El 8 de Agosto de 1918 se inició la ofensiva de Amiens por el ejército británico. Mediante el uso combinado de infantería, tanques y aviación se produjo un avance de 11 kilómetros en un día infiriendo 30 mil bajas al ejército alemán,de los cuales 13 mil prisioneros (los datos exactos sacados de la siempre útil Wikipedia). Por los estándares de la Primera Guerra Mundial una victoria sin muchos precedentes, y el impacto en la moral alemana lo suficientemente agudo que Ludendorff, adjunto del jefe del estado mayor alemán y el verdadero comandante, lo declaró ‘el día negro del ejército alemán’. Es el inicio de lo que se ha denominado la ofensiva de los 100 días -una serie de ataques sucesivos por los ejércitos aliados que hace retroceder de manera continua a los alemanes, sin que estos puedan organizar una defensa adecuada. Hacia el fin del período, aunque los alemanes todavía se encuentran en territorio francés, la capacidad de una defensa organizada se encuentra en niveles mínimos.
¿Por qué es de interés recordar esta última ofensiva de la Primera Guerra? Un relato conocido (que ha sido ocupado en múltiples libros, películas o incluso series de televisión) es la de la Primera Guerra como un ejemplo de la estupidez (y falta de humanidad en relación con las tropas) del alto mando: Quienes de manera brutal y estúpida enviaban a sus tropas a la muerte. La alta tasa de bajas en la guerra de trincheras, el énfasis en la ofensiva sin tomar en cuenta el poder de la defensa, o -incluso- la demora en usar las bases doctrinales de la guerra de asedio en una situación operacional que así lo requería, son muestras de ello.
Ahora, a pesar de una cierta idea que tiene alguna circulación, la guerra es una de las actividades que más premia el aprendizaje. Simplemente el castigo de no aprender (y el premio de hacerlo) es demasiado grande. Las organizaciones militares pueden ser lentas en su aprendizaje entre guerras, pero suelen demostrar (al menos las exitosas) una alta capacidad de aprendizaje y adaptación en combate. La Primera Guerra Mundial se inicia con tropas peleando casi pensando en situación del siglo XIX; avances en campo abierto por infantería (muchas veces todavía con uniformes relativamente vistosos), con bajo uso de ametralladoras y otro material. En esas condiciones la tasa de bajas fue altísima (Hastings en 1914, el Año de la Catástrofe recuerda que varias de las batallas de las fronteras tienen el mayor número de bajas diarias de toda la guerra). El año termina con la implantación de la guerra de trincheras a nivel continental en todo el frente occidental.
Lo que no era claro para nadie en 1914 era como salir de esa situación. Eso fue algo que se requirió aprender. Y se intentó prácticamente de todo: Solucionar la trampa por medios estratégicos, Galípoli es el intento de ganar la guerra por otro frente, por ejemplo). O buscar diversos dispositivos tácticos, desde el uso de la artillería (cuanta y qué tipo de artillería se hacía necesaria para romper las defensas), hasta su coordinación con el avance de la infantería (desde la idea inicial de un bombardeo por semanas al creeping barrage inglés, con un fuego de artillería que avanzaba lentamente adelante de las tropas, al bombardeo intenso por sorpresa perfeccionado por los alemanes), o el invento de nuevas tácticas para la infantería en el ataque (el desarrollo de las tropas de asalto por parte de los alemanes). Pasando por el desarrollo de nuevos dispositivos técnicos: mejorías en la aviación (durante la guerra se inventa el combate aéreo y el apoyo aéreo a tierra), mejores armas para la infantería, y finalmente el desarrollo de los tanques. Todo eso hubo que ser creado, usado, mejorado a lo largo de todos esos años. Si uno recuerda que cuatro años es lo que una persona demora, por ejemplo, en estudiar una carrera universitaria; el nivel de aprendizaje que realizaron organizaciones militares de gran tamaño en cuatro años y medio no deja de ser impresionante.
