Esto se me ocurrió a partir de un artículo de Edwards en la edición del 1º de Abril de La Tercera. Edwards discutía acerca del cambio de gabinete y mencionaba las disputas al interior de la coalición entre los que estaban a favor del mercado y los que, en realidad, están en contra. Y entonces, al hablar de estos últimos, hablaba de quienes reclaman por la felicidad -extraña cosa que se ponga a Tironi entonces en los contrarios- y a quienes reclaman contra el consumismo -reducidos estos últimos a quienes no les gusta que las masas compren viajes a Miami.
Y entonces pensé que estamos fritos.
Porque si la mirada de la elite ‘complaciente’ es que la crítica al consumismo, por ejemplo, es una crítica de una elite que mira en menos a los felices consumidores, entonces la elite ‘complaciente’ no es mucho lo que entiende. Porque la crítica al consumismo es universal, es parte también de lo que piensan las masas que compran viajes a Miami. El miedo a perder la convivencia, a que la nueva vida no sea vivible, a que perdamos de vista la felicidad, no es un miedo de Tironi, es una crítica a estas alturas antigua de parte de la misma ciudadanía.
Una ciudadanía que, al mismo tiempo, es parte del juego, y a la que le gustan los viajes a Miami. Que, en otras palabras, no ve el tema del consumo, como incompatible per se con la felicidad y la convivencia. El acto supremo de la convivencia con los amigos y la familia es, al fin y al cabo, un acto de consumo: Digamos, para usar el paradigma más claro, el asado.
Por mucho tiempo pensé que una de las razones para las continuas victorias de la Concertación era la forma en que replicaba una de las visiones básicas de los chilenos sobre Chile y sobre el ‘sistema’: Que, al mismo tiempo, es lo único que funciona -la mejor oportunidad para superar la abyecta pobreza- y, también, es un sistema inhumano que nos obliga a dejar de lado las mejores cosas de la vida. Es lo que correponde hacer y, a mismo tiempo, algo que no es bueno ni gusta. Entonces, de alguna forma hay que arreglárselas para lograr una vida buena y decente. La Concertación era, entonces, la única coalición que decía ambas cosas y que, por ende, podía acompañar ese camino para encontrar esas formas.
Pero el artículo de Edwards (podría haber escogido otra cosa del otro ‘lado’ para ilustrar el punto) lo que muestra es que, finalmente, la Concertación no es eso. No es una coalición de personas que piensen -como lo hace la población- ambas cosas; es una coalición de personas que piensan una cosa y de personas que piensan la otra. Pero la combinación es ausente.
No hay nadie, entonces, que refleje la ambigüedad de como piensa la población.