El cinismo como la falsa lucidez de la derrota

Estaba leyendo las Máximas (1665) de La Rochefoucauld, texto célebre en la escuela de detrás de toda virtud hay algo que no es virtuoso: el amor propio, el interés. La amistad comúnmente es falsa, toda buena acción no es más que mera apariencia y detrás de todo siempre hay otra cosa Por dar un ejemplo cualquiera

Ce que les hommes ont nommé amitié n’est qu’une société, qu’un ménagement réciproque d’intérêts, et qu’un échange de bons offices, ce n’est enfin qu’un commerce òu l’amour-propre se propose toujours quelque chose à gagner (Máxima 83)

Nosotros quizás podríamos no ver tan negativamente una concepción de la amistad como intercambio de ‘buenos oficios’ y la reciprocidad casi puede ser pensada como una norma; pero la intención del texto es otra: Desenmascarar la amistad y mostrar que ahí, al final, lo que hay es egoísmo y la preocupación por el amor propio, no hay nada más (la fórmula ‘no es otra cosa que’ aparece dos veces en ese pequeño párrafo, y ello es indicativo). La fama del texto descansa en una firme fundación, está escrito en un estilo impecable y los aforismos son memorables.

En mi edición (Les Classiques de Poche) hay una larga introducción sobre la época de La Rochefoucauld, y el editor (Jean Rohou) deja en claro que ellas están insertas en el carácter de una época, en la cual el pesimismo se había extendido de manera profusa y donde las grandes esperanzas humanistas de la generación anterior se habían visto truncadas. La Rochefoucauld, en ese sentido, expresa una de las variantes de ese pesimismo.

Lo que muestra el editor en la introducción además es que ese paso del optimismo al pesimismo (y en la cultura occidental bien cabe recordar que las fases optimistas son humanistas) se debe a una derrota política. La derrota de La Fronda aqueja directamente a La Rochefoucauld, pero más en general el triunfo del absolutismo y el carácter de la corte que se engendra ahí cortaron los sueños existentes. En ese ambiente es que se expandió el cinicismo que las Máximas de La Rochefoucauld representan de manera tan espléndida.

Uno puede notar que la misma dinámica se ha visto en décadas recientes: Tras la derrota de las esperanzas revolucionarias, el optimismo progresista es reemplazado -en esos mismos ambientes- por una lectura más bien pesimista de las cosas: Nuestra verdad resultó que no era verdad, pues entonces no hay verdad. No cabe esperar mucho del mundo, que es siempre más bien un desastre, así que la realidad existente es la realidad que siempre será.

Además ese cinismo irónico que no cree ni en la verdad, el bien o la belleza se presenta a sí mismo como muestra de lucidez (y hace ello a mediados del siglo XVII y a finales del XX/principios del XXI). Frente a la naïvete de la generación anterior, que creía en cosas equivocadas, ahora sabemos que no vale la pena creer en nada y miraremos desde arriba a todos aquellos simplistas que creían en cosas.

El título de esta entrada debiera dejar en claro que no creo que ello represente lucidez. El hecho que se obtenga como conclusión de una derrota histórica, del hecho que un proyecto no funcionara, la conclusión que se obtiene es la imposibilidad de lograr cualquier fin positivo no parece ser, a decir verdad, muestra de lucidez alguna. Suena, más bien, a una exageración y una falta de entereza frente al mundo. Si la perfección no es posible luego nada bueno lo es (o todo lo bueno es falso) no es una conclusión sensata. Ni tampoco nace de una mirada sin falsas ilusiones al mundo, es lo que nace de quién solo puede traficar en ilusiones para poder enfrentarse al mundo.

El caso es que en el mundo existe tanto el mal como el bien. Y actuar con entereza en el mundo requiere reconocer al mismo tiempo que la perfección no existe, ni es alcanzable, pero no por ello el mundo es pura negatividad y simplemente aceptar que es así.

El caso es que en nosotros existe tanto el mal como el bien. Pensar que debido a que nadie es pura virtud entonces la virtud es siempre un engaño no deja de ser una forma de mezquindad. El instinto de sospecha sobre el bien (y su larga existencia en las sociedades occidentales proviene del cristianismo, en particular de su versión agustiniana, que por cierto el editor de Las Máximas al cual refiero, observa su influencia en el siglo XVII francés) no es tanto una forma de penetración mayor de crítico, como tanta interpretación lo quiere, resulta al fin poco fructífero. El que el bien en nosotros no sea permanente no quita que exista y que sus momentos son reales.

Italo Calvino, al fin de las Ciudades Invisibles, nos dice en una frase muy famosa que

“el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

La verdadera lucidez es reconocer que no viviendo en el cielo, e incluso pensando que el mundo está ceñido por lo negativo (que la vida es ya un infierno) no todo es infierno; y que cabe una tarea a realizar. El cinismo se revela como una excusa para permitirse no realizar una tarea, simplemente porque ella no alcanza su fin pleno.

Las sociedades modernas, en el campo de la verdad, han alcanzado una posición que es más bien extraña: Aceptar que si bien ella nunca se conoce por completo, tiene el más pleno sentido avanzar en el camino de la investigación (que ello resultaba más bien en una falta de sentido es algo que resulta claro a cualquier lector de La ciencia como vocación de Weber, donde que la ciencia no entrega sentido es uno de los temas constantes). La constante presencia del cinismo como reacción perenne a las derrotas nos muestra que en el campo de los asuntos éticos esa misma posición no se ha alcanzado. Sin embargo, esa voluntad -la que se refleja en la cita de Calvino- más que el mero cinismo y la caída en la facilidad de la ironía, representa, creo, una verdadera lucidez.

