Tres momentos en la teoría social contemporánea.

El título del paper que adjuntamos a esta entrada es algo más complejo que el de esta entrada: Estructura-en-Actor, Estructura-y-Actor y Teorías Relacionales. 3 Momentos de la Teoría Social en las últimas décadas.

El resumen explicará un poco más de que se trata:

En la diáspora teórica tras la caída del funcionalismo se observaron intentos de síntesis teóricas que intentaron resolver la molestia sobre la dicotomía acción y estructura. Es posible entender la evolución teórica como la sucesiva exploración de alternativas para resolver esta antinomia. En un primer momento (Bourdieu y Giddens) se la intenta resolver ubicando la estructura en el actor (y el actor en la estructura). Un segundo momento (Margaret Archer) explora mantener tanto la estructura como la acción como elementos distintos pero relacionados. Un tercer momento es la exploración de una perspectiva relacional en que se enfatizan la noción de red. Aunque no se puede plantear que estos tres momentos se superen entre sí, representan una trayectoria con sentido de la teoría social.

Esto originalmente fue una ponencia enviada y aceptada al I Congreso Latinoamericano de Teoría Social (al cual, por esas cosas de la vida, no pude asistir finalmente). Y entonces para que no se pierda, el link aquí:

Algunas notas sobre la categoría de Juicio y del Enjuiciar

La relación entre lo particular y lo universal (en los términos tradicionales) o al menos entre lo que hay aquí y ahora y lo que va más allá del aquí y ahora toma diversas formas. Y aunque pudiera parecer una preocupación algo lejana de los intereses empíricos de investigación sucede que de las formas en que pensamos esa relación afectan como pensamos de la vida social.

A ese respecto es relevante recuperar la diferencia entre juicio determinante y reflexionante de Kant en la Crítica del Juicio:

Si está dado lo universal  (la regla, el principio, la ley) entonces el discernimiento, que subsume lo particular bajo lo universal […] es determinante. Si sólo está dado lo particular, para lo cual el discernimiento debe buscar lo universal, entonces el discernimiento es tan sólo reflexionante (Crítica del Juicio, Introducción, IV)

Entonces, juicio determinante es la simple subsunción de lo particular en lo universal (‘este es un caso de X’). El juicio reflexionante opera cuando sólo se tiene lo particular y de él hay que emitir un juicio, pero lo relevante aquí es que al hacer eso no puede usar regla alguna (Kant Crítica del Juicio, Parte I, Sección I, Libro 2, § 34-35). El juicio reflexionante no es mera búsqueda del principio que no era evidente (o sea, alcanza a emitir un juicio cuando ha pasado a la situación del determinante), es que debe generar un juicio, que tenga alguna validez más allá de quien lo emite, sin usar reglas.

Esta distinción no deja de ser relevante para comprender la vida social porque de hecho las formas en que pensamos las reglas sociales pueden ser interrogadas a la luz de esa distinción. Cuando, como era tradición en el funcionalismo y suele seguir siendo parte de nuestro sentido común, entendemos una acción como ejecutando una norma general estamos diciendo que, efectivamente, la acción social sigue el parámetro del juicio determinante. De hecho, muchas veces cuando nos damos cuenta que la acción social no puede entenderse bajo la lógica de subsunción a una regla, procedemos a eliminar la idea misma de regla (obviando la posibilidad misma del juicio reflexionante). De hecho, diversas teorías sociológicas finalmente piensan las prácticas sociales bajo una lupa que es equivalente al juicio reflexionante.

Así en el primer Parsons de la La Estructura de la Acción Social ello es la raíz de su visión de tener una visión voluntarista, porque no reduce la acción a aplicar una norma)

Finally, there is an element which does not fall within any of these three structural groups as such but serves rather to bind them together. It is that which has been encountered at various points and called ‘effort’. This is a name for the relating factor between the normative and the conditional elements of action. It is neccessitated bu the fact that norms do not realize themselves aumatically but only through action, so far as they are realized at all (Parte IV, Cap XVIII, pag 719).

Y en casl de Bourdieu, para hablar de las antípodas teóricas, la idea de habitus es precisamente desarrollada para explicar una conducta con resultados ‘reglados’, regulares pero que no se atiene a regla alguna.

Más aún, esta misma capacidad de aplicar a lo particular algo que tenga validez más allá de quién lo emite, y que se lo hace sin poder usar reglas mecánicas (y luego requiere algo tan personal como el ‘buen juicio’) aplica a teorías jurídicas más modernas (como el  juez Hércules ideal de Dworkin en Los Derechos en Serio por ejemplo).

Por cierto en ciencias sociales somos reacios a pensar, como lo hacía Kant, en términos de particular/universal, pero sigue siendo relevante la situación de poder mostrar que nuestro juicio tenía sentido (o sea, la categoría de buen juicio sigue existiendo) y, por lo tanto, de mostrar si no lo universal de nuestro juicio, al menos que va más allá de nuestra particular idea. Y esto por el hecho inherentemente social que somos enjuiciados por otros en nuestros actos y juicios, y enjuiciamos a otros (como entre nosotros Giannini ha enfatizado). Y esto exige que ese juicio sea visto más allá del individuo que lo emite.

En cualquier caso, es una modalidad difícil de pensar -y de hecho resulta más común decir lo que no es que poder elicitar en que consiste. No es fácil pensar en ese juicio que no opera con reglas demostrables (con un algoritmo). Y esto dificulta esa evaluación externa. Es una capacidad que depende finalmente de algo que es personal -la capacidad de tener ‘buen juicio’, de poder sopesar diversas evidencias y emitir una decisión que parece razonable, pero que no puede ser predicha con anterioridad. Una parte no menor del aumento de la presencia de las estadísticas en las sociedades modernas se ha basado en la necesidad de superar el ‘juicio experto’ por una regla (como lo analizaba Porter en el ya viejo Trust in Numbers de 1995). La racionalización del derecho de Weber, la necesidad de superar lo que él pensaba como justicia del cadí, también se basa en la idea de reemplazar la necesidad de alguien con buen juicio por reglas -pero en el derecho, finalmente, siempre se requiere ‘buen juicio’ de quienes son los encargados por excelencia de juzgar, el juez.

La dificultad puede ser entendida en términos epistemológicos:  ¿cómo quienes observar al juez pueden establecer que efectivamente su juicio es válido si no hay algoritmo cierto que así lo asegure? No quedaría más que ellos, a su vez, ejecutaran esa capacidad de juicio, pero entonces aparte del posible consenso de los evaluadores (y esto a su vez tras eliminar los juicios de quienes tienen mal juicio) no hay otras posibilidades. El énfasis de Kant en la universalidad nos puede parecer naïve y bastante criticable, pero si bien podemos criticar ese énfasis si parece razonable no perder de vista la necesidad de salir de la apreciación puramente individual.

Poder establecer algo hic et nunc cómo algo con mayor validez que mi estimación individual requiero entonces las capacidades para establecer un sentido común y comunicable. Kant menciona varias condiciones para ello: ‘1) pensar por uno mismo; 2) pensar poniéndose en el lugar de cualquier otro; 3) pensar siempre en concordancia con uno mismo’ (Crítica del Juicio, Parte I, Sección I, Libro 2, § 40). La búsqueda de ese salir de uno mismo (la condición 2 de Kant) puede no requerir la universalidad (‘cualquier otro’) pero si requiere la comunidad (‘algún otro’).

Nuestras modalidades de pensamiento se representan con mayor facilidad la idea del juicio determinante: la aplicación de una regla al caso. La idea del juicio reflexionante, poder establecer una decisión sobre un caso particular sin subsumirlo en una regla es más compleja, pero al final parece ser una capacidad irrebasable. Incluso las ciencias (donde subsumir como mero caso particular a la ley general sería la forma tradicional) al final requieren del uso de este tipo de discernimiento, que no puede reducirse a reglas pero no por ello deja de ser menos ‘razonable’ o sensato. Pero ello requiere, al final, una razón pública. Eso no produce garantía ni certeza alguna, pero es lo que seres particulares como somos pueden aspirar.

