La socialidad humana es plural y sus implicancias

En otras ocasiones hemos escrito sobre el tema de la pluralidad (ver recientemente las entradas Una socialidad plural y La construcción plural y abierta del mundo social), pero no está de más volver sobre el tema. Porque, creo, es necesario insistir en esa condición basal de la socialidad de los seres humanos -la cual suele ser pasada por alto.

Los seres humanos son seres sociales. El aserto trivial anterior se fundamento en la observación permanente que los seres humanos nacen, y adquieren sus capacidades, en contextos sociales. Es con otros que se aprende un lenguaje, para dar una de las propiedades más características de lo que implica ser humano.

Los seres humanos, por otra parte, son individuos autónomos. Cada uno piensa (y siente y prefiere y así con todo) por su propia cuenta. Cada uno lleva su propia experiencia e historia, y una de las características de los seres humanos es la riqueza de su memoria biográfica -que es inherentemente individualizada.

Esta doble característica ha sido hecha notar con anterioridad (Kant hablaba de la ‘insociable sociabilidad’), pero en muchas ocasiones se lo ha planteado como la oposición entre egoísmo y altruismo que, como lo mencionaba el recientemente fallecido Todorov (en La vie commune. Seuil 1995) es una forma ejemplarmente equivocada de pensar el asunto. La individualidad no es egoísmo, ni el ideal de la sociabilidad es la comunión pura (y nada cambia en lo esencial cambiar los términos de la evaluación moral, el individuo libre contra una socialidad que lo limita y sojuzga). Esta forma de ver el asunto termina observando como un problema lo que es la condición básica -que es con otros que son distintos a sí que es posible llegar a ser lo que uno es.

La socialidad humana es algo que se construye con otros, pero en la pluralidad con otros -no en la reducción de dicha pluralidad en una unidad superior. Cuando conversamos, cuando nos planteamos un proyecto común (y es básico en los seres humanos su descubrimiento que juntos hacen más cosas, tienen más potencia, que separados -para usar términos queridos por Spinoza) cada quien llega y participa desde su propia individualidad y es así que se construye lo que se estaba haciendo. Incluso, cuando cada quien hace algo suyo es con otros, en la conversación con otras perspectivas, que incluso puede mejorar su propia idea y proyecto.

Un individuo asocial es un individuo que puede menos (y por eso, entonces, el individualismo no es un tema de egoísmo, es que incluso desde la perspectiva de la propia persona es a través de la relación con otros que puede hacer más). Un sujeto colectivo que no tiene individuos puede menos, porque no puede aprovechar entonces la autonomía y la capacidad que cada uno trae en tanto cada uno.

El otro no es ni un límite a la propia acción, ni alguien con el cual estoy llamado a desdiferenciarme; es una oportunidad de ser, y de ser y de hacer nuevas cosas. Y es por ello que la pluralidad es basal, y representa nuestra potencia específica.

De la falsedad de (cierta) sociología de la ciencia

Hace mucho tiempo en una situación muy lejana, existía una humilde sociología de la ciencia, la mertoniana. Ella se reducía a investigar el problema de qué cosas caracterizaban, que procesos distinguían, que dinámicas hacían posible esa comunidad particular que denominamos científica y la generación de ese conocimiento específico que llamamos científico.

Pero eso resultó insuficiente para ciertos soberbios investigadores que no aceptaban límite alguno a su saber. Denostaron a la anterior sociología porque no había entrado en lo que se consideraba el ‘sancta santorum’ de la ciencia -sus contenidos. Pero, ¿por qué no? ¿Por qué habría un proceso social que un sociólogo no debiera poder describir y analizar? ¿Por qué abandonar a ciertos expertos el análisis de lo que hacen y no permitir su examen con las herramientas empíricas de la ciencia social?

La soberbia en concreto no es tanto en querer analizar esos contenidos en particular. La soberbia es en querer analizar los contenidos sin conocer el lenguaje correspondiente.

Pensemos en gente seria. Cuando un historiador decide, por ejemplo, que quiere analizar la historia del antiguo medio oriente, una de las primeras cosas que hace es entrenarse para poder entender el lenguaje y las inscripciones. Nadie se declararía un historiador serio del período sin realizar dicha tarea. Y así lo mismo con cualquier otro período o lugar: debes ser capaz de leer las fuentes primarias para poder estudiar. Por cierto que sin tener ese conocimiento se pueden hacer todavía estudios -se pueden realizar comparaciones basándose en los resultados de quienes efectivamente sí lo conocen- pero a nadie se le ocurriría que eso reemplaza el trabajo de conocer el lenguaje. Con lingüistas y antropólogos se podría decir lo mismo. E incluso bien se podría decir lo mismo de cualquiera que realiza estudios cualitativos -la regla básica es comprender el lenguaje de las personas.

Pero eso es precisamente lo que no hacen, buena parte, de los sociólogos de la ciencia, que bien pueden pasearse por laboratorios y creer que hacen etnografía cuando, en muchos casos, simplemente no comprenden el lenguaje que se usa. ¿Cuántos sociólogos de la ciencia son capaces de comprender de verdad las ecuaciones de campo de Einstein?