Kant y el gusto comunitario

Retomo el hilo dejado a un lado por esta digresión y digo que el gusto puede llamarse sensus communis con más derecho que el sano entendimiento; y que el discernimiento estético, antes que el intelectual, puede portar el nombre de sentido comunitario (Kant, Crítica del Discernimiento, Parte I, Sección I, Libro 2, § 40, Edición de Roberto R. Aramayo y Salvador Mas).

Usualmente pensamos el gusto como un tema individual (de gustibus non disputandum), y cuando, sociológicamente, lo pensamos como algo grupal, y en ese sentido comunitario, claramente no lo pensamos universalmente; y es esto último lo que quiere enfatizar Kant.

Y es lo extraño de ese énfasis lo que nos interesa destacar. ¿Qué lleva a Kant a pensar que el gusto es común? En las definiciones de belleza que ofrece en el texto Kant insiste en esa universalidad. Ahora bien, no nos interesa aquí la argumentación formal que usa Kant, sino más bien el hecho que no podía dejar de saber que el gusto se toma como algo particular. Si se quiere, ¿cuál es la experiencia de la cual proviene esa convicción?

Mi impresión es que el gusto es una forma de expresar lo que uno es. Parte del motivo por el cual los desacuerdos sobre temas de gusto pueden ser tan agrios -porque revelan incompatibilidades en la persona que se es. Dado lo anterior si uno estima que, detrás de todas las diferencias, hay una naturaleza común en los seres humanos, entonces el gusto (el gusto de verdad, el gusto verídico) debe ser universal.

La Distinción de Bourdieu es un texto escrito para mostrar la diferencia de gustos entre los grupos sociales, y explícitamente se plantea en contra de Kant. Y sin embargo, incluso ahí aparecen elementos que son comunes.

El primer dato que nos muestra Bourdieu son datos que ilustran que la disposición estética no es común, es sobre relación con fotografías; y como el gusto formal (el equivalente al kantiano) es restringido a ciertos grupos, no es universal. Al mismo tiempo, una mayoría en todos los grupos encuentra bella la fotografía del atardecer y muy pocos la encuentran fea; y se ubica en todos los segmentos en el primer lugar de preferencia, en los segmentos de mayor educación a lo más sucede que se ubica en un primer lugar sin diferencia significativa con la segunda posición (tablas 2 y 3, pp 38-39, La Distinction, Les éditions de Minuit).

Ahí hay elementos de comunidad. Esos elementos comunes bien pueden no basarse en lo formal que es parte de la estética kantiana, y eso implicaría que el elemento universal y el elemento formal son diferentes; nada de ello implica que lo común no exista. Incluso se puede plantear que si bien no formal hay otro elemento de la estética kantiana que aparece en esas mismas preferencias: el tema del desinterés. El atardecer no nos gusta porque exista un interés asociado a él, y sin embargo es un gusto universal y ‘material’. La forma pareciera no ser necesaria para la universalidad y el desinterés.

Más allá de la corrección de estas reflexiones, bien podemos volver al punto inicial: La idea de un gusto comunitario, que el gusto es lo que mejor responde a la idea de un ‘sentido común’, no deja de tener sus bases.

Sobre las concepciones de la acción. Libertad y coerción.

Leyendo un texto reciente de Jorge Chuaqui, Estructura Social, Poder y Persona (2019, RIL) me encontré con una cita que creo que ilustra muy bien una diferencia muy de base en cómo se concibe la acción y su relación con la libertad, y que muestra algunas de las ramificaciones de la vieja distinción entre libertad negativa y positiva de Isaiah Berlin.

Desde este punto de vista, el dinero, refrendado por el Estado en que dicho dinero es legítimo aparece como la forma más generalizada de la coerción económica (Segunda Parte, Capítulo 3, 3.1, p 150)

La diferencia es la siguiente: Algunos percibe que en tanto hay alternativas no hay posibilidad de coerción (siempre puedes elegir). Otros perciben que en cuanto tus alternativas son limitadas de algún modo ya no hay libertad (porque no puedes elegir simplemente lo que deseas). Luego el intercambio económico, en particular trabajo por dinero, en el primer caso es un caso paradigmático de libertad: cada quien siempre tiene alternativa. En el segundo no lo es, porque la diferencia entre lo que ocurre entre las alternativas es tal que no ocurre que simplemente elijas lo que desees (para vivir necesito dinero, y para obtener dinero habrá que aceptar este trato): el hecho que se me presenten alternativas con consecuencias muy distintas afecta mi elección y la vuelve no libre. En particular, consecuencias que son diferentes de las directas de la acción. Elijo hacer tal cosa porque me gusta es una consecuencia inscrita en la acción; termino haciendo tal cosa aunque no me gusta mucho porque es la forma en que consigo dinero es una consecuencia que no está inscrita como tal en la acción.

En el primer caso, entonces la idea de una coerción puramente económica no tiene sentido: a menos que exista la amenaza de violencia física no opera la noción de coerción. En el segundo caso, la idea es perfectamente normal, porque coerción aplica a cualquier situación que afecta y limita tus elecciones, y luego el intercambio económico hay coerción aunque no opere a través de la violencia física.

La libertad ya sea como capacidad de elección o como hacer lo que se quiere sin límites. La coacción como violencia física o como cualquier forma en que se afecte mi deseo.

