Todo esto partió, en realidad, hace algunos años atrás cuando partí con mi flamante proyecto de historia universal de las sociedades. Porque el tema era, entonces, ¿como se pueden identificar y definir las sociedades modernas?
Dado que muchos sociólogos piensan, de hecho, que la tarea de la sociología son las sociedades modernas, y que -aunque no piensen eso- la modernidad ha sido una de las tareas principales de la disciplina, uno pudiera pensar que a estas alturas habría una definición más o menos decente del asunto. Pero en realidad, al parecer no la hay. Porque la clásica y conocida postura de Weber se basa en un término tan poco claro y en un proceso tan amorfo como lo es la ‘racionalización’ (que como sabemos, puede decirse de múltiples maneras asi que no es mucho lo que sirve). Y entre versiones más modernas tenemos la de Wagner, que adolece de tratar el asunto como uno de un proyecto intelectual-cultural. Que bien puede ser interesante y todo eso, pero que nos deja fuera los cambios estructurales y de relaciones y de organización sociales. O podríamos tener a nuestros queridos sistémicos, y pensar con Luhmann que la modernidad es asunto de la diferenciación funcional de los sistemas. Que parece interesante y todo eso, hasta que -claro- esto de la diferenciación funcional no parece tan claro (Al fin y al cabo, ordenes de interacción coordinándose más o menos por su cuenta hay desde los romanos o los viejos sumerios: es lo que ha pasado con los precios durante mucho tiempo). O la versión de Giddens, que suena bastante decente en términos empíricos, pero que también no es claro que sobrepase la prueba empírica (que la disciplina –surveillance– sea un fenómeno moderno suena bastante bien, pero dudo que las legiones romanas -por decir cualquier cosa- no podrían haber sido descritas tal como Giddens, y Foucault detrás de él, describen a las formaciones militares del siglo XVII).
En suma, tenemos la intuición que las sociedades modernas son distintas, pero en que no queda nunca tan claro. Por ello, entonces aparece la primera hipótesis:
Hipótesis I: Que las sociedades modernas no implican ningún cambio sustancial en la organización social, sino una mera adaptación, un cambio de escala pero no de tipo en la organización social, frente a cambios que provienen de la base tecnológica (de hecho, energética) de las sociedades.
Mientras que el cambio que produce sociedades con estados, ciudades etc. es un cambio específicamente de la organización social (su base tecnológica y energética es la misma que sociedades que estaban muy felices organizadas a punta de aldeas, parentesco etc.), no es claro que así sean las sociedades modernas. Tenemos un cambio muy profundo en la base tecnológica (usando una cantidad y tipos de energía drásticamente diferentes a los usados con anterioridad), y quizás todos los cambios sociales sean una adaptación a lo que requiere esa nueva base: Que los cambios en la organización social -el desarrollo de la disciplina, la ampliación de ordenes que se coordinan como Luhmann dice que lo hacen los sistemas, las burocracias ‘modernas’ tales como la corporación etc.- no sean más que adaptaciones de principios organizativos ya conocidos que se expanden (ya se conocía la disciplina, ya había sistemas diferenciados, el principio de la burocracia).
Pero esa no es la única hipótesis, y no la que da titulo a este post:
Hipótesis II: Los principios sociales de la modernidad, los aspectos de organización social que son específicos a ella y que la definen como diferente a otras sociedades, son los medios de comunicación de masas y la comunidad científica.
La hipótesis tiene el elemento de ventaja que estos si son elementos exclusivos a las sociedades modernas: Los medios masivos -diarios, revistas, radio, televisión- si son relativamente nuevos, han usado diferentes bases técnicas (o sea, no dependen de una en particular). Y si implican un cambio en la forma en que circula la información, se organiza el poder político, se define el ámbito público (como Thompson ha dedicado casi toda su vida académica a demostrar). Al fin y al cabo, incluso hace emerger seudo-sujetos propios, como esa opinión pública que parece tan importante, y que solo se entiende a partir de los medios. Y la comunidad científica -o sea, no solamente el hecho que existan científicos, sino la forma en que se comunican, se organizan, se educan entre ellos, se reconocen y se adjudican méritos y establecen lo que es conocimientos, ese carácter tan individual y a la vez tan cooperativo de la actividad científica- también si parece ser exclusiva de la modernidad. Y si bien no todas las sociedades modernas son grandes productores de ciencia, si todas usan permanentemente sus resultados, y la tienen como conocimiento paradigmático.
O sea, ambas instituciones parecen poder delimitar relativamente bien lo que son las sociedades modernas.
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