Evolución de la Población en el Valle Central. Auge, estancamiento y resurgimiento

Siguiendo con estas notas de demografía histórica, cuando se revisan los datos de los censos (y de los recuentos de la Colonia) no sólo es posible observar -como hicimos en la entrada anterior- el crecimiento de Santiago, y además que la generación de la hipertrofia es algo que pertenece centralmente al período 1920-1970, sino además hay varios elementos interesantes en relación al movimiento de la población del Valle Central.

En pocas palabras, y simplificando una historia que es más compleja, es posible distinguir tres períodos en esta historia: Un período de crecimiento (desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX), un período de estancamiento (desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX) y período de resurgimiento desde alrededor de 1970 en adelante. Esto además ha cambiado de manera importante las proporciones poblacionales con respecto a Santiago.

1. El Crecimiento y desconcentración poblacional hasta 1865.

No hay muchos datos agregados en torno a los movimientos poblacionales hasta el primer intento de recuento de Jauregui en 1778, pero hay algunos indicios que nos podrían indicar un aumento importante de la población desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX para el Valle Central.

Recordemos que uno de los eventos centrales en la historia demográfica en América Latina es la disminución poblacional indígena a partir de la Conquista. Esto genera un territorio que en el siglo XVII tiene una población bastante menor. Un calculo de 1644 mencionado por De Ramón en su Historia de Santiago (2007, p 79) plantea alrededor de 3 mil vecinos en todo el territorio entre el Choapa al Maule. Además calculaba cerca de 960 hombres que podían tomar armas, de los cuales 500 vivían en Santiago (o sea alrededor de la mitad de toda la población). A esto hay que sumar la población indígena y negra que Zapater (1997) calcula en alrededor de 25 mil para todo el reino, y la población española entre el Maule y el Bío-Bío, pero claramente estamos hablando tanto de (a) un país muy poco habitado y (b) con una fuerte concentración en Santiago.

Durante el siglo XVIII hay varios estudios que indican importantes aumentos poblacionales en comarcas rurales. El clásico estudio de Borde y Góngora (1956) y sobre el Valle del Pangue, y el de Mellafe y Salinas (1987) sobre La Ligua (ambos disponibles en el magnífico Memoria Chilena aquí y aquí respectivamente) muestran importantes crecimientos en el período: Borde y Góngora plantean que, aunque no hay datos directos si los hay indirectos, el aumento de explotaciones de inquilinos (p 58). Mellafe y Salinas en la Tabla 1 del Anexo Estadístico muestran estimaciones que, con todos los problemas que tienen, indican fuertes crecimientos: el departamento de La Ligua pasa de 1.960 personas en 1766 a 14.833 en 1865 (p 261). Las cifras absolutas en ambos casos no son tan relevantes como la magnitud del crecimiento, que parece ser claramente fuera de disputa.

En cualquier caso si se comparan los datos del recuento de Jauregui de 1778 y el censo de 1865 (último que observa un aumento general de población en todas las provincias) se puede notar el crecimiento de la población del Valle Central. Los datos de 1778 son más inexactos que los de 1865, y los territorios no son exactamente los mismos as proporciones y el movimiento todavía tienen utilidad. Las unidades territoriales no son las mismas, pero los datos todavía son de utilidad para observar las dinámicas (y proporciones)

Población de algunas provincias del Valle Central comparadas con Santiago, 1778-1865

 

Provincia (o departamento) 1778 1865
Colchagua 30.745 142.456
Maule 29.731 288.563
Santiago 40.607 210.032
Melipilla 10.628 49.127
Rancagua 17.914 82.524
Aconcagua 10.584 124.828

Fuente: Censo de 1778 como aparece en la publicación del Censo de 1952 (link aquí), Censo de 1865 de acuerdo a la publicación de ese mismo censo (link aquí). Maule en 1865 considera provincias de Talca, Linares y Maule.

Claramente podemos observar en todas las provincias un fuerte aumento poblacional: Melipilla, Colchagua y Rancagua crecen 4,6 veces, el Maule crece 9,7 y Aconcagua 11,7 veces. No es sólo que la población de las provincias haya experimentado un fuerte aumento, es que de hecho su peso en relación con Santiago aumenta en el período considerado: En 1778 las provincias del cuadro son 2,45 veces la población del corregimiento de Santiago, en 1865 son 3,3 veces la población de la provincia de Santiago (sin considerar departamento de Meilipilla).

Pero de hecho el aumento de la proporción en relación con Santiago de las provincias del Valle Central es mayor. En el censo de 1865 no está incluida la provincia de Curicó (90 mil personas) porque no sé a que corregimiento correspondía en 1778. El corregimiento de Quillota de 1778 está incuido en la provincia de Valparaíso en 1865, y el crecimiento de la urbe del puerto no corresponde que se incluya en un examen de provincias rurales. Sin embargo,  también hay existe un aumento: El recuento de 1778 plantea que el corregimiento de Quillota tenía 15 mil personas y el departamento de Quillota (con una extensión menor de territorio) tenía 40 mil personas en 1865. Si se suman esas poblaciones, el aumento de la proporción poblacional de las provincias agrícolas del Centro aumenta y pasa de ser 2,8 veces Santiago en 1778 a 3,9 veces en 1865.

2. El Estancamiento Poblacional entre 1865 y 1970.

Esta situación de fuerte crecimiento poblacional del Valle Central, y de aumento de su proporción en relación con Santiago cambia en el siglo que media entre 1865 y 1970. Hay algunas provincias que tienen aumentos muy menores (Colchagua, Curicó, Aconcagua), una que disminuye su población (Maule), otras que se doblan en todo el siglo (Talca y Linares) y sólo O’higgins experimenta un aumento considerable -pero que sigue siendo bastante inferior al nacional. Por cierto, todas ellas viven un crecimiento claramente inferior al de Santiago. Si usamos la población de 1865 como base 100 obtenemos el siguiente gráfico:

Poblacion_Agraria_Estancamiento

 

En cifras absolutas esto se puede indicar de forma más clara. Para varias provincias es posible mostrar períodos de varias décadas en que no experimentan crecimiento alguno. En 1865 Aconcagua tenía 125 mil y Colchagua 142 mil habitantes. En 1952, casi 90 años después, tenían 128 y 140 mil habitantes respectivamente. Curicó alcanzó los 100 mil habitantes en el censo de 1885 y tenía 105 mil en el censo de 1960. Incluso provincias que durante el siglo crecieron también experimentaron períodos de nulo crecimiento: Linares entre 1875 y 1920, Talca entre 1885 y 1920. Incluso O’higgins -la única provincia que realmente experimentó crecimiento, lo hace desde 1920 en adelante.

El peso de estas provincias en relación con Santiago también disminuye de manera muy importante en el período considerado.

Proporción de población de provincias Valle Central en relación con Provincia de Santiago.

Provincias 1865 1920 1970
Aconcagua 48% 17% 5%
O’higgins 32% 17% 9%
Colchagua 55% 24% 5%
Curicó 35% 16% 4%
Talca 39% 20% 7%
Linares 33% 17% 6%
Maule 40% 17% 3%
Valle Central 281% 128% 39%

Si comparamos esa proporción en los censos que forman el extremo del período y el censo más intermedio podemos observar esta fuerte disminución: En 1865 todo el Valle Central representa 2,8 veces la población de la provincia de Santiago (la cifra es diferente del apartado anterior por que el departamento de Melipilla fue considerado parte de la provincia de Santiago, al no contar cifras por departamento en todos los censos considerados), en 1920 la cifra es 1,3 veces y en 1970 ya es sólo 0,4 veces. Mientras que en 1865 provincias como Colchagua o Aconcagua tenían cada una de ellas alrededor de la mitad de la población de la provincia de Santiago, ni siquiera el conjunto de las provincias del Valle Central se acerca a esa cifra en 1970.