Más allá de ubicarnos en este debate (y el texto que citamos claramente está ubicado en la segunda posición) lo que nos interesa destacar es un hecho básico y evidente: La condición humana es una en que -al mismo tiempo- sucede que: (A) Siempre hay alternativas de acción, las consecuencias de la acción pueden ser muy distintas, en el límite volviendo sólo una ‘viable’, pero formalmente siempre hay alternativas. (B) Y sucede al mismo tiempo que nos enfrentamos a unas circunstancias del mundo ya creadas que afecta nuestras decisiones y vuelven prácticamente imposible que siempre pueda hacer lo que quiera sin mayor preocupación. Eso da, por cierto, bases a ambas posiciones -siempre se encuentran esas situaciones. Puedo decir que ‘si no te gusta te vas’ [renuncia, eres despedido] es una muestra de capacidad de elección y luego libre (puedo irme) o verlo como forma de coacción (porque irse tiene consecuencias altamente negativas) y luego no libre.

Si se quiere estas dos concepciones de libertad siempre estarán con nosotros porque son reacciones a características estructurales de nuestra condición en el mundo. Nos entrega, con claridad, la base emocional de esas diferencias. Por un lado, puedo centrarme en el tema interior (‘yo siempre puedo evaluar alternativas’) que lleva, si se quiere, a una visión como la de los estoicos: Un esclavo puede ser internamente libre (Epicteto, uno de los principales filósofos estoicos era, de hecho, esclavo). Por otro lado, si me concentro en las condiciones externas siempre presentes, que la libertad es inalcanzable (o que mantiene, como dice Pessoa en el Libro del Desasosiego que ‘la libertad es la posibilidad de mantenerse aislado’, 283): los otros son el infierno como decía Sartre, porque sólo sin ellos puedo ser ‘libre’.

Las concepciones de libertad negativa y positiva de Berlin están en sintonía que lo anterior. La visión negativa, por un lado, centrada en la existencia de alternativas y observando falta de libertad sólo cuando hay coerción física. La libertad positiva, por otro lado, centrada en la capacidad de poder actuar tenderá a observar coerción en cuanto se limitan las acciones. Sin embargo, las bases de estas reacciones que hemos discutido son más amplias y las sobrepasan.

El hecho que estemos ante una condición estructural que hace que esos dos elementos estén siempre presentes, daría para concluir que una adecuada concepción de la libertad debiera reconocer e integrar la perenne existencia de alternativas y la situación basal que siempre hay condiciones afectantes. Ni lo uno basta para sostener la libertad (porque siempre hay formalmente alternativas y distinguirla por ausencia de coacción física no parece ser tan claro porque sólo usar ese caso) ni lo otro para negarlo (porque siempre hay condiciones). Identificar las situaciones cuando nos sentimos efectivamente libres, o sea cuando tenemos opciones que nos parecen significativas y viables, sería un paso hacia ello.

Con las últimas reflexiones nos acercamos a temas de filosofía política, y me gustaría cerrar observando que esta observación es de índole sociológica: Es intentar describir dos actitudes y dos reacciones frente al tema de la (libertad de la) acción.

Contra la Sociología vulgar.

Por estos días estaba escribiendo un texto sobre algunas afirmaciones que creo son básicas para cualquier ciencia de lo social (que la vida social es construida, que es imprevisible y que es plural). El texto además intenta defender la idea que lo bueno de la tradición sociológica se basa precisamente en una reflexión sobre esas afirmaciones.

Al escribirlo hubo una reflexión que dejé fuera, y que quedó para esta entrada: Que al mismo tiempo existe una tendencia en sociología a tratar esas afirmaciones de una forma muy inadecuada: Al mismo tiempo, enfatizando y reduciendo el peso de la primera (construcción social); e intentando pasar por alto la primera (imprevisibilidad). Llamaremos a esa visión sociología vulgar, y a continuación procederemos a describirla.

En esta visión, la vida social es solamente un juego de poder entre distintos grupos que realizan ciertas demandas: Todo lo relevante que determina si esas demandas funcionan es si se tiene el poder para lograrlo. Ahora, una de las jugadas básicas en esa lucha por parte de los dominantes es hacer pasar la realidad social como algo natural, lo que es en ese momento como lo que siempre ha sido y siempre será. Frente a ello se reivindica el carácter construido de lo social. El sociólogo, el analista social en general, es quien desenmascara ese carácter construido -dado que el actor común y silvestre vive ingenuamente- y al mostrar que es construido, entonces se desvanece el control de dicha construcción -que sólo se basa finalmente en que es creído como natural.

La anterior descripción es una exageración, como suele ocurrir cuando se critica una posición en general. El caso es que aunque pocos defenderían abiertamente tales posiciones, y en general puesto así pondrían algunos límites y otros mecanismos, no deja de ser un tipo de argumento algo común, con el cual uno se encuentra con cierta regularidad.

Ahora bien, la vida social no opera de ese modo. Por cierto, si hay conflictos de poder, y claramente hay demandas, y las luchas políticas por que demandas se realizan es algo relevante; y también hay dinámicas de naturalización y el desnaturalizar algo suele producir crisis. La descripción de la sociología vulgar erra porque limita la vida social a ese tipo de procesos, porque finalmente niega que existan (o tengan relevancia) otros procesos; no lo hace cuando declara que ese tipo de procesos existen.

La sociología vulgar pasa por alto el tema de la imprevisibilidad de la vida social. Si todo se reduce a cuáles demandas son las que se realizan, si todo es asunto de tener poder suficiente para imponer la propia demanda, ello requiere -para que tenga sentido- que la vida social sea previsible: Que entre imponer una demanda y la consecución de sus objetivos no haya nada. No existen, o no son relevantes, cosas como las consecuencias inesperadas, o el hecho que los otros actores nunca terminan de comportarse de acuerdo a lo previsto, o que siempre está la probabilidad que se creen nuevas alternativas de acción, y así con todo lo que hace opaca la vida social. Hay plena transparencia.