En 1918 los aliados finalmente encuentran un modo de quebrar la guerra de trincheras, debido a su preponderancia material por una parte. Pero también al aprendizaje táctico: finalmente aprenden como, en las condiciones de la Primera Guerra, podían generar una ofensiva exitosa (como combinar la artillería, la infantería y las fuerzas acorazadas, junto al apoyo de la aviación, para generar un golpe importante). Y al aprendizaje de lo que los soviéticos llamaran posteriormente el campo operacional: Aprenden que, en el terreno en el cual combaten y con las capacidades que tienen, una ofensiva se agota pronto -resulta difícil sostener el ataque, dado que los refuerzos deben avanzar por un terreno que previamente ha sido casi destrozado, mientras que el enemigo puede transportar más fácilmente sus tropas. Entonces mas que insistir en el mismo eje de avance, lo que mejor funciona es sostener el ataque usando un nuevo eje. Es de esa forma que la defensa, finalmente, no puede sostenerse. Las nuevas operaciones son, de hecho, tan exitosas que en tres meses (desde el 8 de agosto al 11 de noviembre) la capacidad de resistencia alemana se desvanece. Por cierto, la incapacidad alemana para reconocer que habían sido completamente derrotados en esos meses es parte de lo que alimenta la búsqueda de revancha en la segunda guerra mundial (donde la claridad de la derrota fue, ya, demasiado evidente).
¿Por qué eso podría ser relevante? Un interés que va más allá de recordarnos algunos eventos de la Primera Guerra, evento que en sí mismo no deja de ser uno de los eventos con más consecuencias posteriores. El aprendizaje organizacional es un tema muy analizado; y reconocer que hay pocas instituciones humanas que aprendan tanto y tan rápido como una organización militar en combate no deja de ser interesante.
En varios modelos teóricos el proceso mediante el cual se aprende la respuesta óptima en una situación no se le da tanta importancia, a la larga los sujetos aprenden la conducta óptima y se ajustan al equilibrio. El caso es que, y la guerra es un caso evidente, el proceso de aprendizaje por parte de los agentes es relevante: Es algo complejo, muchas veces lo que se aprende no es lo correcto y se lleva a un callejón sin salida, en ocasiones estas dificultades hacen que el agente no alcance a llegar al equilibrio (es eliminado antes de llegar a esa situación, como fue el caso de varios países en la Gran Guerra), hay diversos caminos iniciales que pueden tomarse y explorarse (y uno puede comparar lo que fueron aprendiendo, y las tácticas y soluciones diversas que generaron, ingleses, franceses o alemanes). Todo esto genera una contingencia mucho más alta de lo que se destaca en varios modelos, donde sólo es cosa de descubrir una respuesta correcta al juego. Sabemos que los ejércitos aprendieron, pensarlo en términos de respuesta correctas es pensar el tema desde una perspectiva que no tiene sentido. Sólo un observador que conociera el juego completo podría determinar que es una respuesta realmente ‘correcta’, pero ese observador no existe. Los mejores observadores reales (los ejércitos en 1918) no generaban respuestas en un juego conocido, sino que entre las cosas que tenían que hacer era descubrir las reglas del juego, y al conocerlas y crear estrategias, también cambiaban las reglas del juego. Un oficial inglés muerto en 1914 trasladado a 1918 no sólo tendría que modificar sus viejas reglas (que tipo de órdenes hay que dar) sino conocer algunas reglas que era imposible tuviera alguna idea en 1914 (como coordinar el ataque de sus tropas con armas que en 1918 no siquiera existían).
Lo que muestra estos procesos de aprendizaje en situaciones de altísima tensión es la complejidad y capacidad de innovación que van de la mano con aprender; y que los aprendizajes que se modelan como adaptación a un medio dado (como disminución sucesiva del error en torno al valor correcto) no son adecuados para pensar las situaciones donde el aprendizaje es más crítico.