Las cifras absolutas de población muestran que estas provincias experimentaron estancamientos absolutos de población a lo largo de varias décadas del período, la comparación con Santiago muestra su estancamiento relativo. Incluso si en varias provincias se observan aumentos absolutos de población (en particular a partir de 1920-1930) de todas formas ellos son inferiores al nacional y, en particular, al de Santiago -distanciándose de la capital. Esto contrasta fuertemente con el período anterior, de fuertes aumentos absolutos y relativos del Valle Central. Y también contrasta con lo que se observa en el tercer período a considerar.

3. Un resurgimiento poblacional: 1970-2002

Al comparar cifras en este período un problema es que se experimenta un cambio en la estructura administrativa del país. Se ha preferido tratar de re-constituir las provincias previas, esto tanto para comparar con el censo de 1970, que estamos usando como punto de inflexión, y para poder comparar con los censos anteriores. Así por ejemplo,  la comuna de Constitución se sumó en nuestras cifras a la provincia de Maule como era antes de 1970 -siendo este último la modificación probablemente más relevante para las cifras, porque dicha Comuna es cerca de la mitad de la población de lo que estamos considerando provincia de Maule y tiene un fuerte aumento poblacional, lo que no ocurre con el resto de las comunas.

Ahora bien, en cualquier caso, las cifras de los últimos censos muestran que la población del Valle Central vuelve a crecer. Incluso las provincias que se habían estancado absolutamente experimentan importantes crecimientos poblacionales en términos absolutos.  Por ejemplo Aconcagua pasa de 161 mil habitantes en 1970 a 294 mil el 2002, Colchagua pasa de 169 a 238 mil habitantes, Curicó de 115 a 244 mil habitantes. O’higgins pasa de 307 a 543 mil habitantes -continuando con la fuerte expansión territorial que se había iniciado anteriormente. Estos aumentos absolutos también implican una disminución de la caída del peso poblacional de estas provincias en relación con Santiago:

Proporción del Conjunto de Provincias Valle Central en relación con Santiago

Censo Proporción sobre Santiago
1970 39%
1982 36%
1992 33%
2002 32%

En 40 años (1970 a 2002) la proporción pasa de un 39% a un 32%. Si bien sigue existiendo una disminución, ella tiene una magnitud muy diferente a lo que ocurría con anterioridad. Se puede decir, con razón, que viendo la disminución a través de puntos porcentuales hay un momento en que no se puede continuar el mismo ritmo: La caída de 92 puntos porcentuales entre 1907 y 1940 no se puede volver a repetir. Pero si miramos en términos de proporción relativa nuevamente observamos una caída del ritmo: Esos 7 puntos de caída en 40 años representan una caída del 18% en relación a la proporción de 1970 (eso es 7 de 39), y esa cifra nuevamente es la más baja del período considerado.  En otras palabras, el Valle Central ha vuelto en general a crecer, y a tasas que no están muy distantes de las tasas de Santiago y la del crecimiento nacional.

Un tema importante es además son las diferencias que empiezan a adquirir estas provincias. Si usamos el año 1970 como base y observamos el crecimiento de estas provincias, y los graficamos ahora en relación con Santiago, observamos lo siguiente:

19702002

Podemos distinguir, entonces, al interior del Valle Central dos tipos de provincias: Por un lado, aquellas que tienen crecimientos altos, comparables (o superiores) al de Santiago: Curicó, la provincia que más crece en el período, Aconcagua y O’higgins. Por otro lado, provincias que si bien han adquirido una trayectoria de crecimiento sigue estando bajo Santiago: Colchagua, Talca, Linares y Maule. No deja de ser interesante que los dos valles más cercanos a Santiago (Aconcagua y O’higgins) sean los que acoplen su crecimiento, lo que bien podría indicar un aumento del radio de influencia de la capital.

En cualquier caso, y más allá de las diferencias, se observa un cambio en el comportamiento demográfico en la zona considerada. No sólo ya estamos lejos del período de estancamiento absoluto sino que la declinación relativa ha disminuido, y en algunos casos ya ha dejado prácticamente de existir.

4. En Resumen

Los análisis anteriores tienen varias limitaciones. Siendo un ejercicio preliminar claramente siguen teniendo problemas de comparabilidad: aunque mantuvieran el nombre las provincias han cambiado de límites, y la regionalización (aunque el decreto inicial habla de cómo distribuir las viejas provincias en regiones) fue algo más complejo que reunir provincias. La provincia de Maule en 1907, de acuerdo al documento de ese censo, incluía además de la actual provincia el departamento de Constitución y el departamento del Itata (con localidades como Quirihue). Y por cierto los departamentos no son iguales a una suma de comunas. En ese caso, como ya se mencionó, se sumo al menos la comuna de Constitución a la provincia del Maule en nuestras cifras estando seguro de que había sido parte de la provincia hasta 1970 (de otro modo no se explica el tamaño poblacional de la provincia), pero no se hizo lo mismo con Itata porque no tengo claro hasta que período fue parte de la provincia. Y así con otros cambios en la estructura. De todos modos, alguna comparabilidad todavía tienen y las cifras agregadas tienen menos de esos problemas. La periodificación quizás podría cambiarse (es cierto que en 1865 siguen creciendo todas las provincias, pero ya tienen un peso menor en relación con Santiago que en el censo anterior; podría discutirse de cuando poner el punto de inflexión en relación con el tercer período y así).

En cualquier caso, más allá de las debilidades de los datos, las líneas generales las tendencias parecen ser válidas: Un fuerte crecimiento de la población del Valle Central -absoluto y relativo- desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX; seguido de un período de estancamiento (en varias zonas incluso absoluto por períodos importantes) desde mediados del siglo XIX hasta tres cuartas partes del siglo XX, y luego un período de resurgimiento absoluto y (menos marcado) relativo.

Lo anterior no es sólo quizás interesante como ejercicio de tendencias demográficas sino para observar la historia general de Chile. Al fin y al cabo, las tendencias demográficas algo nos dicen de la sociedad: No es casual que el estancamiento demográfico del Valle termine cuando finaliza el viejo régimen agrario: tras la Reforma Agraria, tras la liberalización económica -tras el cambio del inquilino por el temporero para decirlo de alguna forma. Quizás tampoco sea casual que el período de aumento poblacional del Valle se corresponda con el período de la campesinización que mencionaba Salazar: que la forma de ‘poblar’ esas zonas, de llenar el vacío previo (vacío de ocupación permanente y vacío en general) fuera a través de esas formas. Y otras conexiones se podrían hacer.

Incluso la periodización mencionada puede ser útil para observar los ritmos globales de la historia de nuestra sociedad, más allá de la periodización ‘política’. Si los ritmos demográficos, finalmente, dicen relación con fenómenos muy profundos de la vida social (desde sus estructuras productivas a la vida doméstica y familiar) esos ritmos debieran ser, como mínimo, más conocidos.

 

Referencias.