La sociología vulgar reconoce que la vida social es construida, pero como hemos dicho limita la fuerza de esa construcción. Es una construcción que solo opera cuando hay un error categorial: Cuando se cree que lo social es natural. Cuando ello desaparece, entonces la construcción pierde fuerza. La construcción social es un mero truco de prestidigitación. Ahora bien, no es así: Sabemos que el lenguaje es construido socialmente, no por ello deja de operar, no por ello deja esa construcción de imponerse a los hablantes. El dinero es también una construcción social (una tecnología social en el sentido más estricto) y no por ello deja de operar, no por ello el no tener dinero deja de tener consecuencias por ejemplo. Los actores construyen la realidad social en un sentido fuerte, no tan sólo como creencia; y por ello, no basta con desenmascarar la construcción para que ella deje de operar.

Pasaremos por alto ahora (porque no se critica recordando las afirmaciones básicas que estábamos desarrollando, y requiere de otro abordaje) el rol que en este relato de la sociología vulgar juega el sociólogo: muy similar al del filósofo en la alegoría platónica de la caverna, es el único que conoce la verdadera realidad y entonces tiene que convencer al resto, que está sin su ayuda condenado a pensar que la ilusión es la realidad. Esa no es la posición de un analista social, quien no tiene poderes especiales para acceder a la verdad. Pero eso es asunto de otra entrada.

Más allá de la sociología vulgar, hay todo un campo de estudio y preguntas a responder y reflexionar. La sociología vulgar es un facilismo, una forma de ponerse en una posición sobre otros teniendo siempre una respuesta simple y evidente a las complejidades del mundo. Y como todo facilismo, algo a lo cual resistir.

La reacción a la pérdida de incertidumbre en el Libro el Desasosiego de Pessoa

Pero el criticismo frustrado de nuestros padres, si nos legó la imposibilidad de ser cristianos, no nos legó la satisfacción de poseerla; si nos legó la falta de fe en las fórmulas morales establecidas, no nos legó la indiferencia ante la moral y ante las reglas de vivir humanamente; si dejó en la incertidumbre el problema político, no dejó indiferente nuestro espíritu ante la posible solución de ese problema (Pessoa, Libro del Desasosiego, 175)

Hace un tiempo atrás escribí una entrada (link aquí) en que defendía la idea que la modernidad era, como experiencia, un acostumbrarse -muy lento, paso a paso- a la falta de certidumbre. Justo hoy me topé con esta cita del Libro del Desasosiego que toca el mismo tema.

Pessoa escribe desde la generación posterior a los positivistas, a quienes ve como destruyendo todas las anteriores certezas. Los ve además como una generación segura, precisamente por esas certezas que destruían. La generación de Pessoa (que nace en 1888) es la que vive tras esa destrucción de certezas, y la vive como un trauma: Viven no habiendo perdido la búsqueda de esa certeza, siguen viviendo como si esas certezas fueran necesarias para dar sentido y dirección a la vida. En la perspectiva de esa generación si no hay ‘fórmulas morales establecidas’ no quedaría más que la indiferencia, a la que se resisten.

Lo que falta es la postura que la certeza no es necesaria: Que la opción de certeza o indiferencia, y todo el rechazo a ese dilema, no es tal; que se pueden tener creencias sin necesidad de tener certeza o seguridad. Una postura que se puede decir se ha vuelto más común con posterioridad.

Y sin embargo…

Uno puede notar que las generaciones posteriores a Pessoa recobraron las certidumbres. La modernidad de mediados de siglo XX entregaba, en cierto sentido, certezas (desde los estilos arquitectónicos a la fuerza de la historia en las que se basaba la cultura de izquierda). Y nuevamente nos encontramos, en su última parte, con otra generación que destruyó esas certezas (¿no era eso el posmodernismo? ¿la negación de todas las certezas de las tendencias modernistas del siglo XX?), y de nuevo entonces aparece el problema de la falta de certidumbre. También podría notar que la actitud de ‘la falta de certidumbre no es un problema real’ aparece casi al inicio del descubrimiento que las certezas no existen, está ya en David Hume. La idea que hay una trayectoria, lenta, de acostumbrarse a la incertidumbre no parece ser tan adecuada.

Tengo la impresión que el movimiento que describía en la entrada citada sigue siendo correcto: Que en una mirada de largo plazo lo que se observa es que la falta de incertidumbre produce menos problemas (como planteaba allí, no requerimos certezas ni teóricas ni metodológicas para dar los resultados científicos como correctos), pero lo que queda claro es que estamos ante un movimiento de larga duración, y que dicha trayectoria no es lineal: Hay repetidos ciclos de pérdida y búsqueda de certezas, incluso si cada ciclo es menos ‘cierto’ que los anteriores.

Los ciclos provienen que la incertidumbre es, finalmente, más tensionante; la certidumbre da claridad y tranquilidad. Esa necesidad no sólo hace que no pueda existir una dirección lineal de mayor acostumbramiento, sino hace posible que esa tendencia se quiebre. Al fin y al cabo, no sería la primera vez en la historia que a una cultura más escéptica sucede una que quiere y desea dogmatismo.

Las tendencias, incluso las de largo plazo, son eso, tendencias; no leyes que transiten hacia el futuro por caminos que ya podamos prever.

