Entre los innumerables mitos que nos contamos acerca de nosotros mismos uno bastante común es la idea que Chile ha sido un país de instituciones fuertes, en particular en relación a otros países de América Latina. Pero si uno examina la evidencia no se encuentra con una estabilidad muy alta. Durante la época de los decenios, lo único que pasaba era que las revueltas las ganaba el gobierno, pero no hay que olvidar que Montt experimentó dos conflictos militares en su gobierno. Y una de las cosas que más fácilmente se olvida en torno al período mesocrático es que la matanza frente a movilizaciones populares era un tema recurrente, parte de las prácticas estándar.
En cierta medida, uno puede plantear que una de las cosas que las élites hacen en una sociedad es implantar un orden. Ahora dado lo anterior uno puede pensar que si bien la estabilidad de ese orden -al menos en el sentido de dominación por la misma élite- ha sido estable, pero es relativamente frágil. Al final, ha requerido el uso continuo de la violencia.
Esto tiene que ver, creo, con la forma en que ese orden se ha instaurado. Lo que la élite no ha buscado ni ha obtenido es la adhesión activa a ese orden (que lo encuentren algo bueno y deseable). Se ha basado, y esta es una elección histórica -es cosa de recordar a Portales- en la adhesión pasiva: En el hecho que es una población que habitualmente no se moviliza ni reclama demasiado. El peso de la noche para usar las palabras del ya mencionado Portales.
Esta incapacidad de logar la adhesión activa está asociada con el hecho que es una élite que no suele comprender a la población general, que la desconoce completamente. De hecho, recordemos no tiene convivencia con ella -a nuestra élite históricamente le ha gustado separarse. A lo más convivía con la población rural, pero nunca ha convivido con la población urbana. Esta falta de comprensión -que se manifiesta en el hecho que sólo usa encuestas, siempre tan limitadas, para entender; o que insiste en aplicarle a la población las categorías, distinciones y oposiciones que ellos usan- tiene una afinidad electiva con instaurar un orden a través de la pasividad: Porque, ¿para qué conocer a quienes no actúan, a la masa inerte?
Pero basarse en lo anterior tiene consecuencias. Quiere decir que en las ocasiones en que la sociedad se moviliza, esa movilización suele ser anti-sistémica (al fin y al cabo, la adhesión activa no funciona mucho) y que, además, la élite no tiene herramientas ni prácticas para lidiar con esa movilizaciones. Todo lo que la élite ve en ella es la amenaza del desorden, pero esa amenaza lo es porque la élite no sabe que hacer con una sociedad movilizada. Y no sabe porque ha apostado siempre a la des-mobilización.
En otras palabras, la élite sólo tiene dos respuestas frente a una crisis: O lograr la des-movilización o la re-implantación del orden a través de la violencia. En relación a lo último, no hay que olvidar que la élite chilena nunca ha tenido muchos resquemores en matar a sus conciudadanos. Prefiere la solución de des-mobilización pero llegados al caso la violencia es parte de sus estrategias básicas.
Es por ello que frente a una crisis, es cosa de leer la prensa de los últimos meses, su apuesta es por la mayoría que no se ha movilizado (olvidando que las dinámicas de movilización no operan a través de esas mayorías, las que bien pueden ser llevadas por esos procesos). Porque la forma en que mantiene su orden es a través que la gente haga nada. De hecho, tiende a pensar que la gente que no hace nada, que no está interesada representa adhesión. Lo que es nuevamente pensar en el peso de la noche.
El orden social, entonces, en Chile es relativamente frágil; al menos el orden social que han construido las élites. No es un orden que pueda absorber o convivir con la movilización social. Y eso, en última instancia, es un fallo de la élite.
Lo cual viene a plantear, en última instancia, una de mis tesis preferidas: El problema de Chile es su élite.