El primer postulado de las reglas es que todos los actores han de tener las mismas capacidades. No necesariamente han de poseer las mismas características, y podemos variarlas –aun cuando en lo posible, resulta interesante intentar explicar las diferencias en ellas a partir de sus diferencias en el entramado social más que en atributos de actor. Pero si ello no funciona, las diferencias en características de los actores es algo que se puede incorporar en el análisis. Sin embargo, en lo que concierne a capacidades esto es una condición del análisis: las diferencias en lo que los actores pueden hacer sólo pueden provenir de sus diferentes ubicaciones en el mundo social. En tanto actores debieran ser iguales en sus capacidades .
En otras palabras, el método sociológico tiene la exigencia que no existan actores especiales. Básicamente, si postulamos que un actor dado puede hacer X (se puede organizar, puede aprender etc.) entonces cualquier actor puede hacerlo. Si encontramos que un actor no realiza la acción, entonces no podemos basar la explicación en que el actor es diferente, sino que su situación era diferente: por ejemplo, que dado el entramado de interacciones sociales ese actor no tiene los recursos necesarios para realizarla, u otros actores no permiten que la realice. No hay actores con capacidades especiales, a lo más hay situaciones especiales que les permiten o no realizarlas.
Pensemos por ejemplo en el caso de la acción colectiva y la vieja observación de Olson que no todos los actores con intereses comunes se organizan para su logro, sin embargo algunos actores efectivamente se organizan para ello (Olson, 1965). Ahora, lo que hace Olson es buscar identificar qué circunstancias, situaciones, estructuras se dan en los grupos que producen acción colectiva. Lo que no hace es plantear, digamos, que donde hay acción colectiva es porque los actores son diferentes. Por ejemplo, simplemente plantear que tienen una orientación colectiva más fuerte. En última instancia, si se planteara dicha explicación, habría que mostrar las circunstancias y situaciones del entramado de interacciones sociales que tiene ese resultado .
Si lo anterior es correcto, entonces todo modelo conceptual o empírico que se base en una distinción entre verdad / falsedad que es conocida para el analista pero no puede ser conocida para los actores es inaceptable. Los analistas son actores sociales, y por lo tanto y por tanto si ellos tienen la capacidad de detectar la ‘verdad’, entonces esa capacidad está disponible para los actores –dado que algunos actores (los analistas) efectivamente la tienen. Entonces, explicaciones basadas en una falsa conciencia, que el analista puede observar pero que los actores son ingenuos para observar, no resultan adecuadas. El argumento que sólo externamente se podrían observar ciertas cosas resulta insuficiente dado que los actores también podrían ubicarse ‘fuera’ de la interacción. El planteamiento a la Bourdieu de la necesidad de la doxa para el mantenimiento del orden social cae en este problema y se basa, finalmente, en una creencia también algo ingenua: Que si los actores se dieran cuenta del juego que están jugando, dejarían de jugar. Por ejemplo, si se dieran cuenta que, digamos, las características del gusto se usan para distinguir grupos sociales y no son expresión simple de un ‘buen’ gusto; entonces dejaría de funcionar la mecánica que subyace a ese juego. Pero dado que las presiones para participar de los juegos sociales son presiones sociales, entonces el mero hecho de salir de la doxa y ver al juego como juego no debiera tener esa consecuencia. En última instancia, los actores sociales no requieren ser tan naïve como lo plantean diversas teorías sociales. Lo mismo ocurre en diversos análisis de racionalidad imperfecta donde se usa como método de análisis un término de error que marca la diferencia de la decisión o creencia del actor de la decisión o creencia racional. Pero, ¿de donde proviene la capacidad de identificar la decisión o creencia ‘racional’? (que es lo que permite establecer un término de error). Si el analista puede determinarlo de alguna forma, entonces los actores también podrían hacerlo, y eso debiera incluirse en el análisis.
Para diferenciar entre las capacidades del actor y el analista, se terminan usando explicaciones que resultan implausibles. La idea de Mannheim que los intelectuales al ocupar un lugar ‘libre’ en la vida social puede observar cosas que los actores no pueden, se basa en el supuesto que los intelectuales no poseen intereses propios generados por la posición específica que ocupan en la vida social.
La importancia de reconocer que los actores y los analistas están en el mismo plano no sólo ocurre con el tema de la capacidad de acercarse a la ‘verdad’. Por ejemplo, Ekelund y Tollison plantean, usando como base teorías económicas actuales de rent-seeking (Ekelund & Tollison, 1997) que las explicaciones del mercantilismo dadas por los propios autores no corresponden: Las políticas mercantilistas tienen otros efectos que los que planteaban las ideas contemporáneas. Las elites dirigentes europeas no fueron mercantilistas por las razones esgrimidas en las teorías de su tiempo (que tienen que ser ‘falsa’ conciencia o sólo propaganda), sino que fueron mercantilistas por las razones que esgrime la teoría económica actual. Sólo eso sería compatible con la idea que esas elites dirigentes eran racionales, si hubieran actuado de acuerdo a las ideas que se discutían en la época del mercantilismo hubieran sido irracionales. A primera vista, este tipo de explicación cumple con los criterios que hemos mencionado: Tanto al actor como el analista se le reconoce la capacidad de actuar racionalmente.
Sin embargo, de todas formas se plantea una diferencia: el barómetro de la racionalidad lo tiene un actor en particular (el investigador), y por lo tanto para que un actor sea considerado racional ha de pensar como lo hace él. El hecho que una persona pudiera creer efectivamente en las creencias del mercantilismo y, que por lo tanto, para ese actor lo racional hubiera sido actuar en consecuencia con sus propias creencias (y no con las creencias de otro actor) no siquiera aparece como posibilidad. Es otra forma de plantear una diferencia entre las capacidades del actor y del analista.
En la discusión anterior nos hemos centrado en la diferencia actor / analista porque es uno de los casos más claros donde se desarrollan modelos de análisis en que aparece una diferencia básica en las capacidades de los actores. Y es una que es fácil perder de vista. Si le damos capacidades al analista que no le damos al actor bien podemos pasar por alto que los analistas son una clase de actores (que son ‘parte de la sociedad’). Si más aún le damos a todos los actores –otros que el analista- las mismas capacidades, podemos creer que hemos cumplido con esa idea, aun cuando el modelo usa una distinción básica en lo que concierne a las capacidades.
Sin embargo, la importancia del postulado no se refiere solamente a la discusión anterior. El postulado nos impele a no quedarnos simplemente satisfechos con una descripción cuando alcanzamos a observar una diferencia en las capacidades de los actores. Lo que requerimos es determinar qué es lo que establece que en determinada situación social, se produzcan diferencias en esas capacidades; pero esas diferencias no pueden ser un dato primario. Es la sociedad, por ejemplo, la que determina quienes son los que pueden atestiguar en un juicio o de quienes pueden representar a una persona en un juicio. Las diferencias en los actores son un punto de partida, no uno de llegada en la discusión de ciencias sociales.