Del Eurocentrismo a la Eurofobia

No es extraño que a los sociólogos se les haga leer La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber. La mayoría de las ediciones siguen una decisión editorial de Parsons de iniciar esos ensayos con la introducción que hizo Weber a sus escritos sobre religión (lo que genera, por cierto, no pocos problemas de interpretación).

La introducción es una muestra clara de una perspectiva eurocéntrica de la historia: La pregunta esencial es por la particularidad de la modernidad europea a la cual se le agrega el epíteto de racional a cada momento, sin que la introducción se encargue de hacernos ver en qué consiste dicha racionalidad. Por cierto, el texto de Weber -al interior de una tradición eurocéntrica- no es para nada muy exagerado: así nos dirá qué formas de capitalismo o de investigación de la naturaleza hay en todas partes, ahora bien hay características específicas de la experiencia europea que la diferencian (y que estarían a la raíz de porqué a principios del siglo XX el derrotero de esa tradición era tan distinto a otras). Como Weber no cae en el error de poner a todas las tradiciones no europeas como lo mismo, sino que reconoce que cada una de ellas es distinta, se aleja de los binarismos occidente/oriente de las vertientes más simplistas del eurocentrismo. De hecho, uno podría plantear que dado que la tradición europea tiene sus elementos distintos (tal como la tienen todas) una investigación sobre sus diferencias no implica per se ser eurocentrista y que, por lo tanto, la versión de Weber escaparía de dicha crítica.

Sin embargo, incluso esa visión tan matizada nos parece a nosotros, hijos de la civilización contemporánea, claramente eurocéntrica, y eso amerita una respuesta. ¿Por qué tenemos esa impresión? (Y, por cierto, Weber inicia del mismo modo la introducción: porque a ellos, europeos de principios del siglo XX, les parece que sus características específicas les parezcan universales).

Mi impresión es que en el intento de escapar del eurocentrismo (que es un caso particular de una tendencia más amplia de escapar de todo particularismo, solo a nosotros se nos podría ocurrir una noción como especismo) ha producido tendencias que llevan a la simple inversión: Europa no sólo no fue el centro de la historia, con la excepción de un par de siglos, sino que fue siempre periferia; Europa no sólo no es la única civilización que produce rasgos universales sino que todo lo que presuntamente ha generado ya ha estado en otras partes. Europa no es el centro original sino una periferia copiadora. Como toda respuesta que es mera inversión, si bien puede ser útil como crítica, no es que ilumine demasiado la comprensión de los procesos.

Todo esto a propósito de una cita sobre Akbar (1542-1605), uno de los emperadores mogoles en la India y sobre sus prácticas administrativas en relación a su imperio, dadas las dificultades para imponer un gobierno a realidades muy diversas en un contexto de multiculturalismo importante, teniendo que resolver un tema que varias dinastías anteriores habían intentado: como sustentar el dominio de un Estado islámico en una población hindú. Dice la cita:

The mansabdari system included a separation of nawab (executive/military) functions and diwan (financial) responsibilities at the provincial level. By dividing these functions between these two offices, he sought to prevent the corruption that would be sure to sure to follow otherwise. The idea, a separation of powers used to create check and balances, ws not to be employed in the West for two hundred years (Marc Jason Gilbert, South Asia in World History, 2017, Oxford University Press: 70-71)

Ahora bien, lo que hace Akbar -que un gobernante divida poder al nivel provincial- no es algo sin antecedentes en la historia mundial ni tampoco en la de ‘occidente’. El tardío imperio romano algo ya tenía de ellos (separando la administración militar de la civil al nivel provincial) y si se plantea que el occidente no incluye la antigüedad, quienquiera que recuerde las interminables contiendas de competencia en el imperio colonial español (entre gobernadores, Reales Audiencias e incluso los obispos, que pueden tratarse como parte de la administración) observará que dividir funciones a niveles inferiores es una estrategia que ha sido usada en diversas ocasiones.

Nada de ello quita un ápice a la utilidad de la medida en el caso de los mogoles ni a las capacidades administrativas de Akbar, ni en general a mostrar la capacidad de innovación y de adaptación del imperio Mogol. Nada quita de su relevancia histórica ni de su utilidad para análisis comparados (por ejemplo, su manejo de la diversidad del subcontinente comparado con el siguiente gobierno imperial, el inglés; o de su comparación del manejo por parte de un gobierno islámico con importantes poblaciones no islámicas con los otomanos). No es necesario para declarar la relevancia de esos temas, en particular dentro de una serie de libros que como la serie de Oxford del cual éste libro es parte de analizar cada historia como parte de una historia global, esta búsqueda de ‘nos adelantamos en tal y tal cosa a Occidente’.

De hecho, uno puede recalcar -si uno siguiera un camino weberiano- que este tipo de divisiones pone más de relieve cuál sería la novedad de ese occidente 200 años más tarde: Que la división de poderes, y el control que se produce ahí, se aplica no desde el gobierno al nivel subestatal, sino se aplica al gobierno central (y en principio desde los ciudadanos). No me atrevería a decir que dicha hipótesis fuera correcta, se puede argumentar que entre los romanos ya aplicaba esto durante la república por ejemplo y si se busca entre los diversas formas de gobierno en la historia quizás también se podrían encontrar antecedentes (¿el liberum veto de la Comunidad Polaca en la modernidad temprana, donde cualquier noble podía detener una decisión planteando su veto en el parlamento, no podría pensarse de ese modo?).

En cualquier caso lo que me interesa recalcar es que si el instinto a principios de siglo XX era el de enfatizar la originalidad, diferencia y superioridad de Europa; a principios de siglo XXI tenemos lo contrario. Y ambas cosas dificultan la comprensión de la historia. Y ambas, de hecho, dificultan comprender en particular el hecho basal que genera ambas ideas: la dominación por parte de Europa del mundo durante un período relativamente corto.

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