Los usos de la cultura. Sobre el ritual en el confucianismo

Podría iniciar esta entrada de una forma general, pero quizás mejor sea describir el acontecimiento que llevó a la reflexión sobre el ritual en el confucianismo, porque, a primera vista, está muy lejano de ello.

Releyendo Las Dos Torres de Tolkien me llamó la atención que Aragorn, Legolas y Gimli una vez que muere Boromir dedican un largo tiempo (y un amplio espacio en el libro, buena parte del primer capítulo) a los rituales mortuorios. Cantan poemas, ordenan sus armas en un bote y lo dejan fluir en el río, un ritual bastante complejo. Todo ello al mismo tiempo que tienen tareas que realizar, para las cuales el tiempo es bastante importante: Hay una urgencia ya sea en seguir a Frodo o en encontrar a Pippin y Merry. Sin embargo, sin que lo discutan los personajes, ni el texto lo haga, se ha realizado una actividad que tomó ese tiempo.

En otras palabras, al interior del mundo del libro es evidente que existen ciertos rituales que se deben realizar y cuya pertinencia nunca se pone en duda. En nuestro mundo, donde la eficiencia es lo más relevante, la actitud anterior no es la apreciada. Fuera del mundo del libro, dedicarle tiempo a esas ceremonias cuando la necesidad apremia se vería como pérdida, como irracional.

Es ahí entonces donde la conexión con el confucianismo aparece. Si hay un tipo de discurso, y toda una tradición, que tiene como uno de sus puntos fundamentales precisamente el valor del ritual y de la ceremonia. La siguiente cita es de Xunzi (ca 312-230 AC) y muestra una forma de argumentar -al interior de esa tradición- por el valor de las ceremonias:

Rezamos para que llueva y llueve, ¿por qué? No tiene sentido hacerse la pregunta, ha pasado lo mismo que cuando llueve sin que hayamos rezado. Salvar al sol o a la luna de un eclipse, rezar en tiempos de sequía, decidir un asunto de importancia sólo después de practicar la adivinación con la caparazón de la tortuga o los tallos de milenrama, no son cosas que hacemos para obtener lo que pedimos sino para conferirle cultura a lo que hacemos (Xunzi, citado en Angus Charles Graham, El Dao en disputa, Parte III, Capítulo 2, p. 340, FCE)

El contexto de la discusión es la negación que hace Xunzi del valor práctico de los rezos y las peticiones a los dioses. Es obvio que eso no tiene sentido. Lo interesante es la conclusión que obtiene: No concluye entonces que la plegaria no tiene sentido, lo que concluye es que su sentido es otro. Precisamente el poner bajo el signo de un ritual, de una ceremonia, a esa actividad: para conferirle cultura.

¿Cuál es la importancia del ritual? Una importancia que permite darle sentido a actividades cuyo objetivo palmario sería otro.

En la tradición confuciana, con muchas variaciones y matices entre los que la desarrollaron, la respuesta básica es que el ritual permite moralizar la acción. El comportarse moralmente tiene su fundamento más básico no en un cálculo de utilidad o de seguir leyes morales basales, sino que se desprende de la misma actitud que te lleva a seguir los rituales. La ceremonia produce una forma de actuar, una práctica, que produce la acción moral (en algún sentido, alguna cercanía tiene con la ética aristotélica, cuyo fundamento también está en la generación de una práctica que hace natural comportarse virtuosamente).

Como dijimos, hay diversas variaciones. Xunzi lo ve como una corrección de una naturaleza humana anarquíca que debe ser corregida por el ritual (inventado como una herramienta por los sabios, del mismo modo que inventaron otras herramientas). En Mencio es más bien que los rituales permiten que se desarrolle y despliegue, que se fortalezca, una naturaleza que ya está inscrita. En ambos casos la idea de la acción del jardinero sobre la planta (con el jardinero como el ritual y la planta como la acción humana) opera como ejemplo paradigmático. Más allá de las diferencias, hay una común concepción que es a través del ritual y la ceremonia que se genera la moral.

Es por eso que la cultura, el ritual y la ceremonia, terminan siendo lo más útil y relevante, precisamente -se puede mantener- porque no son de forma directa y ostensible sobre la utilidad. Nada más pernicioso que operar siempre bajo la pregunta de la eficiencia.

Nada más útil que no pensar en la utilidad.

El fin de la legitimidad. Chile 2020

Sobre la legitimidad pueden decirse muchas cosas. Me referiré a sólo una de ellas: Una de las cosas que hace la legitimidad es permitir que el orden social se reproduzca sin violencia física. Podemos decir, como parte importante de la tradición sociológica, que ello es violencia simbólica, enfatizando el carácter de dominación de las instituciones y la legitimidad como ilusión ideológica. El caso es que incluso bajo esa idea, que es la mirada más negativa sobre el tema, nos ahorra el uso de la fuerza.

Es por ello que una situación de pérdida de legitimidad es crítica, puesto que entonces nos dirige a una situación donde es la fuerza y la violencia directa la que dirime las cosas.

Y el caso es que Chile se encuentra en una situación donde se pueden observar grietas fuertes en la legitimidad. Con ello no me refiero solamente al hecho que las instituciones no son creíbles, ello ya se sabía desde hace varios años, pero las instituciones y sus adláteres se habían encargado de no darle importancia. Me refiero a que ya las creencias básicas que facilitan su operar están en riesgo. Bien puedo pensar que la institución X no es creíble, o que no cumple lo que supuestamente debiera hacer, pero todavía puedo pensar que hay que seguir lo que ella dice o, por último, aceptar ese poder.

