Mandó edificar los baluartes
de Úruk, bien amurallada,
y también el santo tesoro,
el sagrado templo Eanna.Admirad su muro exterior,
de bronce parece construido;
sus columnas, inimitables.
Subid la antigua escalinata
y aproximaos al Eanna,
morada de Íshtar la diosa,
tal que hombre alguno ni rey
logrará igualarlo jamás.Ascended luego a las murallas
de Úruk y allí recorredlas.
Examinad bien sus ladrillos
y fijaos en los cimientos.
¿No fueron acaso cocidos
en horno aquellos ladrillos?
¿Y no fueron los Siete Sabios
los que sus cimientos pusieron?
Estas palabras están al inicio del Poema de Gilgamesh, que se replican en forma breve al fin del poema. Es una de las obras esenciales de la civilización mesopotámica, copiadas en múltiples ocasiones, y que cuenta uno de sus mitos centrales: la búsqueda de Gilgamesh, rey de Uruk, de la inmortalidad, al darse cuenta, tras la muerte de Enkidu, su amigo, de la realidad de la muerte. Y la obra se inicia y finaliza con la loa a la ciudad.
La ciudad es uno de los ejes centrales de la vida social en las civilizaciones. En el caso mesopotámico ello es muy claro, siendo una sociedad altamente urbanizada; pero todas las civilizaciones iniciales del Viejo Mundo se organizan en torno a ciudades. Incluso el caso egipcio, sobre el cual durante un buen tiempo se discutió la importancia de la ciudad, ellas aparecen como núcleos administrativos relevantes.
Ahora bien, ¿qué queremos decir cuando hablamos de ciudad? Si la ciudad es un tipo de asentamiento diferente, y su nacimiento es una de las marcas de una nueva forma de vida social, ¿cuál es la diferencia entre la ciudad y la aldea? No estamos ante un tema sólo de tamaño. Históricamente han existido ‘aldeas’ que han sido mayores que sitios reconocidos como urbanos. La existencia en sí de obras de arquitectura mayor no es suficiente, puesto que existen múltiples de esas construcciones no sólo fuera de ciudades sino en sociedades que no las conocían. Tampoco es necesariamente una diferencia de carácter económico, que la vida urbana sea comercial o artesanal, mientras que la vida ‘rural’ es agrícola o pastoral. Sabemos que, por ejemplo, las ciudades ‘clásicas’ en las culturas griega y romana no tenían una distinción clara entre el habitante rural y el urbano (en contradistinción con el medioevo europeo). Y múltiples aldeas rurales han tenido artesanos incorporados (cuando aparezca el hierro, el herrero será parte de muchos ambientes aldeanos a lo largo del tiempo), y vendedores ambulantes que visitan aldeas rurales también han sido parte de la vida en muchas zonas rurales.
Lo que sí podemos plantear como algo común es que la existencia de ciudades implica la existencia de una jerarquía de asentamientos. Las sociedades que tienen ciudades son sociedades que distinguen, que usan y operan bajo la distinción, entre la ciudad y la aldea (o lo rural). La ciudad es un asentamiento que se ubica en la parte superior de dicha jerarquía. En otras palabras, no es un tema absoluto de tamaño, y el limite siempre es poroso (existen evidencias de áreas suburbanas para la antigua Mesopotamia para el caso) y hay mucha superposición, pero la ciudad aparece cuando se generan asentamientos que pueden distinguirse de las aldeas rurales. Y esto implica entonces que la ciudad ha de entenderse siempre en relación (en sus distintas relaciones) con el mundo rural que lo circunda. Al mismo tiempo, escasas son las ciudades que están aisladas -una ciudad opera en relación también con otras ciudades. Entre ambas relaciones se constituye esta unidad.
La distinción es un tema, si se quiere, de densidad y de concentración de actividad. Quién dice ciudad habla de construcciones cercanas, de habitantes que viven aglomerados, y toda la actividad que ello permite. En particular, en las condiciones de comunicación y de transporte que existen en la época en que nacen las ciudades, algo así como un mercado (que en esos tiempos es equivalente a un mercado físico) permanente se sostiene bajo condiciones urbanas. La capacidad de división del trabajo, que aparezcan y que tengan suficiente actividad para sostenerse, de especialistas y de trabajadores que no vivan de la agricultura, es algo que la ciudad permite. La concentración que implica la vida urbana es una condición de dinamismo de la vida económica y social. Algo que en general sigue siendo válido, pero lo es aún más cuando la disminución de la distancia física facilita crucialmente la actividad social coordinada.
La emergencia de la ciudad es la emergencia de focos de concentración de actividad social, y de ello deriva una dinamización general de dicha vida social. Las ventajas que produce la concentración generan, a su vez, la producción de centros urbanos de tamaño importante a fechas relativamente tempranas. Uruk contó con poblaciones cercanas a 60 mil habitantes cerca del 3.000 AC y Ur con una población similar en la época de la III dinastía de Ur (2100-2000 AC), y siempre es posible encontrar estimaciones mayores. En épocas de ciudades de 20 millones ello puede parece ‘pequeño’, pero si comparamos esos tamaños con una aldea típica podemos darnos cuenta inmediatamente del salto y pensar en todo lo que éste implica.
Los otros dos elementos que hemos mencionado como estructurantes de la civilización, la escritura y la organización formal (el Estado usualmente), tienen una relación muy estrecha entre sí. No hay organización sin registros escritos, los registros escritos se generan a partir de las necesidades de estas organizaciones. No ocurre lo mismo, al menos ese es mi parecer ahora, con la ciudad: La vida urbana puede pensarse separada de los otros fenómenos.
Al mismo tiempo, están altamente asociados. Los Estados crean y hacen crecer a sus capitales (y fundar ciudades se convierte en una actividad típica de reyes desde temprano), y la vida urbana y el Estado han ido muchas veces de la mano. La concentración de actividad que es la ciudad y la concentración de poder que es el Estado si bien no tienen relaciones necesarias entre sí, si se han facilitado mutuamente. La coordinación social urbana fácilmente se transforma en coordinación organizada (y Estado), y el Estado usa y promueve esos bastiones de actividad y poder que son las ciudades. Empero, la ciudad y el Estado no son lo mismo.
En nuestros lenguajes, ciudad y civilización tienen una raíz común. Y esta casualidad de todas formas es relevante: La vida de la ciudad, el mero dinamismo generado por una alta densidad de población y de concentración de actividad, es crucial para comprender las dinámicas de la vida social una vez que emerge la civilización.
No por nada las caídas de las ciudades se presentan y son experimentadas como desastres que equivalen a la muerte de la civilización. O como dice la Lamentación de la ruina de Ur, a propósito de la caída de la III dinastía antes mencionada:
¡Ciudad, alza tu lamento; que sea amargo tu lamento!
Amargo sea tu lloro, alzalo tan grande como puedas.
De una santa ciudad destruida el lamento ha de ser muy alto.
Ur la santa, la dormida: amargo sea su lamento.
Ladrillos de la ciudad, alzad el doliente son.
Santuarios de las deidades, alzad el doliente son.