Borde, Jean y Gongora, Mario (1956) Evolución de la propiedad rural en el Valle del Pangüe. Santiago: Universidad de Chile, Instituto de Sociología

Mellafe, Rolando y Salinas, René (1988) Sociedad y población rural en la formación del Chile Actual. La Ligua 1700-1850. Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile

De Ramón, Armando (2007) Santiago de Chile. Historia de una sociedad urbana. Santiago: Catalonia

Zapater, Horacio (1997) Huincas y Mapuches 1550-1652. Historia 30: 441-504

Censos. Se consultaron las publicaciones del Censo de 1865, 1907, 1952, 1960, 1970, 1982. Para censo de 1992 se consultó la publicación de Ciudades, Pueblos y Aldeas del INE (1995) y para censo de 2002 se consultó la publicación de División Político Administrativa y Censal del INE (2007).

La Evolución de la Concentración Poblacional en Chile (1865-2002)

El próximo informe de Desarrollo Humano versará sobre lo que sucede en los territorios de nuestro país (y todo lo que dice relación con centralización y esas vainas). Ahora bien, una de las dimensiones más claras del nivel de concentración de un país es lo que sucede con la población de su centro (usualmente de su capital). Tiene la ventaja además de ser un fenómeno dinámico que es distinguible de la estructura política como tal.

Para ello se usaron los resultados de población de los distintos Censos entre 1865 y 2002 para observar el peso de Santiago para el país, pero además para observar cómo se relaciona Santiago con los otros dos principales centros urbanos: Valparaíso y Concepción.

Antes de presentar los datos un pequeño acápite sobre los datos: Un tema relevante aquí es la expansión física de la ciudad, que hace que incorpore centros urbanos que anteriormente eran distintos del núcleo central. El Gran Valparaíso de la actualidad incluye Villa Alemana, pero no lo hizo siempre, y luego ¿desde cuando tiene sentido incluir Villa Alemana? Lo mejor es acercarse a las fuentes contemporáneas, aunque tenemos el problema que no todos los censos desglosan sus resultados por ciudades (por ejemplo en el sitio del INE al respecto los datos del censo de 1970 sólo están a nivel provincial). Luego, se usaron los datos del censo de 1907 (que presenta las poblaciones por ciudad de los censos anteriores), el de 1950 (que hace lo mismo para sus censos anteriores) y el de 1960 para los de su misma época. Los datos tienden a ser relativamente coherentes entre sí, así que tiene sentido usarlos para construir una serie. Para 1970 en adelante se usó  la tabla del INE que aparece en este link, que aplica la definición actual de esas ciudades, y para que esa época ya empiezan a ser realidades también. Eso sí hemos unido Viña del Mar a Valparaíso desde que ella aparece mencionada, y lo mismo con Talcahuano a Concepción -estando tan cercanos geográficamente que tenía sentido tomarlos como una sola unidad–. Además se observa que el salto de expansión de Viña (y de Talcahuano), cuando dejan de ser poblaciones pequeñas, se produce cuando se empieza a agotar la expansión de Valparaíso (y de Concepción), y ergo, estamos hablando de conurbaciones.

Todo ello genera el siguiente gráfico, y en líneas generales no debiera variar demasiado si se hubieran tomado algunas otras decisiones metodológicas:

santiago_poblacion

Podemos observar entonces que:

(1) Aunque Chile ha sido un país centralizado políticamente desde todo el período considerado su peso poblacional ha variado sustancialmente. De hecho, durante el siglo XIX no se puede decir que abrumara al resto del país (estando de hecho abajo del 10% hasta cerca de 1907). Más aún, el peso del Gran Santiago detuvo su crecimiento desde 1982 en adelante -Santiago crece, pero más o menos al ritmo del país.

(2) Claramente el siglo XIX fue una época de bi-centralismo. Valparaíso alcanzó a ser cerca del 80% de Santiago en 1875. Más aún, en toda la primera parte del siglo XIX la expansión de Valparaíso es gigantesca mientras que Santiago crece al ritmo nacional. Valparaíso en 1813 es 5317 (de acuerdo al centro de la época, el de Egaña) y en 1875 cuenta con 99.055 habitantes. Santiago pasa de alrededor de 60.000 hab (interpolación entre los datos de otros censos y recuentos que estima De Ramón en su libro sobre Historia de Santiago) en 1813  a 129.807 en 1875. O sea, se dobló mientras que Valparaíso creció casi 20 veces. El siglo XIX muestra un país con una estructura donde se distingue claramente el centro político (Santiago) del centro económico (Valparaíso), lo que es una estructura que de hecho existe en otros países: Washington-Nueva York por ejemplo, pero también Beijing con Shanghai (o la zona de Cantón), y Rusia ha sido bi-centralizada (Moscú y San Petersburgo) ya varios siglos. El centralismo político no impidió ello.

(3) Concepción siempre ha sido, durante todo este período, claramente una ciudad en tercer lugar y nunca se acercó a Santiago. Pero, también ocurre que su era una proporción más alta de Santiago a finaels del siglo XIX, volviendo al punto que el centralismo político no implicaba poblacional en esa epóca. Ahora bien, esto en general representa una disminución de su peso poblacional con relación a la Colonia y primeros años de la Independencia. No tengo datos de la ciudad pero al menos en relación con sus territorios aledaños hay datos interesantes. En los recuentos realizados por Ambrosio O’higgins en las postrimerías del siglo XVIII el Obispado de Concepción (el territorio entre el Maule y el Bío-Bío) era la mitad del Obispado de Santiago (el territorio entre Copiapó y el Maule), y esa relación no se ha vuelto a lograr. El censo de 1813 manifiesta para la zona de Concepción 17.460 personas, que es un algo menos de la tercera parte de Santiago para la época. Concepción ha sido, entonces, el más perjudicado por el centralismo político en esta medida (al menos, entre los territorios que han tenido un peso relevante durante todo el período).

(4) Ahora bien, el caso es que si Chile no era centralizado en un sólo punto en el siglo XIX, Santiago y Valparaíso son bastante cercanos, a 115 kilómetros usando la ruta 5 (la distancia interna en la conurbación del Rin-Ruhr es del orden de 130 kilometros). En la perspectiva del censo de 1907 la discusión sobre centralismo se hace no con relación a Santiago, sino en relación con Santiago-Valparaíso (es de esas ciudades y la región circundante que se dice lo que nosotros decimos ahora del Gran Santiago). En algún sentido, es la Cordillera de la Costa -que en esa zona tiene sus mayores alturas y tiene mayor peso- el que obliga a diferenciar las zonas. Si fuera un terreno plano, la zona intermedia estaría ocupada por una gran cantidad de poblaciones (es cosa de observar el valle del Maipo con sus Talagantes, Peñaflores, Melipillas etc; y lo mismo con el valle del Aconcagua) y conformarían una sola unidad. La diferencia entre Santiago y Valparaíso se basa en un hecho geográfico elemental.

(5) No deja de ser interesante que Santiago efectivamente empieza a adquirir un peso muy fuerte poblacional, y además lo va aumentando sostenidamente, durante el siglo XX. El centralismo político en sí mismo no genera presiones para concentrar toda la vida social en la capital, pero es el centralismo político unido a un Estado más activo (con mayor peso en general en la vida social) lo que lo produce: es la combinación de los factores. Uno de nuestros primeros sociólogos, desde una perspectiva más bien crítica del peso del Estado, decía lo siguiente en 1957:

Las causas de esta hipertrofia capitalina están en el centralismo egoísta de los poderes públicos, en los mayores agrados que proporciona la capital para las gentes de dinero y en forma especialísima, en la omnipotencia creciente del gobierno, que hace necesaria su proximidad para obtener las cosas más elementales, en todo género de actividades. Centralismo egoísta y socialismo de Estado: he ahí las dos causas matrices que obligan a las provincias a vaciarse en Santiago donde residen los dispensadoras de los honores, de las fortunas; donde se reparten las canongías, donde se práctica el arte de enriquecerse sin trabajar (Jorge de la Cuadra, Prolegómenos a la Sociología y bosquejo de la evolución de Chile desde 1920, 1957, Editorial Jurídica de Chile, página 136)

No deja de ser interesante, a este respecto, que Santiago haya dejado de aumentar su presencia en relación con el resto del país a partir del censo de 1982 -o sea, a partir del cambio del modelo de desarrollo. Aunque este dato puede variar en años venideros (simplemente cuando la conurbación al seguir expandiéndose incluya varios centros urbanos intermedios en sus cercanías, como ya lo hizo con otros anteriormente), no deja de ser ilustrativo. En algún sentido, se puede decir que el aumento de la crítica regionalista se basa en el hecho que efectivamente las regiones recuperan su relevancia (i.e se ha detenido el proceso de concentración en Santiago y finalizado las grandes migraciones), y ahora -en una sociedad donde el Estado, incluso en el modelo actual, tiene un peso relevante en la vida social- exigen la descentralización política.