Datos de encuestas recientes muestran que hay elementos basales de las instituciones que ya no pueden darse por descontado. La última CEP nos muestra que un 57% de la población estima que casi nunca o nunca se justifica que Carabineros use la fuerza contra un manifestante violento (ver link aquí). En otras palabras, el Estado ya no tiene el monopolio de la violencia legítima (sigue teniendo operativamente grados importantes de control de violencia efectiva, pero es de la legitimidad de que estamos hablando), cuando la mayoría de la población le niega a la fuerza pública del Estado legitimidad para operar con violencia frente a la violencia eso es lo que está en juego. La reciente encuesta UDP sobre Juventud, Participación y Medios nos dice que un 19% de los jóvenes está de acuerdo con incendiar cuarteles militares o las estaciones de metro realizadas en el contexto de las manifestaciones iniciadas en octubre (link aquí). Son cifras minoritarias, pero cuando alrededor de uno de cada cinco jóvenes declara su acuerdo con los actos mencionados nuevamente la legitimidad de las instituciones, la existencia de ese monopolio de la violencia legítima es lo que está en juego.

Podemos observar que ya existen en la práctica de la vida social ciertas operaciones cuya realización no puede darse por descontada. La realización de la PSU efectivamente ya ha tenido contratiempos, y no sabemos que ocurrirá este lunes 27 y 28. El sistema para establecer los precios del metro ya está desactivado en la práctica (no pueden realizarse las decisiones de los sistemas institucionalizados).

En general, todavía no se ha alcanzado el momento más crítico. En general todavía las instrucciones y órdenes que dan las instituciones se realizan. La pérdida de legitimidad está produciendo que las reservas de buena voluntad para que ellas ocurran se pierden y tenga que recurrirse a la violencia y a la coacción. Pero ello es, finalmente, desgastante. Y en última instancia hay que recordar que estamos ante procesos: que ese ‘todavía’ puede dejar de serlo; que hay un momento en que la máquina institucional deja de funcionar, cuando el que recibe la instrucción asume que no tiene por qué cumplirla y no recibe castigo por ello (que es lo que ocurre en las revoluciones al fin y al cabo).

Dada esa situación de pérdida de legitimidad, y de los efectos de ello, se pueden observar intentos de re-legitimación, precisamente para recrear esa ilusión que permite a las instituciones actuar y ejercer sin recurrir a su ultima ratio, que es la fuerza. El llamado a una nueva constitución, en particular a la generación de un proceso constituyente, es una de ellas -el intento de construir instituciones que se legitimen a través de un proceso en que participe buena parte de quienes habitan estas tierras, y que por lo tanto legitimen el resultado.

El caso es que, en realidad, no sabemos qué es lo que -en las condiciones actuales- puede producir y regenerar legitimidad. Cuando los mecanismos tradicionales de legitimidad dejan de operar no es fácil determinar que puede construir nuevamente legitimidad. Para usar un ejemplo de mayor alcance histórico (probablemente) que la situación actual: Cuando se dejó de pensar que los reyes gobernaban en virtud de un mandato divino o cuando la mera tradición dejó de tener peso, ni se pudo volver a lo anterior (como atestiguan todos los fracasos en América Latina en reconstruir monarquías, el único éxito fue Brasil, que -crucialmente- no dejó de ser monarquía) ni tampoco fue simple construir nuevas instituciones legítimas.

En la vida social, como en todas las cosas, es válido aquello que es más simple que algo deje de existir que crear algo nuevo. Por otra parte, difícil o no, con los tiempos que se tomen, al final se crean nuevas legitimidades. Otra cosa es que esas nuevas legitimidades sean las que se desean, pero ellas existirán.

El lugar de las mujeres en la Atenas clásica

la Parthénos [Atenea] réalise á sa façon le rêve masculin des Grecs -avoir un enfant en dehors de l’activité procréatrice (Nicole Loraux, Les enfants d’Athéna, Seuil, 1990, Cap 1, p. 65)

El hecho que la cultura griega clásica, en particular lo de Atenas, era profundamente patriarcal es algo que había leído en más de una ocasión, y si uno revisa la literatura griega, uno puede encontrar verificado dicho aserto en texto tras texto.

La profundidad de ese patriarcalismo no me había saltado tan a la vista hasta leer el texto que citamos. La cita está en el contexto de una discusión sobre el mito de la autoctonía en Atenas: Que los atenienses son nacidos (herederos de quienes nacieron) de la tierra de Ática, hijos de Erictonio. En la discusión nos muestra que, entre las diversas cosas que hacen estos mitos (que son varios) es separar a las mujeres de ese proceso. Los atenienses son hijos de Atenea (que recibe al autóctono original y que está involucrada en el proceso de su creación), pero esto se hace para eliminar en el mito que los atenienses nazcan de la gestación, del embarazo de una mujer; y Atenea, que no tiene madre recordemos (nace de la cabeza de Zeus), resulta la diosa idea para esa operación. Obvio es que sabían que así ocurría en la realidad, como destaca Loraux, es en el mito que intentan hacer esa separación, pero hay una razón por la cual la ley de Pericles -que cierra la ciudadanía ateniense- exige tener como padres por ambos lados a atenienses.

La separación de las mujeres del círculo de los atenienses (que es, finalmente, un conjunto de ciudadanos hombres) aparece en múltiples ocasiones. Así, Loraux menciona, en más de una oportunidad, discursos de Demóstenes en que se enfatiza que los atenienses son, como individuos, hijos de un padre; y en términos colectivos hijos de Ática. Precisamente lo que se nombra es que tienen madres. O el hecho, al cual dedica un capítulo entero, que las mujeres aparecen en Atenas en su forma genérica (como mujeres) pero que no se incorporan a la polis: No hay ateniensas, mujeres de Atenas, como si hay atenienses (hombres de Atenas), lo que hay es mujeres que están asociadas a Atenas; pero lo que son es ser mujeres en general. La historia del autóctono es la historia del primer ateniense, no de la primera ateniense.

