La primera y más fundamental regla de la construcción de pautas y cuestionarios es que las personas sólo pueden responder de lo que efectivamente tienen una opinión o recuerdo formado.
No tiene sentido hacer preguntas sobre aspectos específicos en los que las personas no se han formado opinión o no recuerdan de ese modo (Por ejemplo, pensemos en preguntas de hábitos: ¿cuanto tiempo ve TV en la semana?, ahora si el hábito es diario, la respuesta posible -con todo lo imprecisa que puede ser- corresponde a la regularidad de ese hábito. Lo que la persona puede saber es cuanto ve al día. Lo otro tiene que calcularse, y claro, que las personas calculen cuanto están respondiendo no sirve de mucho.
Ahora lo anterior, aunque varias veces olvidado, es evidente y se sabe.
Pero lo importante es darse cuenta del equivalente cualitativo o lo referente a la opinión: Que sólo la opinión espontánea es la opinión social real. La respuesta ‘forzada’ (cuando el tema se pregunta sin que haya sido instalado por el entrevistado, cuando el investigador introduce el tema), en realidad no existe. Es construida, ‘calculada’ en ese momento; el entrevistado lo que no hace es sencillamente reproducir la opinión que produce en las situaciones sociales normales. Y bien puede ser que en la situación forzada esa sea su opinión, pero claro está, nunca se topa con esa situación en la vida real, por lo que no tiene mucha importancia.
La única ocasión en que lo forzado tiene sentido es cuando lo forzado corresponde a una situación real de esas características: Como las votaciones, en que lo irreal es preguntar que candidato prefiere, lo real es que uno elige entre alternativas pre-existentes. En ese caso, la pregunta forzada, la alternativa forzada es lo que corresponde porque es así como funciona esa práctica social (*).
Pero fuera de esos casos, mejor es recordar y pensar que, en realidad, sólo lo espontáneo existe.
(*) Juro que es lo único de Ibáñez que encuentro tiene sentido.