 

 

La Construcción Social de la Investigación Cuantitativa

Lo que originalmente fue un conjunto de entradas, luego una ponencia en el Congreso se transformó en un artículo que publicó la revista Fronteras de la UFRO. El link aquí. (Además se suma a la sección de escritos como corresponde).

Y aprovechemos de colocar aquí el resumen:

La investigación social es siempre un proceso social. Conocer sobre la vida social es una actividad en la cual están insertos todos los actores sociales. ¿Cuáles son procesos sociales en los que emerge y tiene sentido realizar una forma de investigación social, la cuantitativa, que no parece tomar en cuenta estas afirmaciones iniciales? Más bien, para poder entender el estudio cuantitativo de lo social es preciso más bien partir del reconocimiento todos los actores sociales están continuamente interesados en conocer la vida social, y parte de esa búsqueda es una búsqueda de información ‘cuantitativa’.

Si se parte de actores capaces de darle sentido a sus acciones y que requieren información, se puede mostrar que en la vida cotidiana, y desde la perspectiva de esos actores, emergen demandas de información que requieren una aproximación objetual. Esa misma aproximación se refuerza, y requiere ya información cuantitativa, cuando se desarrolla el mundo organizacional.

Luego, efectivamente partiendo de la idea que la vida social es una actividad que requiere de todos los actores buscar información, se puede entender la emergencia y rol del conocimiento objetual y cuantitativo en la vida social. El reconocimiento del carácter significativo y construido de la vida social no minimiza la necesidad y utilidad de la investigación cuantitativa, sino más bien ésta se entiende mejor a partir de ese reconocimiento.

Chile, un caso de imperialismo frustrado

La Guerra del Pacífico se inició con la invasión de Antofagasta el 14 de febrero de 1879 por tropas chilenas antes de una declaración de guerra, lo que había sido precedido por la aparición del Blanco Encalada el 26 de diciembre de 1878. Lo interesante de esos actos es lo que implican sobre la actitud del gobierno Chileno en la época.

En el siglo XIX el uso de la fuerza sin declaración de guerra (y de ubicar fuerzas navales en el puerto de otros países como forma de amenaza) no era para nada común en la relación entre países pares, pero si cuando un país se pensaba superior a otro (no en poder, sino en su tipo): Las potencias europeas vivieron haciendo eso a otros países durante esos años, pero no entre ellos. En otras palabras, por el mero hecho de realizar ese acto Chile se ubicó  en relación con Bolivia como el Reino Unido se pensaba en relación con, digamos, Zanzíbar.

El transcurso de la guerra nos sigue mostrando esa actitud de no reconocer a los países contrincantes la posición de par. Chile ocupó militarmente el Perú (al menos su costa) entre 1881 y 1883. Ahora bien, ¿por qué? Simplemente, porque Chile no reconocía gobierno alguno en el Perú y mantuvo la ocupación hasta que apareciera un gobierno de su gusto. Nuevamente, no es el tipo de cosas que en la época se usaran entre países pares. Los prusianos humillaron completamente a Francia en la guerra franco-prusiana (1870-1871) y con ella el gobierno francés se desplomó, pero a Bismarck no se le ocurrió imponer un gobierno, simplemente negoció con el surgido tras la caída de Napoleón III (uso el ejemplo, porque el gobierno chileno defendería sus anexiones de provincias tras la guerra del Pacífico aduciendo el ejemplo de la anexión de Alsacia y Lorena).

Todo el comportamiento, entonces, de Chile indica un país que se relaciona con sus vecinos del norte como un país imperialista del siglo XIX se relacionaba con cualquiera de sus víctimas (o con cualquier país al cual no le reconocía igualdad de trato).

En realidad, Chile durante el siglo XIX experimenta un fuerte proceso de expansión territorial. Hay muchos que piensan en una historia de pérdidas de territorios (‘cesión de la Patagonia’) pero eso olvida las realidades. En 1810 quienquiera que gobernara en Santiago administraba efectivamente, sus órdenes podían ser cumplidas, el territorio entre Copiapó y el Bio-Bío. En 1820 Chile toma y se anexa Valdivia (que era dependencia del Virrey en Lima no de la Capitanía); en 1826 Freire anexa Chiloé (que también era dependencia del Virrey y donde los chilotes no tenían  ningún entusiasmo por ser parte de Chile, habiendo defendido las banderas del rey toda la Independencia). En 1843 se funda el Fuerte Bulnes (como colonia penal, siguiendo el ejemplo de varios Imperios en expansión), en un territorio en el cual nunca había sido sometido a los decretos de Santiago; a lo que sigue en la década de 1850 la colonización en Valdivia y Llanquihue. Finalmente, tenemos la conquista del territorio Mapuche y de las provincias de Iquique y Antofagasta. 1881 es el año de la fundación de Temuco y de las batallas de Chorrillos y Miraflores (en otras palabras, de un esfuerzo militar doble separado por 4 mil kilómetros). Y para completar la expansión, Chile en 1888 adquiere una colonia al incorporar Rapa Nui (haciendo el mismo tipo de operación que cualquier país imperialista Europeo realizaba en la época en la Polinesia). En 1890 quienquiera que gobernara en Santiago administraba efectivamente un territorio mucho mayor que su antecesor en 1810.

Este proceso de expansión territorial se realizó usando las diversas formas de expansión al uso entre potencias imperialistas en el siglo XIX: Conquista de provincias a países vecinos, colonias penales, conquista de pueblos no-estatales, instalación de colonias de ‘ultramar’. Por cierto, todo en pequeño -como corresponde a un país de imperialismo periférico (o semi-periferia para usar términos de Wallerstein).

El delirio de esa actitud es la expansión de la flota a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Por motivos de equilibrio de poder, y la mera idea que ese concepto era aplicable a las relaciones de ‘potencias sudamericanas’ ya es significativo, Chile decide contratar en astilleros británicos la construcción de dos acorazados del tipo dreadnought (Latorre y Cochrane). La construcción estaba inconclusa al iniciarse la 1a Guerra Mundial y los barcos son tomados por el gobierno inglés. El Latorre, rebautizado Canadá, participó en la batalla de Jutlandia (el Cochrane, más atrasado en su construcción, fue comprado por los ingleses en 1917, convertido en portaaviones, renombrado Eagle y luchó en la 2a Guerra Mundial). En otras palabras, Chile había contratado la construcción de un barco que estaba en condiciones de ser usado en primera línea por la mayor potencia naval del mundo en 1916.

Ahora bien, toda ese intento de constituirse en un país imperialista fracasaron. La razón de ello es obvia y evidente: no es posible constituirse en un país de ese tipo sin alguna capacidad industrial (y en particular, de industria pesada). El fracaso puso a esas intentonas imperialistas en su lugar: como un delirio de una élite dirigente que creyó ser más de lo que en realidad podía ser.

 

El conservadurismo como una forma de optimismo

(Dado los últimos acontecimientos, puede resultar equívoca, pero bueno).

