(Si, volviendo a la programación habitual).
El modelo normal de representación es que uno vota por un representante que -más o menos- tiene en general opiniones parecidas a las mías. El representante es parte de un partido o facción que tiene entre sus labores agregar / integrar diversas ideas y demandas en una sola plataforma. Ahora, ambas características están relacionadas: es necesario agregar demandas porque uno vota por un ‘agregador’, alguien que votará por múltiples temas. Representar y agregar son caras de la misma moneda.
Ese esquema, creo. estructuralmente está en crisis.
Por una parte, el nivel de individuación de las sociedades hace que la probabilidad de encontrar a un representante que esté cercano a mis opiniones disminuya, y la disminuye la disposición a aceptar distancias relevantes. Más aún, una ideologías más o menos organizadas (que por definición integran muchos aspectos bajo una sola visión) facilita el hecho de la cercanía con un movimiento que me represente totalmente (si compartimos la ideología). Ahora, en tiempos más dudosos de ideologías integradoras (no es que las personas dejen de tener ideologías, pero tener una que sea consistente es menos habitual) la distancia aumenta.
Por otra parte, esa misma diversidad hace que la necesidad de agregar las demandas en una sola plataforma parezca menos necesaria. En cada uno de los temas de mi interés me juntaré con aquellos que están de acuerdo conmigo, grupos que no necesariamente son comunes. Un sujeto movilizado participa de la discusión pública agrupándose en cada tema con los suyos, pero dado que la diversidad de temas de interés hace que un grupo común sea menos probable no se ve la necesidad para una intervención exitosa de la agregación (a lo más, una pérdida de tiempo). La discusión se hace en la esfera pública, no en la congregación de agregadores que es el Parlamento; la presión política se hace a través de otros medios, nuevamente no necesariamente a través de la congregación mencionada.
Además. un argumento adicional que se ha dado para favorecer la representación ha sido la condición de experto: Nadie tiene el tiempo para revisar todos los temas públicos, luego mejor que las leyes y regulaciones las revisen quienes se dedican a esa actividad, que presumiblemente tendrán mayor conocimiento sobre ella. Ahora, el caso es que en los temas que está interesado el ciudadano movilizado probablemente sí tenga mejor conocimiento que un representante común y silvestre. En los temas que no esté interesado, puede suceder que el representante sí tenga más conocimiento -pero dado que es en los temas que no le interesan a ese ciudadano, eso no es relevante para él. En una sociedad en que progresivamente las personas, para usar una palabra fea, se ’empoderan’; entonces cada vez debiera ser más probable que para cualquier tema el conjunto de ciudadanos interesados maneje más conocimiento que los representantes.
En resumen, entonces, la idea y las práctica se encuentran estructuralmente en crisis en las sociedades contemporáneas (no es, por cierto, algo que sólo ocurra en Chile). Lo que la sigue manteniendo en pie es la inercia institucional que está estructurada en torno a la representación -toda la lógica de elecciones y parlamentos sigue ese paradigma. La representación sigue siendo neceasria porque las instituciones creadas para hacerla posible siguen en pie. Pero ya no tiene el sostén de una sociedad para la cual la lógica de representación efectivamente funcione.