El futuro del animalismo

Hacia el final de La Condición Humana Hannah Arendt discute las vicisitudes de las diversas formas de la vida activa y plantea el triunfo a través de la modernidad del animal laborans (del trabajador) cuya actividad es en torno a la reproducción física y material de la especie, de las necesidades de la vida. Ello estuvo aparejado con el triunfo de la vida como ideal. En esa discusión dice:

The only thing that could now be potentially inmortal, as inmortal as the body politic in antiquity and as individual life during the Middle Ages, was life itself, that is, the possibly everlasting life process of the species mankind (VI, 45: 321 de la 2a Edición de Chicago University Press).

La preocupación por la inmortalidad es una de las formas de búsqueda de construir sentido a vidas que se saben mortales en el mundo. Lo único que puede mantenerse como ideal para quienes se perciben a sí mismos como uno más de los seres que vive para las necesidades de la reproducción de su vida es la vida misma.

Ahora bien, sabemos que como especie la inmortalidad es más bien precaria. El destino común de las especies es extinguirse. Bajo la idea de buscar la vida como ideal máximo la posible inmortalidad de la especie es insuficiente (del mismo modo que lo es la posible inmortalidad del propio y particular linaje). Es más bien de toda la vida, de la biosfera en su completitud, que se podría plantear que podría acercarse a la inmortalidad.

Luego, siguiendo ese punto de vista no queda otra cosa más que plantear que toda la vida es igual y que la defensa de la dignidad especial de los seres humanos, o incluso del hecho que los seres humanos se otorguen a sí mismos una especial preocupación. Como otros animales preocupados de la reproducción y de las necesidades de la vida, ¿cómo sería posible plantear algo separado para los seres humanos? Frente a ese especismo, entonces el animalismo -donde toda la vida (al menos animal) queda al mismo nivel.

Aquí es interesante que esa conclusión no es requerida desde una perspectiva puramente naturalizante. Si los seres humanos son una especie como cualquier otra, entonces -como cualquier otra especie- ‘naturalmente’ se preocuparían más de sus congéneres que de otros. Y su ‘derecho’ a dominar a otras especies se basaría, si sólo se usa una perspectiva naturalizante, en el hecho que efectivamente tiene más poder que el que otras especies ejercen sobre él (Spinoza usa un argumento semejante, y he ahí un pensador altamente consecuente con las premisas de su argumento).

No es de ahí, entonces, que proviene una perspectiva animalista. Pero desde el argumento de Arendt que hemos bosquejado la conclusión animalista es clara y evidente: Sí sólo la vida inmortal puede dar sentido y valor a la existencia, la única vida que puede asumir esa carga es toda la vida sin distinciones de especies. Pero, claro está, esa es una preocupación tipícamente ‘humana’ (bien puede ser que no sea exclusiva de nosotros como especie, pero no aplica a todos los vivientes). Un argumento que nos diga que lo humano desde el punto de vista particular de los seres humanos puede ser mejor que la vida del cerdo, pero que desde el punto de vista del cerdo eso no es claro requiere un cierto punto de vista. McFarlane continua el argumento puesto anteriormente con:

Again, the point here is that the priority of human suffering vis-à-vis other forms of suffering can only be maintained either on the basis of a metaphysical conception of humanity or on the basis of prejudice, usually called speciesism, both of which ought to have no place in modern sociology (Relational Sociology, Theoretical Inhumanism, p 48, paper dentro de la compilación Conceptualizing Relational Sociology, Powell y Dépelteau, eds, Palgrave, 2013).

El argumento puede ser correcto, pero solamente puede ser entendido y discutido entre vivientes con capacidad simbólica, de los cuáles -hasta ahora- el único caso que lo es claramente son los humanos. Sería pura presunción mía suponer que el cerdo en cuestión (de quien bien se pueden plantear una serie de afirmaciones sobre su inteligencia o sensibilidad) pudiera entender esa disquisición.

En resumen, el animalismo se entendería entonces como una consecuencia, la consecuencia más consistente, de una visión que plantea a la vida como el valor más alto y al trabajo -entendido como lo que permite la reproducción de esa vida- como la actividad por excelencia.

Si ello fuera así entonces, por cierto, también sería una esperanza inútil. Si nuestro conocimiento actual de las cosas es correcto el universo por completo sufrirá muerte y nada es inmortal. Pero claro está, pensar sub specie aeternitatis siempre resulta complejo, y a los seres humanos se les hace difícil pensar en las escalas del universo. Bien pudiera ser, entonces, que el futuro del animalismo fuera relativamente halagüeño.

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