La mirada tradicional sobre el conservadurismo es que es fundamentalmente pesimista. Frente al iluso optimismo heredero de Rousseau que cree en la bondad del ser humano, y que por ello debiera soltarse de las cadenas sociales; se opondría un pensamiento que enfatizaría la perversidad de lo humano, que luego ha de ser controlada de manera permanente. Y que habiendo sido controlada por el orden tradicional, debe seguir serlo, a menos que se quiera desatar el caos. Frente a una idea de la perfectibilidad humana, y de la posibilidad que se ejecute la utopía, la mirada que reconoce los defectos de la humanidad.

Ahora bien, más allá de la corrección de la posición anterior, el caso es que no cubre todo el problema. Hay un aspecto bajo el cual el conservadurismo es usualmente y básicamente optimista, y dice relación con la naturaleza de la realidad.

En algún punto de las Reflexiones sobre la Revolución en Francia, Burke procede a hablar de la situación del país (de sus industrias, de sus puertos, de sus diversos grupos, su población) y concluye que siendo inferior a Inglaterra, la diferencia no es tanta. Su conclusión es que no encuentra razonable que un régimen que tenga esos resultados sea un completo mal. Algo bueno ha de tener lo que produce algún resultado. Más en general, el talante conservador es uno que frente a alguna institución que haya durado un tiempo importante se dice que algo de bueno ha de tener, de otra forma no podría haberse perpetuado. Si es conservador (y no reaccionario) no estaría en contra de todo cambio, pero si estaría en contra de un abandono total, o al menos de no tener cuidado en mantener lo que se había logrado.

Esa actitud se basa, finalmente, en la creencia de la bondad básica de la realidad. El bien es más poderoso que el mal, y luego sólo el bien puede perdurar. El mal es ausencia de ser o, como mínimo, no se sustenta en el tiempo. Perdurar y bien están asociado. La tesis de la debilidad, si se quiere, ontológica del mal es antigua. Una parte no menor de la teología medieval se basaba en el postulado que el bien es y que el mal es un no-ser (es una de las formas de solucionar la presencia del mal con un creador omnipotente). Si el mal es sólo ausencia de ser, entonces el mal es algo más débil, y a la larga siempre es derrotado. De ahí se deriva entonces la idea que, si bien no perfecto y quizás mejorable, lo que ha perdurado en el tiempo algún valor ha de tener, que es precisamente lo bueno que tiene lo que le permite seguir existiendo.

A este respecto resulta interesante que, siendo una creencia antigua y extendida, uno diría -si quisiera especular, pero bueno para eso sirven las entradas de blog- es una creencia en retroceso. Que una parte no menor, y uno diría creciente, de la ficción contemporánea (o incluso a partir del siglo XX) se base en la posibilidad (o casi seguridad) de triunfo del mal resulta sugerente. Desde la perspectiva que tratamos ello es imposible, el mal sólo puede triunfar temporalmente, pero nunca al largo plazo. Esa convicción es la que entra en crisis. El horror de, por ejemplo, 1984 de Orwell está en la frase de la bota aplastando un rostro humano para siempre y en la escena final: Que el mal como tal puede triunfar por siempre y no hay nada inherente en el bien que garantice su derrota.

Esa actitud es profundamente anti-optimista y al mismo tiempo va en contra de las convicciones ontológicas del conservadurismo. Con lo cual concluimos que existe una dimensión profundamente optimista en el pensamiento conservador.

El Problema de Chile es Político

Que la ciudadanía declara diversas críticas a la situación de la sociedad chilena es algo sabido. Que uno de los aspectos más centrales de esa crítica es la relación con la política es también algo sabido, y existen múltiples indicadores de dicha crítica –manifestada como alejamiento. Usando los datos de la Encuesta de Desarrollo Humano 2013, pero que son fácilmente replicables en otros estudios, nos encontramos con que un 55% de la población no se ubica en el eje izquierda-derecha, que sólo un 20% de la población declara estar interesado en la política, y que un 22,5% estima que la política influye en su vida. Los estudios cualitativos del Informe 2015 entregan también una profunda mirada negativa al mundo político.

Pero al mismo tiempo, el Informe nos muestra que es una ciudadanía que está más interesada en los temas públicos: En la medida que se va de la política –criticada- a lo político – o sea la discusión de las cosas públicas en sí- el interés aumenta sostenidamente: De un 32% que conversa de política a un 45% que conversa de temas de actualidad, a cifras que varían entre un 50% y un 70% que conversa de temas públicos concretos. Una ciudadanía que, el mismo Informe nos plantea, quiere más democracia de la que encuentra existe: Un 68% de las personas tiene un déficit democrático –valora más la democracia de lo que perciben existe de democracia.

La escasa relación con la política no es simple alejamiento de ella, sino efectivamente representa un rechazo, una crítica. Entre las múltiples cosas que los chilenos quieren cambiar de nuestra sociedad se encuentra la política.

La dificultad aparece en el hecho que la política no es simplemente otro lugar sobre el cual se ejerce crítica. Porque siendo la política el lugar donde se toman las decisiones colectivas, ningún tema puede resolverse si es que no se resuelve la construcción del espacio de lo político. No hay ningún lugar fuera de la sociedad que nos asegure la capacidad de tomar esas decisiones, y luego no queda más que sea ella misma lo resuelva. No contamos con otro garante que nosotros mismos para tomar esas decisiones y buscar una resolución adecuada.

Es con relación a la construcción de ese espacio, un espacio político que permita resolver los problemas que Chile enfrenta, que se nos muestran algunas de las principales dificultades de la situación actual. A este respecto pareciera que faltaren los recursos, capacidades, conceptos o actores necesarios para ello. Esta dificultad se acrecienta porque la tentación de no resolver los problemas políticos es fuerte: Los temas que nos interesan resolver rebasan con creces el ámbito de la político: lo que se desea es soluciones para los temas colectivos concretos –educación, pensiones, economía etc.

La política es, entonces, al mismo tiempo el problema fundamental, porque es donde se puede construir el espacio para resolver cualquier tema colectivo; pero no es el problema que nos convoca como tal, son otros problemas los que queremos resolver. Eso genera una dificultad adicional para resolver los problemas políticos a los que nos enfrentamos.

 

Las dificultades de la constitución de lo político son, en parte importante, dificultades en torno a la constitución de la conversación pública. De algún modo, se genera un debate -porque múltiples actores defienden posturas- pero no es claro que efectivamente exista diálogo -disposición a efectivamente escuchar lo que los otros actores tienen que decir y plantear, y tomar dichos planteamientos en serio. Es fácil encontrar declaraciones de diversos actores involucrados en el ámbito público que asumen que la conversación ya ocurrió y se cerró, que la razón y la ciudadanía claramente está con ellos, y lo que resta a lo más es que se cumpla con su opinión. También es fácil observar declaraciones que llaman a dialogar, pero que entienden el diálogo como una escucha y aceptación por otros de la propia opinión, pero que no están dispuestos ellos mismos a escuchar y que devalúan cualquier opinión ajena. A quien está seguro de su propia verdad, quién la encuentra auto-evidente, le es difícil entrar en el juego de la persuasión que es indispensable a toda verdadera conversación.

Otro elemento relevante es lo que dice relación con la confianza. No es tan sólo que la ciudadanía ha dejado de confiar, y que de un nivel general de confianza ya bajo se ha experimentado una caída en el último tiempo. Es que todos los actores desconfían: Para unos no se puede confiar en la élite, para otros no se puede confiar en los ciudadanos. También es parte del problema la dificultad de reconocer que la desconfianza no es sólo un problema: En última instancia la democracia es una forma de control de los gobernantes y por lo tanto la desconfianza es parte de la democracia. La confianza total, bien se sabe, es vulnerable a ser abusada, y hay tal cosa como una sana desconfianza. El problema no es tanto la desconfianza como tal, sino que al parecer las desconfianzas existentes evitan que los actores puedan crear arreglos sustentables y crear un espacio político. Reconocer el riesgo es positivo, resguardarse frente a ellos también, pero no poder apostar para poder generar acciones conjuntas con otros sí se transforma en un problema.