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¿o la ecuación de Schrödinger?

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No es posible determinar si alguien comprende las interpretaciones de esas teorías si no comprende el formalismo matemático -porque, finalmente, el formalismo es cómo se expresa la teoría en el lenguaje natural de esas disciplinas. Como lo decía Jorge Sabato cuando ya no hay matemática alguna al intentar explicar la relatividad, simplemente ya no queda relatividad.

Pretender que se puede decir algo sobre los contenidos de esas disciplinas sin conocer su lenguaje (las matemáticas) es como pretender que alguien puede realizar una investigación empírica sobre la cultura de una comunidad que habla yucateco (iba a poner maya, pero recordé que maya es una familia de lenguajes más bien) sin saber una sola palabra de yucateco.

Lo cual nos lleva al inicio. Para realizar la humilde tarea que se daban a sí mismos los sociólogos de la ciencia mertonianos, que sabían lo que no sabían, no es requerido conocer en profundidad el lenguaje. Del mismo modo que alguien que no sabe maya yucateco puede decir cosas sobre esa comunidad (en particular si se apoya en alguien que conoce el lenguaje para revisar malas interpretaciones)- por ejemplo sobre el rendimiento de sus cultivos o la distribución de las casas, pero sin saber el lenguaje poco puede decir de la cultura y los significados asociados.

En este sentido, actuar dentro de los límites de la propia ignorancia, o asumir que para poder salir de ellos es necesario quebrar esa ignorancia, resultan actitudes razonables. Lo que no resulta razonable es pretender salir de esos límites continuando con esa ignorancia.

 

La discusión anterior tiene una consecuencia práctica. Hay un área de la investigación que los sociólogos de la ciencia sí pueden estudiar en profundidad sin problemas, puesto que conocen y manejan el lenguaje: Las ciencias sociales. Pero, como lo ha hecho ver en su reciente La producción de la pobreza como objeto de gobierno  Claudio Ramos (que, dicho sea al pasar, es brillante como todos los textos de Ramos), esas disciplinas han estado más bien abandonadas por esta aproximación.

Lo cual nos lleva a pensar, porque hoy estamos desconfiados y mal pensados, que no es por interés de conocer el mundo (para el cual el examen de las ciencias sociales ya era lo suficientemente relevante y se daban todas las condiciones para realizarlo), sino más bien por envidia de la situación de otras disciplinas, para atacar su superioridad en cómo son tratadas por otros, que se han desarrollado estas aproximaciones.

Una brevísima nota sobre el Sacro Imperio Romano

Los últimos años del Sacro Imperio Romano, desde 1648 con el Tratado de Westfalia, hasta 1806, con la disolución final, en general tienen mala prensa. Básicamente, el Imperio deja de existir para todos los propósitos prácticos, al dejar de tener el emperador casi cualquier noción de dominio sobre los territorios que lo conforman. El siglo XVIII cada estado al interior del Imperio lucha sus guerras de forma separada (Bavaria y Prusia en particular).

En ese sentido, aparte de la existencia de un nombre uno bien puede decir que ya había dejado de existir, a lo más cosas de protocolo (como que el margrave de Brandenburgo para convertirse en rey debe serlo en Prusia -fuera del Sacro Imperio- pero no puede decirse a sí rey al interior del Imperio) Y sin embargo, si se escarba se encuentran todavía algunas señales de existencia. En 1681, en el caso del segundo sitio de Viena, participa un ejército imperial en la defensa. Los Hohenzollern durante mucho tiempo tuvieron que soportar que sus dominios todavía estaban afectos parcialmente a la jurisdicción en términos legales del imperio (algo que me sorprendió bastante leyendo Iron Kingdom de Clark 2009, una historia de Prusia).

Pero quizás lo más importante sea otro asunto. Todos los pequeños estados al interior de Alemania sobrevivieron sin mayores problemas durante el período en que existió el Sacro Imperio. Una vez disuelto este, todos esos estados desaparecieron prontamente (la unificación es de 1871). Usualmente decimos que eso se debe al nacionalismo del siglo XIX, pero algo me dice que hay un efecto de poder mantener la independencia de un estado pequeño cuando se está bajo un paraguas mayor. Desde el punto de vista de un gobernante de esos estados -Sajonia, Hamburgo, el obispado de Münster- un imperio débil, o sea incapaz de tener mucho dominio sobre ellos, pero existente y con algún tipo de coordinación, o sea capaz de evitar demasiadas intrusiones externas, quizás era la mejor situación.

Uno bien puede observar la situación y dinámicas de la actual Comunidad Europea desde ese prisma: Como una instancia de poder bien lejana de un estado-nación pero lo suficientemente fuerte como para proteger a los pequeños estados europeos. Y desde una óptica de las primeras décadas del siglo XXI, los países europeos de forma individual son en relación al mundo, lo que Bavaria, Sajonia o Prusia eran en el marco europeo.