La realidad no puede evitarse (por eso, como ya mencionamos, a la hora de querer cerrar la ciudadanía hay que mencionar a las mujeres), pero todo el entramado simbólico de la polis de los atenienses trata de constituir una comunidad puramente masculina, siendo su utopía la de una reproducción sin mujeres.

La relación de la cultura de izquierda con el pueblo

Estaba leyendo Los Diarios de Emilio Renzi de Piglia y me encuentro con lo siguiente cita, que me llevó a pensar en cómo la izquierda se ha relacionado con el pueblo. Es cierto que Tolstói, quien es sobre el cual Piglia reflexiona, no es una persona de izquierda, pero la emoción y valoración que estaba ahí era algo que uno puede reconocer en la izquierda tradicional.

Notas sobre Tolstói (9) El respeto tolstoiano por el hombre común, el sencillo y franco afecto por un trabajador corriente («Más inteligente que yo.») (Piglia, Años Felices, Diario 1969, p 600)

Esta mirada positiva sobre el pueblo es algo que uno puede observar una y otra vez en las expresiones culturales de la izquierda tradicional. Para pensar sólo en Chile: La Sangre y la Esperanza de Nicomedes Guzmán es un caso clásico de ello. Uno puede encontrar repetidas ocasiones de ello en la poesía de Neruda (en el Hombre Invisible donde habla de su interés en lo que les pasa y lo que hacen las personas comunes y critica al poeta que pero no ha visto nunca / un panadero / ni ha entrado a un sindicato / de panificadores) . En el poema de Teillier dedicado a su padre, militante comunista, también se encuentran similares tonos:

Desde hace treinta años
grita «Viva la Reforma Agraria»
o canta «La Internacional»
con su voz desafinada
en planicies barridas por el puelche,
en sindicatos o locales clandestinos,
rodeado de campesinos y obreros,
maestros primarios y estudiantes,
apenas un puñado de semillas
para que crezcan los árboles de mundos nuevos (Jorge Teillier, Retrato de mi Padre, militante comunista en Muertes y Maravillas)

El pueblo como depositario de la sabiduría y el trabajador común y silvestre como la sal de la tierra. Esta defensa de los humildes, por cierto, es una cosa que el discurso de izquierda tradicional tiene en común con el cristianismo original.

Ahora bien, la izquierda de las últimas décadas, en el mismo movimiento que la ha llevado a centrarse en temas culturales ha cambiado esa imagen. Si se quiere, del sabio campesino y el esforzado obrero se pasa al racista y sexista con baja educación. El conservadurismo moral de los sectores populares, que es algo bastante estructural, aparece en diversos contextos, en diferentes tiempos y lugares, se transforma entonces en el significado clave asignado al pueblo, y por lo tanto se transforma en el contrario. También se realiza una crítica al sujeto de la representación previa (campesino y obrero se pensaban en masculino y no como parte de una minoría étnica), y que cuando se decía ‘pueblo’ no se decía todo el pueblo.

Ahí se da, entonces, una transformación cultural, y en cierto sentido de bases de sustentación, bastante importante. Si se quiere la izquierda tradicional era una izquierda enraizada y comunicada con el mundo popular. Pensemos en los partidos laboristas, cuya base estructural eran los sindicatos. O pensemos en todo el trabajo cultural, de creación de convicciones, que realizaba la izquierda en esos sectores (una práctica equivalente a lo que en la actualidad sólo hacen evangélicos). El progresismo, y el cambio de nombre no deja de ser significativo, tiene otras bases de sustentación social.

Tengo la impresión que ahí se da una impasse que la izquierda todavía no resuelve muy bien. Para el discurso de la izquierda, idealmente (recordemos la frase del 99%) ella debiera poder reunir a todos aquellos que son oprimidos por la sociedad; quienes, para ese mismo discurso, son la gran mayoría. Ahora bien, como sucede que las opresiones son diversas y pocos son oprimidos en todas las categorías, sucede que el discurso en vez de unificar a todos los grupos que bajo alguna dimensión son oprimidos los disgrega (por cuanto en alguna dimensión no lo son).

Más allá de lo anterior, uno puede volver al tenor de las citas iniciales. Cuando la cultura de la izquierda critica la cultura tradicional y, por lo tanto, no reconoce ya ese ‘sencillo y franco afecto’ algo ha pasado en la izquierda. El tema no es la crítica a dicha cultura, al fin y al cabo la mirada tradicional de la izquierda también tenía sus críticas (saliendo del caso de Chile, Germinal de Zola al mismo tiempo muestra varias críticas a la cultura popular y es un canto en admiración de la cultura obrera). Tampoco habría que olvidar que una cultura bien puede ser autocrítica (Dussel se ha pasado la mitad de su carrera filosófica trabajando sobre el tema de la generación interna de la crítica por parte de grupos subalternos). El tema es la relación con el pueblo. En el sentido de distancia y de separación.

Ahora, en el caso particular de Chile, donde la izquierda tradicional no ha perdido toda relevancia, y por lo tanto algo se mantiene de la relación tradicional, la situación descrita es sólo parcial. Todavía subsiste una izquierda relacionada y que valora al pueblo tradicional. Sin embargo, esas tendencias ya existen.