Los problemas para generar un espacio político se muestran también en las dificultades para construir actores y sujetos colectivos. Lo que se muestra en un resultado como, tal como aparece en Encuesta de Desarrollo Humano, que cerca de un 45% de los chilenos y chilenas no acierta a pensar quién puede representarlo -aun cuando la pregunta se hizo insistiendo en la total apertura de las posibles respuestas. Incluso podemos plantear que la noción misma de líder está bajo sospecha ciudadana;  y que cuando todo quien intenta instalarse como tal está bajo la sospecha que se separa de los ciudadanos la construcción de actores aparece como especialmente compleja.

Parte de lo que subyace a varios de los problemas anteriores son diferencias de conceptos. Para seguir con el tema esbozado en el párrafo anterior se puede usar como ejemplo el concepto de representación. Por un lado,  tenemos nociones que enfatizan el carácter independiente del representante siguiendo en ello una idea cuyos inicios ya están en el Discurso a los Electores de Bristol de Burke en 1774: “Vuestro representante os debe, no sólo su industria, sino su juicio, y os traiciona, en vez de serviros, si lo sacrifica a vuestra opinión”. En esta visión, el representante tiene el derecho y el deber de no ser una simple caja de resonancia; y se observa críticamente el que abandonen ese deber. Por otro lado, observamos visiones que enfatizan más bien que el representante cumple una función de comunicación de las ideas de sus representados, que no tiene capacidad propia de negociación y acción, que cumple una función comunicativa (lo que de hecho es una forma bien antigua de entender el concepto). La mera idea que alguien pueda hablar por uno es inmediatamente algo sospechoso. La construcción de un espacio político no requiere quizás, un acuerdo en el lenguaje, pero sí requiere que se tenga claridad en las distintas posiciones en pugna.

 

Aquí podemos volver a nuestro punto de partida. El espacio político institucional no aparece tanto como un espacio de solución de problemas, sino como el lugar de un problema. Se rechaza la política y ese espacio, y es por ello entonces que la sociedad se politiza al buscar nuevas formas de solucionar el problema político de constitución de decisiones colectivas. Pero esa búsqueda se vuelve más compleja cuando se rechaza el espacio. El proceso de politización crece sobre unos fundamentos que son, al mismo tiempo, fuente de su fragilidad para su plena instalación. La sociedad chilena, se está planteando preguntas que no es claro que tenga la capacidad de responder.

El problema central de la situación actual es, si se quiere, estrictamente político: construir una institucionalidad que permita tomar decisiones colectivas legítimas y vinculantes. Aquí resulta crucial no confundir la necesidad de contar con instituciones fuertes con fortalecer las instituciones existentes. Hay que evitar, si se quiere, una concepción naturalizada de la política: Que las instituciones políticas son las que son, que los principios de esas instituciones son los únicos principios. Plantearse los problemas con la profundidad que se requiere implica, a su vez, discutir sobre el carácter de las instituciones políticas.

Estas discusiones son, necesariamente, tarea de todos los actores y no sólo de algunos. Parafraseando a Clemenceau, bien podríamos decir que la política es demasiado importante para dejársela sólo a los políticos. En una sociedad en la cual todos los temas están en discusión, sólo participar e involucrarse en esas discusiones aparece como un camino viable.

NOTA. Originalmente publicada en el sitio de Desarrollo Humano en Chile, aquí

La tentación de la facilidad (a propósito de la situación política del Chile del 2015)

Dado que se observaban grandes demandas de cambio, algunos pensaron que el asunto era bien fácil: Ofrezcamos cosas que se planteen como grandes reformas, y con ello damos cuenta de la crisis política en Chile. Al poco andar, se demostró que en realidad no era fácil: Que entre los que deseaban más cambios, los que querían otros, los que querían menos, los que pensaban que se estaban implementando mal, simplemente se disolvía la mayoría pro-cambio. Al parecer, el poder de la palabra, del mero nombre (como si cambio o reforma indicaran algo sin entrar en el contenido) podía ser suficiente para recomponer el cuerpo político.

Como ello no funcionó, en las últimas semanas hemos podido observar a otros que tienen otra receta de la facilidad: Como los chilenos, finalmente, demostraron ser más bien moderados, entonces lo que corresponde es volver a la moderación (con la cual tan bien nos fue, supongo, falta a veces agregar). Que en realidad es cosa de no entusiasmarse mucho en el columpio y tener los pies en la tierra (Gallagher, Peña y Velasco todos han dado una versión de lo anterior en las últimas semanas)

Lo que veremos a continuación, supongo, si es que ese diagnóstico y visión es el que se realiza, serán las dificultades que ella produce. No estará de más recordar que a punta de moderaciones, de consensos entre los mismos que se crearían consensos ahora, es que se generaron las bases que llevaron a la situación actual. La disminución de la votación o la desafección vienen de un buen tiempo, la crítica a la situación de la sociedad (aunque no necesariamente a la vida personal) también. Operar el 2015 como si estuvieran las condiciones de 1990 implica una ceguera de marca mayor.

De hecho, pensemos en los ’90. Alguien pudiera pensar que volver a ello sería la única forma de avanzar: ¿no se crearon allí acuerdos básicos que permitieron operar por décadas? (y que, mal que mal, permitieron varias transformaciones que ahora se nos olvidan, no fue en esos años que se aprobó, por fin, el divorcio o se desarrollo el AUGE, que limitado y todo, no fue un avance). Y claro, el tema es que las condiciones de los ’90 no están ahora. Cuando en los ’90 las dos coaliciones mainstream se ponían de acuerdo, se podía decir que el país se ponía de acuerdo, porque esas coaliciones efectivamente representaban a la mayoría de la población (que votaba por ellas) y a prácticamente todos los actores con poder. ¿Se puede decir lo mismo ahora? No representan, no cubren a todos los actores. Incluso para reproducir los resultados de los ’90 (acuerdos sustentables, tan queridos por algunos) claramente se requeriría hacer cosas muy distintas.

La búsqueda de hacer las cosas por el camino seguro bien puede terminar siendo el más inseguro de los caminos. No estará de más recordar la situación de la pobre rana con el agua caliente, que a punta de cambios moderados y seguros termina muerta y hervida.

NOTA. Y con esto concluimos, espero, las entradas sobre la situación de Chile y volveremos a otra cosa.

Las Fundaciones de Asimov. O de la idea de predicción de la historia

fundacionLa saga de la Fundación de Asimov es una de las obras de ciencia ficción más conocidas. De hecho, y lo suficientemente popular para lo que fue una trilogía, se transformó a través de precuelas y secuelas en siete libros. Además es una trilogía de alguna relevancia para las ciencias sociales por el aspecto central de la trama: el desarrollo por Hari Seldon de la psicohistoria, ciencia que permite la predicción histórica. El drama de la trilogía ocurre en el contexto de la caída del Imperio Galáctico (Asimov declaró que su motivación inicial se produjo al leer la Decadencia y Caída del Imperio Romano de Gibbon), y la creación por parte de Seldon de la Fundación como proyecto para disminuir la era de barbarie subsecuente (usando la ciencia de la psicohistoria).

