El otro día -a decir verdad un par de semanas pero no había tenido tiempo- escuchaba la radio en un taxi (apurado como siempre en llegar a una parte) y escuché a Jocelyn-Holt hablar sobre la reciente polémica con respecto a los libros robados de la Biblioteca del Perú con un par de periodistas.
Pero no es de eso que habla este post. En parte de la discusión, el periodista planteaba sobre el comportamiento de las tropas chilenas al tomar Lima y hacía un comentario -basado en cómo había sido la toma de Berlín (*)– que bueno, las tomas de ciudades habían sido siempre asuntos bárbaros, llenos de crueldad hacia los civiles y que así eran las guerras.
Y en ese momento pensé que habíamos llegado tan lejos en el camino del barbarismo que la memoria de una de las características más claras de la civilización occidental, en mi humilde opinión uno de sus mejores aportes, había desaparecido. La idea de una guerra limitada, donde los civiles no son parte, y que sigue sus regulaciones (como que los prisioneros no se asesinan) parece, a finales del siglo XX, sólo parecer una utopía, algo que sencillamente nunca pudo existir.
Y sin embargo, a grandes rasgos, si existió. Las guerras del siglo XVIII y XIX en general fueron efectivamente guerras limitadas, con no demasiados riesgos para los civiles, y donde en buena parte las normas civilizadas de la guerra eran seguidas. En la batalla de Waterloo -peleada luego de décadas de las guerras más totales que había experimentado Europa en mucho tiempo- los campesinos de la zona se congregaron a mirar la batalla en un cerro cercano (es lo que nos cuenta Keegan en The Face of Battle). Donde el mayor daño que estaban pensando era en, bueno, que la cosecha de trigo había sido pisada por algunas decenas de miles de soldados y por centenares de cañones. En otras palabras, la olvidada guerra limitada fue una práctica, por cierto la única práctica que le permitió a los europeos pasársela de guerra en guerra en el siglo XVIII sin destruir su civilización. Los rusos tomaron Berlín en la guerra de los 7 años. Una experiencia nada similar a la de 1945.
En un período en el que, a veces, nos da por dárnoslas de muy progresistas y de superación de las barbaridades tradicionales, no estaría de más recordar que en lo que concierne a conducir una guerra, probablemente la mayor parte de las naciones contemporáneas serían menos civilizadas que, por decir cualquier cosa, la Prusia de Federico el Grande.
(*) ¿Puedo hacer el comentario que Berlín: La Caída de Beevor es absolutamente espectacular como libro? Bueno, no importa, lo hago igual: Berlín: La Caída de Beevor es absolutamente espectacular como libro