas que piensan una cosa y de personas que piensan la otra. Pero la combinación es ausente.

No hay nadie, entonces, que refleje la ambigüedad de como piensa la población.

Opacidad y transparencia en la vida social.

Probablemente este sea el comentario menos relevante que hacer con respecto al Transantiago, pero de todas formas me parece a mí interesante.

Entre las innumerables cosas que se dijeron para plantear la necesidad de cambiar el sistema público de transporte en Santiago fue que era un caos. Ahora, ¿un caos para quién?

Porque el sistema no era, para nada, caótico para el usuario. En general, era un sistema navegable sin demasiado conocimiento (entre preguntas al micrero, alguna que otra suposición, la información puesta en las micros sobre donde iban y donde paraban) era posible llegar a destino incluso sin saber nada sobre el recorrido.

Para quién el sistema era caotico era para el gobierno, para el Estado. Un actor que tenía poco conocimiento sobre el sistema. Una de las declaraciones de la autoridad, días después del accidente en La Pirámide, fue que con el Transantiago se había puesto una línea en el sector. Pero de hecho, una línea de Metrobus hacía el trayecto Escuela Militar- Zona Norte y pasaba por La Pirámide. La complejidad del sistema lo hacía poco entendible para el actor externo.

El Transantiago es, en realidad, lo contrario. Bastante asible por un observador externo (se puede, de hecho, poner en un mapa el sistema completo -por complejo que sea el mapa, eso no se podía hacer con el sistema antiguo). Pero para el usuario, que lo navega, el sistema es de hecho más complejo. El hecho que, normalmente, sea necesario para hacer cualquier viaje usar transbordos, que las mciros paran donde el sistema dice que tienen que hacerlo, hace que sea necesario conocer el sistema antes de usarlo (fuera del recorrido habitual). Sin tener en la mente la totalidad del sistema es difícil pensar en las alternativas y en las posibilidades. O sea, uno no puede llegar y usarlo simplemente saliendo a la calle.

¿Tiene alguna importancia la observación anterior? Ni idea si la tiene para el Transantiago, pero la circunstancia me hizo acordarme de una observación de Ibáñez. Que uno puede distinguir sistemas que son claros para un observador externo (el Transantiago mirado desde el mapa) pero opacos para quien los actores El ejemplo de Ibáñez si mal no me acuerdo es un conjunto marchando: el orden es muy claro para quien lo mira desde fuera, pero para quien está marchando el orden general es invisible. Por otro lado, tenemos sistemas que son inentendibles para el observador externo, pero cuya lógica es perfectamente asible para los actores.

Siempre me sorprende cuando la sociología puede usarse para hacer observaciones sobre eventos reales. (Y más me sorprende que Ibáñez sea útil para algo)

Para citarle a Luciano

Y a los defensores de la construcción de baja altura (y en particular, a quienes quieren conservar a Ñuñoa como la peor de las posibles alternativas urbanas -con un carácter de suburbio). The Greenness of cities publicado recién ayer por Edward Glaesser.

Y citemos algunos de sus mejores párrafos:

New York’s biggest environmental contribution lies in the fact that less than one-third of New Yorkers drive to work. Nationwide, more than seven out of eight commuters drive. More than one-third of all the public transportation commuters in America live in the five boroughs. The absence of cars leads Matthew Kahn, in his fascinating book, “Green Cities,” to estimate that New York has by a wide margin the least gas usage per capita of all American metropolitan areas. The Department of Energy data confirm that New York State’s energy consumption is next to last in the country because of New York City.

Is there any reason beyond civic pride to care that New Yorkers are true friends of the environment? I think so. Environmental benefits are one of the many good reasons that New York should grow. When Manhattan builds up, instead ofLas Vegas building out, we are saving gas and protecting land. Every new skyscraper in Manhattan is a strike against global warming.

A propósito de la encuesta Bicentenario (I) Del orgullo nacional

Entre todo el anuncio que los Chilenos están orgullosos de ser chilenos en la encuesta bicentenario (83% declara estar orgulloso, notas 6 y 7 en escala 1 a 7) -que presuntamente implicaría una fuerte identidad al parecer- aparecen algunos datos interesantes algo olvidados:

1. El orgullo por ser Chileno no implica una fuerte preferencia ‘cultural’ por Chile: la mitad piensa que es mejor mirar hacia fuera que preocuparse de lo chileno para desarrollarnos.

2. La mitad está dispuesto a irse del país por mejores condiciones de vida -específicamente el doble (un cuarto estaría dispuesto inmediatamente a irse). En las generaciones jóvenes alcanzamos a un 75%.

En otras palabras, el orgullo por Chile no implica un orgullo por la chilenidad, por una defensa de una identidad cultural específica. Alguien pudiera decir que la mitad no está dispuesta a irse a otro país incluso si le ofrecen una vida mucho mejor pero recordemos los costos de la migración y en realidad es el otro 50% el que se muestra más interesante. Parece más bien un orgullo que proviene de otras cosas (digamos, al parecer, más centrado en una visión que Chile es lo mejor del vecindario: 75% de acuerdo). En otras palabras, el orgullo no dice demasiado sobre la identificación cultural o simbólica con la nación