Ahora bien, cada una de las tres novelas que componen actualmente la trilogía (digo actualmente, porque de hecho los relatos originales se publicaron en revistas y posteriormente fueron reunidos en las tres novelas que se conocen en la actualidad) puede observarse como tres formas distintas de reaccionar frente al tema de la predicción. Y en ello, entonces, la trilogía tiene interés para las ciencias sociales no sólo como una forma de mostrar la utopía de la ciencia social objetivizante y matemática (al menos, es utopía para quienes creen en dicha ciencia), sino como forma de analizar la relación entre conocimiento y acción.

Fundación (publicada como libro en 1951, pero los relatos originales publicados entre 1942 y 1044) es la versión optimista de la predicción. Los héroes de las partes -Salvor Hardin y Hober Mallow- se perciben a sí mismos como agentes activos, que hacen lo que sienten hay que hacer, y por eso mismo la forma en que resuelven las crisis Seldon (los momentos críticos en que se produce un cambio de orientación en la sociedad, y que son el núcleo de la predicción dela psicohistoria) es sentido por ellas como algo libre.

Así dice Hardin, cuando recién los actores empiezan a percatarse de la idea que Seldon puede haber predicho la historia:

Aunque él [Seldon] previera el problema entonces, nosotros podemos verlo igualmente ahora. Por lo tanto, si él previó la solución entonces, nosotros podremos verla ahora. Al fin y al cabo, Seldon no es un mago. No hay ningún truco que él ve y nosotros no para escapar del dilema

Y así termina Mallow su exposición de cómo el resolvió la crisis que le tocó vivir (y Asimov acota que es una exclamación orgullosa)

¿Qué me importa a mí el futuro? No hay duda de que Seldon lo ha previsto y está preparado contra todo lo malo que pueda acontecer. Habrá otras crisis en el porvenir, cuando el poder del dinero se haya convertido en una fuerza muerte como es ahora la religión. Que mis sucesores resuelvan eso nuevos problemas, como yo he resuelto el del presente

En las dos afirmaciones, el actor no se siente limitado por la predicción. Las fuerzas históricas (y en la obra se enfatiza que las predicciones obran sobre esas fuerzas impersonales y no sobre la decisión individual) no implican que el actor no sea libre en su acción, pero cada quien al hacer lo que siente debe hacer la cumple.

Esa situación ya no se mantiene en Fundación e Imperio (publicada en 1952). Aquí podemos observar la versión negativa de la predicción. En la primera parte tenemos la historia de Bel Riose (calcada sobre la de Belisario en los tiempos de Justiniano): un general del Imperio que se topa con la Fundación en expansión y quiere derrotarla. Pero además quiere derrotar la ‘mano muerta’ de Seldon -ya que se le menciona el tema de la predicción. En esta versión la predicción va en contra de la mano de los actores, y es una fuerza que se opone a su accionar. De hecho aquí (en contra de lo que sucede en el primer libro) los presuntos héroes no resuelven la crisis producida por Bel Riose (ni Devers ni Barr hacen finalmente nada), y la crisis se produce ‘automáticamente’. Como plantea Barr al final de la historia al rechazar su implicación personal:

La Fundación vuelve a ganar. Piénselo bien: no existe ninguna concebible combinación de sucesos que no dé como resultado la victoria de la Fundación. Era inevitable, cualquiera que fuese la actuación de Riose o la nuestra.

Una vez dije a Riose que ni con toda la fuerza del Imperio podría desviar la mano muerta de Hari Seldon

La segunda parte de ese texto es la historia del Mulo: un mutante (con el poder de la manipulación emocional). Y por lo tanto, representa la única forma en que sería posible salir de la psicohistoria: un evento que sale de los parámetros. Es la posibilidad de la derrota de la predicción. De hecho, el Mulo derrota a la Fundación, pero entonces aparece con fuerza la idea de la Segunda Fundación (que Seldon fundó dos proyectos para disminuir la era de la barbarie), y que ella es la derrotaría al Mulo -porque ella es una fundación psicológica (i.e la que puede derrotar a una oposición de esas características). La crisis es desviada por un evento casual -así lo enfatiza el texto- pero finalmente se refuerza la idea de la potencia del plan de Seldon, que es lo que enfatiza Bayta, la heroína de la historia:

¡No la vencerá! Aún conservo la fe en la sabiduría de Seldon. Usted será el primero y el último gobernante de su dinastía

Pero la predicción queda resquebrajada: No sólo se muestra que hay eventos no-predichos, sino que además la derrota del Mulo se produce por un hecho casual, y al final queda una fe en el plan.

Las tensiones con la idea de predicción quedan más de manifiesto en la última parte de la trilogía: Segunda Fundación. De hecho, es en cierta medida una reflexión sobre las condiciones de la predicción, y nos cambia de lógica. Ya no estamos ante alguien que predice un futuro, sino que a alguien que crea ese futuro. Pasamos del conocimiento al control.

La Segunda Fundación no es tan sólo una fundación de psicohistoriadores, es una fundación que sigue desarrollando el plan de Seldon (lo investiga, lo corrige y realiza las intervenciones pertinentes). Esto porque lo que ella no es tan solo estudiar sino manipular (el poder del Mulo es el mismo poder que tiene la Segunda Fundación).

El desarrollo de las dos partes de la novela es mostrar como a través de esas intervenciones se puede corregir las desviaciones del plan Seldon. En la primera, derrotando finalmente al Mulo; y en la segunda ‘volviendo’ a la Fundación original al camino inicial. Examinemos en mayor profundidad la segunda parte, porque es la más interesante.

La Fundación, incluso una vez liberada del Mulo, se enfrenta a un nuevo conocimiento. No sólo sabe que existe un plan Seldon -algo que puede ser visto como limitante o no de sus acciones-, sino que sabe que hay una segunda Fundación que interviene en la historia manipulando a las personas. Luego, la ejecución del plan Seldon implica algo más profundo que simplemente la ‘mano muerta’ de Seldon, sino que implica la pérdida de la libertad individual del actor. Al mismo tiempo, las predicciones funcionan en la medida en que se desconocen -y luego el plan no seguirá a menos que el conocimiento sobre la segunda Fundación se pierda.

La historia es entonces la lucha de diversas personas por derrotar a la segunda Fundación, por recuperar su libertad, y la lucha de la segunda Fundación para volver a oscurecerse. La solución es obvia: una derrota aparente de la segunda Fundación -que les permite a los que lucharon contra ella pensar que son libres, y que permite a la segunda Fundación ser olvidada. Ahora bien, esa solución implica que los héroes de la historia son derrotados.

¡Por la Galaxia! ¿Cuándo puede saber un hombre que no es un títere? ¿Cómo puede saber un hombre que no es un títere?

Eso es lo que se pregunta Darell, uno de los que quiere derrotar a la segunda Fundación, y aunque -debido a la forma en que ella manipula la historia- se convence a sí mismo que lo es, nosotros sabemos que no. Como lo debaten un Orador y un estudiante de la Segunda Fundación en el final de la historia:

Ahora el curso de la historia continuará sin desviarse de la dirección indicada por el Plan

– A menos -señaló el Primer Orador- que ocurran ulteriores accidentes, imprevistos e individuales

– Y en tal caso -dijo el estudiante-, nosotros existimos todavía.

La idea de una ciencia social tan perfecta objetivamente que puede predecir, al inicio sólo es mostrada en sus éxitos predictivos, sin limitar a los actores. Luego se muestra en contradicción con la agencia: primero como fracaso de la agencia (la mano muerta es más fuerte que el actor) y luego como fracaso de la predicción si la agencia es real (si los actores pueden hacer diferencia, un mutante por ejemplo, el plan fracasa). Finalmente, para recuperar la predicción lo que aparece es el control y la manipulación.

En ese sentido, la trilogía de la Fundación es una reflexión sobre las posibilidades, límites y condiciones de la predicción de la vida social. Y por ello no deja de ser relevante para quienes se interesan sobre el conocimiento de ella.