El miércoles 13 de este mes, el Colegio de Sociólogos tuvo a bien realizar un Panel sobre Encuestas Políticas. En la discusión, a propósito de la diferencia entre encuestas de opinión y encuestas electorales, mencioné como comentario una vieja idea de Jesús Ibáñez: Que la encuesta y la elección son actividades homólogas: En ambos casos se realiza la misma operación (se realiza una selección entre varias alternativas pre-determinadas); y que ello constituye, al final de cuentas, una ventaja de la encuesta electoral sobre otras -donde ello no ocurre.
A propósito de lo anterior, Bernardo Mackenna -que exponía como panelista- hizo el comentario que la encuesta electoral no era la única que tenía un baremo externo. Se puede comparar los ingresos que se obtienen en la CASEN con los datos del Banco Central, se puede comparar los datos de las Encuesta Nacional de Seguridad Ciudadana con las estadísticas de delitos. Y sin embargo, pareciera ser que sólo a las encuestas electorales se les pide una corrección tan precisa.
Creo que a partir de esa discusión se puede perfilar mejor la particularidad de la encuesta electoral -y por qué es, finalmente, muy razonable que a ellas les pidamos una exigencia de corrección tan alta. Volvamos a la observación inicial. Ella no es que hay baremo externo, es que la operación de responder una encuesta y de votar en una elección son la misma operación. Entonces, es claro que ello no ocurre en los otros casos.
En las encuestas de actitud simplemente porque claramente la actitud o creencia que uno tiene no es -para nada- equivalente al responder una encuesta. La respuesta de la encuesta está siempre alejada, no puede corresponder exactamente, a lo que se quiere medir. Hay una distancia infranqueable. No por eso dejan de ser útiles las encuestas de opinión, pero esa utilidad se construye a través de esa distancia.
En el caso de otras encuestas de comportamientos es cierto que, en principio, hay una ‘respuesta correcta’ que es posible determinar. Existe tal cosa como los ingresos de una persona, y ello puede decirse. Sin embargo, sigue siendo cierto que la operación de recibir un ingreso (o la situación de sufrir un delito) no son equivalentes a la de una votación: Recibir un sueldo no es seleccionar una alternativa de un listado, tampoco lo es el realizar un trabajo o el ser asaltado. La distancia aquí no es infranqueable, pero dependiendo de la situación la pregunta y la realidad tienen distancia. Es cosa de pensar en todas las dificultades que existen en lo relativo a poder determinar el ingreso del hogar (es cosa de revisar el cuestionario de la CASEN y observar todas las operaciones que requiere una persona para seleccionar una respuesta). El mapeo de lo real y el mapeo de la encuesta no son idénticos. Más aún, el baremo externo a su vez es distinta de la realidad que queremos investigar: Los ingresos que reciben las personas no son las cuentas nacionales (hay ingreso que no aparece en ellos), los delitos que efectivamente suceden no son equivalentes a las denuncias (hay delitos que no se denuncian, hay denuncias que no siempre corresponden a un delito). Si bien en principio es posible realizar una prueba de realidad, ella es manifiestamente compleja.
El caso de la encuesta electoral es, entonces, claramente más sencillo. Seleccionar al candidato X de una lista de posibles candidatos es la misma operación que realizo al votar. Por cierto, la medición no es trivial ni transparente, pero la cercanía estructural de las operaciones facilita la resolución de esos temas (en última instancia, es tan equivalente que el CEP puede, simplemente, hacer encuesta con voto en urna). Más aún, aquí la prueba de realidad es perfecta: El conteo de votos es el resultado de la votación (mientras que las cuentas nacionales no son el ingreso nacional). La encuesta electoral, que tiene sus propios problemas, tiene bastante menos problemas de validez de medición y una prueba de corrección que, al ser más precisa, permite un mejor ajuste.
Ahora bien, ese permite un mejor ajuste, se traduce en un ‘se demanda mejor ajuste’. Es razonable suponer que la CASEN no de lo mismo que las cuentas nacionales (y en los tiempos en que se ajustaban los ingresos declarados de la CASEN con dichas cuentas, había cambios relevantes). La dificultad de medir el ingreso, y el hecho que las cuentas nacionales no sean la realidad a medir, tiene esa consecuencia. Pero dado que en la encuesta electoral hay menores dificultades, y la realidad es perfectamente conocida, es razonable que se pida mayor precisión y se tengan mayores exigencias en la medición.
En algún sentido, hasta pocos años atrás la encuesta electoral en Chile era un asunto relativamente sencillo. Ahora, debido a diversos cambios (que, por cierto, tampoco está claro en concreto que está detrás de los problemas recientes), esa medición se ha vuelto más compleja. Y, sin embargo, sigue siendo algo menos complejo que lo que el INE debe resolver con empleo, el MDS para medir pobreza y uno puede continuar con otros casos. Y si, en última instancia, esos otros problemas han podido ser resueltos (al menos, se puede entregar una medición que tenga algún sentido y validez), entonces uno debiera esperar que ello también ocurriera con las encuestas electorales.