Y esas tendencias ya implican un problema: Una izquierda que no siente afecto por las personas del pueblo, que se distancia de ellas emocionalmente, no es una izquierda que valga de mucho.

Entre el pluralismo de las lógicas de acción y el uso de una lógica paradigmática de la acción.

Una de las características distintivas de la sociología es su preocupación por la diversidad de posibles acciones y de lógicas de acción. Tenemos la clasificación de Weber (tradicional, afectiva, racional acuerdo a valores, racional de acuerdo a fines). Pero también podemos establecer las orientaciones detrás del esquema AGIL de Parsons y su idea de medios simbólicamente generalizados hay también una diferencia de modos (entre la influencia y el convencimiento, entre la incitación y el dinero y así). O más recientemente tenemos las distinciones de Habermas entre acción estratégica y comunicativa. Thévenot ha distinguido tres modelos de acción: la acción pública, que se orienta hacia otros, una acción individual de elecciones y autonomía, y una acción práctica, rutinaria (en L’action au pluriel, Éditions la Découverte, 2006). Y así uno podría continuar con más casos.

Pero al final, a pesar de esa declaración, suele suceder que esas diversas acciones son pensadas desde una forma, que opera como un paradigma teórico. Lo que sucede es que se toma una forma como modelo y se lo extiende a otras formas de acción, y en el mismo momento que se establece una pluralidad queda una acción ocupado la primacía.

Así, en algunos casos es el intercambio mercantil, y en particular el mediatizado por la moneda, aparece como el paradigma. Es lo que hace Parsons, donde toda la idea de los medios simbólicamente generalizados son una forma de extender conceptualmente la idea del dinero: ¿Qué opera entre los otros modos que sea equivalente a lo que hace el dinero en la economía? Es desde el paradigma del dinero que se piensa el poder o la influencia como medio simbólicamente generalizado. En algún sentido, se ha analizado la tipología de la acción de Weber bajo la misma lógica: Que todo deriva como simplificaciones de la acción ‘plena’ que es la acción racional orientada a fines (zweckrational).

En otros casos, es la lógica política la que aparece como la entregando el paradigma. Así, Lordon, que parte de unos presupuestos muy distintos(un análisis spinoziano de los afectos que intenta darle fundamento y desarrollar los análisis de Bourdieu) y entonces en la cita lo que hace es tomar como modelo que se extiende a otros elementos la idea política de la soberanía: La moneda se entiende a partir de la noción de soberanía, que es la que tiene la estructura basal de toda institución.

A ce sujet, c’est une fameuse intuition qu’auront eue, hors de toute intention spinoziste, Michel Aglietta et André Orléan en parlant de la monnaie souveraine , décalage décisif pour détacher le concept de souveraineté des usages exclusivement politiques auxquels il était rivé et l’appliquer à une toute autre matière institutionnelle (Fréderic Lordon, La société des affects, 2013, Paris, Du Seuil, Cap 6, p. 205)

¿Y cabe alguna duda que, por ejemplo, cuando Habermas realiza sus distinciones entre lógicas de acción, es la acción comunicativa la acción social por antonomasia? La acción instrumental es una versión bastarda de la acción que realmente da cuenta de la naturaleza social de la acción. Así, por ejemplo:

En este sentido, lo que al principio llamábamos «empleo del lenguaje orientado a las consecuencias» no es un modo originario del uso del lenguaje, sino la subsunción de actos de habla que sirven a fines ilocucionarios, bajo las condiciones de la acción orientada al éxito (Jurgen Habermas, Teoría de la Acción Comunicativa, 2010 [1981], Madrid, Trotta, Cap 3, p. 338).

Si se quiere, hay una cierta contradicción entre la diversidad de la acción, que representa una de las intuiciones básicas de la disciplina, y el hecho que tantas veces se termina promoviendo un tipo de acción como preponderante, la acción desde la cual se mira al resto. Es como si al determinar que hay diversos tipos de acción al mismo tiempo se estableciera que una forma de acción es más ‘real’, más ‘acción’ que las otras. Hay una forma de acción plena y el resto no son más que aproximaciones a ella, que se definen por lo que les falta.

Hay múltiples razones para lo anterior, aquí me gustaría sólo centrarme en la razón ‘técnica’ de ello: Las clasificaciones de la acción suelen nacer de un esquema teórico, y las dimensiones que producen dicho esquema suelen, a su vez, ser codificadas en polos positivos (+) o negativos (-) de ella. De esta forma, entonces, una acción plena usualmente aparece -es la que posee sólo los polos positivos.

Las clasificaciones puramente empíricas (las taxonomías biológicas son quizás el caso más claro) no presentan dicho problema. Un araña y un caballo son igualmente formas distintas de ser ‘animal’, ninguna de ellas es más animal que la otra; un girasol y un pulpo son también simplemente diversas formas de estar vivo, y ninguna de ellas es más o menos viviente que la otra. En estos casos los principios que generan la clasificación no pueden ordenarse simplemente en una serie de dimensiones para las cuales sería posible una plenitud positiva. De hecho, una de las clasificaciones más empíricas de lógicas de acción, la de Boltanski y Thévenot en On Justification (2006 [1991], Princeton University Press), también tiene esa característica: Sus diversos mundos (el inspirado, el doméstico, el de la fama, el cívico, el de mercado y el industrial) son una variedad que se resiste a ser reducida a una acción paradigmática de la cual derivan (por pérdida) las otras modalidades.

La tendencia a pensar en una acción como paradigmática, en cualquier caso, limita el poder y la fuerza de una de las intuiciones más características de la tradición sociológica: Que existe más de una lógica de acción. No estaría de más estar a la altura de esa intuición.